Fuera de este mundo
27 febrero, 2021Apoyando a los misioneros
2 marzo, 2021Las nuevas aventuras de las antiguas herejías trinitarias
Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La Trinidad
El poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749–1832) una vez hizo una observación muy acertada: «El progreso no ha seguido una línea recta ascendente, sino una espiral con ritmos de progreso y retroceso, de evolución y disolución». Goethe refuta la idea de que el paso del tiempo siempre trae progreso y avances. Esto es aplicable incluso para la Iglesia. Hay períodos en los que la Iglesia ha avanzado en su entendimiento de la doctrina bíblica, y otros en los que su entendimiento ha retrocedido. Vemos esto a lo largo de la historia en lo que respecta a la doctrina de Dios y en especial a la doctrina de la Trinidad.
La Iglesia primitiva luchó contra falsos maestros y doctrinas erróneas para lograr una mejor comprensión de lo que la Biblia enseña acerca de quién es Dios y de cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se relacionan entre Sí en términos de Su existencia y Sus obras. Estos cristianos reflexionaron bíblica y profundamente sobre la afirmación de la Escritura de que adoramos a un Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Al hacerlo, la Iglesia defendió la verdad bíblica de tres errores: el modalismo, el arrianismo y el semiarrianismo. Sin embargo, estos errores no desaparecieron, sino que han reaparecido periódicamente a lo largo de la historia de la Iglesia.
EL MODALISMO
El modalismo1 surgió a finales del siglo II y principios del III, cuando algunos teólogos promovieron la doctrina del monarquianismo. El monarquianismo (del griego mono, «uno», y arq, «gobernante») es la doctrina herética que enseña que el único Dios es una sola persona que se manifiesta de diferentes maneras en diferentes momentos. Un teólogo del siglo III llamado Sabelio (c. 215 d. C.) no logró reconciliar la noción de un solo Dios y las tres personas de la Divinidad que se menciona en la fórmula bautismal entregada por Cristo: «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28:19). En vez de creer que existía un Dios en tres personas, sostuvo que había un Dios en tres modos. Es decir, Dios se revela a Sí Mismo secuencialmente como personas diferentes. Imagina a un actor que se pone diferentes máscaras durante una obra con el fin de representar diferentes personajes. Esta ilustración se aproxima a la visión de Sabelio, es decir, que Dios se pone la máscara del Padre, luego la del Hijo y, finalmente, la del Espíritu Santo. Dios actúa en diferentes modos. Por lo tanto, esta postura ha sido denominada monarquianismo modalista. Tertuliano (c. 155-240 d. C.), un padre de la Iglesia, escribió su famoso tratado Sobre la Trinidad para demostrar que la Biblia enseña que adoramos a un solo Dios en tres personas distintas. Otros padres de la Iglesia, como Atanasio (c. 296-373 d. C.), enseñaron la coeternidad y coigualdad de las tres personas de la Divinidad.
EL ARRIANISMO
Otro teólogo del siglo III que enseñó errores sobre la doctrina de Cristo y Su relación con la Divinidad fue Arrio (c. 250-336 d. C.). La herejía asociada a Arrio es el arrianismo2, que es la idea falsa de que Cristo no es completamente divino, sino que hubo un tiempo en el que el Hijo de Dios (o Logos) no existía. Arrio respaldó sus ideas apelando a pasajes de la Escritura como Proverbios 8:22: «El SEÑOR me poseyó al principio de su camino, antes de sus obras de tiempos pasados». Arrio creía que el Hijo de Dios no es igualmente divino, sino que es una criatura hecha por Dios el Padre antes de la creación del mundo. Desde luego, creía que el Hijo era la criatura más grandiosa que Dios había hecho. Llegó a ser divino y participó tanto en la creación como en la redención de los humanos. Los teólogos arrianos apelan a pasajes específicos de los evangelios para argumentar que la deidad del Hijo es inferior a la del Padre, incluyendo Juan 14:28: «El Padre es mayor que yo».
Una herejía relacionada con el arrianismo es el semiarrianismo. Los teólogos semiarrianos modificaron la enseñanza de Arrio, que creía que el Hijo es una criatura y, en consecuencia, no es verdaderamente divino. En vez de eso, los semiarrianos creían que el Hijo es de una sustancia similar a la del Padre; es decir, que es homoiousios (en griego, «de sustancia similar»). Los teólogos ortodoxos, en cambio, mantuvieron la enseñanza bíblica de que el Padre y el Hijo son coiguales en Su ser y poder. Por tanto, el Hijo no es solo de una sustancia similar (homoiousios), sino de la misma sustancia (homoousios).
