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Transcripción
Continuamos con nuestro estudio de la doctrina de la Trinidad y recordarán que en nuestra primera sesión, vimos brevemente el concepto de monoteísmo en el Antiguo Testamento, es decir, la afirmación de la unicidad de Dios, y dijimos que ha habido controversia sobre el período de la historia redentora en que se desarrolló el monoteísmo. ¿Estaba allí al principio de la creación, tal como sostiene la ortodoxia o fue un desarrollo posterior? Pero hoy queremos ver la conexión entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Permítanme comenzar, en primer lugar, diciendo que a pesar de que no tenemos una definición explícita de la Trinidad, en el Antiguo Testamento, sin embargo, de vez en cuando tenemos indicios de la Trinidad a lo largo de las páginas de la historia del Antiguo Testamento. Una de esas pistas importantes es una que ya hemos visto desde un ángulo diferente, es decir, el uso plural del nombre de Dios, Elohim. Los críticos ven el uso de ese nombre como una forma burda de politeísmo. Sin embargo, otros han visto en ese nombre plural, particularmente porque está acompañado de un verbo singular, una especie de referencia críptica al carácter plural de Dios.
Déjenme decir un par de cosas sobre eso. En primer lugar, no creo que necesariamente indique la Trinidad, porque podría ser simplemente una forma literaria similar a lo que llamamos el plural editorial, o el «nosotros» editorial, cuando un escritor asume la forma plural para comunicar un punto; o vemos el plural de majestad: donde los reyes, o los papas, o las personas en altos cargos, empiezan sus comentarios diciendo: «Decretamos o declaramos, etc.», y podría ser eso. Pero más importante aún es un recurso literario hebreo llamado el plural de intensidad, y ese plural de intensidad llama la atención sobre la dimensión profunda del carácter mismo de Dios, en quien residen todos los elementos de la deidad y de la majestad.
Por eso, yo diría que, como mínimo, el nombre Elohim es compatible con la doctrina de la Trinidad y, de hecho, puede estar dándonos una pista en esa dirección. Pero la palabra misma no exige que infiramos de ella la doctrina de la Trinidad. Un paréntesis para aquellos de ustedes que tienen algún interés en la especulación filosófica, y particularmente en la división de la filosofía dedicada a la metafísica y a los asuntos del ser. Tal vez recuerden que en la filosofía griega antigua, uno de los temas centrales que los filósofos griegos estaban tratando de resolver era el problema de lo que se llama «Lo uno y lo múltiple». Gran parte de la filosofía griega primitiva se dedicó a esa dificultad.
¿Cómo le damos sentido a tantas cosas diversas que forman parte de nuestra experiencia? ¿Vivimos en un universo que, en última instancia, es coherente, o vivimos en un universo que, en última instancia, es caótico? Los supuestos de la ciencia, por ejemplo, son tales, que para que tengamos conocimiento, tiene que haber coherencia, tiene que haber algún tipo de orden a las cosas, o el conocimiento sería imposible. Entonces, toda nuestra empresa de investigación científica presupone lo que incluso Carl Sagan dice que es cosmos, no caos. Eso significa que debe haber algo que dé unidad a toda la diversidad que experimentamos en el mundo, y en el pensamiento griego hubo un intento de encontrar unidad y diversidad de una manera coherente.
De hecho, la misma palabra «universo» proviene del concepto de unidad y diversidad puestas juntas: que vivimos en un lugar de gran diversidad que, pese a todo, tiene unidad; y los filósofos griegos trataron (y yo diría: en vano) de encontrar la fuente tanto de la unidad como de la diversidad. Sin embargo, en la fe cristiana, y en la cosmovisión cristiana, toda la diversidad encuentra su unidad última en Dios mismo, y es importante que incluso en el propio ser de Dios encontremos tanto la unidad como la diversidad, de hecho, el fundamento último de la unidad y la diversidad. Pero como dije, creo que eso es, en el mejor de los casos, lo que se insinúa en las primeras palabras del Antiguo Testamento con el concepto del nombre Elohim.
