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Hemos estado estudiando juntos el drama de la redención, y ya hemos visto que el plan de Dios para la redención no fue una añadidura—no fue una respuesta o reacción—a la catástrofe del universo por la entrada del pecado, sino que el plan de Dios de redención está enraizado y basado por toda la eternidad.
Ahora, la ocasión por lo que la redención vino a ser necesaria para nosotros, por supuesto, es la Caída—la caída de la humanidad en pecado. Hemos visto un poco de esas circunstancias. Y hemos hablado acerca de la difícil y extremadamente espinosa pregunta acerca de cómo fuimos relacionados, de una manera real, a la prueba de Adán allá en el Jardín del Edén, y hemos explorado algunas de las teorías más populares para poder explicarlo. Pero después de haber hecho esa exploración, todavía nos quedamos con lo que los teólogos llaman “El Misterio de la Iniquidad”—esto es, cómo el pecado es transferido de una generación a otra y esto tiene un grado de misterio.
Y un misterio aún mayor es cómo una criatura que fue creada como inocente, recta y buena, termina en realidad inclinándose hacia el mal. Ese es quizás el problema difícil que tenemos en teología. Pero algo que no es un misterio y que es muy real es el pecado, y éste es universal.
Y es axiomático que para que la gente conceda y esté de acuerdo con que nadie es perfecto y que todos los seres humanos, al menos en algún grado, no alcanzan el estándar de perfección y rectitud que es ordenada por nuestro Creador.
Ahora vamos a dirigir nuestra atención de regreso a la narración de la Caída en el Génesis, no para revisar una vez más lo que pasó en términos del pecado, otra vez recordando que el concepto del pecado original no se refiere al primer pecado, sino que, en vez de eso, al resultado del primer pecado. Y hemos visto que el resultado del pecado de Adán es esta naturaleza caída y corrupta que todos poseemos.
Pero esa no fue la única consecuencia de la Caída. Vemos en el libro del Génesis que Dios responde a la intrusión del mal en el mundo al manifestar su juicio, y Él lo expresa contra el hombre, Él habla en contra de la mujer, y habla en contra de la serpiente. Veamos este juicio otra vez brevemente. En el capítulo tres del Génesis, en el verso 14, Adán y Eva confiesan que ellos han violado el mandamiento de Dios de no comer del árbol. Leemos en el verso 14, “Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya…”
Aquí vemos el juicio de Dios sobre Satanás, quien asumió la forma de una serpiente y ejecutó el rol de la tentación en el Jardín del Edén. Así el primer juicio de Dios cae sobre la serpiente y dice que de ahora en adelante será una criatura que se arrastrará sobre su vientre; será una criatura deslizándose en el polvo. Pero más allá de la forma de la maldición, la afirmación más poderosa que tenemos y que es tan importante para nuestro entendimiento del drama de la redención es la afirmación de Génesis 3:15: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya…”. ¿Qué es la enemistad, sino odio, alejamiento, oposición y conflicto?
Cada vez que nos involucramos en una contienda, hablamos de las fuerzas opuestas como nuestros enemigos. Ahora el enemigo supremo de la raza humana desde el Jardín del Edén es la serpiente que representa la figura de Satanás, y Dios dice voy a infundir un espíritu de hostilidad entre esta mujer y tú, entre su simiente y la tuya. Ahora, esto lo podemos tomar de más de una manera. Afirmado de forma simple, Dios podría estar diciendo que habría enemistad entre Eva y Satanás, pero obviamente si incluimos toda la información bíblica sobre esto, que esa enemistad no está limitado a una mujer, sino que aun Eva se levanta como nuestro representante—que esta enemistad será transferida a la progenie de Adán y Eva, así como a los seguidores de Satanás.
Ahora, Él—es Dios quien dice que esta enemistad entre ti y la mujer, que también será entre tu simiente y la suya. Hay una pregunta acerca de la consecuencia plural o singular de la palabra “simiente”. Algunas veces usamos “simiente” en un sentido singular, aun cuando se refiere a las múltiples manifestaciones de la simiente.
