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Terminamos nuestro breve estudio sobre los profetas mayores y antes de empezar a ver los profetas menores y un breve estudio de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento, quiero hacer un pequeño paréntesis para dar un vistazo veloz a dos libros pequeños que son parte del registro histórico del Antiguo Testamento; son los libros de Esdras y Nehemías.
Porque estos libros cubren algo de la historia después del exilio y narran los acontecimientos que rodean el retorno del exilio. Y en un sentido muy real, en términos de un resumen cronológico del Antiguo Testamento, nos llevan al final de ese período registrado en el Antiguo Testamento.
Ahora bien, en nuestras biblias, los libros de Esdras y Nehemías son dos libros distintos. Sin embargo, hay grandes probabilidades que en el mundo antiguo estos libros se fusionaron en uno solo, Esdras-Nehemías, porque ambos estaban interesados en el mismo tipo de iniciativa.
Pero vamos a tratarlos por separado, ya que así es como están hoy. Tanto Esdras como Nehemías estaban involucrados en un importante punto del avivamiento nacional.
Te puedes imaginar cómo fue para los judíos exiliados pasar más de una generación de historia en cautiverio en una tierra extraña. Puedes imaginar la esperanza que nació en ellos cuando les llegó la noticia de la caída de sus opresores, los babilonios, y podían esperar que el nuevo imperio reinante, el de los medos y persas, los fuera a liberar a ellos.
No sé si alguien ha pasado alguna vez tiempo en un país extranjero donde te encuentras lejos de casa por un período temporal, y aun cuando tratas de ajustarte y aclimatarte en esa tierra extraña, todavía hay algo del viejo dicho que dice: “no hay nada como estar en casa”.
Cuando vivíamos en Europa y asistía a la universidad y tratábamos de adaptarnos a la cultura holandesa, una de las pequeñas frases o expresiones que aprendimos fue esta, “Ost, vest taus is best”, que significa este u oeste, el hogar es mejor.
Entonces, cuando les llega la noticia a estos refugiados en el exilio que un decreto ha sido emitido por el nuevo rey que les permite regresar a su tierra natal, esta debe haber sido una de las ocasiones más felices en todo el Antiguo Testamento.
El primer capítulo de Esdras nos da panorama de esto, a partir del verso 1: “En el primer año de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor por boca de Jeremías, el Señor movió el espíritu de Ciro, rey de Persia, y éste hizo proclamar por todo su reino y también por escrito”.
Observa cómo es presentado este libro. No es solo una historia secular de los asuntos del rey de Persia, sino que empieza recordando a los lectores que lo que está a punto de pasar tiene lugar, en primer lugar, en el cumplimiento de la profecía futura de la restauración dicha por Jeremías.
Y que este poderoso rey Ciro es movido a actuar por la obra de Dios. Ustedes saben que el pueblo judío no conoce de un Dios al que no se le permite entrar en las decisiones de los seres humanos o inclinar sus corazones en una dirección o en otra.
Yo podría decir en este punto que, el Dios de Israel se está revelando así mismo como un calvinista competente que tiene el poder de inclinar los corazones de sus criaturas en la dirección que Él quiere que vayan para cumplir su voluntad providencial y sus decretos soberanos.
Y así desde el principio, en lugar de permitir que la gente se regocije en la benevolencia de un rey pagano, se le recuerda al pueblo quién es el que los está librando del cautiverio.
Continúa el texto, “diciendo: Así dice Ciro, rey de Persia: ‘El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra, y El me ha designado para que le edifique una casa en Jerusalén, que está en Judá. El que de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él.
Que suba a Jerusalén, que está en Judá, y edifique la casa del Señor, Dios de Israel; El es el Dios que está en Jerusalén. Y a todo sobreviviente, en cualquier lugar que habite, que los hombres de aquel lugar lo ayuden con plata y oro, con bienes y ganado, junto con una ofrenda voluntaria para la casa de Dios que está en Jerusalén’”.
Así que como resultado de este decreto que ahora es la ley de los medos y persas, Esdras conduce a un grupo de personas desde esa tierra hacia Jerusalén y emprende la tarea de reconstruir el templo que había sido destruido por Nabucodonosor y los babilonios.
