El Segundo Gran Despertar
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23 febrero, 2023¿Qué es la expiación limitada?
La doctrina de la expiación limitada (también conocida como «expiación definida» o «redención particular») dice que la expiación de Cristo se limitó (en su alcance y objetivo) a los elegidos; Jesús no expió los pecados de todas las personas del mundo. En mi denominación, examinamos a los jóvenes que van a entrar en el ministerio, e invariablemente alguien le pregunta al estudiante: «¿Crees en la expiación limitada?». El estudiante responde diciendo: «Sí, creo que la expiación de Cristo es suficiente para todos y eficaz para algunos», lo que significa que el valor de la muerte de Cristo en la cruz fue lo suficientemente grande como para cubrir todos los pecados de todas las personas que alguna vez vivieron, pero que se aplica solo a aquellos que ponen su fe en Cristo. Sin embargo, esa afirmación no llega al corazón verdadero de la controversia, que tiene que ver con el propósito de Dios en la cruz.
Hay básicamente dos maneras de entender el plan eterno de Dios. Una es que, desde la eternidad, Dios deseaba salvar al mayor número posible de personas de la raza humana caída, por lo que concibió un plan de redención mediante el cual enviaría a Su Hijo al mundo como el que llevaría el pecado de las personas caídas. Jesús iría a la cruz y moriría por todos los que en algún momento pusieran su confianza en Él. Así que el plan era provisional: Dios proveía expiación para todos aquellos que lo aceptaran, para todos los que creyeran. La idea es que Jesús murió potencialmente por todos, pero que es teóricamente posible que todo fuera en vano porque hasta la última persona del mundo podría rechazar la obra de Jesús y elegir permanecer muerta en sus delitos y pecados. Así, el plan de Dios podría frustrarse si nadie lo aprovechaba. Este es el punto de vista que prevalece en la iglesia hoy en día: que Jesús murió por todos provisionalmente. En última instancia, la salvación depende de cada individuo.
El punto de vista reformado entiende el plan de Dios de otra manera. Dice que Dios, desde la eternidad, ideó un plan que no era provisional. Era un plan «A» sin un plan «B» al que seguir si no funcionaba. Bajo este plan, Dios decretó que salvaría a un cierto número de personas de la humanidad caída, personas que la Biblia llama los elegidos. Para que ese plan de elección se llevara a cabo en la historia, Dios envió a Su Hijo al mundo con el objetivo específico de lograr la redención de los elegidos. Esto se cumplió perfectamente, sin que se desperdiciara ni una gota de la sangre de Cristo. Todos los que el Padre eligió para salvación son salvos por medio de la expiación.
La implicación del punto de vista no reformado es que Dios no sabe de antemano quienes habrán de ser salvos. Por esta razón, hoy en día hay teólogos que dicen: «Dios salva a tantas personas como puede». ¿A cuántas personas puede salvar Dios? ¿A cuántas personas tiene el poder de salvar? Si Él es realmente Dios, tiene el poder de salvarlos a todos. ¿A cuántas personas tiene autoridad para salvar? ¿No puede Dios intervenir en la vida de cualquiera, como lo hizo en la vida de Moisés, Abraham o del apóstol Pablo, para llevarlos a una relación salvadora con Él? Ciertamente tiene el derecho de hacerlo.
No podemos negar que la Biblia habla de que Jesús murió por «el mundo». Juan 3:16 es el principal ejemplo de un versículo que utiliza este lenguaje. Pero hay una perspectiva de contrapeso en el Nuevo Testamento, incluido el Evangelio según Juan, que nos dice que Jesús entregó Su vida no por todos, sino por Sus ovejas. Aquí en el Evangelio según Juan, Jesús habla de Sus ovejas como aquellos que el Padre le ha dado.
En Juan 6, vemos que Jesús dijo: «Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió» (Jn 6:44), y la palabra traducida como «trae» significa propiamente «obliga». Jesús también dijo en ese capítulo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí» (Jn 6:37). Su punto era que todos los que el Padre diseñó para venir a Su Hijo vendrían, y nadie más. Así, tu salvación, de principio a fin, descansa en el decreto soberano de Dios, quien decidió, en Su gracia, tener misericordia de ti, no por algo que viera en ti que lo exigiera, sino por amor al Hijo. La única razón que puedo dar bajo el cielo de por qué soy cristiano es porque soy un don del Padre al Hijo, no por nada que haya hecho o pueda hacer.