La meta de la vida Cristiana
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2 febrero, 2023Guárdense de la levadura de los fariseos
Segunda lección de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Cómo agradar a Dios».
Aunque los fariseos pasaron mucho tiempo estudiando la Palabra de Dios, no entendieron muchos de los aspectos más importantes de la vida y la fe. En esta lección de la serie de enseñanza «Cómo agradar a Dios», R.C. Sproul nos recuerda la advertencia de Jesús de «[guardarse] de la levadura de los fariseos».
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Transcripción
Una de las interrogantes que escucho con frecuencia de personas que buscan sinceramente hacer la voluntad de Dios es la pregunta: «¿Qué es lo más importante que Dios desea de mí en la vida cristiana?» Es como el hombre de negocios que siempre hace la pregunta, «¿Cuál es el asunto principal?» Vamos a obviar todos los detalles y el sinfín de posibilidades y los mil y tantos preceptos. ¿Qué es lo que realmente le importa a Dios en términos del enfoque principal, el objetivo principal, el fin principal de la vida cristiana? Y lo que me gustaría hacer en esta sesión es centrarme en lo que creo que la Biblia dice que es la respuesta a esa pregunta. Al leer las Escrituras, me parece que el asunto central, el objetivo principal de la vida cristiana es la justicia, que lo que Dios quiere de nosotros más que cualquier otra cosa es la justicia.
Ahora, lo resalto por una razón. Escucho a los cristianos hablar todo el tiempo sobre la piedad, sobre la espiritualidad e incluso sobre la moralidad, pero casi nunca escuchas a nadie hablar de justicia. De hecho, nunca he tenido un estudiante en el seminario que se me acerca y me diga: «Profesor Sproul, ¿cómo puedo llegar a ser una persona justa?» Ahora, tal vez eso dice más de mí que de mis estudiantes, que ni se preocupan en hacerme tal pregunta, pensando que están perdiendo su tiempo. Pero los escuchas preocupados por «Quiero ser más espiritual», «Quiero ser más moral», y cosas así, o más piadosos, pero le huyen a ese término ‘justo’, y tal vez sea porque nadie quiere pecar de santurrón; y en nuestro vocabulario actual, la misma palabra ‘justicia’ se ha convertido en una especie de carga. Pero si Jesús entrara a este salón, en este momento, y le decimos: «Señor, ¿cuál es la prioridad principal que tienes para tu iglesia?» Si Él respondiera ahora mismo a esa pregunta de la manera en que respondió en el período del Nuevo Testamento, Él diría esto: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas».
Veamos por un momento este texto que todos hemos oído. Cuando Jesús dice: «Busca primero su reino y su justicia», la palabra para ‘primero’ es la palabra ‘protos’, y en el idioma griego, el término ‘protos’ no significa simplemente ‘primero en una secuencia de eventos, es decir, un procedimiento serializado donde tienes el primero y el segundo y el tercero y el cuarto y el quinto y así por el estilo. Jesús no se refiere simplemente al número uno en términos de orden cronológico, sino que esta palabra ‘protos’ en el Nuevo Testamento lleva la connotación de lo que es primero, no solo en orden de secuencia, sino que es lo principal en términos de importancia. Es decir, cuando Jesús dice: «Busca primero el reino de Dios», está diciendo: «Esta es la prioridad máxima de la vida cristiana, buscar el reino de Dios y la justicia de Dios», y entonces lo que Cristo quiere de su pueblo y de sus discípulos es que sean personas que realmente muestran justicia.
Ahora, a menudo digo que una de las afirmaciones más aterradoras que jamás haya salido de los labios de Cristo fue aquella que hizo cuando dijo: «Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». Ahora, todos han oído de ese pasaje, ¿cierto? Y creo que lo que me desconcierta es que no parecemos estar demasiado preocupados por ello. Es decir, aquí Jesús da una advertencia espantosa. Él da una condición necesaria: si-entonces. A menos que «A» tenga lugar, «B» no puede suceder. A menos que tu justicia supere – es decir, que vaya más allá – de la justicia de los escribas y los fariseos, no tienes oportunidad de entrar en el reino de Dios.
