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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones
«Yo quiero»; así comienzan las adicciones. Luego, mediante pequeños pasos, el querer se convierte en necesidad. No existe una definición reconocida de adicción, pero la mayoría de las definiciones propuestas comparten un núcleo común. Las adicciones son búsquedas compulsivas de un objeto o estado mental deseado que, de manera general, no responde a las inevitables consecuencias dañinas de esas búsquedas compulsivas. La mayoría de las definiciones también incluyen cómo los comportamientos adictivos cambian los patrones cerebrales subyacentes.
Cada descenso a la adicción es único. Existen miles de maneras de caer en esta atadura. Sin embargo, hay observaciones generales que pueden ayudarnos a comprender y ayudar mejor a quienes tienen adicciones.

Los adictos suelen buscar una experiencia física alterada; cuanto más rápida e intensa, mejor. Por eso los estimulantes, la cocaína, los narcóticos, los opioides, los sedantes y el alcohol son populares. La comida, especialmente la «comida reconfortante», está en la lista, pero no tiene la eficiencia o intensidad de las sustancias ilícitas o con prescripción.
El sexo produce una de las experiencias sensoriales más potentes. Como tal, se ha perseguido a lo largo de la historia de la humanidad y ha provocado muchas tragedias, tanto para los adictos como para sus seres queridos. Dado que es fácilmente accesible en persona, de manera impresa y digital, todos los elementos sexuales son tentaciones importantes en la adicción.
Las redes sociales y los videojuegos son objetos de deseo más recientes, pero pueden consumir tanto que las escuelas primarias ya están patrocinando semanas en las que los niños renuncian de manera voluntaria al tiempo frente a la pantalla. Las redes sociales tienen poder a través de su promesa de conexión social y de estar en la moda en lugar de estar afuera. Los videojuegos ofrecen algo de poder social y la oportunidad de pasar tiempo en un universo alternativo. Tanto las redes sociales como los videojuegos aportan una estimulación neurológica al cerebro que supera lo que se puede experimentar en una conversación normal o en un buen libro.
Si bien el corazón humano desenfrenado siempre está clamando «quiero» y «quiero más», las adicciones son más prominentes en algunas culturas que en otras. Para maximizar nuestro potencial adictivo como seres humanos, una cultura debe incluir un énfasis en la libertad individual y en la indulgencia personal, y las sustancias adictivas más comunes deben estar disponibles de manera fácil. El tiempo de ocio es un añadido. En estos entornos, las adicciones florecerán y se multiplicarán.
Estas son observaciones generales que son bien conocidas y no dependen de una revelación especial. Existen otras observaciones que solo están disponibles a través del lente de la Escritura.
La percepción más esencial de la Escritura sobre las adicciones es que las adicciones tienen que ver con Dios. Las sustancias adictivas se convierten en «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Sal 46:1). Aunque es común que las discusiones sobre las adicciones se vuelvan hacia la espiritualidad, tales discusiones generalmente no hablan sobre la confianza en el Dios único y verdadero, y no suelen reflejar el hecho de que las decisiones adictivas tienen que ver con Dios. Aunque la literatura popular sobre las adicciones identifica las correcciones, nunca identifica el arrepentimiento ante el Señor.
Que la naturaleza de la adicción apunta hacia lo divino se presenta claramente en el relato bíblico de la idolatría. Aquí encontrarás el deseo humano descarriado y mucho más.
En primer lugar, las circunstancias importan en la idolatría (adicción). La historia primigenia transcurre durante el éxodo de Egipto. El corazón humano es, para usar la imagen de Juan Calvino, una fábrica perpetua de ídolos que no necesita provocación para trabajar. Pero los tiempos de incertidumbre y angustia crean la temperatura ideal. En otras palabras, generalmente podemos identificar las pruebas y tentaciones que preceden a la idolatría flagrante. En el desierto, el pueblo tenía alimentos y agua limitados, la perspectiva de que todos morirían y un líder que estaba aislado en una montaña con Dios y no podía ser contactado. Tal escenario era propicio para que los israelitas cometieran idolatría.
La más común entre las pruebas y tentaciones identificadas en las adicciones modernas es que algunas personas están programadas para las adicciones, y que esa programación se complica aún más con la propia adicción. La Escritura no se opone a esta idea, especialmente cuando esa programación se toma como una causa contribuyente en lugar de algo irresistible. Pero, como es de esperar, la Escritura agrega más.
La Escritura añade al «mundo» como otra influencia sobre las adicciones. Esto incluye las formas en que la cultura, los amigos, los medios de comunicación, los profesores o los padres pueden contribuir a las adicciones. Considera, por ejemplo, aquellos que crecen en un barrio donde las personas más respetadas son traficantes de drogas. O considera la influencia de un hogar en el que la pornografía está disponible y es aceptable. Estas son tentaciones que son más de lo que la mayoría puede soportar. Sin embargo, la mayoría de las veces, el poder del mundo no nos agarra por el cuello. En cambio, ejerce su influencia a través de conversaciones casuales que sugieren que la buena vida se encuentra en seguir nuestros deseos.
La Escritura también incluye las dificultades de la vida como una provocación para las adicciones, y aquí nos acercamos especialmente a la historia del desierto. La vida es dura y está llena de conflictos. Casi cada momento es un recordatorio de que algo está torcido en nuestro mundo. En respuesta, buscamos alivio. Los únicos lugares posibles de refugio están en Dios mismo o en algo de Su creación. Los adictos se vuelven hacia la creación en lugar del Creador.
