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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Sabiduría y necedad
En nuestra era dependiente de lo digital, la información nos llega constantemente de todas direcciones, y a menudo parece que con una rapidez cada vez mayor. Nunca antes en la historia hemos tenido tal abundancia de información a la que podamos acceder tan fácilmente, y sin embargo, nunca antes en la historia ha habido tal falta de sabiduría.
De hecho, a menudo parece que hay muchos que ni siquiera ven la sabiduría como algo que deban aspirar a poseer. En muchos aspectos, la cultura occidental ha despreciado la búsqueda de la sabiduría por tanto tiempo, que incluso la palabra sabiduría ha desaparecido casi por completo de su vocabulario. Vivimos en una cultura que se rebela contra la sabiduría de los ancianos y se deleita en la necedad de los simples.
Parte del problema es la idea de que el conocimiento equivale a entendimiento y que el entendimiento equivale a sabiduría. Los atajos como una búsqueda en Internet o hacer eco de la perspectiva de los gurús de las redes sociales o de los famosos, proporcionan un conocimiento superficial que a menudo satisface a la gente de hoy. Esto no solo es un problema en el mundo; también lo es en la iglesia. Por ello, debemos enseñar pacientemente a nuestros jóvenes que el conocimiento procede de la obtención de información mediante el escuchar, la observación, el estudio y la experiencia, pero que el conocimiento no es un fin en sí mismo. Adquirimos conocimientos para poder procesarlos e interpretarlos basándonos en nuestros valores, principios y creencias. De esta manera, creceremos en nuestra comprensión de ese conocimiento y de cómo afecta, informa y se aplica a nuestras vidas.
La sabiduría sigue al entendimiento a medida que discernimos adecuadamente cómo aplicar nuestro entendimiento para tomar decisiones correctas. La sabiduría y el discernimiento son compañeros íntimos, y aunque podemos distinguirlos, en última instancia no podemos separarlos. Además, el discernimiento no es solo la capacidad de escoger entre lo correcto y lo incorrecto; es la capacidad de escoger entre lo correcto y lo casi correcto. Del mismo modo, una de las compañeras más cercanas de la sabiduría, una compañera sin la cual la verdadera sabiduría no puede existir, es la humildad, la virtud por la que reconocemos que carecemos de sabiduría y que debemos adquirirla.
Para adquirir sabiduría, primero debemos saber que la necesitamos. Por eso la Escritura nos advierte de que no debemos ser sabios a nuestros propios ojos y nos enseña que el Señor odia los ojos soberbios (Pr 3:7; 6:16-18). El orgullo es enemigo no solo de la humildad, sino también de la sabiduría. Nuestra cultura se deleita con orgullo en la necedad, pues sus necios corazones están entenebrecidos (Ro 1:21). Sin embargo, para los cristianos, nuestro camino es la humildad, y solo ese camino conduce a la sabiduría y, en última instancia, a la doxología coram Deo, delante del rostro de Dios.