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Transcripción
Hoy vamos a empezar una nueva serie centrada en el tema de la seguridad de la salvación, que creo que es un tema teológico extremadamente importante para estudiar, no solo para que podamos satisfacer nuestros intereses en la investigación teológica o la curiosidad, sino que esta es una pregunta que afecta cómo vivimos como cristianos porque tiene un tremendo impacto en nuestra razón, nuestros sentimientos, nuestro consuelo y nuestro comportamiento como cristianos, para que se asiente en nuestras vidas si estamos o no en un estado de gracia.
Me gustaría empezar esta serie en particular dirigiendo tu atención a un texto en el Nuevo Testamento que creo que es uno de los textos más aterradores que podemos ver en la Biblia, y viene de los labios de Jesús al final del Sermón del monte. Tendemos a pensar en el Sermón del monte como una proclamación estrictamente optimista que Jesús hizo, donde habla de las Bienaventuranzas, bienaventurados los que hacen esto, y bienaventurados los que hacen aquello. Jesús tiene esta reputación debido al Sermón del monte, de no ser solo un predicador popular, sino uno que resalta lo positivo en lugar de lo negativo.
Lo que a menudo se pasa por alto es el clímax de ese sermón, que leemos en el versículo 21 del capítulo 7 del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?”. Entonces les declararé: “Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad”».
Aquí Jesús nos da una vista previa del juicio final, donde dice que la gente vendrá a Él, dirigiéndose a Él con el título «Señor, Señor», que veremos en un momento. Y estas personas le dirán a Jesús: «Señor, hicimos todas estas maravillas en Tu nombre. Te servimos; predicamos en Tu nombre; echamos fuera demonios; hicimos todas estas cosas». Y Jesús dijo: «Iré a estas personas y les diré: “Por favor, váyanse”». No solo dice: «No les conozco», sino que dijo: «Jamás los conocí… los que practican la iniquidad», o maldad, o impiedad, en otras traducciones. Lo que encuentro particularmente conmovedor sobre esta aterradora advertencia que Jesús le da a la iglesia es que Él empieza diciendo: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino». Luego repite eso diciendo: «Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor”».
En otro contexto, en otra serie que hicimos en Ligonier, analicé en gran detalle la importancia de la repetición del título «Señor». Solo hay unas quince apariciones en toda la Escritura donde se dirigen a alguien por la repetición de su nombre. Recuerdan cuando Abraham estaba en el monte Moriah y estaba listo para clavar el cuchillo en el pecho de su hijo, Dios interviene en el último segundo y dice: «Abraham, Abraham, no extiendas tu mano contra tu hijo». Cuando Dios le habla a Moisés desde la zarza ardiente en el desierto madianita, se dirige a él diciendo: «Moisés, Moisés»; y vemos aquel momento que Jacob tuvo miedo de bajar a Egipto, y Dios le habla, diciendo: «Jacob, Jacob»; la voz del cielo llamando a Samuel en medio de la noche, «Samuel, Samuel» y otros así. Vemos eso a lo largo del Antiguo Testamento.
En el Nuevo Testamento recuerdan cuando Saulo es confrontado por Jesús en el camino a Damasco, Cristo lo llama, diciendo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Cuando Él tuvo que reprender a Marta en Betania, cuando le dijo: «Marta, Marta»; y a Pedro, cuando Pedro dijo que sería fuerte todo el tiempo, dijo: «Simón, Simón, Satanás quiere zarandearlos como trigo». Incluso el lamento de Jesús por la ciudad de Jerusalén, cuando clama: «Oh Jerusalén, Jerusalén, tú que matas a los profetas y apedreas a los que te han enviado, cuántas veces te habría reunido conmigo como la gallina reúne a sus pollitos, pero tú no quisiste». Por supuesto, lo más conmovedor en las Escrituras es en la cruz cuando Cristo clama: «Elí, Elí, ¿lema sabactani?», «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?». Y hay muchas otras más, Elías, Eliseo, cuando ve venir al ángel, el carro de fuego, y demás.
Pero esta rara estructura gramatical tiene una importancia en la lengua hebrea. Cuando alguien repite la forma personal de dirigirse, sugiere y comunica una relación personal íntima con la persona a la que se dirige. Lo que Jesús está diciendo es que en el último día, no solo la gente vendrá a Él y le dirá: «Señor, te pertenecemos, somos tuyos», sino que dijo que se dirigirán a Él en términos de intimidad personal; usarán esta forma de dirigirse, diciendo: «Señor, Señor», como si lo conocieran de una manera profunda, personal y espiritual. Y Jesús les va a decir: «Por favor, váyanse. No sé quiénes son, ustedes que practican la iniquidad».
De nuevo, lo que Jesús está diciendo aquí es que hay muchas personas que profesan ser cristianos, que usan el nombre de Cristo, lo llaman por Su título exaltado: «Señor», que no están en el reino de Dios, que no le pertenecen a Él, y que no llegarían a pasar el juicio final. Por eso digo que eso es aterrador, porque estas no son personas que Él está describiendo que están al margen de la iglesia, sino que son personas que están inmersas en la vida de la iglesia, participan mucho en el ministerio de la iglesia, y tal vez tienen una reputación por ser cristianos profesos que Jesús no conoce y que Jesús desterrará de Su reino.
