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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Sal y luz
Pensemos en la lucha que estamos presenciando en nuestra cultura en torno a la cuestión de la identidad. Hoy en día, la gente está en una búsqueda interminable por encontrar una identidad en aquellas cosas que creen que les harán felices. La cultura le dice a la gente que para definir su identidad se vuelva hacia adentro y siga los deseos del corazón. Y una vez que la gente cree que ha encontrado su verdadera identidad, fíjate en lo apasionados que están por darla a conocer.
Con todos los desafíos que rodean a la identidad, a menudo decimos a los cristianos que tengan cuidado con estas identidades alternativas propuestas por el mundo y que persigan la identidad que tenemos en Cristo. Pero ¿cuál es nuestra identidad en Cristo? ¿Hemos utilizado esta expresión con demasiada ligereza y no hemos permitido que la gente entienda bien de qué estamos hablando? No basta con decir a la gente que tiene una nueva identidad en Jesús. Hay que prestar mucha atención a ayudar a la gente a entender lo que es esta identidad para que sea valorada y ejercida. Cuando entendemos cómo define Jesús nuestra identidad, esa comprensión constituye el fundamento de cómo hemos de vivir en este mundo como seguidores Suyos.
JESÚS DEFINE NUESTRA IDENTIDAD
Al comenzar el Sermón del monte, Jesús declara que los cristianos son la sal de la tierra y la luz del mundo. Es fácil pasar por alto esta afirmación sin darse cuenta de que Jesús define nuestra identidad como cristianos en este mundo con las metáforas de la sal y la luz. En las bienaventuranzas que preceden a Su definición de nuestra identidad, Jesús describe lo que somos por la gracia de Dios. Los cristianos se caracterizan por ser mansos, misericordiosos, puros de corazón, pacificadores y por alegrarse cuando son perseguidos. Las bienaventuranzas no son imperativos que nos dicen cómo alcanzar esta bienaventuranza. Jesús está describiendo ciertas cualidades que definen el carácter de los verdaderos creyentes, quienes son bendecidos por Dios. A continuación, Jesús expresa cómo se muestran estas cualidades ante el mundo y revela lo que logran los creyentes.
En primer lugar, Jesús describe a los creyentes como la sal de este mundo. En el mundo antiguo, la sal se utilizaba para prevenir la descomposición de los alimentos y darles sabor para mejorar su gusto. La gente sabía que el yeso y otros minerales diluían la potencia de la sal y la hacían inútil para conservar los alimentos. Jesús utilizó este fenómeno familiar con la preocupación añadida de que si la sal pierde su sabor, «Ya no sirve para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres» (Mt 5:13). Los creyentes son como la sal en este mundo. Su carácter distintivo, por medio de las buenas obras, preserva y da sabor a este mundo para evitar su decadencia.
La segunda metáfora describe a los creyentes como la luz de este mundo. Tengo una lámpara común del primer siglo que se utilizaba en los hogares judíos para iluminar sus casas. La lámpara es pequeña y discreta. Un día, puse una pequeña cantidad de aceite en la lámpara con una mecha, apagué las luces y encendí la mecha para experimentar cómo la gente del primer siglo iluminaba sus hogares cuando estaba oscuro, sin el beneficio de la electricidad moderna. Esta lámpara, aunque pequeña, me permitía ver toda la habitación. Jesús expresa lo inapropiado que sería en un lugar oscuro esconder una lámpara debajo de una vasija. La intención de la luz es proporcionar un medio para que la gente vea por dónde va (Jn 11:9-10). Esto es precisamente lo que persigue Jesús al llamar «luz» a los creyentes: que muestren a la gente el camino de la salvación en un mundo oscuro.
No cabe duda de que Jesús está reaccionando contra la religión hipócrita de los fariseos, que hacían ostentación pública de su devoción religiosa para recibir la alabanza de los hombres. Pero hay una extraña ironía en la exhibición pública y poco sincera de compromiso con Dios, ya que con ella se pretende la gloria de quien la hace. Esto oculta el verdadero carácter de un cristiano; esto es sal sin salinidad y una lámpara escondida bajo una vasija. Toda devoción religiosa que no procura la gloria de Dios no muestra un testimonio sincero a quienes observan su superficialidad. Tiene el efecto de ocultar al mundo lo que es verdadero y genuino.
Los fariseos, en todo su espectáculo religioso, no llevaban a la gente a glorificar a su Padre en los cielos. Jesús los desenmascaró por ocultar la verdadera religión bajo la falsa pretensión de una devoción religiosa. Jesús está interesado en describir lo que es verdaderamente un creyente y las consecuencias que de ello se derivan en el mundo.
