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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Metáforas bíblicas para la vida cristiana.

De principio a fin, la Biblia está llena de historias y ejemplos de corderos, ovejas y pastores. Ya en Génesis 4, con la ocupación y la adoración de Abel, las Escrituras centran nuestra atención en el sacrificio justo de un cordero y el asesinato de un pastor. Es una triste introducción a las realidades del pecado, pero también alude indirectamente a las dificultades que enfrentarían las ovejas y los pastores. La identidad de los patriarcas como pastores los convirtió en una abominación para los egipcios (Gn 46:24). Los más grandes líderes nacionales del Antiguo Testamento, Moisés y David, atravesaron dificultades como pastores de ovejas antes de servir como profeta y rey de Israel, respectivamente. Para ellos, su pueblo, e incluso ellos mismos, eran como ovejas necesitadas de un pastor (Nm 27:17; Sal 23). Desde el momento del éxodo en adelante, la fiesta de la Pascua dirigió la atención de los creyentes aún más claramente a la necesidad de que el cordero tomara el lugar de ellos frente al juicio. A lo largo de su historia, los israelitas sobrevivieron cuidando, comiendo y sacrificando ovejas, y a través de esto aprendieron a verse a sí mismos como ovejas.
Lo cierto es que las metáforas que se basan en esta experiencia son muy útiles para producir humildad en el creyente. Si tuviéramos más experiencia con ovejas, como muchos israelitas, creo que tendríamos una comprensión mucho más rica y realista de las comparaciones. Mi propia experiencia se limitó a unas pocas horas tratando de ayudar a un agricultor en el día de la esquila. Aprendí que las ovejas realmente se pierden, se meten en todo tipo de problemas, se ensucian mucho e incluso pueden ser agresivas. Hermosos corderitos fueron pisoteados a muerte por otras ovejas. Escuché sobre amenazas de lobos, coyotes e incluso cuervos. La realidad es que el uso bíblico de las ovejas como metáfora no es tan sentimental como podríamos pensar. Muchas de las metáforas y comparaciones asumen las debilidades de las ovejas, su tendencia a la autodestrucción y la dificultad de pastorearlas.
La marca principal de las ovejas verdaderas es que oyen la voz de Cristo y responden a Su voz acudiendo a Él y siguiéndole (Jn 10:27).
Cuando buscamos las metáforas sobre las ovejas en los salmos, los profetas y los evangelios, encontramos muchos textos que nos humillan como creyentes al compararnos con las ovejas. Aprendemos que los creyentes son relativamente indefensos y que necesitan protección. Las ovejas necesitan que se les muestren los pastos que son mejores para ellas. Necesitamos desesperadamente la guía de la Palabra de Dios (Sal 119:176). Cuando nos desviamos por nuestra pecaminosidad, necesitamos que nos rescaten (Is 53:6; Mt 18:12-14). La terquedad del pueblo de Dios los llevó a ser abandonados como un cordero en el desierto (Os 4:16). En tiempos de prueba, las ovejas tropiezan y se dispersan (Mt 26:31). Existe el peligro de que pastores malvados abusen de las ovejas, las espanten y no las cuiden debidamente (Ez 34). Los falsos profetas se disfrazan de ovejas, pero resultan ser lobos voraces (Mt 7:15). El Señor miró con ira a estos líderes malvados y prometió visitar personalmente a Su rebaño (Zac 10:3).
Varias de las metáforas en el Nuevo Testamento nos llevan a pensar seriamente en la necesidad de discernimiento y sabiduría. El Señor Jesús advirtió a Sus discípulos en Mateo 10:16: «Mirad, Yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas». Los cristianos que viven en medio de los incrédulos deben darse cuenta de que están rodeados de personas que son espiritualmente, y a veces incluso físicamente, peligrosas para ellos. Lamentablemente, el peligro no es solo por los lobos que están fuera de la Iglesia; incluso otros miembros de la Iglesia pueden «morderse y devorarse» unos a otros (Gal 5:15). Al responder a las personas difíciles o peligrosas, como cristianos no somos llamados a volvernos como lobos, sino a ser sabios e inofensivos. Para esto debemos conocer bien las Escrituras, estar listos para dar una razón de la esperanza que tenemos, e incluso saber cuándo guardar silencio. También se nos recuerda, con la imagen de las ovejas y las cabras en Mateo 25:32, que en última instancia el Señor Jesús es el Pastor que discernirá entre Su verdadero rebaño y los impostores en el día final. Él es el Pastor que conoce perfectamente cada motivación y cada pecado secreto, y sabe cuándo falta amor. Aunque Su rebaño parezca estar mezclado en el presente, un día será puesto en orden. Es mucho mejor que uno discierna su corazón hoy mismo y se arrepienta de ser una «cabra» o un «lobo» antes de que sea demasiado tarde. La marca principal de las ovejas verdaderas es que oyen la voz de Cristo y responden a Su voz acudiendo a Él y siguiéndole (Jn 10:27).
Al final, la belleza y el poder de la metáfora de las ovejas en las Escrituras no se encuentra principalmente en una comparación sentimental con un cordero, sino en reconocer nuestra tendencia hacia el pecado y la necedad. Lo más importante es que el Señor ha prometido cuidar a pecadores pobres y necesitados. «Como pastor apacentará Su rebaño, en Su brazo recogerá los corderos, y en Su seno los llevará» (Is 40:11). Él fue y es el Buen Pastor que da Su vida por las ovejas y que reúne a Su rebaño (Jn 10:11-16). Pero aún más profundamente, Él es el Salvador que se rebajó hasta el punto de convertirse en «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (1:29). Aunque Él es el Verbo mismo de Dios, «Como oveja fue llevado al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, no abre Él Su boca» (Hch 8:32). La belleza de la metáfora es que nos enseña cuánto dio el Señor por los pecadores y cuán profundo es Su amor al convertirse en el Cordero de la Pascua. Sin embargo, la metáfora no termina ahí. Al final de la Escritura, la obra de Cristo hace que el símbolo pequeño, humilde y débil del Cordero se convierta en el símbolo más grande y glorioso de poder sobre el mal. Cristo el Cordero es Señor de señores y Rey de reyes (Ap 17:14). El Cordero es el esposo de la Iglesia, y Él es el objeto central de nuestra adoración eterna (caps.19-22).