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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La unión con Cristo
Uno de los pasajes más impresionantes de la Escritura aparece al comienzo de la epístola de Pablo a los Efesios, donde el apóstol literalmente empieza desde el principio al escribir: «En amor nos predestinó [es decir, Dios] para adopción como hijos para Sí mediante Jesucristo» (Ef 1:4-5). Al revelar todas las bendiciones que reciben los creyentes, Pablo ancla la salvación en Cristo con la repetición de una frase: «En Él…». Pablo escribe: «En Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados […] de reunir todas las cosas en Cristo […] En Él también hemos obtenido herencia […] En Él también vosotros […] fuisteis sellados enÉl con el Espíritu Santo de la promesa» (vv. 7-13, énfasis añadido). Esta repetición de la expresión «en Él» nos apunta a la doctrina de la unión con Cristo. Sin embargo, ¿qué es exactamente la unión con Cristo?
En su Teología Sistemática, Louis Berkhof define la unión con Cristo como «aquella unión espiritual, íntima y vital entre Cristo y Su pueblo, en virtud de la cual Él es la fuente de la vida y de la fuerza de ese pueblo, de su bienaventuranza y de su salvación». Hay varios pasajes en la Escritura que revelan que los creyentes están unidos a Cristo: nosotros somos los sarmientos y Jesús es la vid (Jn 15:5); Jesús es la cabeza y nosotros somos Su cuerpo (1 Co 6:15-19); Cristo es el fundamento y nosotros somos piedras vivas unidas al fundamento (1 Pe 2:4-5); y el matrimonio entre un hombre y una mujer apunta a la unión entre Cristo y los creyentes (Ef 5:25-31). Más allá de estas ilustraciones bíblicas, la expresión específica «en Cristo» aparece unas veinticinco veces en las epístolas de Pablo. Podemos decir que la unión con Cristo implica todos los beneficios de nuestra redención. La pregunta 69 en el Catecismo Mayor de Westminster plantea: «¿Qué es la comunión en gracia que los miembros de la iglesia invisible tienen con Cristo?». Luego responde: «La comunión en gracia que tienen con Cristo los miembros de la iglesia invisible es su participación de la virtud de Su mediación en su justificación, adopción, santificación y todo lo demás que en esta vida manifiesta su unión con Cristo».
La respuesta del Catecismo Mayor se comprueba fácilmente con la Escritura. Por ejemplo, como vimos anteriormente, somos escogidos «en Él» antes de la fundación del mundo (Ef 1:4). Pablo escribe a la iglesia de Roma que «no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús» (Rom 8:1), que es otra forma de expresar que los que están unidos a Cristo están justificados. Todo el que está «en Cristo Jesús» es hijo de Dios por la fe (Gal 3:26). Además, si los cristianos permanecen en Cristo, darán mucho fruto; producirán buenas obras (Jn 15:5). Solo Cristo nos da nuestra salvación, ya sea considerada como un todo o como los diferentes beneficios individuales, como la justificación y la santificación.
¿Cuál es la importancia del hecho de que los creyentes están unidos a Cristo? Los teólogos reformados han argumentado históricamente que existen varios aspectos diferentes en nuestra unión con Cristo. Por ejemplo, estamos unidos a Cristo en términos de nuestra elección «en Él». En ese momento el Espíritu Santo no habitaba en nosotros ni estábamos unidos a Cristo por la fe, pues ni siquiera existíamos excepto en la mente de Dios. Sin embargo, estamos unidos a Cristo en términos de la decisión del Padre de elegir a ciertos pecadores caídos y redimirlos a través de Su Hijo. Por tanto, en este sentido, estamos unidos a Cristo en el decreto de la elección.
Hay un segundo aspecto de la unión con Cristo que algunos han llamado nuestra unión representativa o federal. En el ministerio terrenal de Cristo, todo lo que hizo, lo hizo a favor de Su novia, la iglesia. Cuando fue bautizado en el río Jordán, que fue un bautismo de arrepentimiento, Él no estaba confesando Su pecado personal, ya que era el Cordero sin mancha: no tenía pecado (Mr 1:4; 1 Pe 1:19). Más bien, como representante de Su pueblo, estaba actuando a su favor. En consecuencia, no solo en Su bautismo sino en Su cumplimiento de cada jota y tilde de la ley —en la perfección de Su sufrimiento, resurrección y ascensión— todo lo que Cristo hizo fue a favor de Su novia. La obediencia perfecta a la ley y el sufrimiento de Cristo se vuelven nuestros a través de la fe, es decir, nos son imputados o acreditados. La resurrección de Cristo es representativa, en el sentido de que así como se levantó la cabeza, el cuerpo —la iglesia— se levantará precisamente de la misma manera. Ahora, mientras Cristo está sentado en majestad a la diestra de Su Padre celestial, nosotros estamos sentados con Cristo y gobernamos con Él en los lugares celestiales (Ef 1:20-21).
