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Transcripción
Hace unos años fui coautor de un libro sobre apologética con Arthur Lindsley, y principalmente con el Dr. John Gerstner, titulado «Apologética clásica», y parte de mi responsabilidad en ese volumen fue escribir las secciones iniciales sobre epistemología cristiana, tratando de lidiar con la pregunta: «¿Cómo sabemos lo que sabemos? ¿Cómo podemos aprender lo que aprendemos?».
Y aislé ciertos asuntos no negociables. Dije que hay ciertos principios que los cristianos o cualquier otra persona nunca deberían negociar si están seriamente interesados en descubrir la verdad. Dije que esas premisas básicas, o supuestos básicos de la epistemología, incluyen cuatro cosas, y la primera es la ley de la no contradicción, de la que hemos hablado en lógica: la mitad del método científico.
La segunda es la ley de causalidad, en la cual nos enfocaremos hoy. En tercer lugar, está lo relacionado a la confiabilidad básica de la percepción sensorial. La cuarta es el uso analógico del lenguaje, que vamos a omitir por completo aquí, pero ese es un requisito previo, necesario para que las personas puedan hablar entre sí, tener algún terreno común y un marco de referencia común. Hasta ahora hemos visto el papel de la lógica en todo este debate de la cosmología, y cuando hablo de la confiabilidad esencial de la percepción sensorial, entiendo, como todos ustedes, que nuestros sentidos pueden engañarnos, que nuestra vista puede fallar, nuestra audición no es perfecta, y cosas así, y que somos propensos a equivocarnos con las percepciones que tenemos del mundo externo.
Lamentablemente, no tenemos alternativa, porque la única transición que tengo de mi mente al mundo en el que vivo es mi cuerpo. Esa es la única forma en la que puedo estar en contacto con la realidad externa a mí mismo, y eso es cierto para todos nosotros. Pero lo que me interesa hoy es la segunda: la ley de causalidad porque dije que la mayoría de los críticos de la idea del origen del universo como un acto de creación divina se refugian en la física cuántica de indeterminación o en una crítica filosófica de la causalidad. El argumento generalmente comienza con una apelación al prodigioso filósofo David Hume, quien vivió en la Escocia del siglo XVIII y quien básicamente llevó el empirismo británico a lo que se ha llamado el cementerio del escepticismo que despertó a Kant de su sueño dogmático para construir un nuevo enfoque de la filosofía.
Pero lo más provocativo en el trabajo de David Hume era su análisis crítico de la causalidad, y no tenemos tiempo para entrar en todas las complejidades de eso, pero quiero que por lo menos captemos la idea básica de lo que David Hume estaba diciendo. Su tesis central era esta: que nunca tenemos una percepción directa e inmediata de causalidad. Pensamos que sí, y estamos constantemente buscando las causas de las cosas y observamos lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Por ejemplo, vemos un suceso común donde la lluvia cae y la hierba se moja, ¿cuál es la suposición que hacemos? ¿Cuál es la inferencia que sacamos? Llegamos a la conclusión de que la causa de que la hierba se mojara fue la caída de la lluvia porque antes de llover, la hierba no estaba mojada y después de llover, estaba mojada y la lluvia misma es húmeda.
No hace falta ser un científico del espacio para llegar a la conclusión de que existe una relación causal aquí. Pero Hume dice: «Espera un momento. Esa puede ser la forma que parece a simple vista, pero puede haber todo tipo de cosas invisibles que suceden y que no percibimos». Estaba, por supuesto, jugando con algunas teorías que habían sido desarrolladas antes, en el siglo XVII, por los racionalistas -figuras como Descartes, Leibniz y Spinoza- no quiero enfocarme en esos individuos por ahora, pero Hume estaba diciendo: «Todo lo que vemos aquí es una relación de contigüidad», o lo que él llamó una relación habitual. Una relación habitual es una relación que parece que vemos repetida una y otra y otra vez, y estamos acostumbrados a asumir que continuará incluso como lo ha hecho en el pasado.
