En el camino hacia la crucifixión y resurrección de Jesús, hubo muchos participantes en el gran drama de la redención. Desde Judas, quien traicionó a nuestro Señor, hasta los sacerdotes que lo condenaron, cada persona desempeñó un papel vital en el plan soberano de Dios.
Una de las escenas más impactantes se encuentra en Juan 12:1-8. El relato comienza en las afueras de Jerusalén, en Betania, el lugar donde Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos. Simón el leproso, a quien Jesús probablemente sanó de la lepra, está celebrando una cena para Jesús en su casa. Como es típico en una cena, los invitados están recostados sobre cojines de felpa para facilitar la conversación. La cortesía dicta que los siervos laven y a menudo perfumen los pies de los comensales en esta postura reclinada. Las conversaciones llenan la sala y entra al lugar María, la hermana de Marta y Lázaro. Aparece con un frasco de alabastro con un perfume muy costoso de nardo puro.
El perfume se guardaba en un pequeño frasco de mármol con un cuello largo y un tapón en la abertura para liberar algunas gotas de la preciada fragancia. Con un contenido que valía el salario de un año, sin duda este frasco era protegido y guardado bajo llave. El «nardo puro» es un aceite esencial aromático no diluido de color ámbar que se obtiene de una planta con flores de la familia de las madreselvas que crece en el Himalaya. Con el preciado frasco en la mano, María se dirige a Jesús, quien está recostado en la mesa. Ella no esparce unas gotas de perfume sobre Sus pies, sino que hace lo impensable. Rompe el frasco y derrama su contenido sobre la cabeza y los pies de Jesús, ungiendo Sus pies y secándolos con sus cabellos. Juan añade: «La casa se llenó del olor del perfume» (v. 3).
Judas, quien también está recostado sobre la mesa, se indigna y comenta que el perfume se desperdició, que debió ser vendido y que las ganancias debieron darse a los pobres. Con su mente ya decidida a traicionar a Jesús, el corazón de Judas está lleno de avaricia (v. 6). Jesús reprende a los que reprenden a María: «Déjala, para que lo guarde para el día de Mi sepultura. Porque a los pobres siempre los tendrán con ustedes; pero a Mí no siempre me tendrán» (vv. 7-8). Está bien dar a los pobres, pero ¿cuál es tu prioridad máxima?
María es un ejemplo de cómo ignorar a los detractores y ser imparable en la adoración a Jesús. Pocos días antes de Su crucifixión, Jesús la bendice por su acto desinteresado de adoración al prepararle para la sepultura. María no puede impedir Su inevitable muerte y sufrimiento, pero puede ofrecerle todo lo que tiene en un acto de devoción que se recuerda dos mil años después. Jesús dice que, cuando se predique el evangelio por todo el mundo, se recordará la adoración de María a su Rey.
En el contexto del traidor, los malvados sacerdotes y los crueles soldados, está María, quien lo ha dado todo a Jesús en un acto de adoración que apunta claramente a Su sepultura y resurrección. Jesús es el objeto supremo de toda nuestra adoración. ¿Qué tienes tú para darle?