Un tercer aspecto de nuestra unión con Cristo es lo que algunos llaman la unión mística o personal. Esta es la morada personal del creyente por fe a través de la persona y obra del Espíritu Santo. Varios pasajes hablan de esta dimensión de nuestra unión con Cristo, incluyendo Efesios 2, donde el apóstol Pablo explica que somos miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo mismo la piedra angular. Acerca de este gran y último templo, Pablo escribe que crecemos «para ser un templo santo en el Señor» y «en quien también [nosotros somos] juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (v. 22).
Durante la ceremonia de matrimonio, cuando un hombre y una mujer están ante el ministro, son dos personas independientes. Sin embargo, al final de la ceremonia, son declarados «marido y mujer». Están unidos y ambos llegan a ser «una sola carne» (Gn 2:7; Ef 5:25-31). La propiedad de cada individuo se convierte en propiedad de ambos. No obstante, en nuestra unión matrimonial con Cristo, el glorioso intercambio es mucho mayor. Nuestro pecado y nuestra culpa son imputados a Cristo, y Su perfecta obediencia a la ley y Su sufrimiento nos son imputados: lo que es nuestro se convierte en Suyo, y lo que es Suyo se convierte en nuestro. Debido a la unión representativa que compartimos con Cristo, el Padre ya no nos considera pecadores, sino que solo ve la justicia y la santidad de Cristo.
La pregunta 60 del Catecismo de Heidelberg plantea: «¿Cómo eres justo ante Dios?». El catecismo ofrece una respuesta muy reconfortante:
Solo por medio de la fe verdadera en Jesucristo. De modo que aunque mi conciencia me acuse de haber transgredido terriblemente todos los mandamientos de Dios, de no haber guardado ninguno de ellos y de seguir estando inclinado a todo mal, aún así Dios —sin ningún mérito de mi parte, sino por pura gracia— me concede y me imputa la satisfacción, justicia y santidad perfectas de Cristo como si yo nunca hubiera tenido ni cometido pecado alguno, e incluso como si hubiera cumplido perfectamente con toda la obediencia que Cristo ha logrado por mí, siempre y cuando yo tan solo reciba este beneficio con un corazón creyente.
¿Qué ocurre con la santidad personal y las buenas obras? ¿Ya no son necesarias? ¿Ya los creyentes no necesitan hacer buenas obras debido a su justificación? ¿Son libres para pecar?
Estas son las preguntas que Pablo enfrentó después de haber abordado en Romanos 3 – 5 las glorias de nuestra justificación por la gracia sola, por medio de la fe sola, en Cristo solo. Pablo responde con su bien conocido y enfático: «¡De ningún modo!», ante el cuestionamiento de si los cristianos son libres para pecar debido a su justificación. La realidad que él señala como la razón por la que ya no podemos vivir en pecado es nuestra unión con Cristo:
Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de Su resurrección (Rom 6:4-5).
En otras palabras, en nuestra unión con Cristo no solo recibimos el beneficio de la justificación, sino que también obtenemos el beneficio de la santificación. Muchas personas piensan que su santificación, su transformación espiritual y su conformidad a la santa imagen de Cristo son simplemente un asunto de intentar con todas sus fuerzas y sus propios medios; en otras palabras, que solo tienen que decidir ser más santas. Sin embargo, algo que debe quedar claro es que Jesús nos dice expresamente que la única forma en que produciremos fruto es si permanecemos en Él: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada podéis hacer» (Jn 15:5).
Debemos ser conscientes de que no debemos vivir para la vida, sino más bien a partir de ella: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2:20). Los cristianos tenemos la gran seguridad de que cuando estamos unidos a Cristo por medio de la fe, recibimos a Cristo completo y todos los beneficios de la redención, no solo algunos de ellos.