Ahora, hay un par de maneras en que podemos interpretar lo que Jesús está diciendo. Algunos comentaristas miran esa frase de Jesús, y dicen: «Bueno, no tenemos nada de qué preocuparnos porque de lo que Jesús está hablando aquí es de la justicia que es necesaria para nuestra justificación». Para ser justificados, debemos tener la justicia perfecta, y obviamente la justicia de los escribas y de los fariseos era imperfecta; y la única manera de entrar en el cielo es por una justicia perfecta, y gracias a Dios, eso es lo que tenemos por fe en Cristo, donde recibimos por decreto de Dios la imputación de la justicia de Cristo. Y obviamente, su justicia superó la de los escribas y los fariseos, y como poseemos por fe la justicia de Cristo, podemos dar un suspiro de alivio, y no tenemos que preocuparnos por esa terrible advertencia que Jesús dio en esa ocasión.
Ahora, creo que es muy posible que eso sea exactamente lo que Jesús tenía en mente. Que cuando Él dijo: «A menos que tu justicia supere la de los escribas y los fariseos nunca entrarás en el reino de Dios», que tal vez lo que Él tenía en mente era la imputación de su propia justicia que es la única manera en que podemos estar en presencia de Dios. Pero recuerdas que en tiempos de la Reforma, cuando Lutero iba por ahí enseñando la justificación solo por la fe, utilizó una frase latina que desde entonces se ha hecho tan famosa que todo cristiano puede recitarla, que esa persona que está justificada es ‘simul justus et peccator’. Todos conocen esa frase, ¿cierto? ¿ah? ‘Al mismo tiempo, justo y pecador’. «Justo» por la aplicación de la justicia de Cristo, sin embargo, recibimos la justicia de Cristo mientras que todavía, somos pecadores en y por nosotros mismos.
Pero Lutero dijo que en nuestra santificación eso no se queda así – que la persona que es declarada justa por fe, si esa fe es en sí genuina y no solo un alegato de fe o una farsa, sino que es una fe auténtica, entonces Cristo en verdad comenzará a formarse en la vida de esa persona, y esa persona comenzará a mostrar el fruto de la justicia. Y entonces, la otra mitad de los comentaristas ven la advertencia de Jesús y dicen que lo que Jesús quiere decir es que a menos que nuestras vidas empiecen a manifestar una cualidad de justicia que supere la de los escribas y fariseos, entonces esa es la señal más segura que existe de que la fe que profesamos no es genuina. Así que, a pesar de que no enseñamos la justificación por obras, todavía estamos muy preocupados por el hecho de que el Nuevo Testamento nos llama a dar muestra de nuestra fe por nuestras obras; y la justificación es por fe, pero la santificación es donde crecemos en auténtica justicia.
Ahora, si esa declaración de Jesús no les pone los pelos de punta, permítanme empezar a hervir el caldero porque lo que me gustaría hacer en el tiempo que queda en esta sesión es considerar la justicia de los escribas y los fariseos– considerar ese nivel de justicia que estamos llamados a superar si es que queremos complacer a Dios con nuestra vida. Es muy fácil para nosotros simplemente descartar esa declaración de Jesús porque decimos: «Bueno, superar la justicia de los escribas y los fariseos, eso es pan comido. ¡Eso es recontra fácil, por favor! Ellos son los que fueron el objeto principal de la ira de Jesús». Cada vez que pensamos en los malos del Nuevo Testamento, pensamos en los fariseos. Fueron lo peor de lo peor. ¿Por qué los fariseos eran llamados ‘fariseos’? No leemos sobre fariseos en el Antiguo Testamento, ¿verdad? La razón por la que no leemos sobre fariseos en el Antiguo Testamento es porque no existían fariseos en el Antiguo Testamento. Los fariseos, como un partido en Israel, surgieron después del exilio y del regreso del exilio.
