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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVIII
«Para mí, un hombre como Carey es más que un obispo o un arzobispo: es un apóstol». Esta fue la opinión que el anglicano evangélico John Newton expresó una vez acerca del misionero bautista William Carey a fines del siglo XVIII. Una reciente publicación de blog, apenas de este año, tiene una visión similar de Carey: allí se le describe como «el hombre a quien Dios usó casi por sí solo para traer la gran comisión de nuevo al frente del pensamiento de la iglesia».
Sin embargo, la opinión que el misionero tenía de sí mismo era bastante diferente. Carey era muy consciente de que no merecía ser engalanado con un halo como un santo medieval, algo que la tradición evangélica ha hecho (¿quizás siguiendo el ejemplo de Newton?). Cuando murió en 1834, dio instrucciones explícitas de que en su lápida se colocaran las siguientes palabras tomadas de un himno de Isaac Watts: «Un gusano miserable, pobre e indefenso, / En tus amables brazos caigo». La caída humana y, por lo tanto, la necesidad de una confianza ferviente en el Espíritu Santo fueron temas constantes en todo lo que Carey escribió a lo largo de su vida.


UN CELO ACTIVO Y FERVIENTE
Carey también sabía que no era el primer cristiano europeo en ir al campo misionero extranjero. En su tratado histórico Una investigación sobre la obligación que tienen los cristianos de usar medios para la conversión de los paganos (1792), Carey escribió una minihistoria de las misiones y señaló el papel clave que habían jugado los moravos. Escribió: «Ninguno de los modernos ha igualado a los hermanos moravos en esta buena obra» de evangelismo y misiones.
Aunque el Primer Gran Despertar tuvo su mayor impacto en el mundo transatlántico de habla inglesa, sus orígenes inmediatos se encuentran hasta cierto punto en la comunidad morava de habla alemana en Herrnhut, Sajonia. Esta comunidad, dirigida por Nicolaus Ludwig von Zinzendorf, inició el 13 de agosto de 1727 una reunión de oración las veinticuatro horas del día que condujo a lo que los historiadores moravos llamaron más tarde su Pentecostés. Y en cinco años, esta comunidad fue llevada a hacer misiones transculturales, como los misioneros moravos que fueron a las Antillas. Durante más de cien años, la reunión de oración en Herrnhut continuó sin interrupción, fortaleciendo el movimiento misionero de esta comunidad.
Los misioneros moravos fueron, de manera literal, a los cuatro rincones de la tierra: después de las Antillas en 1732, fueron a Groenlandia en 1733; a Laponia y la colonia de Georgia en 1734; a Surinam en 1735; a Sudáfrica en 1737; a Argelia en 1739; a los nativos americanos, Sri Lanka y Rumania en 1740; y a Persia en 1747.
Al recordar este estallido asombroso de energía misionera, William Wilberforce dijo acerca de los moravos:
Son un cuerpo que quizás ha superado a toda la humanidad en pruebas sólidas e inequívocas del amor de Cristo y del celo ferviente y activo en Su servicio. Es un celo temperado por la prudencia, suavizado por la mansedumbre y sostenido por un coraje que ningún peligro puede intimidar y una certeza tranquila que ninguna dificultad puede extenuar.
ESPERAR GRANDES COSAS
Entre los asentamientos de las misiones moravas, uno fue establecido en 1776 en Serampore, en el este de la India. Lamentablemente, en 1792, la misión se cerró y los misioneros regresaron a Alemania. Pero fue en este mismo año que se fundó en Inglaterra lo que llegó a llamarse la Sociedad Misionera Bautista, que en 1793 envió a William Carey y su familia a la India. Al final, Carey terminó en Serampore en 1800, donde se le unieron William Ward y Joshua Marshman, los tres hombres que formaron lo que se denominó el «trío de Serampore». Es vital notar que así como el movimiento misionero moravo se basó en la oración, también lo hizo esta misión de los bautistas ingleses.
Varios líderes bautistas, incluido Andrew Fuller de Kettering y John Sutcliff de Olney, inspirados por un libro de Jonathan Edwards, An humble attempt to promote explicit agreement and visible union of God’s people in extraordinary prayer for the revival of religion and the advancement of Christ’s Kingdom on earth [Un intento humilde de promover un acuerdo explícito y la unión visible del pueblo de Dios en oración extraordinaria por el avivamiento de la religión y el avance del reino de Cristo en la tierra] (1747), habían hecho un llamado a sus iglesias de la Northamptonshire Association en el verano de 1784 para dedicar una hora el primer lunes por la noche de cada mes a orar por el avivamiento de sus iglesias, muchas de las cuales estaban moribundas o en decadencia. A pesar del notable avivamiento que había estado ocurriendo en ese momento y durante unos cincuenta años entre los anglicanos en Inglaterra y Gales, muchas iglesias bautistas calvinistas básicamente no habían sido tocadas por este. Esto se debió en gran parte a la desconfianza que los bautistas tenían por los anglicanos —después de todo, muchos de los líderes bautistas habían sido encarcelados a instancias de las autoridades eclesiásticas estatales en el siglo anterior— y también por la presencia del hipercalvinismo que imperó en varias de estas comunidades bautistas.
En este llamado a la oración, que Dios en Su gracia usó para traer avivamiento a las filas de los bautistas calvinistas a fines del siglo XVIII, estaba esta ardiente petición: «Que todo el interés del Redentor sea recordado con afecto y que la difusión del evangelio a las partes habitables más lejanas del globo sea el objeto de vuestras más fervientes peticiones». A medida que estos hombres y mujeres bautistas en la región central de Inglaterra oraban por la difusión del evangelio, Dios les dio una visión para el evangelismo transcultural. Comenzaron a «esperar grandes cosas» de Dios, como diría Carey en un famoso sermón que predicó en 1792 sobre Isaías 54:1-3, en el que abogó a favor de las misiones extranjeras.
