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Transcripción
Al empezar nuestro estudio sobre los Diez Mandamientos y el papel de la ley en la vida del cristiano, quiero empezar examinando brevemente una porción del Salmo 119. Puede que este salmo te resulte familiar. Es uno de los salmos más largos del salterio y es aquel en el que cada sección empieza con una letra diferente del alfabeto hebreo y todo el salmo es una celebración de la ley de Dios. Eso puede parecernos completamente arcaico en nuestros días, porque nosotros, que vivimos de este lado del Nuevo Testamento, estamos familiarizados con las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que hemos sido redimidos de la ley, que la ley vino de Moisés, y la gracia y la paz vinieron de Jesús, y tenemos una tendencia en nuestros días, y más que una tendencia, es una epidemia considerar la ley del Antiguo Testamento como algo completamente irrelevante para nuestras vidas.
Pero me gustaría leer una porción del salmo para empezar este estudio. Empezando en el versículo 97, este es el Salmo 119, versículo 97. No hay muchos libros o capítulos en la Biblia que tengan el versículo 97, pero este es uno de ellos. Dice lo siguiente: «¡Cuánto amo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación. / Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, / Porque son míos para siempre. / Tengo más discernimiento que todos mis maestros, / Porque Tus testimonios son mi meditación. / Entiendo más que los ancianos, / Porque Tus preceptos he guardado. / De todo mal camino he refrenado mis pies, / Para guardar Tu palabra. / No me he desviado de Tus ordenanzas, / Porque Tú me has enseñado. / ¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras!, / Sí, más que la miel a mi boca. / De Tus preceptos recibo entendimiento, / Por tanto aborrezco todo camino de mentira».
Cuando leí esta breve sección de los salmos, lo hice con un cierto estilo a propósito. Lo que hice fue restarle un poco y minimizar la pasión real que se comunica en una porción de este salmo, particularmente en el primer versículo que leí de manera un poco insípida, cuando dije: «¡Cuánto amo Tu ley!». Esa no es una expresión que es adecuada para estas palabras y la forma en que están siendo comunicadas. Sus palabras iniciales expresan un contenido particular de información. Se usan signos de exclamación, lo que expresa un suspiro. Expresa la comunicación de un sentimiento sumamente profundo y en este caso no es un sentimiento de dolor, sino que es un sentimiento de afecto en el que el salmista está diciendo: «¡Cuánto amo Tu ley!».
Le he preguntado a mis estudiantes de seminario, ¿alguna vez han tenido a alguien en su congregación que se les acerque y les diga: Pastor, lo que más amo en mi vida cristiana es la ley de Dios? ¿Escuchamos a la gente hoy en la iglesia celebrar lo profundo de su afecto por la ley de Dios? Obviamente que no y mi pregunta, no solo hoy sino para toda esta serie es, ¿por qué no? ¿Hemos llegado a tal punto en nuestra comprensión del cristianismo que la ley de Dios ya no provoca suspiros de gozo en nuestras almas? ¿Qué tienen Cristo y Su obra para que ahora despreciemos o ignoremos algo que era el centro de deleite de la vida de los santos del Antiguo Testamento? Tal vez sea la suposición de que la ley del Antiguo Testamento ya no es relevante para el cristiano del Nuevo Testamento y no tiene ninguna relación con nuestro crecimiento cristiano. Los mandamientos eran algo para entonces, no para ahora porque ahora la vida cristiana es Cristo, no Moisés. Es evangelio, no ley.
Podríamos encontrar cristianos que irradian una profunda pasión en sus propias expresiones. Podríamos oírlos decir: «¡Oh, cómo te amo, Jesús!» o también “¡Oh, cómo te amo, Señor!». Y si decimos eso, ¿podemos oír la respuesta de Jesús? La respuesta que le dio a Su iglesia naciente, estoy convencido de que sería la misma respuesta que daría a la iglesia de hoy. «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos». Así que decir, «Antes amaba la ley, pero ahora amo a Cristo y menosprecio la ley» eso simplemente no es amar a Cristo porque Cristo amó la ley y Cristo dijo, «Si me amas, guarda mi ley, guarda mis mandamientos». Su comida y Su bebida nos dicen las Escrituras, era hacer la voluntad del Padre. Vio toda Su vida como una misión para cumplir cada punto de la ley, para ser perfectamente obediente a los mandamientos de Dios, no simplemente para poder guardar una lista de reglas sino porque Él quería hacer la voluntad del Padre y la expresión más clara de la voluntad del Padre era la expresión revelada a Su pueblo a través de la ley.
