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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Sabiduría y necedad
¿Qué aspecto podría tener un «retrato de la sabiduría»? Algunos pueden imaginarse a un erudito, a un filósofo especulativo o a una persona anciana llena de experiencia de vida, pero la Biblia trastorna estas nociones de sabiduría. La verdadera sabiduría tiene su fuente en Dios, el «único y sabio Dios» (1 Ti 1:17 RVR60), y se refleja en nuestras vidas en la medida en que reflejamos Su carácter. La sabiduría entre los hombres comienza con el temor del Señor (Pr 9:10). Este es el lienzo sobre el que se pinta el retrato, y cada matiz y pincelada del retrato de la sabiduría manifestará, aunque sea tenuemente, algo del carácter de Aquel a quien debemos temer. La Biblia pinta tales retratos para nosotros mediante el arte de la narración, y estas imágenes hechas palabra no son menos vibrantes para nuestras mentes y corazones de lo que una pintura colorida podría serlo para nuestros ojos. Los retratos bíblicos de la sabiduría que exploraremos no son perfectos ni idealizados; son hombres y mujeres reales que caminaron por fe y lucharon para ser santificados, pero que, por la gracia de Dios, dejaron ejemplos de sabiduría, tanto grandes como pequeños.
La galería comienza con los patriarcas y algunas digresiones en las historias de sus vidas que parecen estar incluidas solo por los pequeños ejemplos de sabiduría que ofrecen. Abraham exhibió la sabiduría de evitar las luchas en el seno de su familia y ofreció una solución más favorable para los demás que para sí mismo cuando dividió el territorio con Lot (Gn 13:5-11). Su hijo Isaac aprendió la sabiduría de la pacificación. Cuando los competidores se pelearon con él por unos pozos que pertenecían a su padre, se comportó pacíficamente en vez de presionar por sus derechos, y el Señor lo bendijo por ello (26:17-22). Si el necio es conocido por su propensión a pelear, el sabio lo es por evitar las contiendas y detenerlas antes de que empiecen (Pr 17:14; 20:3). Vivir pacíficamente con los demás, en la medida en que dependa de nosotros (Ro 12:18), refleja la sabiduría del «Dios de paz» (15:33).
En el retrato de José convergen la diligencia y la previsión. Aunque estos rasgos pueden estar motivados por el interés propio, la intención del hombre piadoso es el bien de los demás (Ec 11:2). José trabajó incansablemente para evitar la devastación de una inminente hambruna (Gn 41:46-49), sabiendo que la preservación de su familia (45:7) y de toda una nación (50:20) dependía del ejercicio fiel de la sabiduría que Dios le había dado. Incluso Faraón pudo ver que esa sabiduría procedía solo de Dios (41:39). Puede que las expectativas de sabiduría en nuestras vidas no sean tan altas como lo fueron en la vida de José, pero la diligencia y la previsión ejercidas por amor a los demás pueden encontrar mil pequeñas expresiones en nuestra vida cotidiana.
En la trastienda de esta galería de sabiduría, encontramos el discreto retrato de Jetro, suegro de Moisés. En contraste con la elaborada narración del ascenso al poder de José, la historia de Jetro es menos conocida, lo que ilustra la advertencia del Predicador de que los sabios no deben esperar riquezas, favores ni fama en este mundo (Ec 9:16). Pero Jetro, un madianita, poseía la verdadera riqueza de la sabiduría. Profesó la fe en el único Dios verdadero y fue recibido en la comunión de Moisés, Aarón y todos los ancianos de Israel (Éx 18:10-12). Observó sabiamente que el pastoreo del pueblo de Dios podía lograrse mejor con una «abundancia de consejeros» (Pr 24:6) que a través de Moisés solo. Así que su consejo a su yerno fue doble: enseñar al pueblo la Palabra de Dios, y colocar a hombres temerosos de Dios y capaces sobre el pueblo para que proveyeran juicio y consejo (Éx 18:19-23). Moisés demostró la sabiduría de hacer caso a los buenos consejos (Pr 12:15), y más tarde se demostró que el sabio consejo de su suegro era la voluntad y la sabiduría de Dios (Nm 11:16-17).