Es nuestra costumbre asumir cuando nos vamos a dormir por la noche que el sol, el cual se ha puesto, volverá a salir por la mañana. No sabemos que el sol saldrá mañana, pero lo asumimos con certeza basados en la cantidad astronómica de veces que ha sucedido esta relación habitual en el pasado. Pero lo que Hume decía es que no lo sabemos con certeza. Y no sabemos realmente qué lo causa. Todo lo que vemos es una relación de contigüidad. Una relación de contigüidad indica una relación donde un evento sigue en secuencia a otro, donde una acción sigue a otra, en muchos casos con un alto grado de previsibilidad.
Hume ilustró este asunto con su famosa analogía de las bolas de billar en una mesa de billar. Así que hablemos por un momento sobre este juego de billar y veamos qué sucede. Tienes la mesa, tienes los agujeros, las bolas y así sucesivamente. Y la meta es golpear la bola objetivo, golpear la bola que has señalado hacia uno de los agujeros y así comienzas con el taco. Ese es el instrumento, el organon, para el juego de billar. No me paro allí a tirar las bolas alrededor de la mesa, ni las soplo; uso el taco y así trato de generar cierta acción. Mi brazo mueve el taco y golpeo el taco contra la bola blanca. Y cuando golpeo la bola blanca, ¿qué sucede? Comienza a rodar por la superficie de la mesa, y luego la bola blanca golpea la bola objetivo.
Y después de que la bola blanca golpea la bola objetivo, ¿qué sucede con la bola objetivo? Comienza a moverse, y deseamos que se mueva en dirección al agujero y luego desaparezca al entrar, y entonces logramos obtener el punto que estamos tratando de anotar. Todo esto implica acciones e interacciones que asumimos que están relacionadas de alguna manera causal. Hume dice que lo ves es una persona agarrando un palo, y ves a la persona y al palo moverse. Ves que el palo golpea la bola. Ves que la bola comienza a moverse. Ves que la bola golpea la bola objetivo, y luego ves que la bola objetivo comienza a moverse y rueda hacia el agujero ¿Y cuál es la suposición? Asumimos que todos hemos causado estas cosas.
Por ejemplo ¿Cómo sabemos, que desde toda la eternidad, no fue Dios quien decretó que en el mismo momento de la historia en que yo moviera este palo, Él comenzaría a mover la bola blanca? ¿Cómo sabemos si este demonio invisible debajo de la mesa no es el que está causando que la bola comience a moverse después de que la bola blanca golpea la bola objetivo? ¿Cómo sabemos que es la acción de la bola blanca la que provoca que la bola objetivo se mueva? Y esto puede sonar completamente ridículo, y a veces la filosofía puede parecer completamente ridícula, pero Hume estaba haciendo un análisis serio aquí de algo fundamental para el conocimiento y fundamental para la ciencia porque algo que nos interesa mucho en la ciencia es el tema de las causas. Y cuando nos referimos a la causa suprema de toda realidad y de todo el universo, estamos hablando de la causalidad de una manera muy seria.
Lo que Hume está diciendo es que no percibimos la causa inmediata. Vemos relaciones de contigüidad, contigüidad, es decir, eventos contiguos, que se suceden uno tras otro. No percibimos la conexión. Todo lo que vemos es una serie de eventos. ¿Entendemos eso? Lo que está diciendo es que nosotros estamos asumiendo la causalidad, y eso es algo que la ciencia ha estado aplicando desde Tales, e incluso antes de Tales, en la antigua Grecia, donde encontramos esta idea de causalidad.
Ahora, algunas personas han llegado a la conclusión de que el análisis minucioso de Hume de la causalidad y el escepticismo con respecto a la percepción, destruye el principio o la ley de causa y efecto hasta tal punto que ahora podemos decir, en la manera sofisticada en que abordamos la ciencia, que cualquier cosa puede venir de cualquier cosa, que cualquier cosa puede suceder y que las cosas pueden ocurrir sin una causa, que los objetos materiales pueden aparecer sin una causa porque aquí David Hume lo ha demostrado en el campo de la filosofía. Y apelan a Hume para sustentar sus apelaciones a la nada o al azar y así sucesivamente.