Veamos ahora un poco más este pasaje. «¡Cuánto amo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación» y luego continúa diciendo más adelante, versículo 101, «De todo mal camino he refrenado mis pies, para guardar Tu palabra». Nota el cambio en el lenguaje aquí y si vamos a través de todo el salmo, veremos esta constante interacción, este constante intercambio de dos palabras y las dos palabras son «ley» y «palabra». Escucho a los cristianos de hoy hablar en términos elogiosos de su afecto por las Escrituras, de su afecto por la Palabra de Dios, pero en nuestros tiempos, tendemos a divorciar la Palabra de Dios de la ley de Dios. Pero ese divorcio no es evidente en este texto de los salmos, ¿cierto? A lo largo de este salmo vemos al salmista recitando su afecto tanto por la ley como por la Palabra de Dios. ¿Por qué? En primer lugar, la ley fue entregada al pueblo por la Palabra de Dios y la ley que vino por la Palabra de Dios expresaba su mandamiento.
Ahora, a veces hemos hablado de reyes o de líderes o de jefes o de personas que tienen posiciones de alta autoridad, que cuando ellos pronuncian alguna directriz, su autoridad no debe ser desafiada. Ellos son la última instancia de apelaciones y por lo tanto no hay lugar para discusión y usamos esta expresión: «Su palabra es ¿qué? ley». Bueno, ¿qué ha cambiado sobre Dios? ¿Su palabra sigue siendo ley? ¿Sigue siendo tan soberano como en el Antiguo Testamento? ¿Es el Dios de Israel y el Dios de la iglesia del Nuevo Testamento un Dios que da mandamientos? Su palabra es ley y Su ley es Su palabra porque Su ley expresa Su voluntad. Si nos fijamos, hay otros aspectos sorprendentes en este pasaje que leí. Uno de los cuales nos recuerda bastante a los últimos profetas. Versículo 103: «¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras!, / Sí, más que la miel a mi boca. / De Tus preceptos recibo entendimiento».
La metáfora que se usa aquí procede de una sociedad agraria cuyas delicias culinarias eran mucho más limitadas que las nuestras hoy en día. Si un judío mil años antes de Cristo quería comer postre, no podía ir a Baskin-Robbins y elegir entre treinta y tres sabores de helado para satisfacer su antojo por algo dulce. Probablemente lo más dulce en su entorno, en términos de dulzura para el paladar, era la miel. Cada vez que el judío quería expresar algo que era delicioso, que era absolutamente delicioso, hablaba en términos de miel. Recordemos, por ejemplo, a Ezequiel, cuando Dios vino a él y le dijo que debía comer el rollo en el que estaban escritas las palabras del juicio de Dios y la ira inminente sobre la nación. Cuando puso el pergamino en su boca y empezó a masticar y comer este desagradable mensaje, que de repente se convirtió como miel en su boca y dulzura a su gusto.
No escuchamos a la gente decir hoy, «¡Cuánto amo Tu ley!» y tampoco tenemos gente haciendo fila para decirle a Dios, «Oh, Dios, Tu ley es tan dulce para mí como la miel». De hecho, vemos la ley como algo amargo, algo que es totalmente desagradable. Hay algo malo con esta imagen porque, recuerda, la ley de Dios, lo primero que hace es que revela el carácter de Dios y si hay algo que debería ser dulce a nuestro paladar, es el carácter de Dios mismo. Recordamos cómo empiezan los Salmos con una bendición de lo alto que dice: «Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, / Ni se detiene en el camino de los pecadores, / Ni se sienta en la silla de los escarnecedores». Paremos aquí.
La bendición de Dios se pronuncia sobre una persona, «Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos». ¿Qué significa eso? Eso significa que no vive según los patrones, las costumbres y la sabiduría general de la gente impía. Si tradujéramos eso a nuestros días, oiríamos a Dios decir esto: «Cuán bienaventurado es el hombre que no anda según el curso de este mundo, que no sigue la sabiduría popular de nuestros días». Incluso podría llegar a decir: «Cuán bienaventurado es el hombre que está fuera de este mundo». Bienaventurado el hombre que no se conforma a las costumbres y pautas culturales de nuestra propia sociedad. No sigue el consejo de los impíos. No está en el camino o en la senda del pecador. No se sienta en la silla de los escarnecedores», es decir, no practica el cinismo ni ridiculiza las cosas sagradas. «Bienaventurada la persona que no es cínica».
Pero ves, al inicio del Salmo 1, lo que tenemos aquí es una bendición dada a la gente que evita ciertos comportamientos. Ese es el lado negativo, pero ¿cuál es el lado positivo? «Sino que… su deleite», no solo su disciplina, «en la ley del Señor está su deleite,
/ Y en Su ley medita de día y de noche». Hoy reescribiríamos el salmo y diríamos: «Necio es el hombre que se deleita en la ley del Señor y pierde su tiempo meditando en ella de día y de noche». O podríamos decir que el legalista es el cristiano que se deleita en la ley y pasa más de cinco minutos al año meditando en ella. Pero Dios dijo: «Bienaventurado el hombre» y luego, ¿qué sigue diciendo?: «Será como árbol plantado junto a corrientes de agua, / Que da su fruto a su tiempo». Ya has oído ese salmo antes.