Pero, además de eso, también en el relato de la creación, encontramos ya al Espíritu de Dios, que está activo en la creación y que está sacando algo de la nada y que está cumpliendo con los criterios de deidad que se establecen, por ejemplo, en el Nuevo Testamento. Ese es otro indicio del carácter multipersonal de Dios al principio de esa obra. De nuevo, a lo largo del Antiguo Testamento y en sus puntos de vista sobre la venida del Siervo del Señor, etc., hay otras referencias que indican el carácter trino de Dios.
Uno que mencionaré, de paso, en lugar de quedarme estancado allí, es el texto del Antiguo Testamento más citado en el Nuevo Testamento; es decir, el texto del Antiguo Testamento que se cita en el Nuevo Testamento con más frecuencia que cualquier otro texto es el Salmo 110, que tiene un comienzo muy extraño. El salmista dice: «¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es Tu nombre…!». Lo siento, ese es el Salmo 8. El Salmo 110 empieza: «Dice el Señor a mi Señor: “Siéntate a Mi diestra”». Ahora, típicamente, cuando ves la conjunción del nombre de Dios Yahvé, con la forma del título, Adon – Adonai en el Antiguo Testamento, ves el nombre personal de Dios, Yahvé, y Su título principal o supremo, Adonai, asociado con él.
Hace un rato me confundí de texto y hablé sobre el Salmo 8, ¿cómo empieza el Salmo 8? «¡Oh Señor, Señor nuestro…!». – Oh Yahvé nuestro Adonai – «cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra», donde hay una clara identificación entre Adonai y Yahvé; y sin embargo, lo que tienes en este sorprendente texto del Salmo 110, es que Dios está teniendo una conversación con el Señor de David. «Dice el Señor (Yahvé) a mi Señor (Adonai): “Siéntate a Mi diestra”». Por supuesto, de aquí es donde el Nuevo Testamento lo toma, y habla de Jesús como el hijo de David y el Señor de David. De modo que vemos otro indicio de la dimensión múltiple del ser de Dios en esta conversación en el Salmo 110. También es el mismo Salmo que declara que el hijo de Dios será un sacerdote para siempre, un sacerdote eterno según el orden de Melquisedec.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, no es como si el Nuevo Testamento repudiara la afirmación del monoteísmo en el Antiguo Testamento. Los conceptos de monoteísmo que están tan firmemente establecidos en el Antiguo Testamento no sólo se asumen, sino que se repiten una y otra vez en el Nuevo Testamento. Permítanme dar un ejemplo, o un par de ejemplos sobre eso. Veamos en primer lugar un famoso pasaje del libro de los Hechos. En el capítulo diecisiete de los Hechos, comenzando en el versículo veintidós, cuando Pablo llega al centro de la cultura griega en la antigüedad, leemos: «Entonces Pablo poniéndose en pie en medio del Areópago (o colina de Marte), dijo: “Varones atenienses, percibo que ustedes son muy religiosos en todo sentido. Porque mientras pasaba y observaba los objetos de su adoración, hallé también un altar con esta inscripción: ‘AL DIOS DESCONOCIDO’”».
Ahora, permítanme, hacer de nuevo otro pequeño paréntesis, por favor. Pablo se da cuenta, en primer lugar, cuando llega a Atenas que su espíritu se mueve dentro de él, está deprimido, porque ve que la ciudad está entregada a la idolatría. Dondequiera que voltea ve religión falsa. Si iba al Areópago, que es donde el templo de Marte estaba, o el de Ares, en Atenas, él pasaba por todos los otros templos y veía esta actividad religiosa en todas partes, y se dio cuenta de que los griegos temían haber dejado alguno fuera, entonces tenían este altar con la inscripción: «AL DIOS DESCONOCIDO».
En un momento regresaremos a lo que Pablo dice sobre eso. Pero permítanme retomarlo, como dije, a modo de paréntesis, por un segundo. Una de las cosas más sorprendentes que encontré en mi trabajo de posgrado, en los años sesenta, es decir, en 1960, no en 1860, fue la evidencia que estaba surgiendo de la antropología teológica y de sociólogos que examinaban los puntos de vista religiosos de varias tribus primitivas del mundo. Encontraron que, a pesar del animismo externo que prevalecía en su cultura, que cada una de esas culturas primitivas, si eran estudiadas a la luz de una antigua generación sabia, hablaban del dios del otro lado de la montaña, o del dios que estaba lejos de ellos, quien aunque no estaba en el centro de su práctica diaria de la religión, sin embargo, estaba profundamente enraizada en su conciencia tribal la idea de un gran dios de las alturas.
