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Cuando vimos la doctrina de la elección, recordarán que mencioné que Lutero llamó a esa doctrina la ‘cor ecclesia, o el ‘corazón de la iglesia’. Y, sin embargo, Lutero no es conocido tanto por la doctrina de la elección como por la doctrina de la justificación solo por fe, porque fue esa doctrina la que originó la controversia más profunda en la historia de la cristiandad; esa controversia que provocó la Reforma Protestante del siglo XVI y la frase popular que salió de ahí: ‘Sola Fide’. Es decir, esa justificación es solo por la fe. Los historiadores ven eso, como mencioné anteriormente cuando estudiamos la doctrina de la Escritura, que ellos consideran que la causa formal de la Reforma es el debate y el tema sobre la autoridad final en la doctrina de la Iglesia y la causa material de la Reforma – es decir, el asunto que fue el centro del foco de la controversia – fue esta doctrina de la justificación. Como dije, Lutero sostuvo que la doctrina de la justificación solo por fe es el artículo por el cual la iglesia se mantiene o cae. Calvino estuvo de acuerdo con esa evaluación de la urgencia del asunto diciendo que la doctrina de la justificación es la bisagra en la que todo gira.
Ahora, la razón de eso y la razón por la que Lutero, por ejemplo, consideró que otros asuntos teológicos eran insignificantes en comparación con esto, fue porque lo que estaba en juego aquí era nada menos que el Evangelio mismo, porque la doctrina de la justificación responde a la pregunta que recordamos que fue planteada al apóstol Pablo por el carcelero de Filipos: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». Así que aquí no estamos envueltos en una controversia sobre si rociamos o mojamos o sumergimos a la gente para el bautismo, sobre asuntos técnicos de supra e infralapsarianismo y temas de ese tipo, sino que estamos tratando del asunto de la salvación misma y no hay pregunta más grande, no hay pregunta más importante para un cristiano que lidiar, obviamente, con eso. La doctrina de la justificación aborda nuestra situación más grave como seres humanos caídos. Y el problema que aborda, en última instancia, es el problema de la justicia de Dios. Y el problema es este, simplemente: Dios es justo y nosotros no.
Y así como David se preguntó en la antigüedad: ‘Si el Señor tuviera en cuenta las iniquidades, ¿quién podría permanecer?’ Ahora, obviamente esa es una pregunta retórica y la respuesta es que nadie podría soportar el escrutinio divino. Si Dios extendiera la vara de medir de su justicia y con esa norma evaluara tu vida y mi vida, ambos pereceríamos porque no somos justos. Y muchos de nosotros pensamos que la forma de resolver este problema es solo trabajando más duro, tratar con mayor urgencia de ser buenas personas y hacer lo mejor que podamos, y eso debiera ser suficiente cuando llegamos al tribunal de Dios. Y eso para mí es el gran mito de la cultura popular que incluso ha penetrado en la iglesia; que la gente realmente todavía cree que puede abrirse camino al cielo o ganarse el favor de Dios, a pesar de que tenemos la advertencia certera en las Escrituras de que por las obras de la ley nadie será justificado.
Así que tenemos este problema: Dios es justo, nosotros no. Somos deudores que no podemos pagar nuestra deuda y sabemos que una forma de resolver el dilema no es por nuestras buenas obras. Bueno, si por las obras de la ley nadie será justificado, y Dios no va a negociar su justicia, entonces ¿cómo es que vamos a resolver este dilema que tenemos? Por esta razón es que el Evangelio se llama ‘buenas nuevas’ o como Pablo presenta la doctrina de la justificación en su carta a los Romanos, él dice: ‘Ahora el Evangelio se revela desde el cielo’. Es la justicia de Dios la que se revela desde el cielo “por fe para fe”. “MAS EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ”.
