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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo IX
«Ora con tu boca, clama con tu corazón y haz peticiones mientras trabajas, de modo que cada día y cada noche, en cada hora y cada momento, Dios pueda siempre asistirte». Estas son las palabras de la noble cristiana del siglo IX, Dhuoda. Ella acuñó estas palabras de amonestación a su hijo Guillermo. Ella estaba preocupada en que su hijo mayor, un paje en la corte de Carlos el Calvo, llegara a entender lo que significa ser un hombre piadoso. El Manual para mi hijo de Dhuoda contenía el sabio consejo a su hijo respecto a la necesidad de orar diariamente, su conducta en adoración pública y la importancia de su reverencia en la oración, en la adoración y en todo en la vida.
Este es un ejemplo de la clase de escritos que surgieron del siglo IX. Temprano en el siglo IX, un pastor local produjo un catecismo para laicos de modo que pudieran entender las formulaciones doctrinales de la Escritura. Cerca de mediados de siglo, Jonás, obispo de Orleans, escribió El estilo de vida laico, un catecismo para laicos respecto a la gran variedad de asuntos pertenecientes a la vida y la moral cristianas. En la última parte del siglo IX, Alfredo el Grande de Inglaterra tomó parte en la traducción de la obra clásica de Gregorio Magno, Regula Pastoralis, y se aseguró de que todo pastor recibiera una copia para que pudiera estar mejor equipado para pastorear al rebaño de Cristo.

Aunque muchos de estos escritos están repletos de errores doctrinales, revelan la verdad innegable de que el Señor Dios Todopoderoso estaba edificando Su Iglesia en el siglo IX, y las puertas medievales de la Era de las Tinieblas no prevalecerían contra ella. Sin duda, hubo disputas eclesiásticas divisivas en el siglo IX, hubo corrupción entre el liderazgo de la iglesia y los errores doctrinales abundaban. Muchas cosas no han cambiado. Pero gracias sean dadas a Dios porque Él mismo no ha cambiado, ni tampoco puede. Nuestro Dios ha sido nuestra ayuda en las edades pasadas y Él es nuestra esperanza en los años por venir. Él es fiel a Su promesa y, siendo el Dios Soberano de las promesas, Él seguirá levantando, llamando y enviando a Su generación de hombres y mujeres fieles en cada generación en preparación para Su venida, cuando entonces «clamaremos con el corazón» y con nuestras voces ante Su rostro, coram Deo, con ese ejército de Sus elegidos de toda era, toda nación y toda lengua.