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Cuando era un estudiante de seminario en una institución bastante liberal, recuerdo que hubo un incidente en una de nuestras clases de homilética, clases diseñadas para enseñarte a predicar. Y nuestro profesor de homilética era básicamente un instructor de discurso, no un teólogo o un estudioso bíblico, por lo que normalmente al final del sermón de cada estudiante daba un análisis y una crítica de la entrega y la organización del contenido, pero por lo general se abstenía de cualquier crítica del contenido teológico.
Pero recuerdo que un día uno de los alumnos de la clase dio lo que yo pensé que fue un mensaje conmovedor sobre la postura de satisfacción sustitutiva de la expiación, y cuando terminó, el profesor de homilética perdió los estribos. Estaba casi fuera de control, y habló y dijo: “¿Cómo te atreves a predicar la teoría de la satisfacción sustitutiva de la expiación en esta época y tiempos?”. No pude resistirme a levantar la mano, y me cedió la palabra y dije: “Disculpe, pero ¿qué tiene esta época y tiempos que hace que la doctrina bíblica clásica de la expiación sea repentinamente obsoleta?” Y lo discutimos. Pero, lo que quiero decir es que ha habido una resistencia fuerte en nuestros días contra la postura clásica de la expiación.
Como mencioné cuando vimos el aspecto de la satisfacción de la expiación, hay quienes creen que es simplemente bárbaro y pre-científico pensar en una expiación por la cual alguien funge como sustituto y derrama su propia sangre para satisfacer las demandas de la justicia de Dios. Pero la idea de la sustitución está tan profundamente arraigada en todo el concepto bíblico de redención que eliminar la sustitución de nuestra teología y de nuestra cristología es, a mi juicio, simplemente descartar las Escrituras por completo. Karl Barth, quien no apoyó la ortodoxia clásica, una vez hizo la observación de que, a su juicio, la palabra más importante en todo el Nuevo Testamento es la palabra griega huper, que significa ‘en nombre de’, ‘en favor de’, indicando una redención que se realiza vicariamente, una redención que se logra para nosotros por otra persona.
Ahora, de nuevo, el Nuevo Testamento mira a Jesús, y entre los títulos que se le dan a Jesús en el Nuevo Testamento está el título del “último Adán”, o el “nuevo Adán”, en el que Cristo se convierte en un representante, de una manera análoga, a la manera en que Adán fue nuestro primer representante. Y el Nuevo Testamento elabora el punto de que en la caída de un hombre, la ruina y la muerte vino al mundo, y por medio de la obediencia de este otro hombre, la redención vino a nosotros.
Entonces, vemos este concepto de representación en el Nuevo Testamento con respecto al papel de Jesús, como el Adán exitoso, el último Adán, quien hace por nosotros, por su pueblo, lo que el primer Adán no logró. Pero también si volvemos al Antiguo Testamento, vemos cómo todo el concepto de expiación funciona en Israel, mediante un sistema elaborado de rituales y ceremonias que Dios mandó a su pueblo en términos del Día de Expiación anual en el que participaron varios animales.
En primer lugar, el sumo sacerdote, quien fue seleccionado y solo era capaz de ofrecer el sacrificio requerido por Dios para expiar los pecados del pueblo, antes de que él mismo pudiera ofrecer el sacrificio, tuvo que ofrecer sacrificios propios a fin de estar calificado para actuar como sacerdote para el resto del pueblo. Y luego, por supuesto, en el drama del ritual de la expiación en el tabernáculo y en el templo estaban presentes dos animales distintos.
Por un lado, estaba el macho cabrío expiatorio, y ustedes recuerdan cómo, en el caso del Antiguo Testamento, uno de los ritos asociados con el Día de Expiación fue cuando este macho cabrío fue llevado al sacerdote, al sumo sacerdote, y el sumo sacerdote luego puso sus manos sobre la parte posterior del macho cabrío que simbolizaba el traslado o la imputación de los pecados del pueblo al macho cabrío y luego el macho cabrío era expulsado al desierto, fuera del campamento, afuera donde la presencia de Dios se experimentaba en bendición. Eso fue sólo una parte de la expiación.
