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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo III
«Toma y lee». Agustín escribió en sus Confesiones (400 d. C.) que había escuchado tales palabras detrás de la pared de su jardín mientras estaba sentado allí leyendo. Tomó una copia de la carta de Pablo a los Romanos que tenía a la mano y sus ojos se fijaron en este texto: «Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias; antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne» (Rom 13:13-14).
Agustín estaba convencido intelectualmente de la verdad del cristianismo antes de este famoso incidente en su vida. Pero se dio cuenta que no tenía dominio propio sobre sus deseos sexuales. Sabía el tipo de cristiano que quería ser, pero sentía que su voluntad no cooperaba. Dijo que al leer las palabras de Pablo en Romanos, se convirtió moralmente y fue capacitado para vivir como cristiano a partir de ese momento.
Esta parte de la conversión de Agustín es bien conocida. Lo que no es tan conocido es el título del libro que estaba leyendo cuando escuchó la voz. Él leía la Vida de San Antonio (c. 360) de Atanasio. Este libro ilustra el concepto de la santidad que Agustín persiguió y que en gran medida llegó a influir en el cristianismo.
Demasiado enfoque en la santificación puede llevar al legalismo.
Antonio Abad (c. 251-356) fue uno de los primeros defensores y ejemplo de la vida ascética1 en Egipto, uno de los primeros centros de ascetismo. Antonio Abad abrazó la visión ascética del cristianismo alrededor del año 269. Lo practicó rigurosamente, viviendo como un ermitaño por cerca de 20 años (285-305) y luego formando una comunidad monástica poco organizada.
Antonio Abad creía que su vida ascética era la vida que Cristo y sus apóstoles vivieron. Su autonegación era una nueva forma de martirio por Cristo. Atanasio resume de esta manera el consejo que Antonio Abad le dio a otros ascetas: «Para todos los monjes que vinieron a él, él siempre tuvo el mismo mensaje: tener fe en el Señor y amarlo; para protegerse de los pensamientos lascivos y los placeres de la carne, y, como está escrito en Proverbios, no ser engañados por «la alimentación del vientre», huir de la vanidad y orar constantemente, cantar canciones santas antes y después de dormir, y tomar en serio los preceptos de las Escrituras; tener en cuenta las obras de los santos, para que el alma, siempre consciente de los mandamientos, pueda ser educada por su ardor».
¿Cuál fue la visión ascética del cristianismo que surgió en Egipto e influiría en la mayoría de los cristianos serios, no solo a finales de la Antigüedad sino también a través de la Edad Media y en los tiempos modernos? El cristianismo ascético deriva su nombre de la palabra griega askeo, que significa «entrenar» o «ejercitar». Su significado original se refiere al entrenamiento de los atletas. La visión ascética del cristianismo que encontramos en Antonio Abad, Atanasio y Agustín representa un compromiso radical con la santidad. Querían más que la vida cristiana ordinaria. Querían la vida disciplinada de un atleta espiritual. Querían perseguir la perfección.
Los ascetas hablaron de ir más allá de los mandamientos de Dios que se aplicaban a todos los cristianos. Trataron de cumplir lo que llamaban «los consejos de la perfección» o «los consejos evangélicos». En otras palabras, creían que Jesús había dado consejos que no eran vinculantes para todos los cristianos, pero que ayudarían a aquellos que querían ser especialmente serios en su búsqueda de la santidad. Llegaron a resumir esos consejos en tres puntos: pobreza, castidad y obediencia a los superiores eclesiásticos. Se negaron a sí mismos la propiedad y la familia para vivir una vida siguiendo las prácticas ascéticas de sus comunidades.
El apasionado deseo por la santidad llevó a muchos de los primeros ascetas a buscar la vida solitaria del ermitaño. Vivían solos la mayor parte del tiempo, a menudo en lugares remotos donde creían que luchaban contra demonios. A veces, su abnegación era tan extrema que arruinaban su salud o se volvían locos. Estos extremos de la vida eremita llevaron a muchos a creer que los ascetas estarían mejor en algún tipo de comunidad. Antonio Abad estableció un tipo de visión de comunidad: una comunidad con mucho espacio para las devociones y la disciplina individuales. Pero pronto empezó a surgir otra forma de comunidad mucho más organizada.
Nuevamente, Egipto fue pionero en la forma de vida monástica llamada cenobítica (de una palabra griega que significa «vivir juntos»). El egipcio más influyente en el establecimiento de esta forma de vida ascética fue un hombre llamado Pacomio (c. 290-346). Pacomio fue un soldado antes de adoptar la vida ascética, por lo que llevó al monasticismo la cuidadosa y detallada organización de un campamento militar. A partir de alrededor del año 320 comenzó a establecer monasterios con este modelo y este tipo de monasticismo se volvió dominante tanto en las iglesias de Oriente como en las de Occidente. Estas comunidades estrictamente estructuradas dejaron poco espacio para la individualidad. El día a menudo se dividía en momentos para la oración y el culto comunitarios, para trabajar en apoyo de la comunidad y para dormir. Tomaban las comidas juntos y con frecuencia un monje leía la Biblia mientras los demás comían en silencio.
La Reforma del siglo XVI rechazó la visión ascética del cristianismo de manera tan decisiva que a muchos protestantes de hoy les resulta difícil entender qué pudo haber tenido de atractiva. Tendemos a descartarla como legalista, farisaica, negadora de la creación y antibíblica. Creo que esas críticas son precisas. Sin embargo, aquellos que adoptaron el ascetismo, lo vieron como la vida cristiana más devota y disciplinada en la búsqueda de Dios y la santidad. A veces pienso que lo que hace que la vida ascética sea tan incomprensible es nuestra actual indiferencia a la santidad.
Los cristianos han seguido la vida cristiana entendiendo que buscan vivir para Cristo en un mundo en el que los efectos del pecado se manifiestan de tres maneras distintas. Primero, el pecado nos hace culpables ante Dios y nos exige una vida en la que el veredicto de culpabilidad pueda revertirse. Segundo, el pecado nos deja corruptos en nosotros mismos y nos exige una vida renovada para la búsqueda de la santidad. Tercero, el pecado nos deja en un mundo de miseria y nos exige que busquemos aliviar a los demás de esa carga de miseria. El pecado nos lleva a buscar la justificación en respuesta a nuestra culpa, la santificación en respuesta a nuestra corrupción y la transformación en respuesta a la miseria del mundo.
La dificultad que los cristianos han enfrentado ha sido el hallar un equilibrio adecuado para estos asuntos. El peligro está en que uno tienda a dominar a los demás de una manera poco sana. Demasiado enfoque en la justificación puede llevar al antinomianismo. Demasiado enfoque en la transformación puede llevar al liberalismo. Demasiado enfoque en la santificación puede llevar al legalismo. El tipo de ascetismo que surgió en Egipto constituyó una seria preocupación por la santificación que fue demasiado lejos y que utilizó métodos no bíblicos. Pero el deseo de los ascetas por la santidad debería inspirarnos.