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Transcripción
En los últimos días, hemos estado viendo la naturaleza de la iglesia. Vimos, en primer lugar, que la iglesia es descrita históricamente como aquella institución que es una, santa, católica y apostólica. Hemos visto el significado del término «iglesia» como «aquellas personas que tienen dueño y le pertenecen a Cristo». Hemos visto que la iglesia es un cuerpo confesante, que tiene un contenido de fe que comparte y que proclama al mundo.
Pero la pregunta que quiero ver hoy, en esta sesión, es esta: ¿Cuándo una iglesia no es una iglesia? Recibo cartas todo el tiempo de personas que derraman sus almas y dicen: «Soy muy infeliz en la iglesia a la que asisto o a la que pertenezco. No estoy contento con lo que se predica o lo que se enseña o con las actividades que se llevan a cabo en la iglesia» o la gente clama y dice: «Mi alma se está muriendo de hambre. Quiero ser alimentado y no puedo encontrar una iglesia que esté viva y que esté profundamente arraigada en las cosas de Dios» o la gente dice: «No me siento parte de mi iglesia. ¿Puedo irme y buscar otra iglesia?».
Es una pregunta muy, muy seria, y esta pregunta era primordial en el siglo XVI, en la época de la Reforma, cuando ocurrió la mayor fragmentación de la iglesia visible que jamás haya sucedido. Luego de la ruptura con Roma por parte de los reformadores protestantes, surgieron todo tipo de grupos divergentes con credos diferentes y confesiones diferentes y formas de gobierno diferentes, liturgias diferentes, todas afirmando ser iglesias cristianas y muchas de ellas afirmando ser la única iglesia verdadera. Entonces la gente de ese entonces se preguntaba: ¿cómo podemos saber? Es decir, ¿cómo distinguimos una iglesia verdadera de una iglesia falsa? ¿Cuáles son las marcas de una iglesia auténtica?
Los reformadores de ese tiempo lucharon seriamente con esta pregunta, porque Roma, por supuesto, no reconocía a las iglesias protestantes como iglesias auténticas y Roma había dicho en el pasado que la iglesia puede definirse de esta manera: «Donde está el obispo, allí está la iglesia y si no hay autorización del obispo romano, entonces, las pequeñas sociedades que surjan no son iglesias válidas». Los reformadores protestantes adoptaron un punto de vista diferente sobre el asunto y trataron de aislar y delinear las marcas de una iglesia válida o verdadera y prácticamente se basaron en tres de estas características distintivas.
Estas tres características son estas. En primer lugar, dijeron que una iglesia, para que sea una iglesia verdadera, el evangelio debe ser predicado fielmente. Más adelante volveré a ese punto para desarrollarlo. La segunda marca de la iglesia es que es una institución donde los sacramentos se administran debidamente, y la tercera marca de una iglesia es que practica una disciplina auténtica, y de ahí se desprende que tiene un gobierno eclesiástico, el cual existe para el cuidado y la disciplina de la gente. Así que de todos los diferentes elementos que componen una iglesia, los tres no negociables que los reformadores señalaron como marcas esenciales de una verdadera iglesia son estos tres.
Veamos el primero. El evangelio; donde se proclama el evangelio. A lo que se referían con esto no era simplemente el anuncio de las buenas nuevas de la muerte de Jesús y la expiación, sino más bien que la iglesia es el lugar donde se enseñan y proclaman fielmente las verdades esenciales del cristianismo. Si una iglesia, por ejemplo, en sus decretos oficiales o normas confesionales, negaba un elemento esencial de la fe cristiana, entonces eso significa, según los reformadores, que esa institución ya no sería considerada una iglesia.
Por ejemplo, el protestantismo histórico no reconocería el mormonismo como una iglesia cristiana auténtica porque la fe mormona históricamente ha negado fundamentalmente la deidad de Cristo y por lo tanto, cualquier otro aspecto que se afirmara sobre el cristianismo histórico, la negación de la deidad de Cristo era vista como una negación de algo esencial para el cristianismo bíblico. Y por lo tanto cualquier organización que negara la deidad de Cristo no era considerada por los reformadores como una iglesia válida y de bona fide.