Ahora, la razón por la que mencioné esto al principio es que cuando hacemos una profesión de fe como cristianos, tenemos que hacernos una pregunta, ¿cómo sabemos que no estaremos entre este grupo de personas que en el juicio final vendrán, esperando la entrada en el reino, dirigiéndose a Jesús en términos íntimos, y luego ser expulsados? ¿Cómo sabemos que nuestra confianza en nuestro estado espiritual, que estamos en un estado de gracia, es sana y genuina, o si nos hemos engañado a nosotros mismos? Tan solo ayer, vi un informe sobre una campaña evangelística masiva que se llevó a cabo internacionalmente en la que el informe dice que millones de personas hicieron decisiones por Cristo. Cuando lo leí, pensé, me pregunto cuántas de esas decisiones para Cristo fueron verdaderas conversiones y cuántas de ellas no fueron reales.
Una vez más, a la luz de este texto, permítanme tomar otro texto además de este, también del Evangelio de Mateo que habla de este problema. En el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, leemos en el versículo 1 esta narración: «Ese mismo día salió Jesús de la casa y se sentó a la orilla del mar. Y se congregaron junto a Él grandes multitudes, por lo que subió a una barca y se sentó; y toda la multitud estaba de pie en la playa. Y les habló muchas cosas en parábolas, diciendo: “El sembrador salió a sembrar; y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, algunas semillas a ciento por uno, otras a sesenta y otras a treinta»». Luego Jesús dijo: «El que tiene oídos, que oiga».
En primer lugar, notemos el contexto inmediato de esta famosa parábola del sembrador. Lo que viene justo antes en el versículo 48 del texto es, bueno en el versículo 47, alguien le dice a Jesús: «“Mira, Tu madre y Tus hermanos están afuera y te quieren hablar”. Pero Jesús respondió al que le informó: “¿Quién es Mi madre, y quiénes son Mis hermanos?”. Y extendiendo la mano hacia Sus discípulos, dijo: “¡Miren, aquí están Mi madre y Mis hermanos! Porque cualquiera que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ese es Mi hermano y Mi hermana y Mi madre”». Nota que lo que Él está diciendo es que el verdadero hermano de Cristo es el que hace la voluntad del Padre, no solo uno que tomó la decisión de seguir a Jesús.
Siempre tengan en cuenta que nadie obligó a Judas a convertirse en discípulo. Judas eligió seguir a Jesús; Judas tomó su propia decisión de convertirse en discípulo, de entrar en la escuela de Jesús y estuvo con nuestro Señor durante Su ministerio terrenal durante tres años, y sin embargo, se nos dice en el Nuevo Testamento que él era un demonio desde el principio, que no era que Judas se convirtió genuinamente y que luego cayó de la gracia y se perdió, sino que el punto es que, a pesar de estar tan cerca de Jesús, nunca fue un hombre convertido. Eso debería hacernos pausar y considerar el estado de nuestras propias almas. Bueno, unos versículos más adelante, después de que Jesús da la parábola del sembrador, Él da una explicación de la misma, esta es una de las pocas veces que eso sucede en el Nuevo Testamento. Y también, esta parábola fluye de una manera diferente de la instrucción parabólica normal.
La regla habitual para interpretar parábolas es que las parábolas generalmente tienen un punto, y es algo muy peligroso convertir todas las parábolas en alegorías, donde las alegorías tienen un significado simbólico esparcido a lo largo de la historia. Sino que en este caso, nos acercamos al nivel de la alegoría, ya que Jesús hace varias aplicaciones de ella cuando explica su significado a los discípulos. En el versículo 18 dice: «Ustedes, pues, escuchen la parábola del sembrador. A todo el que oye la palabra del reino y no la entiende, el maligno viene y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es aquel en quien se sembró la semilla junto al camino».
Así que el primer grupo del que habla son aquellos donde la semilla es arrojada y cae en el camino y no tiene lugar para echar raíces; no echa raíces en lo absoluto y las aves vienen y se comen esa semilla; porque en la antigüedad, la semilla se sembraba primero y luego se araba el suelo, y a veces la semilla caía en el camino y no se araba debajo; no había forma de echar raíces, y esa semilla sobrante simplemente sería devorada por las aves. Jesús compara esto con que las aves representan a Satanás, de modo que esta semilla es algo que no echa raíces en lo absoluto. Ahora, hay personas por todas partes que escuchan la predicación del evangelio y el evangelio no tiene ningún impacto en ellos. Es decir, no ha echado raíces en sus vidas.
Pero no solo se detiene allí. Jesús continúa diciendo: «Aquel en quien se sembró la semilla en pedregales, este es el que oye la palabra y enseguida la recibe con gozo; pero no tiene raíz profunda en sí mismo». Puedes ir a reuniones evangelísticas, ver grandes multitudes abarrotándose al frente de la iglesia para responder al llamado del evangelio, donde a las personas les gusta lo que escuchan, tal vez se conmueven emocionalmente, toman la decisión de seguir a Cristo, pero tan pronto como se pone el sol o tan pronto como sale el sol al día siguiente, han desterrado esto de sus mentes por completo; fue una respuesta espontánea del momento y, sin duda, no fue una respuesta real.
