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Transcripción
Hoy vamos a empezar una nueva serie sobre un tema particular que creo que es importante y vital para la vida de la iglesia. Me refiero al tema de la adoración. Es un tema que está en el corazón mismo de la fe cristiana y de la vida de la iglesia. Lo que vamos a hacer en esta serie es analizar las raíces bíblicas de la adoración y ver si podemos distinguir los elementos de la adoración que Dios mismo nos ha prescrito.
Cuando vimos la doctrina de la iglesia, hice referencia a un libro escrito a mediados del siglo XX por un teólogo católico romano francés llamado Yves Congar, titulado Ekklesium Ob Abel, es decir, La iglesia desde Abel y en esa obra, Congar trataba de mostrarnos que la iglesia no es algo que se iniciara simplemente en el Nuevo Testamento, sino que en realidad empezó tan pronto como se estableció la creación y la adoración apareció con las criaturas originales que fueron creadas. Yo habría cambiado el título de ese libro por el de Ekklesium Ob Adam. En lugar de remontarme solo hasta Abel, me habría remontado aún más atrás, al padre y la madre de Abel, quienes disfrutaron de una comunión en la presencia inmediata de Dios, que incluía ciertamente la adoración. Cuando pensamos en la adoración, pensamos en la atribución de valor o de excelencia o de majestad y honor a nuestro Creador; pero la razón, por supuesto, por la que Congar no empezó su estudio de la iglesia con Adán y Eva, sino con Abel, es por el registro que tenemos, en los primeros capítulos de Génesis, de las primeras formas de liturgia o adoración que encontramos descritas en ellos.
Veamos el capítulo cuatro de Génesis, empezando en el versículo uno. Leemos lo siguiente: «Y el hombre se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín, y dijo: “He adquirido varón con la ayuda del Señor”. Después dio a luz a Abel su hermano. Y Abel fue pastor de ovejas y Caín fue labrador de la tierra. Al transcurrir el tiempo, Caín trajo al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. También Abel, por su parte, trajo de los primogénitos de sus ovejas y de la grasa de los mismos. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y su ofrenda. Caín se enojó mucho y su semblante se demudó. Entonces el Señor dijo a Caín: “¿Por qué estás enojado, y por qué se ha demudado tu semblante? Si haces bien, ¿no serás aceptado? Pero si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo”. Caín dijo a su hermano Abel: “Vayamos al campo”. Y aconteció que cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces el Señor dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. Y él respondió: “No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano”. Y el Señor le dijo: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde la tierra. Ahora pues, maldito eres de la tierra, que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”».
Por supuesto, este registro que acabo de leer es el registro del primer homicidio, que también fue fratricidio, el asesinato de un hombre por su propio hermano. Esta expansión radical de la maldad que fluye de la naturaleza caída de la humanidad después de la caída de Adán y Eva tiene el propósito de enseñarnos algo del grado de traición del que los seres humanos han sido capaces desde su caída de su estado creado. Pero en el contexto de esta narración del primer homicidio, vemos que este homicidio fue incitado por un sentimiento de hostilidad entre los hermanos, la hostilidad que Caín sentía por Abel, ¿sobre qué incidente? Tenía que ver con la adoración y tenía que ver con que Dios acepta la ofrenda que trajo Abel al altar y Dios rechaza la ofrenda de su hermano Caín; y Caín se enfurece, está indignado y lleno de celos y en medio de esto, se levanta y asesina a su propio hermano. La Biblia no nos explica específicamente por qué la ofrenda de Abel agradó a Dios y la de Caín no, así que tenemos que leer entre líneas e intentar reconstruir este incidente para determinar qué nos enseña sobre la naturaleza de la adoración.