Y así empieza la primera parte del retorno del exilio y el capítulo 3 de Esdras habla sobre los inicios de esta restauración del templo y quiero detenerme aquí por un momento.
Leemos en el verso 10 del capítulo 3: “Cuando los albañiles terminaron de echar los cimientos del templo del Señor, se presentaron los sacerdotes en sus vestiduras, con trompetas, y los levitas, hijos de Asaf, con címbalos, para alabar al Señor conforme a las instrucciones del rey David de Israel.
Y cantaban, alabando y dando gracias al Señor: Porque El es bueno, porque para siempre es Su misericordia sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba a gran voz alabando al Señor porque se habían echado los cimientos de la casa del Señor”.
Es decir, este es un tiempo sin inhibiciones de celebración, cuando ellos pusieron los cimientos del nuevo templo en Jerusalén. Pero hay una nota de tristeza en este texto. En el versículo 12 leemos estas palabras: “Pero muchos de los sacerdotes y levitas y jefes de casas paternas, los ancianos que habían visto el primer templo, cuando se echaban los cimientos de este templo delante de sus ojos, lloraban en alta voz mientras muchos daban gritos de alegría.”
Hay una diferencia entre las generaciones. Las personas más jóvenes que vendrían ahora están encantadas de haber salido del cautiverio y participar en este proyecto de construcción para restaurar el templo de su nación.
Sin embargo, para los ancianos de la comunidad, para los sacerdotes y los levitas, fue un momento agridulce, ya que todavía tenían el recuerdo vivo del esplendor del templo que fue construido por Salomón; e incluso, aunque este templo estaba siendo reconstruido en este momento, no había manera de que se pudiera comparar con el esplendor y la gloria del templo de Salomón, que fue construido durante la Edad de oro de Israel.
En vez de regocijarse y aplaudir, lloraron y clamaron. Pero volvieron en sí después de un rato. Y el trabajo empezó en el templo solo para ser interrumpido cuando Ciro salió de escena y la oposición llegó a este proyecto durante los reinados de Jerjes y Artajerjes y el trabajo se suspendió y paró temporalmente.
Hasta que llegamos al capítulo 6 del libro de Esdras donde leemos sobre la culminación de este trabajo de reconstrucción del templo, la dedicación del mismo y la celebración de la pascua.
En este momento, Esdras instituye reformas importantes en el pueblo porque todavía están practicando muchos de los rituales paganos que habían aprendido durante su cautiverio. Y ellos vienen con sus esposas paganas y esposos paganos, y así, van de vuelta al problema.
Y entonces pasamos al libro de Nehemías, que no describe la reconstrucción del templo, sino la reconstrucción de los muros de la ciudad sagrada misma. Dirijamos nuestra atención, entonces, al libro de Nehemías. Leemos el pasaje inicial de este libro en el capítulo 1, y dice: “Aconteció que en el mes de Quisleu, en el año veinte, estando yo en la fortaleza de Susa, vino Hananí, uno de mis hermanos, con algunos hombres de Judá, y les pregunté por los judíos, los que habían escapado y habían sobrevivido a la cautividad, y por Jerusalén.”
Así es como comienza Nehemías, quien es descrito como un copero del rey, una posición de gran confianza en la corte real. Pero ahora recibe la visita de uno de los que ha ido a Judá y a Jerusalén y le pregunta acerca de la condición de la ciudad.
“Y me dijeron: El remanente, los que sobrevivieron a la cautividad allí en la provincia, están en gran aflicción y oprobio, y la muralla de Jerusalén está derribada y sus puertas quemadas a fuego”.
Aunque se encuentra en el palacio del rey, Nehemías es consumido por su gran preocupación por el bienestar de la ciudad de Dios. El no ha olvidado el santuario central y el lugar donde Dios había reunido a su nación.
Por eso está preguntando sobre la situación en Jerusalén; y cuando recibe este reporte sombrío de la ciudad que había sido quemada y las paredes derribadas, su primera reacción fue deprimirse. Leamos lo que dice: “Cuando oí estas palabras, me senté y lloré; e hice duelo algunos días”.