Así que, en lugar de que estas tribus primitivas probaran la tesis del animismo, por el contrario, personas como Misures Illeaday y Heindrick Krammer y otros, descubrieron este elemento de tradición dentro de estas tribus animistas, de un dios que era como el dios desconocido, con el que no estaban en contacto, pero de alguna manera sabían que Él estaba allí, lo cual, por supuesto, concuerda con la declaración de Pablo en el primer capítulo de Romanos de que el Dios de todo el universo se ha manifestado a todos, y que todos reciben ese mensaje: que todo ser humano conoce la existencia del Dios Altísimo, pero el carácter pecaminoso de la humanidad es ¿hacer qué? En cada caso, cien de cada cien veces, reprimimos y enterramos ese conocimiento e intercambiamos ese conocimiento que Dios nos ha dado, por idolatría, y es por eso que todos somos considerados culpables ante Dios. Pero esa es otra historia.
Entre tanto, volvamos a Hechos y a Atenas. Pablo menciona haber visto este altar al Dios desconocido, y dice: «Pues lo que ustedes adoran sin conocer», en ignorancia o agnósticamente (a gnosis), «eso les anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que Él da a todos vida y aliento y todas las cosas. De uno solo, Dios hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la superficie de la tierra, habiendo determinado sus tiempos y las fronteras de los lugares donde viven, para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando, lo hallen, aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros.
Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de los poetas de ustedes han dicho: “Porque también nosotros somos linaje Suyo”. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Naturaleza Divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento humano. Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien Él ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres cuando lo resucitó de entre los muertos».
Entonces, aquí Pablo está, de nuevo, afirmando claramente el monoteísmo judío clásico. Un Dios que ha hecho todas las cosas y de quien todo se deriva. Veamos un texto más, 1 Corintios capítulo 8, si podemos, versículo 4. Pablo está en una discusión sobre comer cosas que han sido ofrecidas a los ídolos, un problema práctico y pastoral que surgió en la iglesia de Corinto. Dice en el capítulo 8, versículo 1: «En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Si alguien cree que sabe algo, no ha aprendido todavía como debe saber; pero si alguien ama a Dios, ese es conocido por Él. Por tanto, en cuanto a comer de lo sacrificado a los ídolos, sabemos que un ídolo no es nada en el mundo».
Sabemos que no hay sustancia, no hay significado, no hay relevancia, no hay poder, no hay existencia en ningún ídolo. «Y que no hay sino un solo Dios. Porque aunque haya algunos llamados dioses, ya sea en el cielo o en la tierra, como por cierto hay muchos dioses y muchos señores, pero para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio de Él existimos nosotros». Y así, en la misma frase en la que Pablo está atribuyendo claramente deidad a Cristo, en ese mismo momento está reafirmando la unidad de Dios y la unicidad de Dios.
¿Por qué el Nuevo Testamento habla de un solo Dios, y sin embargo al mismo tiempo afirma la deidad del Espíritu Santo y la deidad de Cristo? La razón por la que la iglesia hace eso, como dije antes, es porque la Biblia lo hace. Y lo vemos a lo largo de las páginas del Nuevo Testamento, y necesitaríamos clases adicionales para ver cada pasaje en el Nuevo Testamento que atribuye deidad a Cristo y otro mensaje separado para mirar cada pasaje o, incluso selectivamente, pasajes donde la deidad y la personalidad se atribuyen al Espíritu Santo.
Veamos un par de esos pasajes en los que la deidad de Cristo se manifiesta tan firmemente. Lo vemos especialmente en el evangelio de Juan. Y hablaré de Juan 1 en un momento, porque ese es el pasaje más importante de todos. Pero recuerden los «Yo soy» de Jesús cuando dijo: «Yo soy la puerta», «Yo soy el camino, la verdad y la vida», y así por el estilo. Entre ellos, particularmente en Juan 8, nuestro Señor dice: «Antes que Abraham naciera, Yo soy». Y a lo largo de los «Yo soy», Jesús usa esa forma de lenguaje que se usó para traducir el nombre esencial de Dios, Yahvé.