En primer lugar, vemos en esta narración que ambos hombres participaban en actos de adoración. No es que tuviéramos a un miembro de la iglesia siendo asesinado por un pagano profeso que no tenía nada que ver con la iglesia. Ambos hombres vinieron y presentaron ofrendas a Dios. Ambos participaron en la actividad de adoración, pero la adoración de uno fue aceptable y agradable a Dios y la del otro no. Eso es algo que debemos aprender desde el principio mismo de nuestro estudio sobre la adoración. Si leemos el Antiguo Testamento y vemos la manera detallada en la que Dios legisla las reglas y regulaciones de cómo debe ser adorado por Su pueblo, empezaremos a tener una idea de la seriedad con que Dios responde a la adoración. También vemos a lo largo del estudio del Antiguo Testamento que la simple adoración, cualquier tipo de adoración, no es necesariamente agradable a Dios en lo absoluto, que hay momentos en los que Dios está enojado con las ofrendas y los patrones de comportamiento y las acciones de Su pueblo Israel. Dice: «Aborrezco, desprecio sus fiestas,
tampoco me agradan sus asambleas solemnes. Sus ofrendas no las aceptaré».
Hay momentos en que Dios rechaza por completo las observancias religiosas externas de Israel. Vemos en el Nuevo Testamento que la inclinación primaria de la humanidad caída no es alejarse de la religión, no es alejarse de la adoración, no es acercarse hacia el ateísmo desenfrenado, sino hacia lo que llamaríamos «religión» y la religión tiene que ver con algo en lo que los seres humanos participan. Hay todo tipo de religiones en el mundo y todo tipo de prácticas religiosas en las que la gente participa como seres humanos y a veces tenemos la tendencia a pensar: «Bueno, mientras estemos siendo “religiosos”, entonces Dios es honrado y Dios está complacido». Pero nuestra inclinación natural, en términos de religión, es movernos en la dirección de la idolatría, servir y adorar ídolos en lugar del Dios verdadero. De manera que Dios no está interesado en la mera religión como tal. El templo de Baal era un lugar de religión. La casa de Dagón con los filisteos era un lugar de religión y sin embargo ambos recibieron la ira de Dios. Menciono esto al empezar nuestro estudio porque incluso en nuestra fe cristiana podemos tener una religión que no es aceptable para Dios y por eso es importante que entendamos cuáles son los ingredientes de la verdadera religión y cuáles no.
Cuando la gente especula sobre por qué el sacrificio de Abel agradó a Dios y el de Caín no, la tendencia en esa especulación es saltar a la conclusión y creo que es un salto, un juicio apresurado, de que la razón por la que el sacrificio de Abel fue aceptado y el de Caín no lo fue es porque Abel ofreció un animal y dio un sacrificio de sangre, mientras que el sacrificio que Caín dio fue un fruto de la tierra. No fue un animal lo que sacrificó; no hubo ningún sacrificio de sangre. De modo que la tentación es sacar la conclusión de que los únicos sacrificios que eran aceptables para Dios eran aquellos que incluían sangre, aquellos que incluían sacrificios de animales. Pienso que esto es peligroso por esta razón: en primer lugar, la Biblia no dice eso. En segundo lugar, la Biblia dice que la sangre de toros y machos cabríos en sí misma no tiene ningún valor inherente o intrínseco, tal como el autor de Hebreos nos dice que la sangre de toros y machos cabríos no puede quitar el pecado. El único sacrificio de sangre que puede hacerlo, que puede funcionar en última instancia como expiación, es el sacrificio de la vida de Cristo. Pero la tentación está ahí. Decimos sí, que desde Abel el pueblo de Dios estaba mirando hacia el futuro y estaba comprometido con los rituales de su fe, anticipando el sacrificio final que sería hecho a su favor por Cristo, y es por eso que en la práctica religiosa del Israel del Antiguo Testamento, se le da importancia al sacrificio de animales y a la aspersión de sangre sobre el altar y sobre el propiciatorio en el tabernáculo y más tarde en el templo. Y por eso tendemos a pensar que el sacrificio de Abel fue más digno que el de Caín porque anticipaba con más perfección el sacrificio perfecto que haría Cristo en el futuro.
