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Transcripción
Continuamos ahora con nuestro estudio de la postura bíblica de los juramentos y votos sagrados en referencia a las promesas que hacemos como personas.
Recientemente, nuestra iglesia ha estado involucrada en un proyecto de construcción, y la gente está muy entusiasmada de que tengamos nuestro propio edificio y que no tengamos que usar instalaciones prestadas, lo que hace que sea muy difícil llevar a cabo un programa completo de la iglesia. Algunas personas, por supuesto, son de la opinión de que nunca se debe construir una iglesia pidiendo prestado fondos de bancos -no comparto ese punto de vista- y nuestra congregación está comprometida en asegurar una hipoteca para que podamos construir nuestro santuario.
Pero una de las preguntas que hizo el banco cuando solicitamos una hipoteca para un edificio (préstamo hipotecario) no es solo cuál es el patrón actual de donaciones que hay en la congregación, sino que también analiza las promesas de pagos futuros para el edificio de la iglesia. Es decir, tienes una campaña de construcción y la gente hace promesas. Ahora, una de las cosas de las que nos damos cuenta cuando estamos involucrados en una campaña de capital como esa en la iglesia es que cuando llegan las promesas, sería extremadamente imprudente presupuestar según el cien por ciento de las promesas.
La regla general es que nunca se debe esperar recibir más del ochenta por ciento de las promesas que se dan. ¿Qué dice eso? ¿Qué dice eso sobre la seriedad con la que hacemos nuestras promesas y hacemos nuestros compromisos? Bueno, hay razones, obviamente, por las que la gente no cumple las promesas que hace. Es una realidad, es decir, toda iglesia tiene que enfrentar esto.
Pero miremos hacia atrás, a la sección cuatro del capítulo veintidós de la Confesión de Westminster: «Un juramento debe hacerse en el sentido claro y común de las palabras, sin ambigüedad o reservas mentales. Dicho juramento no puede obligar a pecar; pero en todo lo que no sea pecaminoso, habiéndolo hecho, su cumplimiento es obligatorio, aun cuando sea en perjuicio propio …». De modo que si te prometo algo, y las circunstancias cambian en mi vida, o como dije la última vez, si aparece algo mejor, y que para mí cumplir mi promesa sería hacerme algún tipo de daño a mí mismo, lo que la Confesión dice aquí es que si esta es una promesa lícita, si no es una promesa de hacer algo malo, estoy obligado por esa promesa a pagar.
Por eso tenemos la amonestación bíblica y la advertencia que Dios dio a su pueblo: «Es mejor que no hagas votos, a que hagas votos y no los cumplas». Porque cuando se hace un voto, cuando se promete, te atas a una obligación que no puedes, a los ojos de Dios, romper impunemente. Y por eso tenemos que animarnos unos a otros, incluso en la iglesia, si vas a hacer promesas, ten cuidado; piénsalo antes de hacer esa promesa.
En la pequeña obra, extrabíblica, de la iglesia primitiva llamada la Didaché, o la enseñanza de los doce apóstoles, que era un resumen de la enseñanza de la iglesia primitiva, hay mucha enseñanza, en este breve documento, sobre el dar, dar limosnas, dar donaciones, etc.; y uno de los aforismos de sabiduría que está contenido allí son estas palabras: «Que tu limosna sude en tus manos antes de darla». Ahora, algunas personas piensan que eso significa dejarlo sudar en tu mano para siempre y nunca soltarlo, pero eso no es lo que están diciendo.
El punto aquí es la precaución; ten cuidado antes de hacer una promesa, porque una vez que haces la promesa, entonces es tu deber cumplir esa obligación autoimpuesta, incluso si es para tu propio daño. Y de nuevo, esto es algo de lo que tenemos que hablar. Vemos esto no solo con respecto a los cristianos que hacen promesas en la iglesia y no cumplen con sus obligaciones, que es algo que sucede todo el tiempo, sino también en nuestros asuntos diarios.
Vivimos en una sociedad de tarjetas de crédito y no pasa un día sin que, al escuchar los programas de radio, oigas todo tipo de historias terribles acerca del gran número de personas aquí en Estados Unidos que han acumulado grandes deudas en sus tarjetas de crédito, deudas que no pueden pagar, y están gastando dinero que no tienen por medio del uso de ese plástico.