La palabra “simiente” tiene la misma raíz para “semilla”. Cuando sembramos no tiramos semillas, sino que arrojamos “la semilla”. En cualquier caso, hay un vínculo entre la “simiente” o la “semilla” de la mujer y la “simiente” o “semilla” de la serpiente. Y recibimos lo que ya hemos mencionado brevemente al pasar—la primera promesa de redención en la Escritura, a la que se le denomina, “Proto Euangelión” viene de “Proto”—cuando decimos que algo es un prototipo, por ejemplo, nos suena familiar.
La palabra “proto” significa “primero en el orden, en una serie”. Y así, cuando llamamos a este texto en Génesis, el “proto-eungelión” estamos diciendo que tenemos en Génesis 3, el primer anuncio del evangelio, el primer anuncio de la promesa de redención. No es ciertamente el último anuncio o declaración de parte de Dios porque la Biblia realiza muchos anuncios del evangelio, pero este se levanta como el primero entre muchos.
Ahora, la palabra “euangelión” es una palabra que es tomada directamente del griego. Vemos que las primeras dos letras que pronuncio, “Eu”. Cuando pensamos en nuestro propio lenguaje, el español, tenemos algunas palabras que empiezan con ese prefijo “Eu”. Trata de pensar en algunas. Pienso en una declaración, por ejemplo, o un mensaje que es dado durante un funeral. ¿Cómo es que lo llamamos? Un “Eulogio” “E-U-L-O-G-I-O”.
Y si recordamos la información básica en el Nuevo Testamento, Cristo es llamado el “Logos” en el primer capítulo de Juan, y es traducida como “palabra o verbo”. Entonces la palabra griega para “palabra” es “logos”. Entonces un “eu-logos”—un “Eulogio” ¿Qué es? Es una buena palabra.
También tenemos la palabra “eufemismo”, de seguro la has oído. Vas a la consulta del dentista, te sientas en la silla, y el dentista toma ese pequeño taladro, nos mira y dice, “Esto te podría causar un poco de incomodidad”. Él no nos dice, “Esto te hará daño” o “Esto será doloroso”.
Por el contrario, él nos dice, “Esto será un poco incómodo”. A eso le llamamos “eufemismo” porque suavizamos la fuerza con alguna palabra que hace que suene mejor o pareciera una mejor descripción de eso. También tenemos otro término que no es tan conocido “eufonía”. ¿Qué es lo que significa? Un sonido placentero o agradable.
Ya estamos familiarizados con el prefijo E-U en español. Viene directamente a nosotros del griego. Ya tenemos el “Eu” del “euangelión” y quizá hasta sean capaces de percibir la raíz de la palabra. Además, tenemos una palabra en español que viene directamente de ella, esa es la palabra “ángel”. Ahora, ¿Por qué los ángeles son llamados ángeles?
Bueno, en el Nuevo Testamento, el “angelós” o el “ángel” es uno cuya principal tarea en el reino de Dios es ser el portador del mensaje de Dios. Es el ángel Gabriel quien viene y anuncia el nacimiento de Juan el bautista a Zacarías. Es el ángel Gabriel quien visita a María y le anuncia el futuro nacimiento del Mesías.
Fueron ángeles que se pusieron a la entrada de la tumba en el día de la resurrección para anunciar a los discípulos la resurrección de Cristo. Entonces es típico en el rol de un ángel el ser un mensajero. Hablamos entonces del “euangelión” y no estamos hablando de un “buen ángel”, sino que hablamos de un “buen mensaje”. Y esa es la razón por la que, algunas veces, la palabra “evangelio” es traducida al español como “buenas nuevas”. De lo que estamos hablando aquí es llamado el “proto-euangelión”, esto es, el primer anuncio de las Buenas Nuevas, o del evangelio.