Pocas personas reconocerán el siguiente retrato, pero Bezalel, hijo de Uri, es uno de los pocos a los que la Biblia llama sabio. De la tribu de Judá, fue un maestro artesano designado por Dios para la construcción del tabernáculo (Éx 31:1-11; 35:30 – 36:1). Se dice que estaba lleno del Espíritu de Dios, de sabiduría, de conocimiento y de inteligencia. Aunque estaba dotado para enseñar (35:34), su sabiduría se expresaba en el trabajo de sus manos, pues daba gloria a Dios mediante las habilidades prácticas que había recibido como artesano y artífice. El retrato de Bezalel nos recuerda que la sabiduría no siempre es una cuestión de la mente, sino también un trabajo de las manos, utilizando cualquier habilidad o destreza para gloria de Dios. Lee Proverbios 31 y observa cuántas veces son mencionadas las «manos» de aquella mujer sabia y excelente.
Dado que en hebreo «sabiduría» es un sustantivo femenino, el libro de Proverbios a menudo personifica la sabiduría como una mujer piadosa, atractiva y atrayente. Pero la sabiduría también se nos presenta en forma femenina con bastante frecuencia en personajes de la vida real a lo largo de la Biblia, como en el personaje de Abigail. Tuvo la desgracia de estar casada con un hombre cuyo nombre coincidía con su carácter. «Nabal» significa «insensato» (1 S 25:25), y él padecía todos los síntomas de la insensatez. Tenía mal genio (Pr 14:17), se precipitaba al hablar (18:2) y era arrogante (28:25). En cambio, Abigail era «inteligente» (1 S 25:3). Cuando surgió un conflicto entre Nabal y David, demostró su discernimiento al calmar la situación con una apelación humilde y amable para que David desistiera del conflicto. Su mayor discernimiento fue algo que su insensato marido ignoró o desestimó: que Dios estaba con David y que iba a ser rey según la promesa divina (1 S 25:30). Abigail demostró la sabiduría de poner fin a las contiendas (Pr 20:3). Y lo que es más importante, demostró la sabiduría de creer que la mano salvadora de Dios actuaba a través de Su promesa a David. Como la mujer sabia de Proverbios 31, ella fue alabada por su marido —no por el insensato, sino por David—, quien la bendijo por su sabiduría y acabó casándose con ella tras la muerte de Nabal (1 S 25:33, 42). David, por su parte, tuvo la sabiduría de ver que «la mujer prudente viene del SEÑOR» (Pr 19:14).
Hay algunos retratos de la sabiduría que no llevan nombre o que tienen pocos detalles, como cuadros anónimos que encierran un poco de misterio. Uno de estos personajes es una mujer sin nombre en 2 Samuel 20 a la que se le llama sabia, pacífica y fiel (2 S 20:16, 19), pero es conocida por un acto que resulta un poco chocante. Cuando Joab acorraló a un rebelde llamado Seba en su ciudad, Joab estaba dispuesto a destruir la ciudad para poner fin a la rebelión. Esta mujer sabia suplicó a Joab que no atacara y luego, en su sabiduría, fue a discutir la situación con los habitantes de la ciudad. En respuesta a su consejo, arrojaron la cabeza de Seba a Joab y evitaron la destrucción de la ciudad (v. 22). Salomón más tarde reflexionó sobre cómo la sabiduría de una persona puede salvar una ciudad (Ec 9:13-15), y en un contexto mucho más amplio, Caifás profetizó más tarde que «es más conveniente que un hombre muera por el pueblo» (Jn 11: 49-52). Quizá el consejo de esta mujer sabia refleje algo de la «conveniencia» de nuestra propia salvación. Que uno muera en lugar de muchos refleja la sabiduría y la misericordia de Dios.