La otra parte fue la matanza del cordero cuya sangre fue entonces rociada sobre el propiciatorio, lo cual era la tapa del Arca del Pacto, que era el trono de Dios, que se encontraba en el Lugar Santísimo. Y, de hecho, el lenguaje que se utiliza allí es que ese propiciatorio fue llamado ‘la reconciliación’, porque allí la sangre que se derramaba indicaba la manera o los medios por los cuales Dios se reconciliaría con su pueblo. Y así tienes esta ceremonia elaborada y ritual. Sin embargo, en el Nuevo Testamento se nos recuerda que estos sustitutos que se utilizaron en la ceremonia del Día de Expiación, en el Antiguo Testamento, no eran más que sombras de una realidad que vendría más tarde.
El autor de Hebreos nos dice que la sangre de toros y machos cabríos no puede quitar los pecados, por lo que el valor de esos sacrificios expiatorios en el Antiguo Testamento se limitó a que hubiera una dramatización o ilustración de una expiación auténtica que estaba por venir. En otras palabras, se nos dice que las personas estaban justificadas, por creer en la promesa de Dios y eso por observar los ritos y ceremonias que estaban viendo, como dije, sombras de una realidad que aún no había llegado. Y lo único por lo que los pecados del pueblo en Israel recibieron verdadera expiación fue por la expiación de Cristo que estas otras cosas simplemente presagiaban y significaban. Pero el punto que quiero que vean es que en esa ceremonia del Antiguo Testamento el concepto de sustitución era central.
Ahora, ¿por qué el sacrificio de sangre? Recuerdo a John Guest, el evangelista de Inglaterra, una vez hizo la declaración, ustedes saben, cuando escuchas a los cristianos siempre hablando de la sangre de Jesús y el poder de la sangre y todo eso, dijo: “Supongamos que Jesús habría bajado del cielo y se hubiera raspado el dedo en un clavo, ¿habría bastado como expiación? Eso es sangre, y es la sangre de Jesús. ¿No es eso todo lo que se requiere?” No, al punto que John Guest quería llegar era que para el hebreo el derramamiento de la sangre, el vertimiento de la sangre, significaba la entrega de vida, porque el castigo por el pecado originalmente era la muerte, no sólo heridas, no sólo el castigo corporal, no sólo rasparse el dedo en el clavo, sino lo que se requería para la transgresión contra Dios era la vida del perpetrador.
Todo pecado es, originalmente, capital contra Dios. Entonces, la expiación indicaba en estos rituales de sangre no sólo sangrando simplemente, sino la muerte – ese era el punto. Y el aspecto de sustitución se veía en que lo que Dios le estaba diciendo al pueblo de Israel: “Has pecado; has cometido delitos capitales contra mí, y la ley requiere tu muerte, pero aceptaré en lugar de tu muerte la muerte de un sustituto simbolizado por la muerte de estos animales que fueron proporcionados en el sistema de sacrificio de Israel.
Ahora, en esta acción sustitutiva hay dos aspectos distintos de los que hablan las Escrituras. Hablan de propiciación, y hablan de expiación. Veamos el segundo primero. Estas dos palabras suenan muy similares y lo son, excepto por los prefijos que son diferentes. Y si nos fijamos en la primera, expiación, el prefijo ‘ex’ significa desde o fuera de. Y lo que está a la vista con el concepto de expiación es la remoción de la culpa de una persona donde es removida de él y transmitida a cierta distancia. Y es lo que yo llamaría la dimensión horizontal de la expiación.
Ahora, en el Antiguo Testamento, de nuevo, lo vemos en el drama del macho cabrío expiatorio. El pecado del pueblo es transferido al macho cabrío y luego el macho cabrío se lleva los pecados. Es removido fuera o alejado de la presencia de Dios, al desierto exterior. Y eso es lo que se indica mediante la expiación, y Dios habla en este idioma donde dice: “Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones”. Así que un aspecto de la expiación es la eliminación de los pecados de nosotros.
