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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: El Espíritu Santo
El Espíritu Santo es Dios. Él es la tercera persona de la Trinidad y se movía sobre la superficie de las aguas en el momento de la creación. Él es Dios todopoderoso, infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipresente y omnipotente. Sin embargo, en muchas iglesias apenas se menciona al Espíritu Santo. Aunque es habitual que oigamos hablar de lo que hace Dios, de lo que hace Cristo, de lo que hace la Palabra de Dios y de lo que hace el evangelio, algunos cristianos rara vez oyen hablar de lo que hace el Espíritu Santo. Esto no es solo un problema en la iglesia en general; es un problema en muchas iglesias reformadas. Creo que una de las razones es una reacción exagerada ante el énfasis inadecuado que se da al Espíritu Santo en muchas iglesias pentecostales y carismáticas. Parece que algunos pastores de iglesias reformadas creen que necesitan hablar menos de lo que el Espíritu Santo hace en la vida de los creyentes de manera individual y de la iglesia de manera corporativa.
A menudo oímos decir que la soberanía de Dios está en cada página de la Escritura, pero también lo está el Espíritu de Dios, pues el Espíritu de Dios no puede separarse de la soberanía de Dios. Cristo fue concebido por el poder del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos dio vida en Cristo. El Espíritu Santo nos da ojos para ver, oídos para oír y corazón para comprender. El Espíritu Santo nos sostiene, nos convence, nos consuela y nos preserva, y estará con nosotros por siempre. Él es el Espíritu santificador que nos humilla, nos lleva al arrepentimiento, nos capacita para perdonar y abre nuestros labios para que podamos alabar a nuestro Dios trino.
En medio de todas las cargas que pueden abrumarnos, nuestro único remedio es encomendarnos al Espíritu Santo, el cual mora en nosotros. Cuando llega a nosotros la duda, podemos saber que nuestra fe es real porque el Espíritu aguijonea nuestra conciencia y nos lleva al arrepentimiento. Cuando estemos tristes, debemos recordar —especialmente en nuestras oraciones— que el gozo no es la ausencia de tristeza, sino la presencia del Espíritu Santo. Y en los momentos de debilidad, podemos estar seguros de que el Espíritu Santo no solo usa a los débiles, sino que además quiere que fijemos nuestra mirada en el autor y perfeccionador de nuestra fe, en Cristo Jesús, mientras vivimos y respiramos coram Deo, ante el rostro de nuestro Dios trino.