Nehemías es apresado por la tristeza. Entonces su primera reacción a las malas noticias es llorar, pero su segunda reacción es orar. “Y estuve ayunando y orando delante del Dios del cielo”. Ahora tomemos un momento para considerar la oración de este hombre. Recuerda que él ha estado ayunando, ha estado de luto, ha estado lleno de dolor, porque las noticias han sido malas noticias. Escucha lo que dice en su oración.
“Y dije: “Te ruego, oh Señor, Dios del cielo, el grande y temible Dios, que guarda el pacto y la misericordia para con aquellos que le aman y guardan Sus mandamientos, que estén atentos tus oídos y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que yo hago ahora delante de ti día y noche por los israelitas tus siervos, confesando los pecados que los hijos de Israel hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado”.
¿Oyes lo que está pasando aquí? Él empieza esta oración que sale, que brota de un corazón quebrantado, de un corazón temeroso, con pena y de luto; y no se parece a las oraciones que hacemos en situaciones como esta. Él no está diciendo, “¿Cómo dejaste que esto pase, oh Dios?”. Sino que el contenido de su oración es una oración de adoración, una oración de reverencia por la majestad de Dios.
Está de rodillas en medio de esta destrucción y él dice: “Te ruego, oh Señor, Dios del cielo, el grande y temible Dios, que guarda el pacto y la misericordia para con aquellos que le aman”.
No dice: “Oh Dios cuya ira y justicia es arbitraria, ¿por qué nos ha tratado injustamente? O ¿cómo puedes dejar que estas cosas nos sucedan? Sino, oh Dios, tú eres un Dios “que guarda el pacto”.
Él entendió el mensaje de Ezequiel y el mensaje de Daniel. Él comprendió que la razón de la calamidad que había caído sobre su amado país y su amada ciudad: era que Dios estaba cumpliendo su promesa, la cual era una promesa de juicio si las personas continuaban en su maldad.
Como dice la Escritura, “aunque todo hombre sea hallado mentiroso”, Dios es hallado verás. Lo que sigue inmediatamente después de su oración de adoración es una oración de contrición, una oración de arrepentimiento en la que confiesa no solo los pecados de sus padres, sino los pecados de su propia generación y de él mismo.
El dijo: “Hemos procedido perversamente contra ti y no hemos guardado los mandamientos, ni los estatutos, ni las ordenanzas que mandaste a tu siervo Moisés. Acuérdate ahora de la palabra que ordenaste a tu siervo Moisés, diciendo: Si sois infieles, yo os dispersaré entre los pueblos; pero si volvéis a mí y guardáis mis mandamientos y los cumplís, aunque sus desterrados estén en los confines de los cielos, de allí los recogeré y los traeré al lugar que he escogido para hacer morar allí mi nombre’. Y ellos son tus siervos y tu pueblo, los que Tú redimiste con tu gran poder y con tu mano poderosa.
Te ruego, oh Señor, que tu oído esté atento ahora a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos… Has prosperar hoy a tu siervo…”. Lo siguiente que hace Nehemías es ir al magistrado civil, a las autoridades gobernantes de su época. No fue donde ellos primero.
A donde fue primero es a donde Dios, y buscó el permiso de Dios, y el don de Dios para hacer algo sobre esta condición. Y entonces leemos en el capítulo 2: “Aconteció que en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, estando ya el vino delante de él, tomé el vino y se lo di al rey. Yo nunca había estado triste en su presencia, y el rey me dijo: ¿Por qué está triste tu rostro? Tú no estás enfermo; eso no es más que tristeza de corazón. Entonces tuve mucho temor, y dije al rey: Viva para siempre el rey. ¿Cómo no ha de estar triste mi rostro cuando la ciudad, lugar de los sepulcros de mis padres, está desolada y sus puertas han sido consumidas por el fuego?”.
¿No es interesante que el rey se da cuenta de la tristeza de Nehemías? Pues el rey le dice: ‘¿Qué problema tienes? Siempre estás risueño y alegre cuando estás sirviendo aquí en el palacio, pero veo que tienes algún problema por tu semblante y en mi opinión no es una enfermedad física, sino una enfermedad del alma. Tú estás angustiado por algo, ¿qué es, Nehemías?’
