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Vamos a analizar el problema que las investigaciones muestran como la razón número uno que la gente da para el quiebre y ruptura del matrimonio; y como ustedes lo imaginarán, el problema número uno en Norteamérica para los pleitos y la disolución de los matrimonios en Estados Unidos es: el sexo –la falta de armonía, la falta de comunicación, la falta de intimidad y la adaptación a las dimensiones sexuales del matrimonio. Eso puede parecer como una sorpresa para nosotros, dado que en las últimas décadas hemos pasado por una explosión, no solo en el interés, sino en la literatura de las relaciones sexuales y su armonía.
Pueden ir a cualquier tienda de libros, a la sección de autoayuda de la librería, o incluso a secciones separadas sobre sexo y matrimonio, y encontrar docenas de manuales de matrimonio, libros de instrucciones y consejería sobre cómo tener una gran vida sexual en tu matrimonio. Pero aún así, todavía estamos experimentando problemas graves de armonía sexual en el matrimonio. También tengo que decir en este punto, que aunque la investigación indica que esta es la razón número uno para la ruptura de los matrimonios en nuestro país, personalmente no creo que sea la razón número uno. Creo que es la razón número uno que la gente dice, pero creo que hay una razón subyacente más profunda aún que la dimensión sexual, la cual veremos en otra sesión. Pero como esta es una que tiene a la gente muy, muy preocupada, creo que tenemos que pasar un poco de tiempo en eso.
Uno de los mayores problemas, por supuesto, que enfrentamos al adaptarnos a la dimensión sexual del matrimonio, en especial como cristianos, es hacer la transición de vivir en una condición de vida en la que hasta llegar al matrimonio, Dios nos decía: «No», y luego, de repente, se espera que entremos en una relación donde lo que una vez estaba prohibido, ahora no solo está permitido, sino que, en términos bíblicos, se nos ordena. Eso es muy difícil de entender para muchas personas, que lo que está prohibido en un contexto está ordenado por Dios de manera absoluta dentro del vínculo del matrimonio. Ahora, la iglesia ha luchado durante siglos con esa dimensión. La semana pasada, por ejemplo, estaba leyendo un ensayo del gran teólogo, San Agustín, que es uno de mis escritores y teólogos favoritos de todos los tiempos.
En ese ensayo, en particular, estaba argumentando que la única justificación moral para el matrimonio –para las relaciones sexuales dentro del matrimonio– es con un propósito específico de concebir y tener hijos. Es decir, Agustín no vio lugar dentro del matrimonio y la relación matrimonial para el disfrute del sexo como un vínculo físico, que implica placer físico entre un esposo y una esposa. En otras palabras, era una especie de mal necesario por el que uno tenía que pasar para propagar la especie. Ahora, estoy convencido de que ese punto de vista, que incluso el gran San Agustín defendió, es uno que no se encuentra en la Escritura, sino que tiene sus raíces en antiguas creencias griegas y orientales que depreciaron el valor de cualquier cosa física.
Sabemos cuál es el pecado del materialismo en este mundo, donde las personas buscan toda la vida y todo su significado a través de cosas físicas, a través del dinero, la comida, el vino, mujeres y música, a través de la satisfacción del cuerpo, y llamamos a eso materialismo. Sabemos que eso es una distorsión de la realidad que Dios ha hecho y a veces al contrarrestarlo nos vamos al otro extremo y caemos en el error de lo que se puede llamar espiritualismo, donde lo único que tiene valor es la dimensión espiritual, el alma. Pero creemos en un Dios que hizo un mundo físico, que hizo al hombre, no solo como un espíritu desencarnado, sino como una persona que tiene un alma y un cuerpo; y el Nuevo Testamento, por ejemplo, en la enseñanza de Jesús, muestra una profunda preocupación por el bienestar material del hombre, estamos llamados a dar de comer al hambriento, a vestir al desnudo, a dar refugio al que no tiene hogar.