Bueno, cada vez que se carga algo en la tarjeta, entras en un acuerdo de pago. Entro a una tienda, quiero comprar un televisor. No soy dueño de ese televisor. Alguien más es dueño del televisor; el dueño de la tienda es dueño del televisor, y es dueño del televisor porque ha pagado con su dinero al fabricante para asegurar la propiedad de ese televisor. Y ahora él lo pone a la venta, yo entro y compro el televisor, pero lo compro al contado, a crédito o uso una tarjeta de crédito. Todas esas maneras implican promesas de mi parte de que pagaré por ese bien.
He creado una expectativa en el vendedor de que se le pagará por sus bienes o sus servicios, y me he comprometido, con mi firma, a pagar lo que debo, y cuando no lo hago, estoy robando a mi prójimo, lo cual viola la ley de Dios. Así que cuando rompemos nuestra promesa, cuando rompemos nuestra promesa de pagar porque pensamos que va a ser demasiado doloroso, estamos robando a otras personas.
El otro día estaba escuchando a la Dra. Laura mientras conducía el auto y entró la llamada de una persona por un asunto de conciencia con el que estaba luchando porque tenía un hijo recién nacido, y sabía que había un programa del gobierno disponible donde podía obtener fondos de ayuda para comprar alimentos de bebé. Y esta persona quería saber si podía solicitar ese subsidio del gobierno a pesar de que su familia se oponía a usar la ayuda del gobierno ya que a él le era posible pagar esa cuenta. Y él dijo que no le era posible.
Tenía un trabajo de tiempo completo, pero le era difícil comprar la comida del bebé puesto que tenía préstamos educativos que debía pagar y también tenía un auto nuevo y tenía que hacer los pagos del auto. Y la Dra. Laura, al estilo típico de la Dra. Laura, aterrizó a este tipo en sus dos pies. Ella dijo: «¿Qué estás haciendo? ¿Ir a comprar un auto nuevo cuando no puedes cumplir con las obligaciones que ya tienes?» Pero, ¿cuál es la excusa que usualmente damos? «Sí, pero si no tengo estas cosas, me sentiré mal, sería muy doloroso para mí. Así que no cumpliré con mi obligación en este caso para poder cumplir con aquella otra obligación a fin de obtener lo que quiero».
Eso es lo que implica la ética de la promesa, de la promesa de pagar. Si no puedes pagarlo, no lo compres. Así de simple. Ahí es donde, en muchos casos, somos seducidos a vivir más allá de nuestras posibilidades con los programas de facilidad de pago que nos ofrecen los vendedores. Pero recuerda que esos programas de pago fácil implican una promesa de pago, y cuando no pagamos, entonces nuestro sí no significa sí y nuestro no, no significa no, y hemos violado la ética cristiana de cumplir la promesa.
Finalmente, en la sección cuatro, dice: «Tampoco debe violarse» –es decir, el juramento– «aunque se haya hecho a herejes o infieles». Esto es más espantoso aún, puesto que a veces los cristianos dicen: «Sí, sé que no le pagué, pero él no era un creyente. No es un hermano, así que no estoy obligado a cumplir mi promesa a ese vendedor impío de la tienda o a ese comerciante pagano de la esquina donde compré mi televisor». En todo caso, con mayor razón estamos obligados, si fuera posible estar aún más obligado que estar absolutamente obligado; no es posible.
Pero hay un contexto más amplio aquí donde escuchamos las advertencias de las Escrituras, que los gentiles blasfeman por causa de nosotros. Nosotros somos los que llamamos a la gente a un alto estándar, y cuando no cumplimos con ese estándar en nuestro trato con los no creyentes, ellos lo usarán para atacar la integridad de Cristo mismo. Y los gentiles blasfeman por causa de nosotros. De nuevo, cuando Pablo dice eso, él está perfectamente consciente de que los gentiles blasfemarán todo lo que quieran sin nuestra ayuda, pero nunca debemos darles una excusa tratándolos de una manera pagana. Así que tenemos esa obligación.
La sección quinta dice: «El voto es de naturaleza semejante a la del juramento promisorio, y debe hacerse con el mismo cuidado religioso y cumplirse con la misma fidelidad». En otras palabras, eso es solo un ídem de todas las cosas que se han dicho hasta ahora con respecto al juramento. Lo mismo aplica a los votos. Y en la sección seis, leemos: «El voto no debe hacerse a criatura alguna sino únicamente a Dios. Por lo tanto, para que sea acepto, debe hacerse voluntariamente, con fe y conciencia del deber, de manera grata por la misericordia recibida, o para la obtención de lo que queremos. Por medio de aquel voto nos obligamos más estrictamente a cumplir los deberes necesarios, u otras cosas en tanto y cuanto nos conduzcan al adecuado cumplimiento de ellas».
