Humildad y sabiduría
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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las doctrinas de la gracia
El año de nuestro Señor 2023-24 marca el aniversario 405 de la reunión del Sínodo de Dort en Dordrecht, Países Bajos. El sínodo fue convocado para resolver la controversia en curso en las iglesias neerlandesas sobre las enseñanzas de Jacobo Arminio y sus seguidores acerca de la elección. El documento elaborado por el sínodo, conocido como los Cánones de Dort, afirmó cinco puntos principales de doctrina en respuesta a los errores de los arminianos. Hoy, estos cinco puntos, son descritos con frecuencia como las «doctrinas de la gracia». También se les asocia frecuentemente con el acrónimo TULIP (en inglés, esto corresponde a: depravación total, elección incondicional, expiación limitada, gracia irresistible, perseverancia de los santos), aunque este acrónimo altera la secuencia de los puntos adoptados y en algunos casos puede ofrecer una impresión engañosa de la enseñanza de los cánones.
Este artículo seguirá la secuencia de los cánones. Aunque a veces se olvida, esta secuencia ya estaba establecida cuando se convocó el Sínodo de Dort en 1618. Antes de la reunión del sínodo, los arminianos habían presentado su enseñanza en forma de cinco opiniones. Por tanto, los cinco puntos de los Cánones de Dort fueron escritos como respuesta directa a los errores de Arminio y sus seguidores. No fueron escritos para ofrecer una declaración completa de la fe reformada, sino para resolver la controversia, provocada por las enseñanzas de Arminio, sobre la soteriología calvinista.
Durante sus deliberaciones, el Sínodo de Dort consideró que los cinco artículos arminianos eran contrarios a la Palabra de Dios. Contra las enseñanzas arminianas de la elección divina basada en el conocimiento previo de la fe, la expiación universal, la gracia resistible o ineficaz y la posibilidad de caer de la gracia, los cánones evidenciaron las doctrinas bíblicas de la elección incondicional, la expiación definitiva (o redención particular), la depravación radical, la gracia eficaz y la perseverancia de los santos. En cada uno de estos puntos, los cánones presentan primero una declaración positiva de la enseñanza escritural y luego concluyen con un rechazo de los errores arminianos correspondientes.
Primer punto: la elección incondicional
En los artículos iniciales del primer punto principal de doctrina, los cánones resumen los aspectos más importantes del evangelio bíblico. Estos incluyen el hecho de que debido a que «todos los hombres han pecado en Adán y se han hecho reos de maldición y muerte eterna» (artículo 1), Dios ha manifestado Su amor al enviar a Su Hijo unigénito (artículo 2), y que la ira de Dios continúa reposando sobre aquellos que no creen en el evangelio de Jesucristo (artículo 3). En el marco de estas verdades, los cánones abordan la pregunta fundamental a la que se dirige la doctrina bíblica de la elección: ¿Por qué algunos creen y se arrepienten ante la predicación del evangelio pero otros permanecen en sus pecados y bajo la justa condenación de Dios? La respuesta a esta pregunta en su nivel más profundo se encuentra en la elección incondicional de Dios en Cristo, de algunas personas para salvación:
Que algunos reciban el don de la fe de Dios y otros no lo reciban, procede del decreto eterno de Dios, «que hace saber todo esto desde tiempos antiguos» (Hch 15:18; Ef 1:11). Según tal decreto ablanda, por pura gracia, los corazones de los elegidos, por obstinados que sean, y les inclina a creer, pero según Su justo juicio abandona a su maldad y obstinación a quienes no son elegidos. Y es aquí donde, estando los hombres en similar condición de perdición, se nos revela esa profunda, misericordiosa e igualmente justa distinción de personas, o ese decreto de elección y reprobación revelado en la Palabra de Dios. El cual, si bien los hombres perversos, impuros e inestables tuercen para su propia destrucción, también da un inefable consuelo a las almas santas y temerosas de Dios (Artículo 6).