El tema con Roma en el siglo XVI sobre la doctrina de la justificación por la fe sola, que era tan volátil en ese momento, era volátil porque los reformadores creían que la doctrina de la justificación por la fe sola era un elemento esencial del evangelio. Aunque la Iglesia católica romana abrazó firmemente muchos elementos de la ortodoxia histórica, como la deidad de Cristo, la Trinidad, la expiación y ese tipo de temas, su condena de la justificación por la fe sola inclinó a los reformadores a llegar a la conclusión de que Roma ya no era una iglesia válida.
Ellos creían que Roma se había convertido en apóstata en el siglo XVI cuando Roma anatemizó y condenó la sola fide, por lo que los reformadores, cuando escucharon esa condena, escucharon una condena del evangelio mismo, y por lo tanto no iban a reconocer a Roma como una iglesia legítima y viceversa. Roma no creía en la postura reformada del evangelio y no reconocía a las iglesias protestantes como iglesias legítimas.
El segundo aspecto tiene que ver con los sacramentos y hay cuerpos cuasi-cristianos en el mundo que no solo reducen los sacramentos de los siete que la Iglesia católica romana sostiene a los dos que la mayoría de los protestantes sostienen, sino que algunos han negado los sacramentos por completo. Los reformadores dirían, si no están los sacramentos (la Cena del Señor y el bautismo), si añades cualquier otro elemento en tu organización, no es una iglesia.
Eso se vuelve importante hoy en día cuando tenemos grupos y ministerios para-eclesiásticos como Young Life y Campus Crusade e InterVarsity y otros tipos de organizaciones que practican diariamente varios elementos de evangelismo y ministerio cristiano. Tienen tareas específicas para trabajar junto a la iglesia. Ministerios Ligonier puede ser identificado como un ministerio para-eclesiástico; somos una institución educativa. No somos una iglesia. Ministerios Ligonier no administra los sacramentos. No tenemos membresía eclesiástica, por lo cual no impartimos disciplina a las personas que forman parte de Ligonier. Esa no es nuestra función.
Estamos llamados a ayudar a la iglesia en su educación, pero tenemos un enfoque muy delimitado en ese aspecto y no pretendemos ser una iglesia. Nadie es miembro de Ligonier en ese sentido. No bautizamos a las personas ni las hacemos entrar en la iglesia Ligonier. De manera que el uso de los sacramentos y ofrecer los sacramentos es una tarea de la iglesia, y toda iglesia verdadera practica los sacramentos.
El tercer elemento es el elemento de la disciplina o el gobierno, y hemos visto a través de la historia de la iglesia que todo el asunto de la disciplina de la iglesia ha sido algo fluctuante. Ha habido momentos en el pasado en los que la disciplina eclesiástica se ha manifestado en términos que por sus características era considerada muy severa. Durante el siglo XVI, hubo una persecución terrible, no solo de la Iglesia católica romana contra los protestantes, sino también de los protestantes contra los católicos y sabemos que la gente fue sometida al potro, a la tortura y a todo tipo de castigo como un asunto de disciplina eclesiástica.
Sé que fue un tiempo oscuro en la historia de la iglesia, pero si lees, por ejemplo, las teorías de los obispos de la Iglesia católica romana en el siglo XVI cuando estaban considerando el uso de la tortura, en la inquisición, e incluso la ejecución, la quema de herejes en la hoguera y ese tipo de acciones, en la superficie, desde nuestro punto de vista en el siglo XX, todo eso parece ser un castigo cruel, inusual y bárbaro como instrumentos de disciplina. Tal vez lo sea, pero quiero que entendamos esto: Que los líderes de la iglesia en el siglo XVI, damas y caballeros, realmente creían en el infierno y realmente creían que no había un destino que pudiera ser peor para un ser humano que ser arrojado al infierno y que no hay nada que temer más en última instancia, que el castigo y disciplina perpetuos de Dios.
La iglesia realmente creía que era justificable usar casi cualquier medio necesario para reprender y disciplinar a uno de sus miembros para mantenerlo fuera de las garras del infierno. Si se necesitaba una cámara de tortura, si se necesitaba el potro, incluso si se necesitaba la amenaza de ser quemado en la hoguera para rescatar a una persona de las garras del infierno, se concebía como legítimo. No lo estoy defendiendo, pero estoy tratando de que entendamos la mentalidad de la gente en el siglo XVI, que realmente tomaba el infierno muy en serio.