¿Recuerdas lo que dijo Hume sobre el azar? Yo les leí donde Hume dijo que el azar es simplemente una palabra para cubrir el hecho de que ignoramos las causas reales. Eso debería ser una pista con respecto a Hume, que con frecuencia se pasa por alto. Hume no destruyó la causalidad. Hume no destruyó la ley de causa y efecto. Hume no negó que hay causas para las cosas. Todo lo que estaba diciendo fue que no sabemos cuál es la causa particular en un momento particular. Ese es un tipo de escepticismo. Otra cosa muy distinta es ir al siguiente nivel, que es un salto cuántico, para afirmar que puede haber efectos sin causas.
Mencioné hace unos momentos la publicación de mi libro «Apologética clásica», que fue reseñado en una revista académica, y un filósofo me escribió para elogiarme por el libro, pero mencionó que tenía una crítica al respecto. Me envió una copia de su reseña y la reseña que se publicó hizo tan solo una crítica, una sola crítica de la obra. Hizo esta declaración. Él dijo: «El problema con Sproul», ese soy yo. Él dijo: «El problema con Sproul es que Sproul no da lugar a un efecto sin causa». Lo leí… y pensé en el universo viniendo a existencia por una explosión, los cinco tipos de nada y cosas así. Le escribí una bonita carta, agradecí sus elogios y le dije: «Pero tengo que confesar… (hice un mea culpa), Sproul realmente no concede un efecto sin causa. Tienes toda la razón en eso». Le dije: «Pero usted mencionó eso como una especie de crítica, y yo pensé que era una virtud no permitir un efecto sin causa. Y ciertamente me arrepentiré de este vicio si usted se toma el tiempo para darme un ejemplo en todo lo que existe, en toda la historia, de un efecto sin causa».
Nunca recibí una respuesta, y sospecho que nunca la recibiré porque es otro caso en el que tenemos a un filósofo muy bien informado, erudito y brillante que se fue a dormir. Porque sabe que no puede haber un efecto sin causa. ¿Por qué no puede haber un efecto sin causa? Porque la palabra «efecto» por definición es aquello que se produce por una causa antecedente. De modo que la ley de causalidad, por cada efecto debe haber una causa, o por cada causa debe haber un efecto correspondiente, esa definición es la que llamamos analíticamente verdadera. Realmente no hay nada más en el predicado que no esté ya contenido en el sujeto. Es como decir «Todos los triángulos tienen tres lados», o decir «Los solteros son hombres no casados». No hay nada nuevo añadido.
Todo lo que es, la ley de causalidad, es un principio formal. Es solo una aplicación de la ley de la no contradicción porque si un efecto es un efecto, significa que tiene una causa. Y si algo realmente es una causa, significa que ha producido un efecto. Si no ha producido un efecto, no se puede llamar correctamente una causa. Y si algo no tiene causa, no se puede llamar correctamente un efecto. ¿Está claro? ¡es así de sencillo! Pero no es tan simple debido a la confusión del lenguaje utilizado al respecto por algunos de los pensadores más distinguidos de todos los tiempos. Por ejemplo, estoy pensando en un hombre que fue un verdadero titán en el ámbito de las matemáticas y la filosofía en la Inglaterra del siglo XX: Bertrand Russell.
Russell escribió un libro pequeño titulado Por qué no soy cristiano, un libro interesante y fascinante. Plantea algunas objeciones significativas contra la fe cristiana, pero al principio del libro cuenta una experiencia que tuvo cuando era joven. Dijo que creció asumiendo la existencia de Dios, mirando a la naturaleza y llegando a la conclusión de que no podía no haber una causa eterna para todo esto. Vamos bien hasta ahora. Cuando tenía dieciocho años, leyó un ensayo de John Stuart Mill en el que Mill desafiaba el argumento cosmológico de la existencia de Dios, es decir, la idea de que Dios es la causa primera de todo lo que existe.
Y el desafío que John Stuart Mill expresó en este ensayo fue: Si todo debe tener una causa, entonces Dios mismo debe tener una causa, y lo que sea que causó a Dios debe tener una causa.
Y te pierdes profundamente en una regresión infinita, que es el problema de la autocreación, o del ser infinito. Si todo tiene que tener una causa, entonces Dios debe tener una causa. Y luego, Russell hace este comentario, él dijo: «si todo debe tener una causa, entonces Dios debe tener una causa, y si puede existir algo sin una causa, pudiera bien ser el mundo lo mismo que Dios».