Esto se encuentra en Génesis 3 donde se maldice a la serpiente y Dios dice, “Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Aquí el punto no es hacia todos los descendientes de Adán y Eva, sino hacia una persona específica, una manifestación específica de la simiente de Adán, una persona humana en particular que participará en algún tipo de conflicto de lucha a muerte con la serpiente.
Y, por supuesto, los escritores del Nuevo Testamento observan esto como mirando hacia un futuro distante, el gran conflicto que emerge cuando Cristo entra en este mundo, se encarna y es hostigado, embestido atacado por Satanás durante todo su ministerio.
Algunas veces pensamos que la exposición de Jesús a las fuerzas del infierno estuvo limitada al período de 40 días de tentación en el desierto. Recordamos que inmediatamente después de su bautismo, el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto donde fue tentado por 40 días por el maligno.
Y el maligno lanzó todo lo que le pudo tirar a Jesús, tratando de duplicar su proeza de seducir a Jesús tal como lo hizo, de hecho, con Adán y Eva. Pero este nuevo Adán, este nuevo representante nuestro, no se sujetó o falló en la prueba, sino que, por el contrario, triunfó sobre todas las astucias y engaños con las que Satanás trató de seducirlo.
Y él salió triunfante de los 40 días de prueba. Algunas veces tenemos la tendencia a pensar, “Bueno, uf, Jesús pudo pasar la prueba. Satanás es derrotado. Satanás huyó con el rabo entre las piernas, y esa es la última vez que Jesús tuvo que preocuparse de Satanás”.
Por el contrario, cuando el Nuevo Testamento nos dice que la prueba de los 40 días terminó, leemos, casi como un pie de página que, “se apartó de él…” ¿qué? “… por un tiempo…” Aquí hay un tipo de presagio literario. Hay una nota ominosa asociada, no está allí, que Satanás está yéndose, pero no para siempre. Es por un tiempo. Él regresará. No ha renunciado en su asalto a Jesús. Jesús estaba muy consciente que ese asalto continuaría. Recordamos la maravillosa ocasión de la gran confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, donde Jesús les preguntó a sus discípulos, “¿quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”.
Y Pedro termina dando la respuesta, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y Jesús reconoce que Él es, pero luego inmediatamente dice—primero le dice a Pedro, “…que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Le da un nuevo nombre, llamándole la roca, y luego en los siguientes breves momentos, Jesús le explica a Pedro y al resto de los discípulos que su misión requiere que Él vaya a Jerusalén a sufrir y a morir.
¿Cómo reacciona Pedro, la roca, a eso? La roca dice, “¡Nunca!” Nosotros no lo vamos a permitir, Jesús. Tú eres el Mesías. No puedes ir a Jerusalén a sufrir y morir. Y así Pedro se opone al anuncio de Jesús de que está yendo a la cruz. Y con tal oposición, reprende a Jesús por aún tener tales pensamientos.
¿Qué es lo que Jesús le dice a Pedro? “Discúlpame Pedro. Supongo que me dejé llevar por mi misión. Realmente no necesito ir a Jerusalén. ¿Por qué no haces unas reservas para volver a Capernaúm y nos vamos mejor para allá? No, no. Jesús le dice a Simón Pedro, “¡Quítate de delante de mí, Satanás!”
El hombre que solo hace poco tiempo había sido nombrado como la roca, ahora se le llama Satanás. ¿Por qué es que hizo esto? Porque él ve que esa sutil y astuta seducción viene en última instancia de Satanás. Pero Satanás está usando a Pedro para tratar de imponerle una nueva tentación, para desanimar a Jesús de su misión. Y también me acuerdo de Lutero. Cuando lees la vida de Martín Lutero, la gente en estos días tiende a maravillarse con la sensibilidad que Martín Lutero tenía con la presencia de Satanás.