Parte de nuestra actitud hacia la disciplina eclesiástica hoy en día es que pensamos que no necesitamos disciplinar a las personas en lo absoluto, porque no importa, porque realmente no creemos en la amenaza del juicio divino en nuestros días. El péndulo tiende a oscilar hacia los extremos en la historia de la iglesia cuando se trata de disciplina. A veces la iglesia está involucrada en estas formas duras y severas de disciplina que ya he mencionado. En otras ocasiones, la iglesia está marcada por una forma extraordinaria de lo que llamamos latitudinarismo, donde prácticamente no se impone disciplina a la gente.
Hace unos años, una de las principales denominaciones en los Estados Unidos tuvo una gran controversia en la iglesia cuando un grupo de pastores y estudiosos elaboró un documento, un reporte y un informe formal en el que daban recomendaciones a la iglesia con respecto a la ética sexual que autorizaba las relaciones homosexuales y, hasta cierto punto, el sexo prematrimonial, y aun el sexo extramatrimonial, en ciertos contextos específicos, era aprobado.
Cuando este informe fue presentado como legislación, por así decirlo, para la iglesia, para el estudio de la iglesia y su posible aprobación, hubo un clamor humano entre las bases y entre muchos clérigos que se levantaron para oponerse a este nuevo enfoque de la sexualidad. Se produjo un enfrentamiento en la reunión anual de esa denominación, y cuando se llevó a cabo la votación, la propuesta fue derrotada, lo que hizo que los conservadores de esa iglesia se regocijaran, y con razón, que esa propuesta en particular fuera derrotada.
Pero lo extraño que surgió de esto, a mi juicio, fue que, aunque la iglesia no adoptó esta posición particular sobre el comportamiento sexual, tampoco censuró ni disciplinó de manera alguna al clero que defendía la posición. Básicamente lo que la iglesia estaba diciendo es: «Esta no es nuestra posición oficial, pero si quieres ser un ministro en nuestra iglesia y sostener y enseñar estas afirmaciones, no vamos a hacer nada al respecto». Así que hubo una ausencia de disciplina en ese tiempo. Lo hemos visto esto una y otra y otra vez, cuando la gente puede estar involucrada en conductas y comportamientos escandalosos, y la iglesia no dice ni una palabra.
Eso plantea una pregunta. Si una iglesia falla, de manera importante, en disciplinar a sus miembros con respecto a los pecados graves, atroces y abominables, ¿sigue siendo esa institución una iglesia? Una vez más, la pregunta es, ¿cuándo se convierte la iglesia en apóstata? Esa no es una pregunta fácil de responder, porque es muy raro en la historia de la iglesia que una institución venga y diga: «No creemos en la expiación de Cristo», «No creemos en la deidad de Cristo». No siempre es tan claro, a veces lo es, sino que la mayoría de las veces lo que la iglesia hará es tratar de manera muy flexible las verdades esenciales de la fe cristiana, y hacemos una distinción entre apostasía de facto y apostasía de jure, entre apostasía formal y material.
La apostasía formal es cuando la iglesia anatematiza clara e inequívocamente una verdad esencial o niega una verdad esencial de la fe cristiana. La apostasía de facto es apostasía a nivel práctico, donde los credos siguen intactos pero la iglesia ya no cree en los credos o que la iglesia empieza a socavar los credos mismos en los que dice creer. Porque esa es una especie de escala variable de seriedad y práctica, ya que ¿quién puede discernir cuándo la iglesia ya no es una iglesia? No es un asunto fácil.
Eso me lleva a esta aplicación práctica, cuando la gente me pregunta: «¿Debo dejar mi iglesia e ir a otra?». Lo primero que quiero decirle a cualquiera que se plantea esa pregunta es que, independientemente de lo que decida, es mejor que no se lo tome a la ligera porque es un asunto muy muy serio. Cuando nos unimos a una iglesia, sea cual sea la iglesia a la que nos unamos, en casi todos los casos, lo hacemos con un voto solemne ante Dios y dejar esa institución, separarse de un grupo ante el cual he hecho un voto sagrado requiere razones serias para justificarlo. Nuestros votos eclesiásticos son casi insignificantes hoy en día.