Ahora, ¿qué pienso de esta razón aquí? ¿Qué pienso de este tipo de lógica que Russell está usando? ¿Recuerdas que hablamos de que los argumentos no son verdaderos o falsos, sino que los argumentos son válidos o inválidos? ¿Es el argumento de Russell un argumento válido? Sí. Te lo dije de antemano, la respuesta era sí. Yo solo estaba esperando la pregunta, y lo recordaste. Muy bien. Es un argumento válido porque si es cierto que todo debe tener una causa, entonces obviamente Dios tendría que tener una causa, ¿verdad? Y, continúa diciendo: «Si puede haber algo sin causa, pudiera bien ser el mundo lo mismo que Dios».
La segunda premisa es un poco cuestionable, la primera parte del argumento la acepto. Si todo debe tener una causa, entonces Dios debe tener una causa. Ahora, el problema es que la ley de causalidad no dice que todo debe tener una causa. No hay ninguna ley que diga que todo debe tener una causa. La ley es que, cada efecto debe tener una causa porque para que algo sea un efecto, para que llegue a existir, o por decirlo de otra manera, todo ser contingente debe tener una causa. Ese es el significado de contingencia. Eso no significa que todo lo que existe, sea contingente o sea un efecto. La autocreación es una imposibilidad lógica, la autoexistencia no lo es, y lo que el cristianismo afirma es que Dios es un ser eterno que existe en y por Sí mismo. Él no es un efecto. No es contingente. Él no ha sido creado. No tuvo un comienzo. Nada lo produjo. Él es eterno.
Ahora bien, ¿qué ley de la lógica viola ese concepto? Ninguna. No hay nada inherentemente irracional en la idea de un ser eterno sin causa. De hecho, como creo que Tomás de Aquino demostró correctamente, no sólo es posible que exista tal ser, sino que la lógica demanda que exista tal ser si es que existe algo en absoluto. Algo debe tener el poder de ser independiente de algún antecedente, o agente causal o nada podrá existir. Esto me lleva a la segunda parte. Lo que sucedió es que John Stuart Mill cambió la definición de la ley de causalidad y dijo: «Si todo tiene que tener una causa, entonces Dios debe tener una causa». Es como el niño al que le preguntas: «¿Quién creó a Dios?» o «¿Quién hizo a Dios?» y el niño dijo: «Dios se hizo a sí mismo». No, no, no. Ni siquiera Dios puede crearse a sí mismo.
Incluso Dios no podía ser y no ser al mismo tiempo en el mismo sentido. Si en algún momento no existió nada, no puedes tener la generación espontánea de un universo ni puedes tener la generación espontánea de un dios. Incluso el tiempo no tiene el poder milagroso de producir a un dios de la nada. Todo lo que existe, existe en sí mismo o es producido por otra cosa. Estas son las únicas opciones que tenemos. Mill estaba diciendo que todo lo que existe debe tener una causa. No. Eso no es cierto, y desafortunadamente, cuando Bertrand Russell era un joven influenciable, de dieciocho años, fue persuadido por un argumento erróneo de un filósofo excelente, John Stuart Mill. Y él mantuvo esta posición toda su vida.
La segunda parte de su declaración es: «Si puede existir algo sin causa, bien puede ser el mundo lo mismo que Dios». Bueno, dije que no hablaría de la otra alternativa para explicar la creación, es decir, un mundo eterno. Ahora, «lucho» con lo que dice Bertrand Russell: «Si hay algo sin causa, puede ser el mundo lo mismo que Dios». ¿Es eso cierto? Permítanme decirlo de esta manera. Si tiene que haber algo que no tiene causa, y estamos de acuerdo con Bertrand Russell, debe haber algo que no tiene causa, bien puede ser Sproul lo mismo que Dios. ¿Qué hay de malo en eso? Sproul tiene un comienzo. Sproul es finito. Sproul viene de alguien. Sproul es dependiente. Sproul es contingente. Sproul sufre mutaciones. Sproul carece del poder de un ente necesario, así como toda cosa física carece del poder de un ser necesario, y por tanto no es cierto que da lo mismo que el mundo sea como Dios. Lo que necesitamos es un ser eterno, autoexistente e independiente, quien por Él mismo o en Sí mismo no sea un efecto.
Nada menos, queridos amigos, puede salvar los fenómenos del universo en el que vivimos.