Debido a que el propósito soberano y misericordioso de la elección de Dios es la fuente de la fe, los cánones continúan afirmando que, por esa razón, la elección no puede basarse en la fe. Dios no elige salvar «en virtud de previsión de la fe, la obediencia de la fe, la santidad ni ninguna otra buena cualidad o disposición, como causa o condición, previamente requeridas en el hombre que habría de ser elegido» (Artículo 9). La fe no es una obra meritoria, sino que es en sí misma un don de gracia que Dios concede a aquellos a quienes llama según Su propósito (Hch 13:48; Ef 2:8-9; Fil 1:29).
Después de articular la enseñanza bíblica de la elección incondicional, los cánones afirman que esta elección soberana y misericordiosa de un número particular de personas para salvación significa que algunos pecadores han sido «pasados por alto» y «abandonados» en sus pecados (Artículo 15). Aquellos a quienes Dios no elige para salvar en Cristo pertenecen al grupo de todos los pecadores caídos, que «por su propia culpa» se han hundido voluntariamente en una «común miseria». En el caso de los elegidos, Dios, misericordiosa y bondadosamente, elige concederles la salvación en y a través de la obra de Cristo (Ef 1:3-7). En el caso de los réprobos, Dios demuestra Su justicia al elegir retener Su gracia y finalmente condenarlos por sus pecados e incredulidad (Ro 9:22-24).
Segundo punto: la expiación definitiva
De los cinco puntos de doctrina resumidos en los cánones, el segundo recibe el tratamiento más breve. En los artículos iniciales de este segundo punto, los cánones afirman que la única manera posible de que los seres humanos pecadores escapen de la condenación y muerte que merecen sus pecados radica en la obra expiatoria de Jesucristo a favor de ellos (Artículo 2). La obra sustitutiva de la expiación de Cristo es la única manera en que la justicia de Dios puede ser satisfecha y los pecadores caídos pueden recuperar su favor con Él. Después de enfatizar la necesidad de la obra expiatoria de Cristo en la cruz, los cánones afirman el valor infinito de la obra completa de Cristo. El sacrificio expiatorio de Cristo «es el sacrificio y la satisfacción única y perfecta por los pecados» y es «de valor y dignidad infinitas, y abundantemente suficiente como para expiar los pecados del mundo entero». Por lo tanto, la iglesia debe proclamar el evangelio de la salvación por medio de Cristo «a todos los pueblos y personas a los que Dios, según Su beneplácito, envía Su evangelio». La iglesia está llamada a proclamar «sin distinción» que todo el que crea en el Cristo crucificado y se aparte de sus pecados no perecerá, sino que tendrá vida eterna.
Después de establecer la necesidad de la obra expiatoria de Cristo y afirmar su infinito valor y suficiencia, los autores de los cánones exponen la tesis central del segundo punto de doctrina. La obra expiatoria de Cristo fue proporcionada por el diseño y la intención de Dios para los elegidos en particular:
Porque este fue el consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios Padre: que la eficacia vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se extendiese a todos los elegidos para dotarlos únicamente a ellos de la fe que justifica, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación; es decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que Él corroboró el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus, linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la eternidad fueron elegidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre; los dotase de la fe, como asimismo de los otros dones salvadores del Espíritu Santo, que Él les adquirió por Su muerte; los limpiase por medio de Su sangre de todos sus pecados, tanto los originales o connaturales como los actuales (Artículo 8).
Tercer y cuarto puntos: la depravación radical y la gracia eficaz
En el tercer y cuarto puntos principales de doctrina, los cánones establecen la enseñanza de las Escrituras sobre la depravación radical de los pecadores caídos y la obra eficaz del Espíritu de Cristo en la regeneración y la conversión.
La posición de los cánones sobre la difícil situación del hombre pecador se describe claramente en los primeros cinco artículos de esta sección de los cánones. En los artículos primero y tercero, se establece un marcado contraste entre el estado original de integridad del hombre cuando fue creado por Dios y su estado pecaminoso o depravación radical después de la caída.