LA FÓRMULA NICENA
Si bien estas tres herejías se tratan principalmente de la persona del Hijo, también se relacionan con la doctrina de la Trinidad porque afectan la relación del Hijo con el Padre. Afectan la enseñanza bíblica vital de que existe un solo Dios en tres personas distintas. Estos asuntos no eran especulaciones ociosas. Más bien, afectan el núcleo mismo de las creencias cristianas sobre quién es Cristo. ¿Adoramos al Dios encarnado como Juan nos enseña en su Evangelio (Jn 1:1-18), al que es coeterno con el Padre, o adoramos a una simple criatura? La Iglesia tomó en serio estas enseñanzas aberrantes y las abordó en varios concilios eclesiásticos. El Concilio de Nicea (325 d.C.) rechazó el modalismo cuando declaró que Jesús, el Hijo de Dios, es «Luz de Luz, verdadero Dios del Dios verdadero», y que es «engendrado, no creado». El Concilio de Constantinopla (381 d.C.) anatemizó explícitamente al arrianismo en su primer canon, y el Concilio de Calcedonia (451 d.C.) afirmó la divinidad plena del Hijo, «verdadero Dios y verdadero hombre… consustancial con el Padre en cuanto a Su naturaleza divina», lo que descartó todas las formas de arrianismo y semiarrianismo. Estos concilios no son exclusivos de un segmento de la Iglesia, sino que los afirman todas las iglesias ortodoxas del mundo: son credos de la Iglesia católica (universal). Por lo tanto, dado que estas herejías han sido enterradas y fueron enseñanzas ampliamente olvidadas durante más de un milenio y medio, se podría pensar que la Iglesia no debe preocuparse más por ellas. Sin embargo, eso está lejos de ser cierto. Para tomar prestada una línea de La Comunidad del Anillo de J.R.R. Tolkien: «Siempre después de una derrota y un respiro, la sombra toma otra forma y vuelve a crecer». O, en palabras del Predicador: «Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol» (Ec 1:9). Dicho de otro modo, las herejías antiguas nunca mueren; regresan con nombres nuevos, pero esparciendo la misma falsa enseñanza.
ENCARNACIONES MODERNAS
En nuestros propios días, el modalismo y el arrianismo han reaparecido con las enseñanzas del pentecostalismo unitario y de los testigos de Jehová, respectivamente. El modalismo tiene sus defensores en los pentecostales unitarios, como evidencia el nombre del movimiento. Los pentecostales unitarios creen que hay una sola persona divina y que la doctrina de la Trinidad no es bíblica. Creen que Jesús es la única persona de la Divinidad. Jesús existe en dos modos: como el Padre en los cielos y también, posteriormente, como Jesús el Hijo en la tierra. El Espíritu Santo no es una persona, sino solo una manifestación del poder de Jesús.
Los testigos de Jehová suenan como cristianos en muchos aspectos e incluso profesan adorar a Jesús. Sin embargo, al igual que los arrianos de la Iglesia primitiva, creen que Jesús es una mera criatura y que no es igual y eternamente divino. Jesús es el primogénito de toda la creación, pero no es Luz de Luz ni verdadero Dios de Dios verdadero, es decir, Dios encarnado. Por lo tanto, los testigos de Jehová rechazan la doctrina de la Trinidad, como también la deidad plena del Hijo.
En los últimos años, podría decirse que las enseñanzas semiarrianas3 han regresado, puesto que varios teólogos evangélicos de gran notoriedad han abogado por la subordinación eterna del Hijo (SEH). Los defensores de la SEH proyectan la sumisión redentora y voluntaria del Hijo, que tuvo lugar en la historia, a la eternidad pasada y argumentan que el Hijo se somete eternamente al Padre y, por lo tanto, está eternamente subordinado a Él. Tales afirmaciones suenan inquietantemente similares a las doctrinas semiarrianas, según las cuales el Hijo es de una sustancia similar a la del Padre, pero no plenamente divino ni de la misma sustancia exacta, y, en consecuencia, tampoco goza de una igualdad plena con el Padre. A diferencia de los semiarrianos históricos, los proponentes modernos de la SEH afirman que el Hijo es de la misma esencia (homoousios) que el Padre. Sin embargo, al postular diferentes niveles de autoridad y sumisión en la Divinidad, socavan su afirmación. Esto se debe a que la autoridad divina es una propiedad de la esencia divina, lo que significa que los diferentes niveles de autoridad a fin de cuentas insinúan que el Hijo tiene una esencia divina diferente y menor que la del Padre. Si bien no todos los defensores de la SEH necesariamente promueven la subordinación eterna del Hijo de la misma manera, y aunque estos defensores no están necesariamente tratando de negar la igualdad de esencia entre el Padre y el Hijo, siguen coqueteando con la herejía cuando dicen que el Hijo es eternamente sumiso al Padre.
Está de más decir que la Iglesia siempre debe estar alerta para protegerse de la enseñanza herética. Es cierto que muchos cristianos defienden errores doctrinales sin saberlo porque malentienden la Biblia. Los errores pueden marcar nuestra doctrina, pero cuando Dios nos enseña la verdad, abandonamos con alegría nuestras creencias equivocadas. Por otro lado, la herejía ocurre cuando una persona rechaza a sabiendas un principio central de la fe cristiana, típicamente uno de los indexados en las doctrinas enumeradas en el Credo Niceno: la doctrina de Dios, la de la Trinidad o la de Cristo, por ejemplo. Que nadie se equivoque: el modalismo, el arrianismo y el semiarrianismo son herejías. La Iglesia siempre debe estar en guardia contra ellas y siempre debe estar preparada para enseñar la verdad de la Escritura y también para restaurar a los hermanos y hermanas heréticos mediante la disciplina eclesiástica.