Esas son preocupaciones físicas y entonces, aún el apóstol, nos dice que el cuerpo del hombre le pertenece a la mujer en el matrimonio y el cuerpo de la mujer le pertenece al hombre; y no debemos privarnos el uno al otro. Así que, no encontramos esta visión negativa de la dimensión física de nuestra humanidad en las Escrituras. Pero Dios es muy claro sobre el contexto en el que el sexo se puede disfrutar. Recuerdo, no hace mucho, que hice un estudio de cómo el Nuevo Testamento aborda el tema del sexo y simplemente aislé esos pasajes en el Nuevo Testamento donde Jesús y los apóstoles hablan sobre el sexo; y en mis estudios, fui a lo que se llama el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, que fue producido por un grupo de estudiosos alemanes que no tienen nada de cristianos evangélicos y no son para nada conservadores en su forma de ver las cosas.
Y el estudioso específico que había hecho su análisis de la postura del Nuevo Testamento sobre el sexo, llegó a esta conclusión, a pesar de que él mismo no adoptó la posición: «No podemos negar que el Nuevo Testamento enseña claramente que a la vista de Dios, el sexo premarital y el sexo extramatrimonial, son ofensas graves contra Su santidad», de modo que el apóstol, por ejemplo, nos dice que nunca, nunca, nunca; debemos ser hallados en fornicación. Si lees a los apologistas del siglo I, a finales del siglo I y hacia inicios del siglo II, cuando tratan de defender la fe cristiana contra los ataques provenientes de círculos paganos, no solo defienden filosóficamente las afirmaciones de la verdad del cristianismo, sino que dicen: «Si realmente quieres ver de qué se trata el cristianismo, mira nuestras vidas» y él dijo: «Examina el comportamiento moral de los cristianos. Examina nuestra comunidad. Ve si encuentras adulterio. Ve si encuentras fornicación». Imaginen eso.
Nunca me enfrentaría hoy a un secularista del siglo XX y le diría: «Si quieres ver pruebas de la fe cristiana, mira el comportamiento sexual de los cristianos», porque los cristianos están tan atrapados en el adulterio y la fornicación, en algunos casos, tanto como los incrédulos. Pero si vemos el Nuevo Testamento, encontramos esa prohibición. Es tan severa, que forma parte de los Diez Mandamientos. «No cometerás adulterio». Ahora, esto no se debe a que Dios esté en contra del placer o que Dios esté en contra de la realización humana, sino que, Dios entiende la santidad de esa intimidad, que se da cuando dos personas pueden estar desnudas y sin vergüenza dentro del contexto del matrimonio.
Así es que Dios no está diciendo que el sexo está mal. Él lo crea. Él lo ordena, pero Él lo regula. Él dice, «En esta circunstancia no es bueno. No lo permito aquí. Es destructivo. En esta circunstancia es hermoso. Es expresivo. Es parte de lo que he hecho para tu disfrute». Así es como los cristianos tenemos ese problema al hacer la transición. Bueno, ahora que la transición ya pasó. Entonces, ¿qué problemas descubrimos en términos de satisfacción sexual en el matrimonio? Los dos mayores problemas que encontramos en el matrimonio con respecto al sexo son, en el caso de los hombres, la impotencia – ¿lo deletreé bien? – y en el caso de las mujeres, usamos términos como frigidez. Esos términos me molestan porque ninguno de ellos es preciso en términos absolutos. Nadie es absolutamente impotente y nadie tiene absoluta frigidez.
Estos términos representan una gama, grados que se refieren a cuán libres nos sentimos para expresarnos sexualmente en la unión matrimonial, por lo que tenemos que pensar en términos de grados de impotencia o grados de frigidez. Ahora la impotencia, por supuesto, solo significa una falta de fuerza o una falta de poder. La palabra frigidez es un término interesante porque sugiere frialdad. Sugiere que alguien está congelado. Lo que ambos términos están describiendo es un cierto nivel de parálisis en la actividad sexual. Lo que hemos estado pasando por alto en matrimonios saludables es el problema de la parálisis sexual, y se ha vuelto tan significativo que ahora vemos clínicas que surgen en todo Estados Unidos, dirigiendo la atención médica a una investigación científica de lo que se llama disfunción sexual, con el fin de ayudar a quienes tienen problemas que están destruyendo sus matrimonios.