Bueno, entonces hacemos la pregunta, «¿Qué es la justificación? ¿Y cuáles son sus ingredientes necesarios?». La justificación, en el análisis final, es un pronunciamiento legal de la voz de Dios. Es una declaración legal por la cual Dios declara que las personas son justas. Es decir, la justificación sólo puede ocurrir cuando Dios, quien él mismo es justo, se convierte en el justificador al decretar que una persona es justa delante de Él. Ahora, por supuesto, esto es lo que motivó el fuerte debate del siglo XVI. La pregunta es esta: ¿Dios espera que las personas lleguen a ser justas por cualquier medio, antes que Él las declare justas o las declara justas delante de Él mientras que, de hecho, aun son pecadores? La fórmula famosa de Lutero que ha sobrevivido desde el siglo XVI es la fórmula «simil eustic et pecator». Es decir, que la persona justificada es al mismo tiempo – simultáneamente – justa y pecadora. Que somos justos en virtud de la obra de Cristo mientras que aun nosotros mismos todavía no hemos sido santificados, todavía no hemos sido perfeccionados, y seguimos pecando.
Entonces, el problema que la Iglesia Católica Romana tenía con la doctrina de Lutero era que escuchaban en esta articulación de la justificación, lo que ellos llamaban una ‘ficción legal’. Ellos plantearon este punto: ¿Cómo es que Dios declara a alguien justo cuando en realidad todavía es pecador? Esto sería una ficción, sería indigno de Dios, tendría a Dios como mentiroso. Y así Roma tiene su postura de lo que se llama justificación forense. ‘Forense’ se refiere a declaraciones legales en las que están de acuerdo en que la justificación ocurre cuando Dios declara que una persona justa. Pero para Roma, Dios no declarará a una persona justa hasta que esa persona sea en realidad justa. Y no puede haber ficción al respecto. Pero, por supuesto, la respuesta protestante a eso es que cuando Dios declara a una persona justa, no hay nada ficticio al respecto. Esa persona es justa delante de Él y es justa en virtud de la verdadera obra de Jesucristo, la cual es todo menos ficticia.
Ahora, queremos ver cómo funciona eso en nuestra formulación teológica. Decimos que la justificación es solo por la fe. Ahora, esa palabra, la pequeña palabra ‘por’ también fue parte de la controversia del siglo XVI. Cuando decimos que algo sucede «por» tal y tal acción, estamos hablando de los medios por los cuales algo se lleva a cabo. Para aquellos de ustedes que son gramáticos, llamamos a esto el dativo instrumental – los medios por los cuales algo se lleva a cabo. Así que una de las disputas del siglo XVI fue la pregunta sobre cuál es la causa instrumental de la justificación. Ahora, eso no es parte de nuestro lenguaje cotidiano. No hablamos de causas instrumentales, de hecho, ese tipo de lenguaje se remonta a la antigua Grecia, a las distinciones que el filósofo Aristóteles hizo entre diferentes tipos de causas, donde hizo distinción entre causa material, causa formal, causa final, causa eficiente y causa instrumental. Y él usa una ilustración para eso: la creación de una estatua por un escultor. Y él, el escultor, sale a crear su bloque de piedra y la causa material de la estatua era la materia del que se producía la obra, por lo que la causa material sería la piedra en sí y así sucesivamente.
Pero en ese proceso, Aristóteles dijo que la causa instrumental o de medios, por los cuales la estatua se transformó de un bloque crudo de piedra a una magnífica estatua, eran los instrumentos del martillo y el cincel. Así que ese tipo de lenguaje es el que surgió en el siglo XVI con esta distinción de lo que se entiende como ‘por’ o ‘a través de’ la fe. Y la respuesta de la Iglesia Católica Romana a esta pregunta fue que la causa instrumental de la justificación es el sacramento del bautismo. El bautismo confiere sacramentalmente al receptor la gracia de la justificación por la cual, según la Iglesia, la justicia de Cristo se vierte en el alma de la persona que recibe el bautismo y en ese acto de verter en él es lo que se llama la infusión – una infusión. ¿Cuál es la diferencia entre una infusión y una transfusión? Una infusión es verter gracia en el alma para que Roma no crea que las personas están justificadas fuera de la gracia, o que están justificadas fuera de la fe. Que la justificación se basa en esta infusión de gracia por la cual ahora es posible que una persona sea justa.