Ahora, cuando vemos estas llamadas estadísticas evangelísticas de cientos, miles o millones de personas que toman decisiones, no quiero ser demasiado duro al respecto porque uno de los problemas que tienen todos los ministerios de alcance es cómo medir la efectividad del ministerio, y las iglesias lo hacen diciendo cuántas personas son miembros en su congregación y cuánto están creciendo en los últimos años; y los ministerios evangelísticos dicen, bueno, hicimos una misión evangelística y 15 personas vinieron al altar o 25 personas levantaron la mano o 30 personas firmaron una tarjeta o hicieron una oración, para que tengan algún tipo de estadísticas para medir la respuesta que la gente está haciendo, porque ¿cómo se mide la realidad espiritual?
Sabemos, y creo que cualquiera que haya participado en eventos evangelísticos sabe, que no se puede ver el corazón, por lo que lo mejor es contar el número de tarjetas, o el número de decisiones, o el número de lo que sea que la gente haga. Pero Jesús nos advierte sobre eso aquí cuando dice, es decir, hay muchas personas que lo escuchan con gozo. Es como la semilla que cae en el suelo pedregoso pero es tan poco profundo que tan pronto como sale el sol y empieza a abrasar la semilla, la semilla se desmigaja y no hay fruto. Luego hay otro grupo que responde y esto es lo que Jesús dice sobre ese grupo: «Aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, este es el que oye la palabra, pero las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se queda sin fruto».
Otra vez, algunas, algunas de las semillas caen entre espinos, y de nuevo, la persona la recibe con gozo, pero la primera lucha, la primera vez que hay algún conflicto entre la carne y las noticias que ha recibido en el evangelio, se va hacia el mundo, porque, de nuevo, la semilla no ha encontrado la buena tierra. Luego Jesús dice: «Aquel en quien se sembró la semilla en tierra buena, este es el que oye la palabra y la entiende; este sí da fruto y produce». No todos los que oyen la palabra serán salvos, pero aquellos que son hacedores de la palabra también serán salvos y a veces a esto se le llama la parábola del sembrador; a veces se le llama la parábola de la tierra, porque para que la verdadera conversión ocurra, Dios cambia el alma del oyente. Dios provee la tierra para que esa semilla eche raíces, crezca y dé fruto.
Hay un error muy serio que corre por la iglesia hoy en día, que habla de personas que se convierten en cristianos, y son verdaderos cristianos, pero que son cristianos carnales, es decir que permanecen en la carne, y ellos, durante una larga temporada o tal vez durante toda su vida, nunca dan fruto, y sin embargo, son llamados creyentes sinceros. Creo que eso se contradice por completo con la enseñanza del Nuevo Testamento. El fruto no salva a nadie, pero si no hay fruto, eso significa que no hay vida espiritual, porque donde hay vida espiritual, inevitable, necesaria e inmediatamente, habrá algún fruto. El fruto puede variar: cien veces, sesenta veces, lo que sea. No todos, no todos los cristianos verdaderos son tan fructíferos como otros cristianos, pero un verdadero creyente da fruto o no es un creyente.
Es por eso que Jesús dijo: «Los conocerán», no por lo que profesan, ¿sino por qué?: «Por sus frutos», y así, donde hemos estado inmersos en una subcultura cristiana que pone tanta atención en la toma de decisiones, en la respuesta a los llamados al altar, en el hacer la oración del pecador, que perdemos el punto importante de que tomar la decisión de seguir a Jesús, permítanme decirlo tan claramente como pueda, tomar la decisión de seguir a Jesús nunca ha convertido a nadie. Porque no es tu decisión la que te convierte; es el poder del Espíritu Santo lo que te convierte, y lo que te lleva al reino no es que tomaste una decisión o que caminaste por un pasillo o que levantaste la mano o que firmaste una tarjeta, sino que haya verdadera fe en tu corazón.
Esa es la pregunta que vamos a ver en esta serie: ¿Cómo puedo saber si mi profesión de fe es auténtica? ¿Realmente soy lo que profeso ser? Lo diré de nuevo, muchas veces: nadie ha sido justificado por una profesión de fe. Todo el que es justificado está llamado a profesar esa fe; todo el que es cristiano está llamado a confesar a Cristo delante de los hombres. No me malinterpreten, no hay absolutamente nada malo en absoluto en las profesiones públicas de fe; deben hacerse. El problema es que cuando confiamos en eso como la prueba de fuego de nuestra conversión, porque Jesús advierte: «Este pueblo con los labios me honra / Pero su corazón está muy lejos de Mí».
Así que mi pregunta de nuevo es: ¿Cómo sé que mi profesión de fe está motivada por la posesión de la verdadera gracia salvadora? Eso es lo que vamos a ver en esta serie a medida que avancemos.