El problema es serio, lo tengo que decir, son pocas, si es que hay, las clínicas cristianas notables que investiguen la disfunción sexual, porque si alguien debe ser consciente de lo grave que es esto en los matrimonios, esa debe ser la iglesia. El pastorado tiene que lidiar con eso todos los días y tenemos muy pocos recursos a los que podamos orientar a las personas que tienen problemas serios como ese y que puedan asistir sin comprometer sus propios sistemas de valor y ética cristiana. Pero necesitamos ayuda para hacer frente a estas formas de parálisis. Ahora, cada vez que encuentro una forma de parálisis, busco de inmediato una de dos cosas. Hay dos cosas en nuestras experiencias emocionales que contribuyen una y otra vez a todo tipo de parálisis y son – las escribiré en la pizarra – miedo y culpa y estas dos, por cierto, a menudo están muy relacionadas.
Solemos decir que alguien está paralizado de miedo, congelado de miedo. Se detiene en su andar. No puede moverse. No puede gritar. Duda. El miedo paraliza, por lo que descubrimos que en problemas sexuales hay una enorme cantidad de miedo en el dormitorio cristiano. ¿En qué consisten esos miedos? ¿A qué le tememos? Bueno, hay muchas cosas. Creo que, tanto en el caso de la impotencia como de la frigidez, uno de los elementos más significativos del miedo es el miedo a cómo nos desempeñamos. Esta es una de las consecuencias al problema de la explosión de la literatura sexual, donde ahora abunda el mito de que para que alguien sea sano y normal, tiene que ser capaz de tener súper sexo, tanto la mujer como el hombre. Tenemos todas estas imágenes, que son imágenes mitológicas, que Hollywood muestra, del súper atleta sexual masculino y la mujer que es una modelo de pasarela, ya saben. Simplemente no es cierto, pero no se le puede decir eso a esa persona cuando está entrando en la relación y están sintiendo la presión para desempeñarse bien.
El año pasado vi una lista de las diez fobias más comunes de los estadounidenses. ¿Sabes cuál era la fobia número uno en los Estados Unidos? No sé dónde estaba la muerte. El miedo a la muerte llegó 4 o 5, en algún lugar de la lista. Me sorprendió. ¿Sabes cuál era la fobia número 1 en los Estados Unidos de América? Miedo a ponerse de pie frente a un grupo y hablar. Eso es lo que asusta a más gente que cualquier otra cosa, damas y caballeros, puedo identificarme con eso. Todos ustedes han vivido la situación en la que alguien se levanta para hablar y abre la boca, pero nada sale porque han sido paralizados por su miedo. Cuando siento miedo a hablar no es porque voy a enseñar lo incorrecto o porque voy a olvidarme las palabras, sino es por la presión para hacerlo bien. Uno pensaría que cuanto más hables, más fácil se le hace a uno hablar.
En cierto sentido, sí; pero cuanto más hablas, alcanzas una reputación por cómo hablas y mayor es la expectativa del público, y mientras mayor sea la expectativa, más presión hay sobre ti y más presión, de hecho, creo que pararé ahora mismo y saldré de aquí porque no lo soporto. Saben, casi estoy ahogado. Hablamos de ahogarnos y ahogarse es una parálisis del cuello traída y provocada por el miedo. Lo vemos con los atletas bajo estrés porque tienen miedo de no rendir al nivel de la expectativa que se espera de ellos. Bueno, nuestra relación sexual no está en exhibición. Nadie está llevando la cuenta. Es para la intimidad de dos personas que están involucradas y debe afianzarse sobre la base del amor; eso no significa solo un sentimiento emocional. Eso significa un fundamento donde el sexo no es arrancado de la relación de amor, sino que el sexo se convierte en una expresión del amor. Escucho a la gente decir, «Tuvimos sexo dos veces la semana pasada», como si el sexo fuera algo distinto al amor. El sexo fue simplemente una actividad física.
Bueno, para los hombres – parece más fácil – separar el sexo del amor. Eso es lo que las investigaciones indican, que los hombres pueden disfrutar del sexo sin amor. Es por eso que existen las prostitutas y es por eso que es la profesión más antigua, para que los hombres puedan tener placer sin amor y cada mujer lo sabe. Cada mujer duda cuando el hombre dice: «Te amo», porque al traducirse, la mujer escucha: «Quiero sexo contigo y para tener sexo contigo, tengo que decirte que te amo». Se espera que la mujer, entonces, muestre su amor por su marido, no dándole amor, sino dándole sexo y eso acumula resentimientos y mala comunicación que estrangula y paraliza la relación.