Ahora, para que una persona sea justa, tiene que hacer algo con esta gracia que se ha vertido en su alma. y Roma define ese algo como cooperar con ella y admitirla hasta tal punto o grado que, por la intervención de la ayuda de la justicia de Cristo vertida en mi alma, si coopero con ella y la admito, puedo llegar a ser verdaderamente justo. Y mientras esté alejado del pecado mortal, permaneceré en un estado de gracia justificada y así por el estilo. Así que el instrumento por el cual una persona está justificada inicialmente, para Roma, es el bautismo. Ahora, esa justificación se puede perder. Mencioné indirectamente, hace un momento, la comisión del pecado mortal. Hemos oído la distinción entre pecados mortales y pecados veniales. Pecado más atroz, pecado menor.
El pecado mortal es llamado pecado mortal por la Iglesia porque significa que ese pecado es tan serio como para matar la gracia justificadora que se posee en el alma. Y si una persona comete un pecado mortal, pierde la gracia de la justificación. Pero, no todo se pierde; uno aun puede ser restaurado al estado de justificación y de nuevo, sacramentalmente, a través del sacramento de la penitencia. Y la Iglesia romana define el sacramento de la penitencia como «el segundo tablón de justificación para aquellos que han naufragado en su fe». Por eso la gente va a confesarse, porque la confesión es parte del sacramento de la penitencia. Y cuando uno va allí y confiesa sus pecados, recibe la absolución, entonces tienes que realizar obras de satisfacción que ganen por ti lo que la Iglesia llama «mérito congruente» que es distinto al «mérito condigno». No es un mérito de tal naturaleza, que es puro y justo, que imponga a Dios la obligación de recompensarlo, pero se llama «mérito congruente» porque quien realiza estos actos de satisfacción, obras de satisfacción, integral al sacramento de la penitencia, cuando hace eso, hace que sea apropiado o congruente que Dios le restaure una vez más a un estado de gracia.
Y así, en realidad, Roma tiene dos causas instrumentales de justificación. En primera instancia es el bautismo; y en segunda instancia es el sacramento de la penitencia. Ahora, en contra de eso, los reformadores protestantes argumentaron que la causa instrumental y la única causa instrumental de justificación es la fe. Y tan pronto como una persona se aferra a Cristo por fe, entonces el mérito de Cristo es transferido o adjudicado o contado en favor de la persona que confía en Cristo. Ahora, déjenme ver si puedo mostrarles otra distinción que califique eso. Mencioné, en primer lugar, el concepto de infusión por parte de la Iglesia Católica Romana y que a diferencia de infusión está el concepto de imputación. De hecho, si pudiera simplificar todo el asunto de la lucha del siglo XVI por la justificación, todo se redujo – en realidad – a estas dos palabras: infusión o imputación. Y la pregunta era la siguiente: ¿Cuál es el terreno o la base sobre la cual Dios declara alguna vez que alguien es justo delante de Él? Para la Iglesia Católica Romana, como mencioné, Dios sólo dirá que alguien es justo cuando es justo en virtud de su cooperación con la gracia de Cristo infundida.
Para los protestantes, el motivo de la justificación sigue siendo, exclusivamente, no nuestra propia justicia, sino la justicia de Cristo. Y cuando hablo de la justicia de Cristo, no estoy hablando de la justicia de Cristo en nosotros, estoy hablando de la justicia de Cristo por nosotros. La justicia que Cristo logró en su propia vida de obediencia perfecta a la ley de Dios. En otras palabras, su justicia le confirió la bendición de Dios. Pero Dios cuenta la justicia que Él acumuló– la justicia que Él logró en su propia vida – no sólo para Cristo, sino para todos los que ponen su confianza en Él. Ahora, eso es parte del motivo de la justificación. La otra parte del motivo de justificación es que Cristo satisfizo a cabalidad las sanciones negativas de la ley con su muerte sacrificial en la cruz. Como he dicho muchas veces, somos salvos no sólo por la muerte de Jesús, sino también por la vida de Jesús. Y lo que ocurre aquí es una doble transferencia. Una doble imputación. De lo que estamos hablando cuando hablamos de imputación es de una transferencia legal.