Sus escritos y sus memorias están llenas de alusiones a un conflicto personal con Satanás, y cuando él tenía esas tremendas luchas, a veces, Lutero se refería en alemán a esos ataques de Satanás como el “anfechtung” de Satanás. La palabra alemana “anfechtung” es más que un término—significa más que simplemente “ataque” o “conflicto”.
El “anfechtung” de Satanás del que Lutero hablaba era un asalto implacable y profundo, una lucha constante, una batalla continua. Y la razón no es sorprendente. Ya que Lutero había consagrado toda su vida a la lucha por la defensa del evangelio. Y tan pronto como Lutero hizo eso, tuvo que lidiar con las fuerzas del infierno que odian el evangelio.
El evangelio de Satanás y sus subalternos no son buenas nuevas, son malas noticias—son las peores de las noticias. Y aquí, en su forma inicial, leemos esto en el verso—Génesis 3:15, donde la enemistad entre “tu simiente y su simiente…” llega hasta el punto de decir, “…ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.
Recuerden que Dios está hablando a la serpiente, y Él está diciéndole, “estás muy entusiasmada con lo que has sido capaz de lograr con esta mujer, con Eva y con Adán. Pero el día viene cuando la simiente de esta mujer va a aplastar tu cabeza”. Y la imagen que viene a nosotros con este texto es, ¿qué? Ves esa serpiente en la tierra que es venenosa, que es ofensiva—malvada—que puede causar toda clase de daño.
¿Cómo es que esa serpiente, que se arrastra sobre su vientre, va a ser destruida? La imagen no es de alguien que viene con una vara y la golpea en la cabeza hasta que muere, o que queda presa en un tipo de trampa o red, sino que, por el contrario, la imagen es de alguien que viene con su pie desnudo y pisa fuerte la cabeza de la serpiente hasta el punto de aplastarle la cabeza.
Eso es doloroso, es violento, es dañino para aquel que va a aplastar la cabeza de la serpiente. Y vemos esto en esta metáfora simple en Génesis—una alusión a la futura actividad de redención que apunta a la cruz, donde Cristo en esa cruz aplasta el poder de Satanás.
Él hiere su cabeza en la cruz, pero para poder hacer esa obra de destrucción, Él paga con su propia sangre. Paga con su propia vida. Él mismo es el siervo del Señor que sufre seriamente las heridas en su propio cuerpo mientras cumple la promesa de conquista. Ahora, el resto del texto del Génesis habla acerca de las maldiciones que le son dadas a la mujer—el dolor extra en el parto—y la maldición que es puesta en el hombre—no que sea llamado a trabajar por primera vez, sino que ahora su trabajo será llevado a cabo con gran dificultad.
La tierra que cultiva estará llena de espinas, cardos y zarzas. La tierra resistirá sus esfuerzos por producir una cosecha excelente, y todo eso prepara el escenario para el despliegue completo del futuro de la redención. Una contienda es dolorosa. No hay nada glorioso, realmente, con una guerra; aunque una contienda usualmente viene a ser la ocasión para manifestar actos audaces—actos osados, de valentía, de auto-sacrificio—donde la gente que va a la guerra, cuando pensamos en los soldados que regresan victoriosos de una batalla, a menudo los imaginamos como que regresan heridos.
Los norteamericanos recordamos una imagen que es parte de la herencia nacional llamada el “Espíritu del 76”. Allí vemos la flauta y los tambores, viendo a los soldados revolucionarios marchando, llevando la bandera. Pero ellos tienen vendajes en sus cuerpos que indican que, aunque la victoria ha sido ganada, ésta fue costosa.
Y deja que esta imagen, donde sea que la veas, te recuerde de la primera promesa del Evangelio—la promesa de que la cabeza de la serpiente será aplastada, pero no sin pagar un precio. Y considera que el precio que ha sido pagado por esa victoria, que no es una victoria nacional. Se trata de una victoria cósmica. Es la victoria más importante de la que jamás has oído.