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En términos bíblicos, la santidad de la vida humana está arraigada y cimentada en la creación. La humanidad no es vista como un accidente cósmico, sino como el producto de una creación cuidadosamente ejecutada por un Dios eterno. La dignidad humana procede de Dios. Al hombre como criatura finita, dependiente y contingente, se le asigna un gran valor por su Creador.
El relato de la creación en el Génesis proporciona el marco para la dignidad humana:
Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra». Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1:26-27).
La creación a imagen de Dios es lo que diferencia al ser humano de todas las demás criaturas. El sello de la imagen y semejanza de Dios conecta a Dios y a la humanidad de forma única. Aunque no hay ninguna garantía bíblica para considerar al hombre como divino, hay una gran dignidad asociada a esta relación única con el Creador.
Puede que el hombre ya no sea puro, pero sigue siendo humano. En la medida en que seguimos siendo humanos, conservamos la imagen de Dios en sentido general. Seguimos siendo criaturas valiosas. Puede que ya no sigamos siendo dignos, pero seguimos teniendo valor. Este es el rotundo mensaje bíblico de la redención. Las criaturas que Dios creó son las mismas criaturas que Él es movido a redimir.
Muchas afirmaciones del Antiguo Testamento hablan de la dignidad de la vida humana como algo que descansa en la creación divina, entre ellas las siguientes:
El Espíritu de Dios me ha hecho,
Y el aliento del Todopoderoso me da vida (Job 33:4).
Sepan que Él, el SEÑOR, es Dios;
Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos;
Pueblo Suyo somos y ovejas de Su prado (Sal 100:3).
«¡Ay del que contiende con su Hacedor!
¡El tiesto entre los tiestos de tierra!
¿Dirá el barro al alfarero: “Qué haces”?
¿O tu obra dirá: “Él no tiene manos”?
¡Ay de aquel que diga al padre: “¿Qué engendras?”.
O a la mujer: “¿Qué das a luz?”».
Así dice el SEÑOR, el Santo de Israel y su Hacedor:
«Pregúntenme acerca de las cosas venideras tocante a Mis hijos,
Y dejarán a Mi cuidado la obra de Mis manos.
Yo hice la tierra y creé al hombre sobre ella.
Yo extendí los cielos con Mis manos,
Y di órdenes a todo su ejército» (Is 45:9-12).
Pero ahora, oh SEÑOR, Tú eres nuestro Padre,
Nosotros el barro, y Tú nuestro alfarero;
Obra de Tus manos somos todos nosotros (Is 64:8).
Curiosamente, Jesucristo dio la explicación más importante del punto de vista del Antiguo Testamento sobre la santidad de la vida:
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «NO MATARÁS» y: «Cualquiera que cometa homicidio será culpable ante la corte». Pero Yo les digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: «Insensato» a su hermano, será culpable ante la corte suprema; y cualquiera que diga: «Idiota», será merecedor del infierno de fuego (Mt 5:21-22).
Las palabras de Jesús tienen un significado vital para nuestra comprensión de la santidad de la vida. Aquí Jesús amplió las implicaciones de la ley del Antiguo Testamento. Se dirigía a los líderes religiosos que tenían una comprensión estrecha y simplista de los Diez Mandamientos. Los legalistas de Su tiempo confiaban en que si obedecían los aspectos explícitamente establecidos de la ley, podrían aplaudirse a sí mismos por su gran virtud. Sin embargo, no lograron comprender las implicaciones más amplias. En opinión de Jesús, lo que la ley no explicaba en detalle estaba claramente implícito en su significado más amplio.
Esta cualidad de la ley se ve en la ampliación que hace Jesús de la prohibición del adulterio:
Ustedes han oído que se dijo: «NO COMETERÁS ADULTERIO». Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5:27-28).
Aquí Jesús explicó que una persona que se abstiene del acto físico del adulterio no necesariamente ha sido obediente a toda la ley. La ley sobre el adulterio es compleja, incluyendo no solo las relaciones sexuales ilícitas, sino también todo lo que está entre la lujuria y el adulterio. Jesús describió la lujuria como adulterio del corazón.
La ley no solo prohíbe ciertos comportamientos y actitudes negativos, sino que, implícitamente, exige ciertos comportamientos y actitudes positivos. Es decir, si se prohíbe el adulterio, se exige castidad y pureza.
