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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VIII
Durante la hambruna irlandesa de la patata en el siglo XIX, mi bisabuelo, Charles Sproul, huyó de su tierra natal para buscar refugio en Estados Unidos. Dejó su casita de techo de paja y piso de barro en un pueblo del norte de Irlanda y se dirigió descalzo a Dublín, al muelle desde el cual navegó hasta Nueva York. Después de registrarse como inmigrante en Isla Ellis, se dirigió al Oeste hacia Pittsburgh, donde se había establecido una gran colonia de escoceses-irlandeses. Fueron atraídos a ese sitio por las fábricas industriales de acero dirigidas por el escocés Andrew Carnegie.
Mi bisabuelo murió en Pittsburgh en 1910, pero no sin antes inculcar un amor profundo por la tradición e historia de Irlanda en sus hijos y nietos. Hace treinta años, uno de mis primos hizo una peregrinación a Irlanda del Norte para buscar sus raíces en la ciudad de donde vino nuestro bisabuelo. Mientras investigaba sobre el paradero de cualquiera de los Sprouls, un caballero anciano le dijo que el último miembro sobreviviente de nuestra familia había fallecido cuando tropezó en su camino a casa desde el bar local en un profundo estado de embriaguez. Cayó en un canal y se ahogó.
Esto nos deja con el estereotipo de que los irlandeses beben mucho, pelean fácilmente y que consideran que los ladrillos son como «confeti irlandés». Sin embargo, esta caricatura de los irlandeses oculta algunas dimensiones muy importantes de la historia irlandesa. En el siglo VIII, los misioneros que se establecieron en Irlanda fueron muy importantes para la cristianización de las islas británicas que habían sido habitadas en gran parte por paganos y bárbaros. Los monasterios en Irlanda se destacaron por su dedicación a la erudición, por copiar textos bíblicos y, especialmente, por adornar los textos bíblicos con magníficas iluminaciones. Su pasión por la erudición y el arte se propagó rápidamente a Gran Bretaña, donde se estableció la codificación de la ley antigua, la cual ha tenido un impacto, incluso en nuestra tierra, hasta el día de hoy.
Uno de los eruditos más importantes de este período fue un hombre llamado Beda, conocido como el «Venerable». Él residió en Inglaterra y es considerado como el primer gran historiador europeo. Los irlandeses también produjeron una obra maestra que combinó la erudición y la belleza en el famoso Book of Kells [Libro de Kells].
Sin embargo, fue en la segunda parte del siglo VIII que surgió el gran ímpetu por un renacimiento en la erudición. Fue bajo el reinado de Carlos el Grande (Carlomagno), coronado como el primer sacro emperador romano, que ocurrió un nuevo surgimiento de las artes y las ciencias. Este resurgimiento, llamado el «Renacimiento carolingio», presagiaba el gran Renacimiento que se propagaría por Europa a finales de la Edad Media, comenzando principalmente con el trabajo de los patrones Médicis en Italia, los cuales encontraron su cenit en las labores de Lorenzo el Magnífico.
En el Sacro Imperio Romano del siglo VIII, Carlomagno estaba decidido a recuperar lo mejor del aprendizaje clásico y bíblico. Él se convirtió en un patrocinador de la erudición y nombró a Alcuino de Gran Bretaña como su principal asistente intelectual. Carlomagno fue uno de los miembros más ilustres de la dinastía carolingia que comenzó con su padre, Pipino el Breve, y que continuó hasta el siglo X. El Renacimiento fue una recuperación del lenguaje clásico y de la verdad bíblica. El Renacimiento posterior, durante el siglo XVI, con su personaje más famoso, Erasmo de Rotterdam, encontró su lema en las palabras ad fontes, es decir, «a las fuentes». El lema declaraba la intención de los eruditos de ese día de volver al lugar de origen, «a las fuentes» de la filosofía antigua, la cultura y, especialmente, los lenguajes bíblicos. Así que, un estudio renovado de los filósofos griegos, Platón y Aristóteles, acompañado con un celo por la recuperación de los lenguajes bíblicos, encabezó tanto el Renacimiento posterior como el Renacimiento carolingio que surgió bajo el liderazgo de Carlomagno.
Antes del período carolingio, Agustín, en su pasión por la erudición, estaba convencido de que era el deber del cristiano aprender lo más que pueda sobre tantas cosas como le fuera posible. Dado que toda verdad es verdad de Dios, todos los aspectos de investigación científica deben estar dentro del ámbito del aprendizaje bíblico y cristiano. No fue por accidente que los grandes descubrimientos de la ciencia occidental fueron encabezados por cristianos que tomaron en serio sus responsabilidades de ejercer dominio sobre la tierra en servicio de Dios. En lugar de ver el aprendizaje, la erudición y la búsqueda de la belleza como ideas ajenas a la institución cristiana, el resurgimiento del siglo VIII, siguiendo el ejemplo anterior de Agustín, vio la búsqueda de Dios mismo en la búsqueda del conocimiento y la belleza. Ellos vieron que Dios es la fuente de toda verdad y de toda belleza.
A través de los siglos, las influencias cristianas dominaron el mundo del arte al igual que al mundo de la erudición. El legado de este período ha enriquecido todas las áreas de la historia occidental hasta el día de hoy. Es imprescindible que en el siglo XXI aprendamos de los pioneros del pasado que no despreciaron la erudición clásica, sino que la vieron como algo que debía aprovecharse en el servicio del reino de Dios.