Otra vez tenemos esta repetición de lo importante que es que los votos, en cuanto a los juramentos, sean jurados por el nombre de Dios y no por alguna cosa creada que nos lleve a la idolatría, como ya lo hemos visto. Pero es interesante que una de las cosas importantes que se enfatiza aquí, es que el voto debe ser hecho voluntariamente. Realmente no debería existir tal cosa como una boda arreglada, donde alguien es obligado a casarse con otra persona. Hacer un voto, obligar a alguien a hacer un voto, es una negación real del voto.
La esencia del voto es precisamente que se hace de manera voluntaria y libre; nadie me obliga a hacer esta promesa, pero yo, en buena conciencia y consciente de cuáles son las obligaciones y dispuesto por muchas razones, en primer lugar, tal vez por gratitud, hago este voto, pero necesito hacer este voto. Por la razón que sea, me comprometo estrictamente a cumplir con los deberes necesarios.
Ahora, en el capítulo siete, continúa diciendo: «Nadie deberá jurar que realizará cosa alguna prohibida por la Palabra de Dios, o que impida algún deber mandado en ella, o a lo que no está en su capacidad y para cuyo cumplimiento no tenga promesa alguna o talento de parte de Dios». Una vez más, esto es un paralelo, en muchos aspectos, a lo que ya se ha dicho sobre el juramento; pero hay algunos matices sutiles que me gustaría comentar a medida que continuamos. Ningún hombre puede prometer hacer algo prohibido en la Palabra de Dios. Te recuerdo, una vez más, que esta sección es sobre juramentos y votos lícitos porque hay juramentos y votos ilícitos.
Vi una entrevista en la televisión de un hombre que dirige un burdel en el estado de Nevada, y en este programa de entrevistas, hablaba con gran alegría de lo próspero que había sido su negocio a lo largo de los años. Y, lo creas o no, el entrevistador le preguntó a qué le atribuía este gran éxito en su negocio empresarial de dirigir un prostíbulo. Él dijo: «Bueno, cuando comencé este negocio, hice un voto a Dios de que si Dios me bendecía en este negocio, le daría un cierto porcentaje de los ingresos». Y dijo: «Él me ha bendecido, y yo he sido fiel. He estado diezmando mis ganancias de este burdel». Y lo dijo con toda seriedad en televisión nacional. Yo dije: «¿No ves que es ilegítimo? Insultas a Dios prometiéndole que vas a hacer algo para beneficiar a Dios o al pueblo de Dios si Dios te bendice en una empresa que Él ha prohibido. Ese es un voto ilícito porque la persona está prometiendo hacer algo que Dios prohíbe.
Algo más que encontramos aquí, es que no debemos hacer votos que no esté en nuestro poder cumplir o para los cuales no podamos estar seguros de tener la capacidad de cumplir. Hace poco utilicé una ilustración sobre esto en una serie de nuestra iglesia, sobre cómo realmente esto me enredó en un lío espiritual el primer año de mi vida cristiana. Yo fui una de esas personas que, de muy joven, se convirtieron radical y repentinamente de un estilo de vida muy mundano, y llegué con muchas cosas de mi pasado a la fe cristiana. Y una de esas cosas era que yo había sido un fumador empedernido, y cuando me convertí al cristianismo, me convencieron de que esto estaba mal y que tenía que dejarlo. Y traté de parar, pero no tuve éxito. Y oré al respecto, y luché con eso; y la gente me hacía pasar un mal rato ya que eran cristianos que dudaban de mi conversión mientras yo estaba teniendo todo tipo de luchas.
Estaba dispuesto a ceder a la desesperación, pero no podía renunciar. Y finalmente, este ministro me dijo: «Esto es lo que debes hacer». Me dijo: «Haz un voto a Cristo de que no fumarás». Y añadió: «Luego tomas una foto de Jesús y la pones en el paquete de cigarrillos, justo debajo de la envoltura transparente, para que después de que hagas tu voto, debido a que amas a Cristo, cuando te den ganas de fumar un cigarrillo, saques ese paquete de tu bolsillo, veas esa foto de Jesús, y simplemente digas: “Te amo Jesús”, y vuelvas a guardar los cigarrillos, y ya no fumarás». Así que hice lo que me dijo, y me puse de rodillas, e hice el voto de renunciar; y me avergüenza decirles que no llegué a las veinticuatro horas. Es decir, lo hice durante una hora o dos, y miré, y fui tentado. Miré la foto y dije: «Te amo Jesús», y volví a guardar el paquete en mi bolsillo.