Piensa en esa imagen. Piensa en Palestina. Piensa en el desierto de Judea. Piensa en el retoño seco que sale de la tierra en ese desierto árido y estéril donde cualquier vegetación que vive tiene que luchar para sobrevivir ante el sol intenso y la tierra reseca, cada hora de cada día. Piensa en Jericó, cuando atraviesas el desierto de Judea y te acercas a la ciudad de Jericó. Ves a lo lejos que te acercas a algo diferente en el paisaje, que te acercas a lo que a todo árabe le gusta acercarse: a un oasis, y temes que sea un espejismo porque de repente ves árboles frondosos y llenos de frutos y ves dónde es que están plantados. Están plantados junto al arroyo. O anda a la desembocadura del río Jordán y observa los árboles que crecen justo al lado del Jordán, cuyas raíces se hunden profundamente en la tierra y cuyas raíces absorben la humedad y los nutrientes que hay allí.
Así que estos árboles son robustos y abundantes en los frutos que producen y Dios dice: «Cuán bienaventurado es el hombre que medita en mi ley de día y de noche. Será como un árbol que no está plantado en medio del desierto y que tiene una pequeña raíz que lucha por sobrevivir, sino como un árbol plantado junto a ríos de agua viva, que da su fruto a su tiempo. Pero», dice el salmista, «No así los impíos, / Que son como paja que se lleva el viento». Si hay un secreto que está oculto de la vista del cristiano moderno, el secreto se encuentra en el libro del Antiguo Testamento, no solo en la ley, sino en los profetas, en la sabiduría hebrea, todo lo cual en su conjunto revela el carácter de Dios. Si nos preguntamos por qué Dios nos parece extraño, un desconocido, un intruso en nuestras vidas y si vamos dando tumbos y a tientas en la oscuridad tratando de saber cómo debemos vivir en un tiempo relativista y si nos sentimos como trozos de paja, que el viento se lleva con el menor soplo o brisa, entonces tenemos que volver atrás y considerar la ley de Dios.
Lo que voy a hacer en los próximos días es examinar la naturaleza de la ley en la Biblia. Voy a examinar la naturaleza de la ley y en particular el decálogo, los Diez Mandamientos, cómo funciona en la vida de Israel en el Antiguo Testamento. Pero también voy a abordar esta pregunta: ¿Cuál es la relevancia de toda esa ley que tuvo lugar bajo el antiguo pacto ahora que estamos en el nuevo pacto? ¿Hay alguna aplicación de la ley del Antiguo Testamento para nuestros días? He contado la historia de cuando me invitaron a hablar en Nueva York hace varios años, hace más de dos décadas. Yo estaba hablando en una iglesia muy grande y estaba haciendo una serie sobre la santidad de Dios y el grupo patrocinador de la iglesia me pidió que fuera a una reunión privada de oración para unos veinte de los miembros de esta iglesia que se celebraría después del primer servicio de esta serie en la que yo estaba hablando.
Después de este servicio vespertino, fuimos a la casa de esta persona, ¡y era una mansión! Obras de arte de valor incalculable adornaban las paredes e incluso el patio delantero tenía una escultura de Henry Moore. Entramos y nos dijeron que íbamos a orar y apagaron todas las luces y eso estuvo bien. Esta gente empezó a orar y empezaron a orarle a sus parientes muertos. Y yo dije: «¡Esperen! ¡Un momento! ¡Alto! ¿Qué está pasando aquí?». Ellos dijeron: «Oh, estamos siendo guiados por el Espíritu Santo para contactar a nuestros parientes difuntos que están en el cielo». Yo dije: «No se permite hacer eso». Dijeron: «¿Por qué no?», les expliqué cuál era la ley del Antiguo Testamento, que en Israel esto era una ofensa capital, que era una abominación a Dios. Su respuesta fue simplemente la siguiente: «Pero eso es el Antiguo Testamento, no tiene ninguna implicancia en nosotros».
Entonces les pregunté: «¿Qué ha cambiado en la historia redentora? ¿Qué ha cambiado en el carácter de Dios y en Su relación con Su pueblo para que una práctica que antes le resultaba totalmente odiosa ahora sea algo en lo que se deleite?». Estas personas habían caído en esta práctica espantosa porque no tenían ningún concepto de la relación de la ley y el evangelio, del Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento y eso es lo que veremos en los próximos días.
CORAM DEO
Si nos hubiéramos quedado en el Salmo 119 después de la lectura, empezando en el versículo 97 y hubiéramos ido a la siguiente letra del alfabeto hebreo, «Nun» en el versículo 105, habríamos encontrado un versículo que creo que todo cristiano conoce. Dice así: «Lámpara es a mis pies Tu palabra, / y luz para mi camino. / He jurado, y lo confirmaré, / Que guardaré Tus justas ordenanzas». De nuevo, esta imagen de un camino y de una persona caminando por un camino de noche.
Una vez estuve en un lugar donde de noche salían serpientes y estaban por todas partes; y yo odiaba salir en la oscuridad. Nunca quería poner el pie delante porque nunca sabía cuándo iba a pisar una serpiente. Es aterrador caminar por un sendero peligroso cuando no tienes luz que ilumine tus pies y ahí es donde estamos cuando somos ignorantes de la ley de Dios.