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Cuando el apóstol Pablo era un anciano, pidió que le trajeran pergaminos y libros (2 Ti 4:13). En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols reflexiona sobre la importancia de la lectura para Pablo… y para nosotros.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols.
En 2 Timoteo 4:13, Pablo escribe: «Cuando vengas, trae la capa que dejé en Troas con Carpo, y los libros, especialmente los pergaminos». En esencia, tenemos la expresión de las necesidades de un anciano cansado. Las noches son cada vez más frías, necesita su capa y, por primera vez en su ajetreada vida, tiene tiempo libre.
Aquí vemos lo más importante para Pablo. Como dice Calvino: «El apóstol no había dejado la lectura a pesar de que ya se preparaba para la muerte». Pablo quiere sus libros, y sobre todo quiere sus pergaminos, posiblemente haciendo referencia a las Escrituras que pide «especialmente».
Pero, ¿qué libros pide Pablo que le lleven? ¿Eran de Platón?¿De lógica o retórica? ¿La Ética a Nicómaco de Aristóteles? ¿Serían del historiador Tucídides? Quizás serían libros del filósofo Epiménides de Knossos o del poeta Aratus de Solís a quienes pablo citó cuando estaba predicando a los atenienses del Areópago diciendo «porque en él vivimos y nos movemos y somos… porque linaje suyo somos». A veces olvidamos que Pablo era un erudito.
Cualquiera que hayan sido los libros y pergaminos, sabemos con certeza algo sobre Pablo: le encantaba leer. Este concepto puede resultarnos algo extraño, ya que la lectura pasa por un mal momento en nuestra cultura digitalizada, en la que el entretenimiento, preferiblemente visual, está de moda. Lo que Neil Postman dijo hace dos décadas es quizás más cierto en nuestros días: «Nos hemos entretenido hasta la muerte, nos hemos anestesiado hasta el punto de estar cómodamente insensibilizados. Me temo que la novela Fahrenheit 451 estaba equivocada. No hay necesidad de quemar libros. La gente no los lee de todos modos».
Pero, ¿qué ocurre cuando leemos? Quisiera compartirles mi experiencia al leer libros, especialmente buenos libros antiguos. Leí La providencia de Dios, de Berkouwer, y La historia de la obra de la redención, de Jonathan Edwards, y desde entonces no he vuelto a pensar en Dios y en lo que hace en el mundo de la misma manera. Leí El Costo del Discipulado, de Dietrich Bonhoeffer, y sus cartas desde la celda 10 de la prisión de Tegel, y me he dado cuenta de que solo tengo una idea vaga de lo que significa ser discípulo de Jesucristo en el siglo XXI.
He leído a Flannery O’ Connor, Ernest Hemingway, John Steinbeck, William Faulkner, y al leerlos me he recreado y aun sorprendido. Incluso he sido movido al arrepentimiento al ser conmovido por su revelación de la multifacética complejidad de la naturaleza humana.
He permitido que la obra Hamlet, el Príncipe de Dinamarca me recuerde lo rancias, insípidas y poco provechosas que parecen todas las promesas de la vida bajo el sol. Leí la historia de Lady Macbeth y de cómo la ambición puede reproducirse en las cámaras oscuras del corazón humano y producir odio y maldad.
Leí a John Milton, quien lamenta la gran pérdida de lo que era nuestro antes de que Adán y Eva abandonaran el jardín. He escuchado cómo Milton los presenta perdiendo las horas en discusiones interminables, hasta que Milton toma el brazo de Adán y lo pone alrededor de Eva, y pone estas palabras en su boca: «Levántate, pues: no disputemos más; no nos dirijamos mutuos vituperios, que bastante recaen ya sobre nosotros. Esforcémonos con mutuo amor en aliviar, repartiéndolo entre ambos, el peso de esta desgracia…»
También Leí a Emily Dickinson, la alegre y conmovedora poeta que dice: «¡No soy nadie! ¿Quién eres tú? ¿Tú también eres nadie?».
Pero también he leído los pergaminos del propio Pablo, donde nos dice: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten» (Fil 4:8). Los libros nos ayudan a hacer eso. Nos presentan toda la amplitud de la condición humana, reflejan lo mejor de la obra creadora del hombre como portador de la imagen de Dios y señalan nuestra necesidad de un Salvador, para la gloria de Dios.
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en 5 Minutos en la Historia de la Iglesia.