Cuando consideras estas dificultades en el cuidado de un adicto, a menudo descubres victimización, rechazo, vergüenza y muchas penas. En consecuencia, tus conversaciones pueden tratar más sobre el consuelo y el afecto de Dios por los desposeídos y menos sobre la relación con la sustancia adictiva.
Las adicciones, al menos en sus inicios, tienen sus razones. Son una forma de manejar la vida —a veces una vida muy difícil— con nuestras propias fuerzas. Los ayudadores sabios profundizan en los detalles de la historia de una persona que la llevaron a la adicción.
Segundo, la idolatría (adicción) tiene que ver con el deseo. El Antiguo Testamento se enfoca en la adoración real de ídolos, mientras que el Nuevo Testamento apunta a los deseos que subyacen a la idolatría. Resulta que somos gente de deseos, amores y antipatías. Nuestros deseos pueden ser buenos o idólatras, e incluso naturales. Por ejemplo, debemos desear o amar a Dios por encima de todo (Dt 6:5), ese es el mejor de los deseos. Somos propensos a desear lo que otros tienen, lo cual es un deseo codicioso o idólatra. Y al pueblo de Dios se le dijo que en la tierra prometida podían comer lo que quisieran (Dt 12:20), lo que es un deseo natural.
Los deseos idólatras comienzan de manera típica con una semilla de deseo que es natural y apropiada cuando se mantiene bajo control. Estos deseos pueden ser de finanzas adecuadas, salud, hijos obedientes, inclusión, placer, descanso y justicia. La idea clave de la Escritura es que estos deseos normales, e incluso buenos, tienden a crecer (Stg 1:15). A medida que se fortalecen, luchan contra nosotros como un gigante desatado que encuentra poca satisfacción (Ef 4:19; Stg 4:1). Cada vez que nuestros deseos se alejan de Dios, nuestros corazones se quedan con ganas de más.
Este cambio de enfoque, de los ídolos reales a los deseos subyacentes, nos lleva de forma inmediata a la red de la idolatría. Antes de considerar las idolatrías de las drogas, el sexo y el alcohol, que son las más llamativas, la Escritura nos recuerda los ídolos cotidianos que son las personas y el dinero. Vivimos buscando el respeto y la aprobación de los demás (Pr 29:25), y estamos obsesionados con los ingresos personales (Mt 6:24). Muchas de las idolatrías más flagrantes se basan en esos dos objetos de adoración.
Los ayudadores sabios saben que ellos mismos son propensos a los deseos idólatras y que, como los adictos, ellos también están bajo esta rica enseñanza sobre el deseo y su remedio.
En tercer lugar, la idolatría practicada (adicción) es esclavitud y tragedia. Con el tiempo, los idólatras adquieren las características del objeto amado. Como tales, los idólatras se vuelven cada vez más vacíos al imitar algo que no tiene vida; mienten porque aquello que persiguen les hace promesas que no puede cumplir (Is 44:20), y la vida se convierte en una tragedia (Pr 23:29-35). Lo que no está claro es la fuente del poder del objeto, ya que se trata simplemente de una piedra o un palo de madera. Sin embargo, detrás de ese palo hay un mundo de gobernantes y autoridades que están aliados con el diablo. Aparentemente, el diablo se complace en ser adorado por medio de un representante.
Por lo tanto, la adicción es una esclavitud voluntaria. Los adictos toman decisiones. Ellos tienen el control. Están comprometidos con su forma de administrar la vida. No obstante, también están esclavizados y fuera de control. Están dominados por el triunvirato del mundo, la carne y el diablo. Es por eso que los expertos en adicciones ya no esperan a que alguien toque fondo para intervenir, porque no hay fondo que aporte claridad o empodere a una persona descontrolada y esclavizada.
En cuarto lugar, la liberación de la idolatría (adicción) comenzó en el ministerio de Jesús y continúa a medida que confiamos en Él, descubrimos los muchos beneficios de la cruz y la resurrección, y recibimos el Espíritu de Jesús. Dios en el Edén comenzó a llamar a Su pueblo a salir de la idolatría. Esta obra se volvió inconfundible cuando Jesús fue al desierto por nosotros y confió en Su Padre a través de las pruebas y tentaciones más terribles. Luego, como el sustituto perfecto por Su obediencia activa y pasiva, llevó el castigo de la ley, ascendió para llevarnos al Padre y nos dio el Espíritu Santo de poder. Ahora, en Cristo somos capaces de luchar contra los antiguos amos en lugar de sucumbir a lo inevitable. La batalla parece avanzar en pequeños pasos, y podemos sentir la tentación de los dioses antiguos por más tiempo del que nos gustaría, pero con la comunión de la iglesia de Cristo, fijamos nuestros ojos en Jesús e insistimos en conocerlo hasta que podamos decir con el salmista: «fuera de Ti, nada deseo en la tierra» (Sal 73:25), y nuestros amigos sean bendecidos y puedan decir que nos hemos «[convertido] de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1:9).
El pueblo de Dios ha recibido las palabras de Dios. Estas palabras nos abren los ojos para que podamos ver cómo todavía forjamos ídolos de todo tipo, y estas palabras nos señalan a Jesús, a quien podemos anunciar unos a otros, con paciencia y bondad, y conocer al Dios que habla verdad y da vida abundante.