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Sal
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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Palabras y frases bíblicas mal entendidas
La palabra hebrea bamah, traducida como «lugar alto», ha desconcertado a los lingüistas por mucho tiempo. En otros idiomas semíticos antiguos, sus cognados se refieren a los «flancos» o «lados» de un animal, y a veces se usan para referirse al campo abierto en las laderas de las colinas donde se libraban batallas (ver Sal 18:33-34). Sin embargo, la Septuaginta —la traducción griega del Antiguo Testamento— a veces traduce bamah con la palabra griega para «picos de montañas». Esto concuerda con los versículos que describen una bamah como algo a lo que uno asciende (1 S 9:13-14, 19) o algo asociado con las nubes (Is 14:14).
Por lo tanto, no sorprende que bamah se traduzca como «lugar alto», aunque la mayoría de los eruditos no creen que los escritores bíblicos hayan estado pensando principalmente en la altura. Los arqueólogos llaman bamah a cualquier santuario o lugar de culto encontrado en las antiguas ciudades israelitas. Un ejemplo de esto es el pequeño templo que existía dentro de la fortaleza judía de Arad hasta que fue desmantelado, probablemente como parte de las reformas de Ezequías (ver 2 R 17:9).
Lo que es clave es que Israel construyó santuarios, a veces al aire libre (1 R 14:23; 2 R 16:4) y otras veces en sus ciudades y pueblos (1 R 13:32; 2 R 23:5; 2 Cr 28:25). Pero ¿cuál fue su razón para construirlos?
Algunos lugares altos fueron el resultado de la idolatría y la práctica religiosa pagana. Números 33:51-52 establece que Israel debía destruir varios implementos religiosos cananeos, incluidos los lugares altos. Salomón construyó un lugar alto para los falsos dioses extranjeros Quemos y Moloc (1 R 11:7), y el malvado rey Manasés construyó lugares altos durante su abominable atracón de idolatría (2 R 21:1-5), de modo que algunos lugares altos fueron el fruto amargo de la apostasía.
Pero otros lugares altos fueron dedicados a Yahvé por los israelitas que buscaban ofrecer una adoración aceptable. 1 Samuel 9:11-27 habla del primer encuentro de Saúl con Samuel. Samuel asistió a un banquete en el lugar alto de la ciudad para bendecir el sacrificio; presumiblemente estaba siendo ofrecido al Señor. Después de todo, Dios se estaba comunicando con Samuel en ese mismo momento acerca de Saúl, sin ningún indicio de que este lugar alto no fuera ortodoxo (ver vv. 15-17). 1 Reyes 3:2 incluso declara que la gente sacrificaba en los lugares altos «porque en aquellos días aún no se había edificado casa al nombre del SEÑOR», aunque el siguiente versículo describe la frecuentación de los lugares altos por parte de Salomón como algo incoherente con su amor por el Señor. Cuando Ezequías derribó los lugares altos, el enviado asirio trató de aprovechar ese acto en su contra, acusando a Ezequías de derribar los lugares altos dedicados al mismo Dios en quien estaba poniendo su confianza (2 R 18:22; Is 36:7).
Es mejor interpretar estos últimos ejemplos de lugares altos como unos que fueron tolerados ocasionalmente por Yahvé, aunque no eran Su intención para la adoración verdadera ni, en última instancia, conducentes a la adoración pura. Esta es la razón por la cual incluso los reyes justos de Judá fueron criticados con la expresión: «Sin embargo, los lugares altos no fueron quitados; todavía el pueblo sacrificaba y quemaba incienso en los lugares altos» (p. ej., 1 R 22:43; 2 R 12:3; 14:4; 15:4). Esta es también la razón por la cual las reformas de Ezequías y Josías, que involucraron la destrucción de los lugares altos, fueron tan importantes en la historia de Israel. Después de todo, Moisés había advertido a Israel que la idolatría en los lugares altos conduciría finalmente al exilio (Lv 26:30).
La historia de los lugares altos en Israel nos recuerda la importancia de adorar a Dios solo como Él lo ha indicado en Su Palabra. Los esfuerzos por ir más allá de la Palabra de Dios en la adoración no terminan bien. Los esfuerzos por «mejorar» la adoración basados en sentimientos, preferencias, pragmatismo, precedentes, popularidad o buenas intenciones no terminan bien. La historia de los lugares altos nos enseña a estar contentos con la voluntad revelada de Dios para la adoración, recordándonos que Él nunca dejará de encontrarse con nosotros con gracia y misericordia cuando lo adoramos en espíritu y en verdad (Jn 4:24).