Bueno, por supuesto, no son removidos a un macho cabrío expiatorio que ha sido llevado al desierto, pero el macho cabrío expiatorio en el Nuevo Testamento es Cristo, quien, como el Cordero de Dios, asume sobre sí mismo la transferencia de nuestra culpa y de nuestros pecados contra Él. Se convierte en el que llevó el pecado, cumpliendo con las profecías relacionadas con el Siervo del Señor que encontramos principalmente en Isaías 53, en el Antiguo Testamento, donde “Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores.” Eso es lo que se entiende por expiación.
Ahora, la propiciación tiene que ver con la dimensión vertical, y esto nos lleva de vuelta a nuestra sesión anterior donde en el acto de la propiciación, la justicia de Dios está propiciada o satisfecha, que la obligación moral que adeudamos por nuestros pecados se paga a Dios en la dimensión vertical, y así en este caso la justicia de Dios está satisfecha. Su ira está aplacada. Está completamente satisfecho con el precio que ha pagado nuestro sustituto.
Ahora, si no tenemos un sustituto entonces no puede haber expiación, y a menos que tengamos un sustituto no tenemos propiciación porque no somos capaces de satisfacer las demandas de la justicia de Dios. Si pudiéramos, no habría necesidad de una expiación, pero como no podemos pagar nuestro endeudamiento moral, hay una necesidad absoluta de un sustituto que sea capaz de hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos.
A menudo participo en debates intelectuales y discusiones con escépticos en el aspecto del campo de la apologética, que estamos haciendo, y trato de responder a la gente lo mejor que puedo con todas las preguntas que plantean sobre las afirmaciones de la verdad del cristianismo, pero he encontrado muchas, muchas veces en estas discusiones que las preguntas se vuelven casi infinitas. Si respondes a una, a su satisfacción, de inmediato salen con otra y otra y otra. Es básicamente un ejercicio de futilidad.
Y finalmente llego al punto de la exasperación y me detengo y digo, “Espera, déjame hacerte una pregunta. ¿Qué haces con tu culpa? ¿Qué haces con tu culpa?” No les pregunto: “Eres culpable o eres un pecador”. Porque sé que saben que son pecadores y que son culpables. Yo digo, “Tienes culpa. ¿Qué haces con ella?” Bueno, por lo general empiezan a balbucear para responder, porque saben hacia dónde me dirijo, porque saben que no tienen una respuesta para su culpabilidad a menos que sea alguna forma de negación. Acabo de tener esta discusión con un hombre, la semana pasada, y le dije: “¿Qué haces con tu culpa?” ¿Sabes cuál fue su respuesta? “No tengo culpa alguna”, dijo, “soy un buen tipo”. Es trágico escuchar a alguien decir que no tiene culpa. Eso equivale a decir, “Soy un ser humano perfecto”.
Entonces, vemos tanto el lado vertical como el horizontal que están presentes en un sustituto. Ahora, en términos del motivo bíblico de la expiación, en el corazón de la Biblia – la explicación de la Biblia en cuanto a la expiación- es la estructura del pacto de esta. En el Antiguo Testamento, cuando Dios hacía un pacto con su pueblo y particularmente con respecto al pacto mediado por Moisés, como ya lo hemos visto, que, como el mediador de ese pacto, Moisés es conocido como el dador de la ley porque Dios da una promesa para su pueblo, pero esa promesa tiene estipulaciones que deben mantenerse.
Y esas estipulaciones son sus mandamientos, y como hemos visto en la estructura del pacto, los pactos de la antigüedad tenían sanciones duales tanto recompensas como castigos, recompensas si guardabas la ley, castigos si violabas la ley. Y el lenguaje que se usa allí para expresar esas sanciones duales es el lenguaje de la bendición y la maldición. Donde, en Deuteronomio, por ejemplo, Dios le dice al pueblo: ‘Si guardas mi ley, bendito estarás en el país, bendito estarás en la ciudad, bendito serás cuando te sientes, bendito serás cuando te levantes, bendito serás en el dormitorio, bendito serás en la cocina, bendito serás en la sala de estar, bendito serás por todas partes si obedeces la ley’. Y, por el contrario, ‘Si violas la ley, maldito serás en el país, maldito serás en la ciudad, maldito serás cuando te sientes, cuando te levantes, en la cocina, en la sala de estar, donde sea’. Entonces, ese motivo de la maldición es central para todo el concepto del pacto.