Cuando aplicamos estas pautas expuestas por Jesús a la prohibición del asesinato, comprendemos claramente que, por un lado, debemos abstenernos de todo lo que contiene la definición amplia de asesinato, pero, por otro lado, se nos ordena positivamente que trabajemos para salvar, mejorar y cuidar la vida. Debemos evitar el asesinato en todas sus ramificaciones y, al mismo tiempo, hacer todo lo que podamos para promover la vida.
Así como Jesús consideró la lujuria como parte del adulterio, también consideró la ira injustificable y la calumnia como partes del asesinato. Así como la lujuria es adulterio del corazón, la ira y la calumnia son homicidio del corazón.
Al ampliar el alcance de los Diez Mandamientos para incluir asuntos como la lujuria y la calumnia, Jesús no quiso decir que es tan malo desear a una persona como tener relaciones sexuales ilícitas. Del mismo modo, Jesús no dijo que la calumnia es tan mala como el asesinato. Lo que sí dijo es que la ley contra el asesinato incluye una ley contra cualquier cosa que implique herir a un prójimo injustamente.
¿Cómo se aplica todo esto al tema del aborto? En las enseñanzas de Jesús vemos otro fuerte refuerzo a la santidad de la vida. El asesinato del corazón, como la calumnia, puede describirse como asesinato «en potencia». Es un asesinato potencial porque, por ejemplo, la ira y la calumnia pueden conducir al asesinato físico. Por supuesto, no siempre conducen a ese resultado. La ira y la calumnia están prohibidas, no tanto por lo que puedan provocar, sino por el daño real que causan a la calidad de vida.
Cuando vinculamos el debate sobre la santidad de la vida con el aborto, establecemos una conexión sutil pero relevante. Incluso si no se puede probar que un feto es una persona viva real, no cabe duda de que es una persona viva en potencia. En otras palabras, un feto es una persona en desarrollo. No se encuentra en un estado congelado de potencialidad. El feto está en un proceso dinámico: sin interferencias ni calamidades imprevistas, seguramente se convertirá en una persona humana viva plenamente realizada.
Jesucristo considera que la ley contra el asesinato incluye no solo el acto de asesinato real, sino también las acciones de asesinato potencial. Jesús enseñó que es ilícito cometer el asesinato potencial de una vida real. ¿Cuáles son, entonces, las implicaciones de cometer la destrucción real de una vida potencial?
La destrucción real de una vida potencial no es lo mismo que la destrucción potencial de una vida real. No son casos idénticos, pero se parecen lo suficiente como para que nos detengamos a considerar detenidamente las posibles consecuencias antes de destruir una vida potencial. Si este aspecto de la ley no recoge completa y definitivamente el aborto dentro de la amplia y compleja prohibición contra el asesinato, un segundo aspecto claramente sí lo hace.
Las prohibiciones negativas de la ley implican actitudes y acciones positivas. Por ejemplo, la ley bíblica contra el adulterio también exige castidad y pureza. Del mismo modo, cuando una ley se enuncia de forma positiva, implícitamente se prohíbe su opuesto negativo. Por ejemplo, si Dios nos ordena ser buenos administradores de nuestro dinero, está claro que no debemos ser derrochadores desenfrenados. Un mandato positivo de trabajar con diligencia lleva implícita una prohibición negativa de ser perezoso en el trabajo.
Una prohibición negativa contra el asesinato real y potencial lleva implícito un mandato positivo de trabajar para la protección y el sustento de la vida. Oponerse al asesinato es promover la vida. Independientemente de lo que haga el aborto, no promueve la vida del niño nonato. Aunque algunas personas argumentarán que el aborto promueve la calidad de vida de quienes no desean tener descendencia, no promueve la vida del sujeto en cuestión, el niño en desarrollo y por nacer.
La Biblia es consistente en apoyar con fuerza el gran valor de toda vida humana. Los pobres, los oprimidos, las viudas, los huérfanos y los discapacitados son muy valorados en la Biblia. Por lo tanto, cualquier debate sobre el aborto se debe enfrentar en última instancia con este tema clave de las Escrituras. Cuando la destrucción o la eliminación, incluso de una vida humana potencial, se hace de forma barata y fácil, una sombra oscurece todo el panorama de la santidad de la vida y la dignidad humana.