Cristo es el Cordero de Dios. Cuando Él va a la cruz y sufre la ira de Dios allí en la cruz, Él no está siendo castigado por ningún pecado que Dios encuentra en Él. Pero es sólo después que Él toma voluntariamente sobre sí nuestros pecados – Él se convierte en el portador del pecado – que Dios entonces transfiere o cuenta o adjudica nuestros pecados sobre Jesús. De eso trata la imputación. Es una transferencia legal para que Cristo asuma en su propia persona nuestra culpa. Dios transfiere nuestra culpa a Él. Es una transferencia. La otra transferencia es cuando Dios transfiere la rectitud de Cristo a nosotros. Así que, lo que Lutero está diciendo, cuando dice que la justificación es solo por fe, es solo una abreviatura teológica para decir que la justificación es solo por Cristo – por lo que Él ha logrado para satisfacer las demandas de la justicia de Dios. Y así la imputación implica una transferencia de la justicia de otra persona. La infusión implica una implantación de esa justicia con la que tienes que cooperar para que, según Roma, realmente te vuelvas inherentemente justo, porque ahora la justicia (inherentemente justa) porque ahora la justicia entra o existe dentro de ti.
Ahora, para resumir todo este tema del debate, voy a mostrar un pequeño gráfico aquí en la pizarra. Sé que estamos viendo muchas cosas en detalle y muy rápido. Es por eso que pasé buen tiempo escribiendo un libro sobre esto, y si desean verlo con más detalle, pueden conseguirlo. Pero tenemos aquí la postura católica romana de la justificación. Y, de este lado, la postura reformada protestante de la justificación. Entonces, vemos ciertas diferencias. En primer lugar, vimos la causa instrumental, según Roma, de los sacramentos del bautismo y la penitencia. Mientras que, de este lado, la postura reformada protestante sería que la causa instrumental es ¿qué? Fe y solo fe. En segundo lugar, vemos que la postura católica romana de la justificación se basa en el concepto de infusión y la postura protestante sobre la base de la imputación en vez de la infusión. En tercer lugar, la postura católica romana se llama analítica (y lo explicaré en un momento) donde la postura reformada se llama «sintética».
Ahora técnicamente, cuando discutimos acerca del lenguaje distinguimos entre declaraciones sintéticas y declaraciones analíticas. Una declaración analítica es una declaración que es verdadera por definición. Por ejemplo, «Un triángulo tiene tres lados», o «Un soltero es un hombre no casado». Tomemos esa declaración: «Un soltero es un hombre no casado». En el sujeto, cuando dices que alguien es soltero, ya estás diciendo que es un hombre no casado. El predicado «hombre no casado» no añade nueva información a lo que ya está allí en el sujeto, por lo que esa afirmación es verdadera – lo que podríamos decir – verdadera por definición. Cierta por análisis. No le añade nada nuevo. Ahora, si digo, «El soltero es un hombre rico», ahora el predicado dice algo – he dicho algo – sobre el soltero que no estaba – que no se encuentra inherentemente en la palabra ‘soltero’ porque no todos los solteros son ¿qué? Ricos. De acuerdo. Entonces, eso sería una declaración sintética.
Ahora, la forma en que esto se aplica a la justificación es simple. La Iglesia Católica Romana dice que Dios nunca declarará a alguien justo hasta que según el análisis sea justo. Mientras que para el protestante somos justos sintéticamente porque tenemos algo añadido a nosotros, que es la justicia de Jesús. De nuevo, finalmente, aquí la justicia debe ser inherente, mientras que en la postura protestante, como dijo Lutero, la justicia por la que estamos justificados es una justicia foránea; es una justicia que es extra nos. Está fuera de nosotros. Es, hablando correctamente, no de nosotros. Sólo cuenta a nuestro favor cuando por fe nos aferramos a Cristo. Esa es la maravillosa buena nueva del Evangelio, que no tenemos que esperar hasta que nos purguen en el purgatorio de todas las impurezas permanentes; sino que, en el momento en que confiamos en Jesucristo, todo lo que Él es y todo lo que Él tiene se convierte en nuestro y somos llevados inmediatamente a la comunión de reconciliación con Dios.