La gente simplemente cambia de una iglesia a otra como si fueran por la calle a comprar pan. Prometemos, al menos en mi iglesia, en nuestros votos de membresía, hacer un uso diligente de los medios de la gracia. Prometemos que cuando estemos allí nos someteremos a la autoridad de la iglesia y, sin embargo, la mayoría de la gente renuncia a las iglesias o abandona las iglesias o divide las iglesias, no por asuntos importantes y serios de la fe, sino por el color del que pintas el sótano de la iglesia o te alejas porque alguien en el ministerio de mujeres dijo algo que te ofendió y por eso nos vamos, en protesta. Eso evita reconocer la naturaleza sagrada de la iglesia en sí misma.
Hay tres etapas diferentes. Hay momentos en los que simplemente no podemos dejar la iglesia y aunque eso es simple, no podemos dejar la iglesia cuando no hay una razón justa para dejar la iglesia. Debemos honrar nuestro compromiso con una iglesia, lo más que podamos, a menos que se apliquen los otros dos principios. El segundo punto en el que podríamos encontrarnos es cuando uno podría salir de la iglesia. Ahora, a veces es posible que la gente deje una iglesia cuando esa iglesia está gravemente corrompida, tanto que ni siquiera sabes si es apóstata o no, pero en realidad, no eres capaz de ser alimentado ni edificado como cristiano, y tu familia tampoco puede recibir el beneficio de ser alimentada. Creo que cuando las iglesias se vuelven así de corrompidas, te es permitido dejarla y buscar una iglesia donde seas edificado y alimentado espiritualmente y tu alma sea cuidada.
La tercera categoría es cuando debes dejar la iglesia y eso, por supuesto, es cuando la iglesia es apóstata. Puedes decir: «Voy a permanecer dentro de la iglesia y tratar de trabajar por su cambio y recuperación», pero si la iglesia es apóstata, simplemente no se te permite estar allí. Recuerda los profetas de Baal que fueron confrontados por Elías en el monte Carmelo. Los profetas de Baal estaban afirmando que Dios estaba de su lado y Elías dijo: No y ellos fueron confrontados y el fuego descendió del cielo y quedó muy claro de qué lado estaba Dios en esto y que la casa de Baal era una institución pagana.
¿Te imaginas a alguien diciendo: «Bueno, ahora sé que Yahvé es Dios, pero voy a quedarme aquí en la casa de Baal para ser sal y luz y tratar de trabajar por su reforma y tratar de recuperarla para Dios?». No se nos permite hacer eso. Si la institución en la que estamos comete apostasía, es nuestro deber abandonarla. Así que esas son las tres opciones que tienes, me refiero a las tres posibilidades.
Puedes estar en una situación en la que debes irte, puedes estar en una situación en la que podrías irte y puedes estar en una situación en la que no puedes irte y salir sería pecar; y por eso solo menciono esto para tu consideración, que cuando tomes esa decisión, veas cuidadosamente las marcas de la iglesia. ¿Se predica el evangelio? ¿Se administran debidamente los sacramentos? ¿Existe una forma bíblica de gobierno y de disciplina eclesiástica? Si esos tres aspectos están presentes, no debes irte. Debes trabajar para ayudar a edificar esa parte del cuerpo de Cristo.
CORAM DEO
Dejar una iglesia es algo doloroso y, como dije, no debe hacerse de una manera despreocupada o casual, no sin gran, gran cuidado para asegurarnos de que no sea solo un acto de orgullo o un acto de inmadurez de nuestra parte. Pero, al mismo tiempo, queridos amigos, ser parte de una iglesia auténtica es de vital importancia para tu alma y para las almas de tu familia y creo que debes ver eso con cuidado y no seleccionar iglesias solo sobre la base de los beneficios sociales que pueden conseguir en ellas o la conveniencia de la ubicación o cualquier otro aspecto.
Sino que debes ser parte de una iglesia visible que hace una clara confesión de fe en el evangelio, donde el evangelio se predica fielmente, esperemos que todo el consejo de Dios está siendo proclamado, y donde puedas ser edificado con los sacramentos de la Cena del Señor y del bautismo y donde puedas esperar un gobierno piadoso sobre tu propia vida y la disciplina que tú y yo necesitamos dentro de la vida de la Iglesia.
Cuando encontramos una iglesia, nunca encontraremos una que sea perfecta, así que tenemos que entender que estos son temas que varían en cuanto a grados; pero es importante que, en su esencia, estos tres principios estén presentes para que te involucres en esa institución.