A continuación, hay un retrato que no nos sorprende ver: el de Salomón, cuyo nombre es sinónimo de sabiduría. Él recibió sabiduría porque la pidió (1 R 3), lo que también se nos anima a hacer (Stg 1:5). Aunque el Señor da gratuitamente la sabiduría a quien se la pide, Salomón nos recuerda que también requiere un esfuerzo fiel por nuestra parte (Pr 2:1-5). Aunque su extraordinaria sabiduría se extendía incluso a las ciencias (1 R 4:33), lo que realmente le hizo sabio fue una característica que todo creyente está capacitado para imitar. En el famoso episodio que dio comienzo a su reinado, Salomón no pidió exactamente sabiduría, sino, literalmente, «un corazón con entendimiento para juzgar» (3:9), que es una buena parte de la sabiduría bíblica. La capacidad de escuchar a los demás, de procesar la conversación de forma bíblica y de responder con gracia están el núcleo de la interacción sabia con los demás. Los proverbios de Salomón insisten mucho en la prioridad de escuchar, como parte esencial de adquirir y ejercer la sabiduría, junto con la necesidad inseparable de refrenar y santificar nuestra forma de hablar. Muchos de sus proverbios se resumen en Santiago 1:19: «Que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira». A pesar de los pecados y defectos de Salomón, sus escritos inspirados permanecen para siempre para enseñarnos que el temor del Señor es algo que concierne a toda persona (Ec 12:13) y es la única fuente de verdadera inteligencia (Pr 9:10).
Salomón elaboró su propio retrato de la sabiduría, personificada como la eterna compañera de Dios (Pr 8:22-31), que grita a todo el pueblo como una voz pública: «Junto a las puertas, a la salida de la ciudad, / En el umbral de las puertas, da voces: / “Oh hombres, a ustedes clamo, / Para los hijos de los hombres es mi voz”». (vv. 3-4). Buscar la sabiduría no es embarcarse en un viaje misterioso hacia lo desconocido y oculto, sino responder a una invitación de Dios para aprender lo que Él ha revelado claramente mediante Sus obras, en Su Palabra y a través de Su Hijo.
A Job se le conoce sobre todo por su paciencia, pero su retrato tiene su lugar en esta galería de la sabiduría. Aunque estaba sentado en el polvo y las cenizas de una aflicción indecible, se nos presenta como en un púlpito, pronunciando un sermón sobre la sabiduría, en Job 28. Comienza su sermón: «Pero la sabiduría, ¿dónde se hallará?» (v. 12) y concluye: «El temor del Señor es sabiduría, / Y apartarse del mal, inteligencia» (v. 28). Volvemos a ver que el corazón de la sabiduría es el temor del Señor, y al igual que Salomón en sus proverbios, Job ve la sabiduría como una forma de vida práctica y no especulativa: es «apartarse del mal». Job complementa a Salomón en que la sabiduría, tanto si se contempla desde las alturas del poder y la fama como desde las profundidades del dolor y el sufrimiento, nunca cambia en su definición y siempre comienza con el temor del Señor.
Esdras era un «escriba experto en la ley de Moisés» (Esd 7:6), y un solo versículo clave capta la sabiduría que exhibía en su vida y ministerio: «Porque Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del SEÑOR, y a practicarla, y a enseñar Sus estatutos y ordenanzas en Israel» (v. 10). Aquí hay una secuencia importante en los verbos «estudiar», «practicar» y «enseñar». La sabiduría comienza con un corazón lleno de la Palabra de Dios (Pr 7:3), que desemboca en una vida de obediencia práctica (Stg 3:13) y da como resultado estar equipado para enseñarla a los demás (Pr 13:14). Estas tres cosas, cada una en su debido orden, dieron a Esdras tal sabiduría que «todos los que temblaban ante las palabras del Dios de Israel» se reunieron a su alrededor cuando más se necesitaba un consejo sabio (Esd 9:4).