Y Nehemías tiene mucho miedo de dar la respuesta por temor a que el rey pueda pensar que es ingrato por la posición maravillosa que tiene allí y que no está satisfecho con su situación presente.
Así que prepara su respuesta diciendo: “Viva para siempre el rey” ‘y no se ofenda por lo que estoy a punto de decir, pero ¿cómo puedo estar feliz cuando la ciudad donde están los sepulcros de mis padres, la ciudad de Dios, está en ruinas?
“El rey me dijo: ¿Qué es lo que pides? Entonces oré al Dios del cielo”. El rey dijo: “qué es lo que pides?” y antes de contestar, Nehemías ora a Dios.
“Y respondí al rey: Si le place al rey, y si su siervo ha hallado gracia delante de ti, envíeme a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, para que yo la reedifique. Entonces el rey me dijo, estando la reina sentada junto a él: ¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo volverás? Y le agradó al rey enviarme, y yo le di un plazo fijo”.
Lo que sigue es el registro de todo este episodio dramático en la historia judía sobre la construcción de los muros de Jerusalén. El rey dio un salvoconducto a Nehemías y a su pueblo para emprender este programa de reconstrucción del templo, para llevar los materiales al sitio y pasar a través de diversas satrapías del imperio persa.
Pero como había sucedido antes, a funcionarios menores en el reino y en el imperio no les gustó este trato especial que se le estaba dando a Nehemías y empezaron a conspirar para obstaculizar este trabajo de reconstrucción. Y estaban, en ese sentido, actuando contra el decreto del rey. Pero a pesar de toda esta intriga, los muros y la construcción son defendidos contra las incursiones de los enemigos hacia ellos, en particular Sanbalat, Tobías, los árabes, los amonitas y los asdoditas que querían evitar que la construcción fuera terminada.
Así que aquí hay un proyecto de construcción que se está llevando a cabo en medio de la guerra, en verdad, en medio de estos ataques todos los días. Así que, en ese sentido, tienen una lanza en una mano y una pala en la otra pues los que trabajan en el muro también tienen que lidiar con los ataques de los enemigos. Y por si fuera poco, mientras están pasando por esto, algunas de las personas mismas comenzaron a murmurar y a quejarse, y decían que era una recapitulación del pueblo de Israel y la experiencia en el desierto, y decían: ‘¿Qué estamos haciendo aquí? Estamos sufriendo’ y cosas así. Y lo que Nehemías entiende es que no solo tiene que reconstruir los muros, también tiene que reconstruir la nación. Tiene que reconstruir al pueblo.
Y después de que terminen el muro, la tarea no estará aun completa ya que Nehemías se embarca en una reforma profunda de la vida de su pueblo para que detengan todo esto de matrimonios mixtos con infieles; dejaran de profanar las cosas sagradas de Dios con los rituales paganos.
Y hay un punto interesante con el que me gustaría terminar. Ocurre más adelante en el libro de Nehemías, hacia el final, en el capítulo 13 donde establece los principios de la reforma y de la separación. En el versículo 28, en el mismo final del libro leemos: “Aun uno de los hijos de Joiada, hijo del sumo sacerdote Eliasib, era yerno de Sanbalat Horonita, y lo eché de mi lado”.
¿No es interesante? Tenía un sacerdote trabajando aquí, que era parte de la familia de los enemigos que estaban destruyendo este trabajo, o tratando de destruir esta obra, y entonces se deshizo de él.
Y en el versículo 29, dice: “Acuérdate de ellos, Dios mío, porque han profanado el sacerdocio y el pacto del sacerdocio y de los levitas. Así los purifiqué de todo lo extranjero”.
Los limpié de todo lo pagano. Si la nación iba a comenzar de nuevo y tener una nueva visión de su misión para la que fue establecida y creada en primer lugar, no solo tenían ellos que reconstruir el templo, tenían que limpiar el templo, tenían que limpiarse ellos mismos y tenían que purificar su iglesia, para que la iglesia pudiera ser la iglesia que Dios pretendía que fuera.