Pero si el sexo es una expresión de amor, y entiendo que mi esposa está comprometida conmigo y ella entiende que la amo, entonces la presión para desempeñarse disminuye. Mientras más demuestro mi amor, más libre se sentirá mi esposa para relajarse sexualmente. Mientras más me demuestre amor mi esposa, más podré vivir sin miedo porque es el perfecto amor, dice la Biblia, el que echa fuera el temor. ¿Qué otras cosas están involucradas en el temor al sexo? Una de las cosas que cada vez son más evidentes en nuestra sociedad, en especial para la mujer, es el miedo a ser lastimada físicamente. El maltrato a la mujer no es solo una rara incidencia en nuestra sociedad. No puedo decirles cuántas mujeres he tratado en consejerías que han sido maltratadas como esposas o cuando eran niñas. Han sido abusadas sexualmente. Han resultado heridas. Los hombres han utilizado su fuerza para obligar a las mujeres a someterse a sus insinuaciones y ellas tienen miedo de ser lastimadas físicamente.
También oímos hablar del hombre que es tosco, pero no tierno. Juntas a mujeres y les preguntas: «¿Cuáles son las cualidades que quieres en un esposo?» Sí, quieren que sean seguros; sí, quieren que tengan confianza; pero también ponen muy alto en la lista, la sensibilidad. Uno de los mayores problemas de madurez sexual en nuestra nación es la falta de sensibilidad masculina en el acto del amor. Él tiene que probar su hombría viviendo el viejo mito cavernícola, el cual lastima físicamente a la mujer. No es de extrañar que ella no quiera estar involucrada en el sexo más a menudo, dado que es una experiencia dolorosa para ella en lugar de algo tierno y amoroso. Tenemos que recordar que el miedo al dolor puede ser una fuerza paralizante.
Bueno, hay otros miedos. Hay miedo a ser descubiertos, ese es uno muy real. He hablado con innumerables parejas donde la mujer dice, por ejemplo, que disfruta mucho más de la relación sexual, disfruta de la relación sexual con su esposo cuando están lejos de su casa, cuando están de vacaciones en un hotel o algo así, donde estén solos. Empiezas a explorar eso, empiezas a ver que ella tiene miedo, o puede ser que él; podría ser el hombre, que tiene miedo de que los niños entren, o los escuchen, o lo que sea. Así que una de las mejores inversiones que puedes hacer en tu matrimonio es una cerradura a la puerta de tu dormitorio. Una vez más, este es el lugar donde puedes estar desnudo y sin vergüenza, pero no vas a estar desnudo y sin vergüenza si en cualquier momento entra alguien, porque tu hija no es tu esposa, el vecino de al lado no es tu esposo; y si la gente tiene miedo de que alguien los vea, entonces están inhibidos. Y luego la pareja toma eso como un acto de rechazo personal.
El miedo al embarazo es otro temor importante y podríamos seguir enumerando estos temores que la gente tiene y que los inhibe. Es aquí donde necesitamos comunicación, donde el esposo y la esposa necesitan hablar, tenemos que expresarnos el uno al otro ¿a qué le tienes miedo? ¿Tienes miedo de algo? ¿Cómo puedo ayudar? No voy a ayudar a mi esposa obligándola a hacer cosas a las que ella teme. Ahora el segundo es el que casi nadie habla: la culpa. Me gustaría expresar un patrón que me resulta familiar en la consejería matrimonial. Cuando un hombre entra a mi oficina y me dice, ya saben, «Quiero divorciarme de mi esposa. Nuestra relación se ha deteriorado, ella ya no me responde sexualmente y todo eso», le hago la siguiente pregunta directamente, directo y sin titubear, «Dime, aquí en la privacidad de la oficina, ¿tenías relaciones sexuales con tu esposa antes de casarte?»