Desde el principio, el hombre fue creado a imagen de Dios, y su mente adornada con conocimiento verdadero y salvífico de su Creador y de las cosas espirituales; con rectitud en su voluntad y en su corazón, con pureza en todos sus afectos; y por lo tanto, totalmente santo. Pero rechazó a Dios por insinuación del diablo y de su voluntad libre, se privó a sí mismo de estos excelentes dones, y a cambio ha atraído sobre sí, en lugar de aquellos dones, ceguera, oscuridad horrible, vanidad y perversión de juicio en su mente; maldad, rebeldía y dureza en su voluntad y en su corazón; así como también impureza en todos sus afectos (Artículo 1).
Por lo tanto, todos los hombres son concebidos en pecado y por nacimiento hijos de ira, incapaces de ningún bien salvífico, e inclinados al mal, muertos en pecados y esclavos del pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su naturaleza depravada, ni pueden ellos mismos disponerse a corregirla sin la gracia del Espíritu Santo, que es quien regenera. (Sal 51:5; Jn 3:5-7; Ef 2:1-3; Ro 8:7, 8; 1 Co 2:14) (Artículo 3).
Los cánones comienzan a tratar sobre la obra del Espíritu en la aplicación de la redención enfatizando que el evangelio debe publicarse en todas las naciones. En esta publicación del evangelio, Dios
muestra formal y verdaderamente en Su Palabra lo que a Él le agrada, a saber: que sin duda los llamados acudan a Él. Además, a todos los que vienen a Él y creen, les promete también la paz del alma y la vida eterna (Artículo 8).
Esto significa que no es culpa de Cristo ni del evangelio que los pecadores se nieguen a creer y a arrepentirse cuando son llamados a través del evangelio. Dios llama sinceramente a todos a creer a través del evangelio, prometiendo la salvación, sin distinción, a todos los que respondan a este llamado mediante la fe y el arrepentimiento. Por lo tanto, la culpa de la incredulidad y la impenitencia de muchos es enteramente suya.
¿Qué pasa con aquellos que creen y se arrepienten (que se convierten) ante la predicación del evangelio? ¿Se les debe dar crédito por su fe y arrepentimiento como si fueran logros propios? Los autores de los cánones responden a esta pregunta, primero, al negar que tal fe y arrepentimiento deban ser acreditados al creyente y, segundo, al afirmar que la fe y el arrepentimiento son el fruto de la obra del Espíritu a través del evangelio. De este modo, no se les debe atribuir a sí mismos la conversión cuando son llamados a través del ministerio del evangelio, «como si él por su libre voluntad se distinguiese de los otros que son provistos de igual o suficiente gracia (como sostiene la orgullosa herejía de Pelagio)» (Artículo 10). Para nada. Porque así como Dios desde la eternidad escogió a los Suyos en Cristo, también
llama a estos mismos en el tiempo, los dota de la fe y de la conversión… a fin de que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable, y esto a fin de que no se gloríen en sí mismos, sino en el Señor. Pues esto es lo que testifican los escritos apostólicos en distintas partes.
En los siguientes artículos de los puntos tercero y cuarto, los cánones brindan un relato bíblico de la manera en que el Espíritu obra en el corazón y la vida del creyente. Hablando de la obra del Espíritu al aplicar el evangelio, los cánones afirman que Dios, por el Espíritu, ilumina poderosamente las mentes de los creyentes «a fin de que lleguen a comprender y distinguir rectamente las cosas que son del Espíritu de Dios» (Artículo 11). Además, mediante «la eficacia regeneradora de este mismo Espíritu», Dios «penetra también hasta las partes más íntimas del hombre… abre el corazón que está cerrado; Él quebranta lo que está endurecido; Él circuncida lo que es incircunciso». Esta obra del Espíritu incluye dar a la voluntad del pecador, que de otro modo estaría cautivo del pecado, la disposición a hacer el bien; hacer que la voluntad, de otro modo muerta y sin vida para las cosas de Dios, comience a vivir y se vuelva receptiva al llamado del evangelio; hacer que la voluntad, que de otro modo no quisiera porque no puede, comience a desear la justicia; y activar y avivar la voluntad, de otro modo inactiva y sin vida, para producir los buenos frutos que provienen de un árbol que ha sido hecho bueno. Al hacerlo, el Espíritu de Dios efectivamente permite que el pecador, espiritualmente muerto y esclavo del pecado por naturaleza, se vuelva voluntariamente en arrepentimiento y fe a Dios:
…de modo que todos aquellos en cuyo corazón obra Dios de esta manera milagrosa, son regenerados cierta, infalible y eficazmente, y de hecho creen. Con lo cual, la voluntad, siendo entonces renovada, no solo es movida y conducida por Dios, sino que, siendo movida por Dios, obra también ella misma. En consecuencia, con razón se dice que el hombre mismo cree y se convierte por medio de la gracia que ha recibido (Artículo 12).