Bueno, lo que ocurrió fue que la nueva generación de israelitas empezó a adoptar las prácticas paganas de aquellos que estaban en el lugar, y olvidaron sus tradiciones. Olvidaron la Ley de Moisés y las promesas del pacto que Dios había hecho, y entonces, un grupo de personas especialmente devotas surgió en la nación, eran el equivalente antiguo –damas y caballeros– de los puritanos. Tenían este profundo deseo de reformar la fe de Israel y de restaurar la devoción en la nación. Ellos eran los conservadores de Israel que querían volver al pasado y recuperar la pureza prístina de la comunidad de Israel, por eso se apartaron, a raíz de este celo estricto por obedecer la ley de Dios; y debido a su deseo cerrado obstinado hacia la justicia, fueron llamados los ‘apartados’, los ‘fariseos’.
En otras palabras, lo que digo es esto: que los fariseos como agrupación tienen su inicio en la historia como un grupo de hombres cuya única actividad en la vida era la búsqueda de la justicia. Se especializaron en la búsqueda de la justicia. No había nada casual o superficial en su celo por lograr la justicia. Dudo que sepan de alguien que tenga el mismo tipo de determinación de encontrar la justicia que tenían los fariseos como grupo. Pero pensamos, «Oh, bueno, sí. Tal vez así es como empezaron, pero ya para el primer siglo habían degenerado en tal grado de impiedad que eran un grupo de hipócritas y tanto así que Jesús los llamó «víboras» y los amenazó con el infierno y todo lo demás.
Bueno, veamos si estas personas del siglo I que incurrieron en la ira de Cristo lograron algún elemento de justicia, al menos por el testimonio de Jesús. Escuchamos a Jesús denunciando a los fariseos cuando Él les dice: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros». Ahora, esta es una acusación bastante incisiva que Jesús hace de estas personas, pero mientras Él está haciendo esta crítica, Él reconoce que son evangélicos, o al menos evangelistas, no en el sentido de que estaban yendo por ahí predicando el Evangelio, sino que tenían un celo por el alcance misionero, un celo por el evangelismo y la conversión que no tenía paralelo en el mundo antiguo.
Así que, en ese sentido, digamos que lo primero que aprendemos sobre los fariseos del Nuevo Testamento es que eran evangelistas. ¿Qué tan preocupados por las misiones y el evangelismo estaban estas personas conservadoras? Jesús dijo que recorrerían el mar y la tierra para hacer que uno se convirtiera a su religión: recorrer el mar y la tierra para hacer que uno se convirtiera a su religión. Yo paso nueve meses de cada año, lejos de mi casa, viajando de un lado a otro y dando conferencias, enseñando y todo eso, y lo hago porque ese es mi trabajo y ese es mi llamado. Esa es mi vocación, pero dudo que si llegara una invitación a nuestra oficina en Orlando, y dijera: «RC, vivo aquí en el estado de Washington, y no he tenido la oportunidad de escuchar mucha enseñanza sobre el libro de Romanos en mi vida. Me pregunto si estarías dispuesto a volar hasta aquí y pasar un par de días enseñándome unas clases sobre Romanos».
Dudo que aceptemos esa invitación para enseñar, ir hasta el otro lado de los Estados Unidos para hablar con una persona. No creo que lo haría porque no tengo el celo por ir más allá, como estas personas lo tenían: que recorrían tierra y mar para hablar con una persona, para persuadir a una persona de su forma de pensar. Entonces, al menos en ese sentido, en términos de fervor misionero y celo evangelista, los fariseos hacen que me avergüence, y sospecho que ese es el mismo efecto en la mayoría de ustedes. ¿Qué más nos dice de los fariseos? «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y estas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquellas».