Después de un par de horas, estaba pensando: «Te odio, Jesús». Muy pronto me deshice de la foto. Yo había hecho ese voto. ¿Cómo creen que me sentí? Si antes me atormentaba la culpa, ahora mi culpa se había intensificado más allá de toda medida. Y la insensatez que había cometido fue el hacer un voto del cual no tenía la confianza de contar con la fuerza para cumplirlo. Una cosa es que yo diga: «Dios, ayúdame, y prometo intentarlo”, o algo así, pero he hecho votos tontos y luego tengo que vivir con el recuerdo de que le hice una promesa a Cristo que luego rompí. Y una de las cosas que aprendí de eso es que debemos ser cuidadosos al hacer promesas como esa. Dije que una de las formas en que hacemos eso, característicamente, es cuando alguien viene y me dice: «Si te digo algo, ¿me prometes que no le dirás a nadie?»
Aprendí hace mucho tiempo a no hacer eso porque una vez alguien me pidió que prometiera eso, y luego que hice la promesa, me dijo lo que iba a hacer, y se trataba de cometer un acto de violencia contra otra persona. Y yo había jurado guardar el secreto, pero luego caí en cuentas y vi que ese era un voto que no podía cumplir, y tuve que decírselo. Le dije: «No sólo estoy rompiendo este voto, sino que debo romper este voto». De ahí en adelante, cuando la gente me dice: «Si te digo algo, me prometes que no lo dirás», yo respondo: «No, pero te prometo esto: dado que no sé lo que me vas a decir, te prometo ser tan responsable como me sea posible con la información que me estás dando, pero vas a tener que confiar en que seré responsable con la información que me estás dando.
No te voy a dar una promesa general sin saber a lo que me estoy comprometiendo, y no está bien que me pidas que lo haga». Y esas son cosas que aprendemos, que debemos tener cuidado de que cuando hagamos nuestros votos y nuestras promesas, que nos comprometamos a aquello de lo que tenemos una seguridad razonable de que podemos cumplirlo. Por supuesto, a lo que se refería aquí en la séptima sección, en la sección final de la Confesión, era una crítica a los juramentos monásticos, juramentos de pobreza perpetua, juramentos de celibato perpetuo, etc., a lo que Dios no promete que la gente tendrá la capacidad de vivir en celibato toda su vida.
Por eso, las iglesias reformadas de la época no querían que la gente hiciera votos de celibato perpetuo, sino que realmente tuvieran la oportunidad de casarse según lo permitían las circunstancias de la Biblia y lo dictaba en ciertos casos. Pablo dice: «Que mejor es casarse que quemarse», y reconoce que algunos, no todos son aptos para una vida de soltería, y que no debemos hacer votos de manera apresurada en ese sentido. Entonces, en resumen, lo que todas estas cosas significan es, pueblo cristiano, tengan cuidado con sus palabras. Tengan cuidado con sus promesas porque Dios quiere que seamos personas en cuyas palabras se pueda confiar.
CORAM DEO
Creo que es sorprendente ver la respuesta del pueblo estadounidense a un movimiento llamado Promise Keepers (Cumplidores de promesas). Y Promise Keepers ha tenido sus problemas con ciertos debates teológicos y otros asuntos, pero aparte de eso, permítanme decir que toca una fibra sensible en nuestra cultura y particularmente entre los hombres.
¿No es interesante que la organización o el movimiento se llame Promise Keepers? ¿Y por qué algo así podría atraer a decenas de miles de personas a las manifestaciones, excepto que ya estamos experimentando en nuestra cultura la destrucción de nuestras instituciones sagradas que ocurre cuando las promesas ya no significan nada: la santidad del matrimonio, la santidad de los votos que se hacen para la membresía de la iglesia, la santidad de los votos ministeriales, los votos de ordenación, todas estas cosas que hemos considerado brevemente en las últimas sesiones?
Pero eso solo resalta que tenemos un vacío en nuestra cultura con respecto a la santidad de la verdad en todos sus elementos. Y no hay elemento más importante para esa santidad que el elemento de no solo decir la verdad, sino practicar la verdad, cumplir lo que decimos que vamos a hacer.