Quinto punto: la perseverancia de los santos
Los artículos iniciales del quinto punto principal reconocen que los creyentes luchan continuamente con el pecado y la tentación, e incluso en ocasiones caen en pecados graves (por ejemplo, la negación de Pedro). En el marco de esta visión bíblicamente realista de la lucha actual contra el pecado remanente, los cánones afirman la misericordiosa preservación de los verdaderos creyentes por parte del Dios trino. Si se les dejara solos, los creyentes «no podrían perseverar firmemente en esa gracia» ni por un momento (Artículo 3). Solo cuando Dios, siendo fiel y misericordioso, los fortalece y los capacita, los creyentes podrán continuar en ese estado al que Dios los ha llevado a través de la comunión con Cristo. La buena noticia del evangelio no es solo que Dios ha provisto una expiación a través de Cristo y por el Espíritu nos ha llevado a la comunión con Cristo por medio del evangelio, sino que este evangelio también promete que Dios será fiel y misericordioso al preservar a Su pueblo dentro de esa comunidad.
Pues Dios, que es rico en misericordia, según el propósito inmutable de la elección, no aparta totalmente el Espíritu Santo de los suyos, incluso en las caídas más lamentables, ni los deja recaer hasta el punto de que pierdan la gracia de la adopción ni el estado de justificación, ni que cometan el pecado de muerte o contra el Espíritu Santo, ni que se precipiten en la condenación eterna al ser totalmente abandonados por Dios (Jn 10:27–30; 17:11–12; Ro 8:35–39; Fil 1:6) (Artículo 6).
La gloria de Dios y el consuelo del creyente
Hace varios años, J.I. Packer resumió memorablemente estos cinco puntos, las doctrinas de la gracia, en una concisa declaración: «Dios salva a los pecadores». La enseñanza bíblica de la elección preserva la verdad de que la salvación es obra de Dios de principio a fin. Contraria a la visión arminiana, que en última instancia basa la salvación de los pecadores en la elección de estos de creer y perseverar en la fe, la Biblia enseña que el Dios trino salva al conceder a los creyentes lo que se requiere para su salvación. De acuerdo con Su propósito de elección, el Padre da al Hijo, cuyo sacrificio expiatorio asegura efectivamente la salvación de aquellos por quienes murió. A través del ministerio eficaz del Espíritu Santo, a los creyentes se les concede indefectiblemente el don de la fe y el arrepentimiento mediante el cual se unen a Cristo y se convierten en beneficiarios de Su obra a favor de ellos. Por esta razón, aquellos a quienes Dios salva soberana y bondadosamente pueden hacerse eco de las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 4:7: «Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?».
Debido a que solo Dios salva a los pecadores, los que Él salva pueden atribuir adecuadamente toda alabanza a Dios por su salvación. Al mismo tiempo, pueden creer confiadamente que Cristo los salvará perpetuamente (He 7:25). En las conmovedoras palabras de los cánones, pueden confesar que la voluntad de Dios y
Su consejo [no] puede ser alterado, ni falla Su promesa, ni puede ser revocado Su llamamiento conforme a Su propósito, ni invalidados el mérito, la intercesión y la protección de Cristo, ni borrado o frustrado el sello del Espíritu Santo (Artículo 8).