Unión con el Dios trino
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Cuando yo aún era estudiante de teología, el Dr. Martyn Lloyd-Jones vino de Londres a Glasgow para predicar en el gran St. Andrews Hall. Este auditorio tenía capacidad para más de dos mil personas. Estaba repleto y la predicación fue maravillosa. Una vez terminada la reunión, yo esperaba a un lado del andén para que me llevaran a casa. Había una larga fila de personas esperando para hablar con el Dr. Lloyd-Jones y como estaba bastante cerca de ellos, escuché algunas de las conversaciones. Curiosamente, me di cuenta de que todos los encuentros terminaban de la misma manera: «¡Sigue adelante!», era la exhortación final del doctor mientras les estrechaba la mano.
Resulta que en el viaje de vuelta a casa me tocó ir en el mismo coche que el doctor, y él entabló conversación conmigo. Después de las generalidades, reuní el valor suficiente para hacerle una pregunta. «Doctor —comencé— perdóneme, pero no pude evitar escuchar sus últimas palabras a cada persona con las que usted hablaba. Siempre fueron “Sigue adelante”. Parece que esto es especialmente importante para usted». De inmediato se animó: «Mi querido amigo», me dijo, «no hay nada más importante. La vida cristiana no es una carrera de velocidad; es un maratón, y por eso Jesús dice: “El que persevere hasta el fin, ese será salvo”». Para mi deleite, se extendió en el tema hasta que, a mi pesar, tuve que salir del coche.
Ahora, en el año de mi octogésimo cumpleaños, estoy más convencido que nunca de la importancia de las palabras del Dr. Lloyd-Jones. Una de las grandes tentaciones en la vejez para el cristiano es aceptar la idea de que, como el crecimiento físico e intelectual puede haber cesado, sucederá lo mismo con el crecimiento espiritual. El testimonio de la Escritura se opone unánimemente a ese pensamiento. Pablo afirma en 2 Corintios 4:16: «Aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día». Isaías dice en 40:29-31: «El da fuerzas al fatigado, y al que no tiene fuerzas, aumenta el vigor… pero los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas… correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán». Y el salmista, hablando de los justos en el Salmo 92:14, escribe: «Aun en la vejez darán fruto».
Por supuesto, queremos preguntar: «¿Cuál es el secreto para resistir y renovar el hombre interior?». Bueno, hay una «pepita de oro» de verdad en Filipenses 2:12-13 que nos ayuda a responder a esa pregunta. Hay cuatro secretos que se esconden en estas palabras del apóstol: «Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito».
Todos estos secretos son hechos que hay que creer, no retos que hay que enfrentar:
1. Si eres un hijo de Dios, Él está obrando en ti (v. 13). La morada de Dios en el creyente es una verdad fundamental del Nuevo Testamento, ejemplificada en las palabras de Jesús en Juan 14:23 y en las de Pablo en Efesios 3:16-19. No solo mora en nosotros, sino que además está comprometido en una obra en nosotros: la obra de nuestra salvación plena.
2. Dios no solo obra en nosotros, sino que lo hace continuamente (o, si prefieres, «perpetuamente»). Lo sabemos por el tiempo del verbo en el verso 13. Los tiempos son realmente importantes en el Nuevo Testamento. El tiempo del verbo «obra» es el presente continuo, lo que significa que es algo que Dios está haciendo todo el tiempo. Él nunca cesa, ni de día ni de noche (Sal 121:4). Dios no tiene una «edad de jubilación», por lo que está tan activo en nosotros cuando tenemos ochenta años como cuando tenemos dieciocho.
3. Dios obra hasta el final. Algunas personas tienen grandes intenciones, mucha buena voluntad y buenos planes, pero consiguen muy poco. Sin embargo, aquí Pablo dice: «Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer». Eso significa que todos Sus propósitos se acaban cumpliendo y eso continúa hasta que somos glorificados en el cielo.
4. La obra de Dios en nosotros es «para su beneplácito». A veces los planes de Dios pueden diferir mucho de los nuestros. Hay ocasiones en las que, tal como experimentó Jesús, la manera de Dios implica dolor y pérdida a fin de cumplir Su voluntad. Pero el beneplácito de Dios siempre es perfecto, sin defectos e imposible de mejorar.
Entonces, ¿no hay desafío alguno en estas palabras de Pablo? Por supuesto que sí. Pablo nos insta a ocuparnos «en [nuestra propia] salvación». Pero eso no significa: «ocupaos en vuestra propia manera de salvación», u «ocupaos para vuestra salvación». Esta salvación ya es nuestra. Dios la ha logrado y nos la ha dado. Pero tenemos que ocuparnos en lo que Dios ya ha hecho. Hay dos cosas implicadas en esto, especialmente en nuestros últimos años. La primera es mirar a Dios, y solo a Dios, para la completación de la obra de nuestra salvación. Previamente, Pablo escribió en Filipenses: «El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús» (1:6). La segunda es, en todo momento, poner nuestro corazón en la perfecta voluntad de Dios, como hizo Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Ese es el deseo que debe mantener encendido nuestro corazón.