Ahora, lo segundo que aprendemos de los fariseos es que eran diezmadores. No solo diezmaban, damas y caballeros, sino que eran escrupulosos en obedecer las leyes de Dios en cuanto al diezmo. En otras palabras, ellos practicaban lo que predicaban. La última encuesta que vi, una que hicieron a «cristianos evangélicos» en los Estados Unidos, indicaba que el cuatro por ciento de los que dicen ser cristianos evangélicos diezman de sus ingresos. Cuatro por ciento. Recuerdan el libro de Malaquías donde el profeta Malaquías es enviado por Dios a la casa de Israel, prácticamente como fiscal. Esa fue una de las funciones del profeta en el Antiguo Testamento, convocar al pueblo de Israel ante el tribunal de Dios, a veces para presentar cargos contra ellos por violar los términos de su pacto; y en este caso, Malaquías viene, y la acusación que trae al pueblo es la acusación de cometer robo contra Dios. Y entonces dice, «¿Robará el hombre a Dios?»
Él plantea la pregunta, y es una pregunta retórica como, «¿Qué podría ser más impensable que el que un ser humano tenga la audacia de robarle al Dios Todopoderoso?» Y entonces la respuesta es… ¿qué? «¿En qué te hemos robado?» «En los diezmos y en las ofrendas». Y el profeta habla a la nación y dice: «Al retener tus ofrendas y tus diezmos, en realidad le estás robando a Dios». Ponlo en términos del Nuevo Testamento. ¿Cómo alguien podría buscar primero el reino de Dios y robar del reino de Dios al mismo tiempo? ¿Eso es concebible para ustedes? Y ahora los fariseos escucharon eso, y comprendieron el deber que todo miembro de la comunidad del pacto tenía ante Dios, y el deber era pagar ese diez por ciento, pagar ese diezmo al almacén en Israel. Ahora, eran tan, como dije, tan escrupulosos al respecto que no solo diezmaban en general.
Ahora, el diezmo, en su mayor parte, se pagaba en productos o ganado, y funcionaba así: Si criaste ganado y en un año dado nacieron diez terneros nuevos, entonces ¿qué había que hacer? Uno de esos diez terneros sería devuelto a Dios. Si sembraste trigo, cebada o avena, el diez por ciento de la producción iba a Dios, y era lo primero que se hacía, cabe destacar. ¿Bien? Ahora, lo que hicieron los fariseos y los escribas fue esto: si cultivaban verduras o algo más y tenían 50 barriles de trigo, diezmaban cinco barriles de trigo, pero si encontraban unas: diez plantas pequeñas de menta que crecieron junto a su puerta tomaban una y la entregaban a la iglesia. Así de escrupulosos eran. Sería algo así: Si tú, a fin de mes haces los cálculos de todo el ingreso que tuviste, y entregas tu diez por ciento a Dios, pero estás caminando por la calle y te encuentras una moneda de 10 centavos en la vereda. Lo que pasaría con el fariseo es que su conciencia le molestaría a menos que tome un centavo y se asegure de diezmar ese centavo de diez que encontró y mantener esas cuentas bien saldadas con Dios.
Ahora, Jesús dijo: «Eres escrupuloso con el diezmo, pero omites los asuntos de más peso de la ley». ¡Uf! Es buena noticia saber que Jesús no consideraba el diezmo como uno de los asuntos de más peso de la ley. ¡Eso era una pequeñez! Ese era un asunto menor de la ley. Él dijo, «Estas cosas que deberías haber hecho, me alegro de que hayas dado tu diezmo», eso dijo. «Pero ustedes han omitido los asuntos de más peso de la ley – justicia y misericordia y fe». Ahora, cuando escucho a Jesús hablar así con ellos, puedo oír nuestra defensa como cristianos contemporáneos diciendo: «Bueno Señor, sí, hemos sido negligentes con el diezmo. El 96% de nosotros te hemos robado sistemáticamente y no hemos hecho de la expansión de tu reino una prioridad tal que estemos dispuestos a desprendernos de nuestros propios recursos para darte de lo que tú nos has dado, y como una medida real de nuestra obediencia y fe, etc.».
