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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El juicio a Lutero: La Dieta de Worms
El 18 de abril de 1521, Martín Lutero se presentó por segunda vez ante el emperador Carlos V en la dieta que se celebraba en Worms. La dieta anticipó escuchar sus respuestas a las dos preguntas que le habían hecho el día anterior: primero, ¿era él el autor de las veinticinco obras que se habían reunido allí?; y segundo, ¿se retractaría ahora de las falsas enseñanzas que contenían? Lutero reconoció fácilmente la autoría de las obras y luego trató de entablar una discusión sobre cuáles eran las falsas enseñanzas en sus obras. Esta estrategia no funcionó, y se le informó que él era teólogo y conocía muy bien las herejías que había enseñado.
Luego, Lutero pronunció uno de los discursos más importantes en la historia de la iglesia. No tenemos el texto completo del discurso, pero sí tenemos varios relatos de distintos observadores y, por lo tanto, tenemos un registro bastante detallado de lo que dijo. Pero, irónicamente, no estamos seguros de una de las declaraciones más citadas y conocidas del discurso: «En esto me mantengo; no puedo hacer otra cosa». No todos los relatos incluyen esta declaración, y muchos historiadores dudan de que Lutero realmente la haya dicho. Pero sí sabemos que se paró allí ante los poderes del mundo y la iglesia con un compromiso y una valentía extraordinaria.

Lutero había sido tremendamente valiente al venir a Worms. Fue valiente para resistir la presión de hacer las paces para sí mismo y para los demás repudiando lo que había enseñado y sometiéndose a lo que la iglesia había enseñado durante mucho tiempo. Volvió a mostrar ese tremendo valor en las audaces palabras con las que concluyó su discurso:
A menos que sea convencido por el testimonio de las Sagradas Escrituras o por una razón evidente —ya que no creo ni al papa ni a los concilios, pues es claro que han errado y se han contradicho reiteradamente— me considero preso del testimonio de las Sagradas Escrituras, la cual es mi base; y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. Por lo tanto, no puedo y no me retractaré, porque actuar en contra de la propia conciencia no es ni seguro ni sano. [En esto me mantengo; no puedo hacer otra cosa]. Que Dios me ayude. Amén.
Con estas palabras, Lutero dejó en claro la fuente y la autoridad de la teología por la que estaba siendo juzgado. Ya había sido excomulgado por la iglesia, y ahora corría el riesgo de ser declarado criminal por el Estado, con su vida y propiedad confiscadas, debido a esta enseñanza.
La iglesia había insistido en que su conciencia debía someterse a sus enseñanzas. La iglesia había desarrollado a lo largo de los siglos estructuras de autoridad que creía que hablaban por Cristo. El papa, como sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra, tenía la autoridad para enseñar y obligar las conciencias de los cristianos. Los concilios ecuménicos de la iglesia también hablaron la verdad con la autoridad de Cristo. La autoridad de los papas y los concilios había sido aceptada durante siglos en la iglesia occidental. ¿Cómo se atrevía un hombre a oponerse a esas autoridades?
Lutero se había enfrentado a tales preguntas antes, y había orado de manera ferviente sobre este asunto de nuevo durante la noche anterior a su segunda reunión en la dieta. Allí, ante el emperador, expuso de manera clara la notable conclusión a la que le habían llevado sus estudios. Primero, su estudio de la historia y teología de la iglesia lo había llevado a la convicción de que varios papas y concilios en sus enseñanzas oficiales se habían contradicho entre sí. ¿Cómo podrían tener la autoridad de Cristo y estar sin error cuando no estaban de acuerdo unos con otros?
Lutero ya no se presentaba simplemente como un hombre medieval que aceptaba sin cuestionar la autoridad tradicional de la iglesia. Lutero fue en muchos sentidos un hombre muy medieval en su vida y creencias, pero vivió en la era del Renacimiento y se benefició del trabajo de los eruditos de esa época. El Renacimiento había dado lugar a la impresión de muchas obras de la historia de la iglesia que dejaban en claro que los teólogos, papas y concilios en verdad diferían entre sí. El Renacimiento despertó una apreciación del movimiento histórico. La teología de la iglesia no había sido estática e inmutable como se pretendía. La convicción medieval de que la Escritura y la tradición siempre estuvieron de acuerdo no pudo resistir el escrutinio.