Ahora, mi experiencia en consejería no puede ser una prueba suficiente de todo el universo, como para darte un porcentaje que cubra toda la nación, pero te contaré mi experiencia. No sé a cuántos hombres les he hecho esta pregunta, ¿cien? A cada hombre que he aconsejado sobre esta pregunta, le he preguntado, «¿Tenías relaciones sexuales con tu esposa antes de casarte?», cada uno de ellos me dijo que sí. Todos. El esposo virginal es casi inexistente, así como la esposa virginal. Así que, después de que me dijeran esto, que sí tuvieron relaciones sexuales con su esposa antes de casarse, les hago esta pregunta: «En tu opinión, ¿tu esposa era más receptiva sexualmente o menos receptiva sexualmente antes de casarse?» Sus ojos se iluminan y dicen, «Ella era más receptiva antes de casarnos» y me mira como si yo fuese un médico brujo que hace vudú. Él dice, «¿Cómo sabías eso?», «Lo sé porque lo he oído tantas veces, por eso estoy haciendo la pregunta».
¿Por qué tantos hombres dicen que sus esposas fueron más receptivas hacia ellos, les correspondían, antes de casarse que después de casarse? ¿Es porque simplemente han idealizado los viejos buenos tiempos? Puede ser. ¿Es porque el sexo era más emocionante como novedad de lo que se ha vuelto ahora a lo largo de los años? Esa es otra posibilidad y hay una tercera posibilidad, de que la mujer solo puede responder cuando se encuentra en una situación tabú, cuando le es permitido desenvolverse sexualmente se aburre y no le importa. Hay todo tipo de razones que explicarían por qué los hombres dicen que sus esposas fueron más receptivas antes, pero un factor que tenemos que considerar aquí: es que puede ser cierto. De hecho, sí puede ser que la mujer fuese más receptiva y de repente sea menos receptiva, puede que lo sea porque llevó al matrimonio toda carga de culpa y resentimiento, porque el marido la manipulaba y persuadía para hacer lo que estaba tratando de no hacer antes de casarse.
Ahora ella lleva ese resentimiento, pero lo que es peor, sigue cargando la culpa. ¿Qué haces en un caso así? Bueno, de nuevo, podemos recibir todo tipo de terapia médica del mundo, de consejeros seculares y de ministros, y la terapia habitual en nuestros días es algo como lo siguiente: Tienes que entender que lo que hiciste antes de casarte estaba bien. Todo el mundo lo hace. El Informe Kinsey, el Informe Chapman indican que la abrumadora mayoría de la gente lo hace y dado que la abrumadora mayoría de la gente lo hace, eso indica que es normal y si es normal, es saludable. Y esto es solo parte de tu proceso de maduración para convertirte en un ser humano responsable. Hemos oído esa frase un millón de veces.
Hice que una mujer que estaba a punto de casarse viniera a verme. Ella había estado comprometida durante más o menos, un año; cuando vino, ella se sentía con mucha culpa y me dijo: «¿Qué voy a hacer?» me dijo, «Me siento tan culpable». «He estado teniendo relaciones sexuales con mi prometido». Ella me dijo: «Y fui a ver a mi ministro y mi ministro me dijo: «Mira, la manera de superar esto, es entender que la razón por la que te sientes culpable es que has sido víctima de esta cultura estricta, rígida, victoriana, puritana con sus tabúes y ahora- tienes que crecer, madurar y entender que no eres promiscua. Tú solo has sido un adulto responsable. » Y ella dijo: «He intentado eso, pero todavía me siento culpable».
Entonces le dije, «Bueno, la razón por la que todavía te sientes culpable es porque eres culpable». Le dije: «La prohibición de las relaciones sexuales prematrimoniales no fue inventada por Jonathan Edwards o por la reina Victoria. Fue Dios quien dijo que no, y tú has ofendido a Dios. Has transgredido Su ley. No importa el hecho de que todos los demás lo estén haciendo. La ley no viene de los psiquiatras. No viene de los ministros. No viene de los consejeros. Viene de Dios y Dios dijo que no, aún así lo hiciste de todos modos.
Así que eres culpable y lo único que sé es que no lo curará la racionalización. Tu culpa es real y si quieres sanarte, tienes que ser realmente perdonada. La única manera que sé cómo conseguir eso, es que vayas a tu casa, te pongas de rodillas, le digas a Dios lo que has hecho y confieses tu pecado. Entonces, «Dios te perdonará de eso. ¿Entiendes que puedes ser virgen de nuevo a la vista de Dios?» De modo que necesitamos limpiar el matrimonio, lidiando con la culpa no resuelta. Y Dios nos hará libres.