Y ya escucho a la gente diciendo: «¡Ah! ese es el Antiguo Testamento. Ya no hay que hacer eso». Así es. Fue más fácil en el Antiguo Testamento. El nuestro es un pacto mejor, un pacto más rico, con muchos más beneficios de los que recibieron en el Antiguo Testamento y, podría agregar, muchas más obligaciones y responsabilidades. El punto de partida de la vida cristiana es el diezmo. Eso es una pequeñez, es simple. Eso es una cosita. Pero decimos: «Podríamos decirle a Jesús: Jesús, queremos complacerte con nuestras vidas y por eso no nos preocuparemos por los asuntos menores y más ligeros de la ley como el diezmo. Te ofrecemos justicia, misericordia y fe». Me pregunto cómo nos iría con eso. Creo que a menos que seamos fieles en pequeñas cosas, es muy poco probable que seamos fieles en los asuntos de más peso de la ley. Y así, aun cuando Jesús está reprendiendo a los fariseos, al menos los felicita reconociendo el hecho de que al menos ellos diezman. Eran diezmadores.
¿Qué más? Estaban en debate continuo con Jesús sobre lo que dice la Escritura, y Jesús dijo: «Examináis las Escrituras. Haces bien. Pensando que en ellas tenéis vida eterna». Pero este grupo de personas, una vez más, que recibieron la denuncia más vehemente de Jesús durante el ministerio terrenal de Jesús, fueron reconocidos por Jesús como estudiantes serios de la Biblia. Dudo que hubiera un fariseo en todo Israel que no creyera en la inspiración de la Biblia, la infalibilidad de la Biblia y la inerrancia de la Biblia. Su doctrina de las Escrituras era impecablemente ortodoxa, y no solo tenían una buena perspectiva de las Escrituras, sino que estudiaban la Escritura. La memorizaban. Siempre ganaban los concursos bíblicos en las iglesias. El problema fue que nunca entró en su torrente sanguíneo, ¿cierto? ¿Ven por qué esto es tan espantoso?
Es decir, hay todo tipo de personas en la iglesia quienes no se preocupan en absoluto por el evangelismo, que no pensarían en el diezmo y que nunca han abierto la Biblia. Ni siquiera han cumplido con los requisitos mínimos de los fariseos, pero ¿qué pasa si hemos hecho todas estas cosas, si somos evangelistas, damos nuestros diezmos, estudiamos la Biblia al revés y al derecho? Eso no prueba nada. Un punto más en cuanto a los fariseos – y eso que hay mucho más por decir, pero el tiempo no lo permite – es que una de las cosas que Jesús se quejó de los fariseos fue su ostentosa exhibición de piedad a través de sus oraciones largas. Los fariseos pasaban, mucho tiempo en ejercicios rigurosos y espirituales, y en oración. De hecho, les encantaba que en reuniones públicas los llamaran para orar porque eran muy elocuentes y la gente los aplaudía.
Eran los maestros, los predicadores, los que oraban, los evangelistas, los religiosos profesionales de su época. Pero el único problema que surge una y otra y otra en lo que vemos el patrón del Fariseo del Nuevo Testamento es que la religión del fariseo era estrictamente externa. La palabra que Jesús usa para ellos una y otra vez es la palabra «hupokrités» – hipócrita – que significa «uno que es un actor de teatro», uno que en la superficie manifiesta una religiosidad, una especie de piedad, pero cuya vida, en la dimensión más profunda, nunca, nunca alcanza la justicia auténtica. Ahora, de nuevo, el peligro aquí de reducir la vida cristiana a lo exterior es un peligro que sucede en todas las épocas. No estoy diciendo que se supone que debamos descuidar lo exterior.
De nuevo, aquí no se trata de lo uno o lo otro. Jesús dice: «Estas son las cosas que debías haber hecho, sin descuidar aquellas». No estoy sugiriendo que podamos decir: «Oh, bueno, podemos prescindir de la oración, de las disciplinas espirituales, podemos prescindir de la lectura bíblica y de todo eso siempre y cuando realmente seamos amables con nuestro prójimo y procuremos la justicia y todo eso y olvidemos toda esta piedad». No, no, no. Esa no es la letra o el espíritu, pero la piedad es la letra y el espíritu. Es lo externo y lo interno. Es el exterior y el interior. No es el interior sin el exterior, y no es el exterior sin el interior; pero la justicia auténtica implica obediencia a los mandamientos de Dios.