UN GRUPO PEQUEÑO DE HERMANOS
En un trabajo reciente, To Change the World: The Irony, Tragedy, and Possibility of Christianity in the Late Modern World [Para cambiar el mundo: la ironía, la tragedia y la posibilidad del cristianismo en el mundo moderno tardío] (2010), James Davison Hunter ha argumentado que el punto de vista del «gran hombre de la historia», es decir, que «la historia del mundo no es más que la biografía de grandes hombres» está mal. Más bien, «el actor clave en la historia no es el genio individual sino la red (de individuos y amigos) y las nuevas instituciones que se crean a partir de esas redes». Esto es ciertamente verdadero en el cristianismo: la colegialidad siempre es central en los momentos de bendición espiritual de su historia.
Uno de los amigos cercanos de Andrew Fuller, Christopher Anderson, un líder bautista escocés, se expresó de esta manera respecto al círculo de amigos que rodeaban a Carey:
Para que se haga mucho bien, la cooperación, el resultado de un amor sin disimulos, es absolutamente necesaria… Tal unión en los tiempos modernos existió en [Andrew] Fuller, [John] Sutcliff, [Samuel] Pearce, [William] Carey y [John] Ryland. Eran hombres de hábitos abnegados, muertos al mundo, a la fama y al aplauso popular, de profundas y amplias visiones de la verdad divina, y tenían una idea tan amplia de lo que debía ser el reino de Cristo… que ellos… hicieron votos y oraron, y no se dieron descanso.
La amistad de Carey con varios pastores bautistas de ideas afines, nombrados aquí por Anderson, fue indispensable para el impacto transformador de su vida. Estos hombres se tomaron el tiempo para pensar y reflexionar juntos, así como para animarse unos a otros y orar juntos. Un rechazo a sus mismos errores, un amor por los mismos autores —Jonathan Edwards, por ejemplo— junto a una preocupación por la causa de Cristo en casa y en el extranjero, unió a estos hombres en una amistad que fue un catalizador importante tanto para el avivamiento como para la misión.
Sin amigos en las altas esferas y prácticamente sin reservas financieras, este pequeño grupo de hombres, que en un momento Anderson llamó «un grupo pequeño de hermanos», se convenció de que la fe cristiana no era solo para los occidentales. Así formaron la Sociedad Misionera Bautista y enviaron a Carey (y más tarde a otros) a la India y al sureste de Asia, y luego, en los años siguientes, a otros a las Antillas y al África Occidental.
EL SEÑOR ESTÁ HACIENDO GRANDES COSAS
El sermón de Carey de 1792 mencionado con anterioridad tenía dos secciones que se resumían en estas consignas: «esperar grandes cosas» e «intentar grandes cosas». La formación de la Sociedad Misionera Bautista fue solo la primera de una serie de importantes empresas misioneras formadas en esta era notable. Existieron, por ejemplo, la Sociedad Misionera de Londres interdenominacional (1795), la Sociedad Misionera de la Iglesia Anglicana (1799) y la Sociedad Misionera Wesleyana (1813), por nombrar solo tres, que comenzaron a cumplir el llamado de Carey de «intentar grandes cosas» para Dios y Su gloria.
Entonces, ¿qué lecciones podemos aprender de esta era temprana en el movimiento misionero moderno? Primero, los moravos y los bautistas alrededor de Carey nos recuerdan que sin oración, nada se puede lograr para la expansión del reino de Dios. Con Carey, debemos llegar a ese punto en el que confesamos de manera experiencial, como él dijo una vez, que «si se levanta un templo para Dios en el mundo pagano, será por» medio del Espíritu de Dios.
En segundo lugar, necesitamos ser tomados por un activismo apasionado para ganar a los perdidos, tal como lo fueron los moravos y los bautistas ingleses del siglo XVIII. Aunque Carey a menudo se reprochaba su indolencia, en realidad él fue un huracán de energía enfocado en ganar a los perdidos para Cristo y hacer avanzar Su reino. En palabras de David Kingdon, Carey y su grupo de hermanos sabían que eran deudores de la gracia y, por lo tanto, estuvieron dispuestos a
arriesgar la salud y la comodidad para llevar el evangelio a las multitudes paganas perdidas en la oscuridad. Creían en el castigo eterno, no en la aniquilación, de los impenitentes. No abrigaron puntos de vista esperanzadores sobre las posibilidades salvíficas de la revelación general, ni especularon que las personas pudieran salvarse fuera de la proclamación del evangelio.
Finalmente, hubo una profunda catolicidad que marcó tanto a los moravos como al círculo bautista en torno a Carey. Eran muy conscientes de que no tenían el llamado para construir sus propios pequeños reinos y, como tales, se relacionaron con otros de mentalidad, teología y ethos similares. Así, Thomas Scott, un ministro anglicano y John Newton, uno de los fundadores de la Church Missionary Society, escribieron en diciembre de 1814 a su amigo en común, el bautista John Ryland Jr.:
Me regocijo de todo corazón por lo que tus misioneros están haciendo en la India. El de ellos es el plan más regular y mejor conducido contra el reino de las tinieblas que los tiempos modernos han mostrado… ¡Que toda la India sea poblada de verdaderos cristianos! Incluso aunque todos sean bautistas… El Señor está haciendo grandes cosas y respondiendo oraciones en todas partes.
Y si somos sabios en nuestros días, también haremos causa común con aquellos que comparten nuestro compromiso con el evangelio.