Algunos de los primeros personajes que encontramos en el Nuevo Testamento son «unos sabios del oriente», y fueran quienes fueran estos «sabios», exhibieron la innegable sabiduría de buscar a Cristo, de alegrarse al encontrarlo y de adorarlo (Mt 2:1-11). Esto es lo que hace sabios a los hombres sabios.
El nuevo pacto traería consigo otros vívidos retratos de la sabiduría, como Bernabé. Este «Hijo de Consolación» sin duda animó a otros con su ejemplo de sabiduría pacífica. Fue decisivo para convencer a la iglesia de Jerusalén de que recibiera al recién convertido Saulo de Tarso (Hch 9:27). Recibió con los brazos abiertos a los primeros gentiles que creyeron el evangelio en Antioquía (11:19-24). También participó en el concilio de Jerusalén, forjando un entendimiento pacífico entre las iglesias de Jerusalén y Antioquía (15:2, 22, 25). En estos casos, ejemplificó la sabiduría de lo alto, que es «primeramente pura, después pacífica» (Stg 3:17).
Pero sin duda es Pablo quien da la cara por la sabiduría apostólica, evitando la sabiduría de los hombres y prefiriendo el poder de Dios en su predicación (1 Co 2:4-5). Ser sabio, según Pablo, es comprender cuál es la voluntad del Señor (Ef 5:17). Es por eso que el mundo caído siempre distorsionará la definición de la verdadera sabiduría y la confundirá con la necedad (Ro 1:22). Pablo nos enseña a no temer el ser considerados necios y a no desear ser considerados sabios por el mundo (1 Co 1:18-31). Su ejemplo para nosotros es no aspirar a otro conocimiento que el de Jesucristo y este crucificado (2:1-2).
Hay muchos otros retratos para ver en esta «galería de la sabiduría», pero al igual que en la «galería de la fe», hemos llegado a este punto: «¿Y qué más diré? Pues el tiempo me faltaría para contar…» (He 11:32). El tiempo nos faltaría para observar todos los retratos de los patriarcas, profetas y apóstoles que dejaron un ejemplo único de sabiduría, pero cada uno es apenas un tenue reflejo de la verdadera sabiduría de Dios. Todos estos «retratos de la sabiduría» apuntan a Él.
Solo Cristo es «sabiduría de Dios» (1 Co 1:24), y puesto que es el Hijo eterno de Dios, en Él se encuentran «todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3). Pero como verdadero hombre, Cristo tuvo la experiencia de crecer en sabiduría (Lc 2:52). Esto puede resultar difícil de comprender, pero significa que podemos fijarnos en Él para ver cómo es la verdadera sabiduría en un verdadero hombre y encontrar un ejemplo perfecto. Él se basó únicamente en la Palabra de Dios (Mt 4:4). Cumplió los mandatos del Padre y permaneció en Su amor (Jn 15:10). Se sometió a la voluntad del Padre (Mt 26:42). Vino como siervo, humillándose por amor a Su pueblo, y se sacrificó por nuestro bien. Esta es la mente de Cristo que debe estar en nosotros (Fil 2:5-8). También nos dio Sus propios retratos de la sabiduría en Sus parábolas. El sabio es el que escucha las palabras de Cristo y las pone en práctica, como un sabio que construye su casa sobre la roca (Mt 7:24-27). Los sabios son los que esperan con entusiasmo y están preparados para recibir al Novio en el banquete de bodas, como las cinco vírgenes prudentes que mantuvieron encendidas sus lámparas (25:1-13). En la vida, nuestra sabiduría es escuchar y guardar las palabras de nuestro Salvador y prepararnos con alegría para Su glorioso retorno.
Nuestro llamado, como portadores de la imagen de nuestro Salvador, es a ser un retrato de Su sabiduría a la vista de quienes nos rodean. De manera asombrosa, al vivir en la sabiduría de Cristo y seguirla, podemos ser reflejos tenues pero a la vez verdaderos de la profundidad y las riquezas de algo que, de otro modo, sería imposible descubrir (Ro 11:33).