Pero lo que leemos en el Antiguo Testamento es que Israel como nación corporativa y como personas individuales, rompen el pacto. Todos somos quebrantadores del pacto, lo que significa que todos estamos expuestos a la maldición. Una de mis partes favoritas de un himno, que se canta en navidad, es ese estribillo que dice: “Hasta donde se halle la maldición”. Bueno, ¿qué tan lejos está la maldición? El mundo está maldito. Nuestro trabajo está maldito. El hombre está maldito. La serpiente está maldita. La mujer está maldita. Todos estamos bajo la maldición del pecado. Y estar maldito por Dios en el Antiguo Testamento no es estar asociado con el tipo de maldiciones que escuchamos en el lenguaje popular hoy en día, por el cual piensas en la brujería vudú o pones una maldición a alguien poniendo un alfiler en una pequeña muñeca que te representa o en las viejas historias de ‘Misión imposible’ ya saben, cuando el – o en Súper Ratón cuando Aceitoso ha fracasado dice, Chispas, fracasé otra vez’. Eso no es lo que estamos pensando aquí.
Ser maldecido por Dios es ser cortado. Esa es la imagen, la imagen principal, ser cortado de su presencia; ser separados de su bendición. Ser bendecido por Dios en el Antiguo Testamento era ser atraído cerca a Él; para que la luz de su rostro brille sobre ti, y que su cabeza se levante sobre ti, y que su rostro brille sobre ti. Eso es lo que significaba ser bendecido. Ser maldecido era hacer que Dios diera la espalda, que apagara las luces, que te ponga en la oscuridad exterior, que te aleje de su presencia y todos los beneficios y todas las bendiciones que provienen de una relación personal con Dios. Ahora, el que Cristo cumpla esto de una manera sustitutiva es enseñado dramáticamente por el apóstol Pablo en su carta a los gálatas.
En el capítulo 3 de Gálatas Pablo dice esto, versículo 8: “Y la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a Abraham, diciendo: EN TI SERÁN BENDITAS TODAS LAS NACIONES”. Ves que ese es el antiguo Evangelio, la promesa de la bendición divina. “Así que, los que son de fe son bendecidos con Abraham, el creyente. Porque todos lo que son de las obras de la ley están bajo la maldición, pues escrito está: MALDITO TODO EL QUE NO PERMANECE EN TODAS LAS COSAS ESCRITAS EN EL LIBRO DE LA LEY, PARA HACERLAS. Y que nadie es justificado ante Dios por la ley es evidente, porque EL JUSTO VIVIRÁ POR LA FE.
Sin embargo, la ley no es de fe; al contrario, EL QUE LAS HACE, VIVIRÁ POR ELLAS”. Y aquí llegamos al quid del asunto, y no estoy jugando cuando digo ‘quid’. Versículo 13, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros”, pro nobis. Habiéndose hecho maldición por nosotros (porque está escrito: MALDITO TODO EL QUE CUELGA DE UN MADERO), a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles”. Cuando Pablo explora las profundidades de la expiación, va al concepto de la maldición. Él dice que el precio del pecado es experimentar la maldición de Dios. Cristo se convierte en una maldición; es separado de la tierra de los vivos. Es entregado en las manos de los gentiles.
Es significativo para mí que en la muerte de Jesús, que Él no fue inmolado por su propio pueblo. Fue inmolado por los gentiles que estaban considerados en la “dimensión fuera del campamento”. E incluso físicamente Jesús murió fuera de la ciudad de Jerusalén. El Gólgota estaba fuera de los límites de la ciudad. Tuvo que ser llevado fuera del campamento, contado entre los gentiles, considerado impuro, y Dios sumerge al mundo en la oscuridad mientras Cristo está siendo crucificado. De nuevo, indicando el apagarse de la luz de su rostro, que Dios no lo mira, y en ese momento Cristo grita desde la cruz: “DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” Porque fue abandonado. Tuvo que ser abandonado, porque la pena por el pecado es abandono divino, y la pregunta es: “¿Nos abandona Dios, o abandona a nuestro sustituto?, quien soportó la plenitud de la maldición del abandono divino en lugar nuestro”.