No obstante, para Lutero mucho más importante que el estudio de la historia y la teología era el estudio de la Biblia. Como le gustaba decir, la iglesia lo había convertido en profesor de la Biblia y le había hecho jurar que enseñaría la Biblia fielmente, y eso era lo que estaba haciendo y siempre lo había hecho. Su conciencia estaba cautiva de la Palabra de Dios, que era su única autoridad final. Por lógica, estaba enseñando claramente que la Biblia sola era verdadera siempre y nunca se contradecía a sí misma. Solo la Biblia era la autoridad absolutamente confiable de Cristo en la iglesia. Donde la Biblia habla, el cristiano debe creer y seguir, sin importar las consecuencias.
Lutero sabía que estaba separando la Escritura de la tradición de una manera que no se había hecho en mucho tiempo en la historia de la iglesia. Reconoció ante la dieta que seguir la Palabra de Cristo dividiría a la iglesia:
Por causa de la Palabra de Dios surgen celos y disputas. Porque ese es el curso, la manifestación y el efecto de la Palabra de Dios; como dice Cristo: No vine a traer paz, sino espada, porque vine a poner al hombre contra su padre, etc. Por eso debemos tener en cuenta que Dios es maravilloso y terrible en Su consejo, por lo que no nos esforzaremos en suavizar las diferencias si al hacerlo condenamos la Palabra de Dios. A través de esto, una inundación de maldad insufrible muy probablemente se derramará sobre nosotros.
Como cristiano profundamente bíblico, Lutero sabía que su llamado no era preservar la riqueza, la influencia o la unidad formal de la iglesia. Menos aún fue llamado a preservar la cristiandad o la civilización occidental. Él fue llamado a predicar el evangelio.
En su apelación a la conciencia y a la razón evidente, no se presentaba como un hombre «moderno», defendiendo el individualismo y la libertad personal para creer lo que quisiera. Aceptó la autoridad de la conciencia solo cuando se sometía a la Palabra de Dios. Al referirse a la razón evidente, no estaba estableciendo la razón como una autoridad autónoma sino que estaba hablando más bien de un pensamiento claro o un uso cuidadoso de la mente al estudiar la Biblia.
Para Lutero, la Biblia era la Palabra misma, la revelación exacta de Dios. Es tan verdadera como Dios es verdadero. Es tan confiable como Dios es confiable. Tiene tanta autoridad como Dios tiene autoridad. Nosotros, los humanos, debemos usar nuestros talentos hechos a la imagen de Dios para entender esa Palabra, y como somos pecadores que esperan la salvación, debemos aceptar el evangelio que enseña.
Lutero se describió poderosamente a sí mismo y a su enseñanza como «cautivos de la Palabra de Dios». No estaba siendo creativo ni autoafirmativo, ni se deleitaba en la rebelión. Más bien, fue impulsado por la Palabra, tomado y retenido por ella. Conocía el peligro, pero también conocía el gozo y la libertad de enseñar como lo habían hecho las Escrituras y los apóstoles. Este era el camino seguro mientras estaba delante de Dios y firme mientras esperaba la misericordia de Jesús. Lutero abrazó la cruz y todo lo que le trajo, pues sabía por la Biblia que, ya sea que viviera o muriera, él era del Señor.
Las últimas palabras de Lutero en la dieta, «Que Dios me ayude. Amén», a menudo se han pasado por alto o se han tratado como piedad convencional. Pero estas palabras son tan importantes como todo lo que dijo ese día. Encomendó su causa a Dios, el único que al final podía ayudarlo. No sabía si viviría o moriría. Pero tenía confianza en que había servido de manera fiel al Señor de acuerdo con Su Palabra y había predicado el evangelio de Jesucristo. Él creyó que el Señor lo ayudaría a lograr todo lo que le había ordenado hacer. Y Dios cumplió Su propósito tal y como Lutero esperaba cuando adoptó como lema de su vida las palabras del Salmo 118:17: «No moriré, sino que viviré, y contaré las obras del SEÑOR».
Dios lo ayudó. Lutero predicaría, enseñaría y escribiría durante otros veinticinco años. No vería a toda la iglesia reformada de acuerdo con la Palabra de Dios como había esperado. Pero vería la Palabra de Dios restaurada a su lugar adecuado en la iglesia verdadera y vería el evangelio predicado y creído por todas partes. Se mantuvo firme allí en Worms y Dios lo ayudó, y a través de Lutero, Dios nos ayudó. Amén.