Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo
11 noviembre, 2018Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos
16 noviembre, 2018Tu vara y Tu cayado me infunden aliento
Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie «El Salmo 23», publicada por la Tabletalk Magazine.
Había mucho que temer en los secos y escarpados wadis y barrancos de Judá, los cuales presentaban a los rebaños de ovejas los elementos más peligrosos de su migración.. A pesar de esto, los temores de las ovejas son disipados ante el reconocimiento de dos instrumentos que el pastor cargaba, una vara y un cayado, por medio de los cuales gobernaba su rebaño. La vara y el cayado pueden ser categorizados en general como herramientas de protección y guía respectivamente. La vara protegía de los depredadores; el cayado era una herramienta de guía con un gancho en un extremo que al ponerla alrededor del pecho aseguraba a la oveja. Juntas, estas dos herramientas proveían tranquilidad a las ovejas.
Mientras David, el pastor hecho rey, asume el rol de una oveja, sus temores de todo mal son apaciguados al mirar al verdadero Pastor y Rey de Israel. David compara el cuidado gobernante de Dios de Su rebaño, Su providencia, a una vara y un cayado; un cuadro que debería calmar todo temor y darle seguridad al rebaño del cuidado de su fiel y poderoso Pastor.
Nosotros los cristianos somos ovejas peregrinas que aún no hemos alcanzado nuestro reposo eterno.
Los miembros de la Asamblea de Westminster discutieron deliberadamente la obra divina de la creación y la providencia luego de tratar sobre el decreto de Dios, ya que a través de estos dos medios—la creación y la providencia— Dios ejerce Su decreto eterno. La santa y sabia providencia de Dios es universal en un sentido, pero en otro sentido, “de una manera muy especial cuida de Su iglesia y dispone todas las cosas para el bien de ella” (WCF 5.7). Una providencia especial es ejercitada —podríamos llamarla una providencia pastoral— hacia el redil de Dios, el cual Él compró con Su propia sangre (Hch. 20:28). La pregunta número 1 del Catecismo de Heidelberg nos ayuda a ver cómo luce esta “manera especial”: “Y me guarda de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación”. La sangre de Cristo no solo nos da seguridad de nuestro rescate del pecado y de Satanás, sino que también nos asegura que hemos sido contados entre el redil del Buen Pastor de modo que ninguna calamidad puede ocurrirnos sin que sea ordenado por Dios, y aun estas providencias no placenteras, obran en conjunto para nuestra salvación (ver Rom. 8:31-39).
Las ovejas necesitan protección, pero también necesitan guía. La guía que los cristianos necesitan es una guía escatológica (fundamental y final). Hay verdes pastos y aguas de reposo del otro lado del valle de esta vida. La confianza de David de que él terminaría en el lugar correcto en el momento correcto, habiendo atravesado el valle, descansaba en la gracia direccional del Pastor.
El profeta Zacarías ilustra las maldiciones del pacto de Dios como un pastor que quiebra su cayado, significando con esto la terminación de un pacto previamente ratificado (Zac. 11:10). El rebaño es dejado sin un pastor con cayado. Este es el estado de Israel cuando Jesús comienza Su ministerio: “[Jesús] vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor” (Mr. 6:34). No tenían guía en la verdad de Dios, por eso divagaban sin orientación, susceptibles a las varias amenazas que les apartarían del camino.
No obstante, el Buen Pastor ha llegado, y tiene Su cayado. Ese cayado significa que Él nos guía providencialmente a través del valle por Su Palabra, por Su Espíritu y por Sus subpastores. Primero, tenemos la Palabra. No se nos deja deambulantes en la oscuridad, sino que tenemos la ley como “lámpara a [nuestros] pies y lumbrera a [nuestro] camino” (Sal 119:105). Segundo, tenemos el Espíritu. La Confesión de Westminster atribuye esta guía hacia la perseverancia a “la permanencia del Espíritu” y a “la simiente de Dios en [nosotros]” (17.2). Tercero, contamos con los subpastores de Dios: líderes que son obispos de nuestras almas (Heb. 13:17; 1 Pe. 2:25). Jesús cumple el pacto davídico como el Pastor y Rey en el linaje de David (Ez. 34:23-24), y una de las maneras en que lo hace es a través de los ancianos de la iglesia: hombres calificados designados para fungir como Sus subpastores.
Nosotros los cristianos somos ovejas peregrinas que aún no hemos alcanzado nuestro reposo eterno. Hasta entonces, cuando el peligro aceche, cuando la tentación merodee, cuando las dificultades y las adversidades se tornen más frecuentes, ¿qué nos traerá aliento que no sea la vara y el cayado de nuestro Pastor? Cuando las dificultades nos llegan y el temor es paralizante, descansamos completamente en la providencia de nuestro Buen Pastor quien nos protegerá y nos guiará a través de nuestra migración hacia las aguas de reposo y delicados pastos eternos (Ap. 22:1-2). Por supuesto, los instrumentos pastorales solo serán efectivos en la medida en que el pastor sea fuerte y competente. Considera que si con solo percibir la vara y el cayado de su Pastor los temores de David se disipan, entonces el Pastor que los maneja debe ser uno de sublime fortaleza. Tal fortaleza caracteriza al Buen Pastor —tanto al pastor de David como al nuestro— cuya providencia perfecta y santa no permitirá que ni una sola oveja sea arrebatada de Su mano (Jn. 10:28).