La fórmula, «ego eimi», «Yo soy, Yo soy» es la fórmula por la cual el nombre de Dios es traducido del hebreo al griego. Y varias veces en el Evangelio de Juan, Él usa esta construcción para hablar de Sí mismo. Y lo vemos quizás de manera más dramática con referencia a Abraham, quien es el patriarca, el padre de los fieles, que es tan venerado por la comunidad contemporánea de los días de Jesús. Él dijo: «Ustedes quieren usar a Abraham en mi contra, déjenme decirles: antes de que Abraham existiera, yo era» – no, – «antes de que Abraham naciera, Yo soy», en lo cual hay una afirmación de eternidad y una afirmación de deidad.
Lo que mucha gente no nota en nuestros días, los contemporáneos de Jesús del primer siglo lo captaron con bastante rapidez. El furor de sus oponentes se lanzó contra Él porque la acusación era que, siendo hombre, se hacía igual a Dios. Incluso la pretensión de ser Hijo fue considerada blasfema por sus contemporáneos. Y así, todos esos textos en los que Jesús afirma ser el Hijo, que fue enviado por el Padre y que estaba con el Padre en el cielo, etc., dan testimonio de esto.
También en el Evangelio de Juan tenemos la intrigante narración de la aparición de Jesús después de la resurrección, cuando algunos de los discípulos lo habían visto y Tomás no estuvo presente.
¿Y recuerdan al escéptico Tomás? Él dijo: «A menos que pueda verlo con mis ojos y ponga mi mano en Su costado, y mis dedos en las huellas de los clavos, no voy a creer». En medio de ese escepticismo, Jesús se le aparece y le ofrece Sus manos y Su costado. No dice si Tomás alguna vez lo palpó físicamente, pero ¿cuál fue su respuesta? Cae de rodillas y le dice a Jesús: «Señor mío y Dios mío». Fíjense en el libro de los Hechos cuando la gente está tan asombrada de Pablo y Silas que se postran y los adoran, y ellos los reprenden inmediatamente. Incluso cuando las personas ven la manifestación de los ángeles y comienzan a adorar a los ángeles, los ángeles los reprenden diciéndoles que no deben ser adorados porque son criaturas. Y aquí está Jesús aceptando la adoración de Tomás, sin reprensión, y reconociendo la confesión de Tomás como válida: «Señor mío y Dios mío».
También vemos muchas referencias en el Nuevo Testamento a la bendición trinitaria, la fórmula trinitaria para el bautismo, que el mandamiento de Cristo es que las personas deben ser bautizadas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Pero claramente, el texto más significativo de todos en el Nuevo Testamento es el versículo inicial del Evangelio según Juan, donde leemos en el capítulo 1: «En el principio ya existía el Verbo (es decir, el Logos), y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». En esa primera frase se ve el misterio de la Trinidad porque en la primera parte de la frase, el Logos, que estaba con Dios desde el principio (Él es eterno, pero se distingue de Dios) porque se le describe como estando con Dios.
Podría añadir que la palabra que está ahí es aquella palabra que describe «estar con» en la proximidad más cercana posible. Hay diferentes maneras en las que el idioma griego puede ser traducido por la palabra «con», pero la palabra que se usa aquí sugiere la más cercana. Es prácticamente una relación cara a cara. Pero, sin embargo, en la primera parte del texto se hace una distinción entre el Logos y Dios. Y luego, en el siguiente aliento, ¿qué? Y el Verbo, que no solo estaba con Dios, era Dios. Así que, en un sentido, el Verbo debe distinguirse de Dios, y en el otro sentido, el Verbo debe identificarse con Dios.
Es por eso que este concepto del Logos dominó la reflexión filosófica y teológica cristiana durante los primeros trescientos años de la historia de la iglesia. Tan rico e importante era este concepto que Juan lo introduce en su evangelio. Porque continúa diciendo acerca del Logos, Él estaba en el principio con Dios; no es una criatura. De hecho, «todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres», etc. Las características y atributos divinos se atribuyen al Logos eterno en el Evangelio según Juan. Y esa es una de las principales razones por las que la iglesia desarrolló su doctrina de la Trinidad.