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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia De la Iglesia: Siglo XII
En el siglo XII, la Iglesia de Europa Occidental era realmente poderosa e impresionante. En la emergente arquitectura gótica, podemos ver algo de la devoción del pueblo y de la riqueza de los obispos. En el desarrollo de la teología escolástica, podemos ver algo del dominio intelectual y el refinamiento del pensamiento entre los teólogos académicos. En las cruzadas contra el islam en Jerusalén y contra los herejes en casa, podemos ver algo de la fuerza coercitiva de la iglesia en cooperación con el Estado.
Sin embargo, este éxito alienó a algunos en Europa. Para estos, la iglesia estaba muy corrompida por su poder. Para estos, la iglesia parecía haber olvidado el llamado de Cristo a no ser del mundo, a la pobreza y a la humildad. En varios movimientos, a menudo bastante divergentes, surgió una reacción de simplicidad cristiana contra la riqueza y el poder de la iglesia.
La iglesia establecida consiguió contener parte de este malestar, sobre todo mediante el ascetismo de los movimientos monásticos. Pero incluso estos movimientos con el tiempo tendieron a corromperse por la riqueza y la inmoralidad. Francisco de Asís (1181–1226 d.C.), quien abrazó la pobreza de forma radical, se erigió como un testimonio fuerte contra la mayor parte de la iglesia de su tiempo. Sin embargo, incluso el movimiento franciscano acabó siendo domesticado dentro de la iglesia.
Algunos de los descontentos se movieron fuera de la iglesia y de la enseñanza ortodoxa. Los cátaros, también conocidos como albigenses, adoptaron una religión espiritualista que rechazaba lo material de forma tan radical que no dejaba lugar a la encarnación. Este movimiento atrajo a muchos seguidores, sobre todo en el sur de Francia, y fue perseguido con saña por la iglesia y el Estado.
Otra crítica contra la iglesia fue iniciada por un mercader de la ciudad francesa de Lyon, llamado Pedro Valdo o Pedro Valdez (m. 1218). No sabemos mucho sobre su vida. Como muchos otros, abrazó el valor de la pobreza, regalando sus riquezas y propiedades en 1170. A sus seguidores a veces les llamaban los pobres de Lyon. Pero su crítica a la iglesia no adoptó ni el amor radical a la pobreza en sí misma, como había hecho Francisco, ni la espiritualización radical de los cátaros. En cambio, se volvieron hacia la visión sencilla del cristianismo que encontraron en la Biblia. Valdo se ocupó en la traducción de la Biblia a la lengua del pueblo. Él y sus seguidores se dedicaron a predicar un entendimiento sencillo de la Biblia.
Los valdenses no pretendían abandonar la iglesia, sino que querían la aprobación de esta para predicar. Su predicación era básicamente ortodoxa, pero criticaban duramente al clero por no enseñar ni guiar fielmente al rebaño de Cristo. La iglesia temía la ignorancia de tales predicadores y el daño potencial que podían causar. En 1184, los valdenses fueron excomulgados y empezaron a sufrir persecución. No abandonaron la iglesia, sino que fueron expulsados de ella. Empezaron a rechazar las prácticas no bíblicas como las oraciones por los muertos y la veneración de las reliquias. También empezaron a criticar la confianza del clero en los sacramentos como centro de la vida cristiana, rechazando finalmente las doctrinas del purgatorio y la transubstanciación. Llamaron a los cristianos a vivir en bondad y amor.
Durante un tiempo, el movimiento se extendió ampliamente por partes de Alemania y Austria, así como por el norte de Italia. Sin embargo, la persecución eclesiástica fue severa y acabó reduciendo el movimiento a un remanente en los valles del norte de Italia. Los esfuerzos por erradicarlos a lo largo de los siglos fracasaron y fue apenas en 1870 que los valdenses recibieron derechos civiles plenos en Italia.
Cuando comenzó la Reforma en el siglo XVI, se establecieron contactos entre los valdenses y los reformadores. Finalmente, los valdenses aceptaron la verdadera conexión espiritual entre su movimiento y el protestantismo. Desgraciadamente, esta conexión condujo a una persecución aun mayor del movimiento.
A veces se ha incluido a Valdo y a sus seguidores entre los precursores de la Reforma. Esto es apropiado porque la gran Reforma del siglo XVI no fue algo sin precedentes en la historia. Los reformadores no fueron santos de los últimos días que restauraron una iglesia que había desaparecido de la faz de la tierra. Al igual que los valdenses, ellos querían purificar y reformar la iglesia según la Escritura.
Los valdenses no solo fueron precursores, sino también testigos de la presencia de la Palabra y el Espíritu de Cristo en la iglesia a lo largo de los siglos. Dieron expresión a aspectos de la religión apostólica que estaban amenazados de extinción en la iglesia dominante. Ellos nos recuerdan que, en cada época, Cristo cumple Su promesa: «Edificaré mi iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt 16:18).