UNA MIRADA AL VERDADERO CRISTIANO
El mundo en que vivimos está asolado por el pecado, y la gente vive en tinieblas sin conocer el verdadero camino hacia Dios. La gente busca, como en la torre de Babel, un camino hacia el cielo. Pero Jesús oró específicamente —en Su oración como Sumo Sacerdote— que Sus seguidores no fueran sacados del mundo (Jn 17:15). Las metáforas de la sal y la luz que Jesús utiliza en Mateo 5 para definir nuestra identidad nos ayudan a entender por qué a los creyentes se les deja en esta tierra.
El Señor siempre quiso que Su pueblo fuera sal y luz en este mundo. En el Antiguo Testamento, cuando Dios hizo un pacto con Israel, a menudo se refería a él como un pacto con sal (Lv 2:13). El pacto de gracia hecho con Abraham estaba destinado a incluir a todas las naciones de la tierra, y la referencia a que el pacto estaba hecho con sal le recordaba a Israel que tenía una presencia preservadora entre las naciones a medida que Dios cumplía Su plan de llevar la salvación a todas ellas.
Viene un día señalado cuando Jesús pondrá fin a este mundo presente con su juicio. Hasta ese día, los creyentes preservan este mundo de su decadencia final en el pecado. Hay una característica peculiar de los cristianos y su presencia en el mundo, y es que preservan lo que está a punto de desaparecer. Como escribe el autor del conocido himno Señor Jesús, el día ya se fue: «Mudanza y muerte veo en redor». Cuando vivimos como verdaderos cristianos, persiguiendo las buenas obras que glorifican a nuestro Padre celestial, logramos la preservación del mundo. Si sacáramos a los cristianos de este mundo, todo caería rápidamente en una ruina irreparable.
Asimismo, Israel fue designada como luz de Dios para las naciones, una luz que ofrecía la esperanza del Salvador venidero. Isaías 49:6 afirma: «Te haré luz de las naciones, / Para que Mi salvación alcance hasta los confines de la tierra». Además de preservar y dar sabor al mundo, los cristianos también dan a este mundo la única Luz verdadera.
Jesús dijo de Sí mismo que Él es la «Luz del mundo» (Jn 8:12). Como el Señor es nuestra luz y salvación, nosotros como Sus seguidores somos aquellos a través de los cuales Su luz brilla en este mundo para darle a conocer. Esta es la razón por la que los cristianos son designados como luz en el mundo que deben andar como hijos de luz (Ef 5:8). Los cristianos tienen un testimonio distintivo como luz de Cristo. Es Dios quien ha ordenado que la luz brille en las tinieblas y nuestro propósito es dar la «iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2 Co 4:6).
En lo más profundo del corazón del cristiano existe el deseo de que la gente conozca el perdón de los pecados y la paz con Dios que Jesús trae por medio de Su vida, muerte y resurrección. Sí, los cristianos influyen en el mundo de muchas maneras diferentes, incluyendo la participación política, la prestación de ayuda a los pobres y otras formas que demuestran compasión por los necesitados. Pero la principal forma en que los creyentes son luz en este mundo es dando a conocer la buena nueva del perdón de los pecados y la promesa de la vida eterna mediante la fe en Jesucristo. Esta esperanza impulsa al cristiano en esta vida y da testimonio al mundo de la única luz verdadera que brilla en las tinieblas. A través de este testimonio, se da la vida eterna a todos los que creen.
La imagen general del uso que Jesús hace de la sal y la luz es clara: los cristianos preservan y dan sabor al mundo con su presencia en la forma en que viven haciendo buenas obras, y dan una gran luz a los que están en la oscuridad a través de su testimonio de salvación mediante la fe en Jesucristo. Jesús cumple este llamamiento y capacita a la iglesia del nuevo pacto para llevar a cabo esta vocación cuando los creyentes se comportan sinceramente como sal y luz en este mundo.
Cristiano, esta es tu identidad en este mundo: eres la sal y la luz de Jesús. Un cristiano que no es salado o que esconde su luz bajo una vasija es una contradicción de términos. Los cristianos preservan el mundo y ofrecen un mensaje de esperanza, no con falsas muestras de piedad externa, sino con un amor sincero por los que necesitan la salvación. Cuando los cristianos demuestran la identidad preciosa que se les ha dado en Jesucristo, se marca una gran diferencia en este mundo, que redunda en la glorificación de nuestro Padre que está en los cielos y en la salvación de las personas de sus pecados.