Así que puedes ver lo tentadora que sería esa teoría aquí en el Antiguo Testamento, pero el autor del Antiguo Testamento tiene cuidado de mostrar que Caín y Abel tenían ocupaciones diferentes. Uno era pastor, Abel. El otro era agricultor y no vemos nada en el Antiguo Testamento que sugiera que la agricultura es algo que Dios ve con malos ojos y que la única forma legítima de empresa agraria en el Antiguo Testamento era la de pastorear rebaños, ovejas y cabras y demás. No hay nada en el Antiguo Testamento que indique que hubiera algo intrínsecamente malo o imperfecto en la agricultura; más bien, lo que vemos en las primeras etapas del Antiguo Testamento es una división del trabajo. Unos se dedican a las labores agrícolas, mientras que otros se dedican a la crianza de ganado. El punto es que Abel trae de su trabajo y de lo que es suyo, de sus posesiones, una porción de lo que posee y lo ofrece a Dios en el altar; y Caín, siendo agricultor y no pastor, trae lo que él tiene, parte de su posesión, parte de su cosecha y lo ofrece en el altar.
Si examinamos detenidamente el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, veremos que este no solo autoriza los sacrificios de animales, sino también las ofrendas de cereales, las ofrendas de grano y otros más. Así que creo que debemos resistir la tentación de asumir aquí que Dios solo aceptaría un sacrificio animal y no un sacrificio de grano. Volvamos al texto. Leemos en el versículo tres: «Al transcurrir el tiempo, Caín trajo al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. También Abel, por su parte, trajo de los primogénitos de sus ovejas y de la grasa de los mismos» y cuando Caín se enojó mucho porque su ofrenda no fue aceptada, el Señor le dijo a Caín: «¿Por qué estás enojado, y por qué se ha demudado tu semblante? Si haces bien, ¿no serás aceptado? Pero si no haces bien, el pecado yace a la puerta».
Así que no es que trajera el tipo equivocado de ofrenda; es que vino mientras el pecado estaba acechando a su puerta y si vamos al Nuevo Testamento, a la lista de los santos, a los héroes que se celebran en el capítulo 11 de Hebreos, leemos este estupendo capítulo sobre la naturaleza de la fe. Y, el primer ejemplo que se da de vivir por la fe se encuentra en el versículo 4 del capítulo 11 de Hebreos. «Por la fe Abel ofreció a Dios un mejor sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó el testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y por la fe, estando muerto, todavía habla». Lo único que se menciona en la Escritura que indica algún fundamento para la aprobación de Dios del sacrificio que Abel ofrece en el altar es esto: Que hizo el sacrificio por fe, que dio el sacrificio en fe.
Ya hemos hablado mucho de este concepto de sacrificio y empiezo nuestro estudio de la adoración echando un vistazo a este pasaje del Antiguo Testamento porque aquí, en las etapas iniciales de la revelación del Antiguo Testamento, encontramos que la adoración se describe en términos de ofrenda, una ofrenda de sacrificios a Dios. Podemos ver esto como un intento del hombre primitivo de apaciguar la ira de los dioses dándoles algún regalo para calmarlos y mejorar sus circunstancias, pero si vemos cuidadosamente este concepto de sacrificio en la adoración en Israel, vemos que el sacrificio que Dios está buscando es el sacrificio de alabanza porque el elemento central de la adoración en la Biblia, queridos amigos, es darle adoración a Dios. Implica honrar a Dios, bendecir a Dios, estimar y reverenciar a Dios. El sacrificio se ofrece simplemente como un signo externo de un corazón que está lleno de asombro, reverencia y respeto hacia Dios.
Ofrecer un sacrificio que no se ofrece con fe es ofrecer un sacrificio meramente como un rito externo, como un patrón formal de comportamiento que no es una expresión de la verdadera fe que tiene a Dios en la más alta estima y reverencia posible; carece de lo que la literatura sapiencial llama el temor del Señor, es decir, el sentido de asombro por el que el corazón se inclina a adorar y honrar al Creador. Recordamos en Romanos 1 que cuando Pablo habla de la acusación universal de la ira de Dios contra los seres humanos, es que todos los hombres se niegan a honrar a Dios como Dios, por lo que no importaba, en última instancia, si el acto de honrar a Dios era con la presentación de un animal o la presentación de productos tomados de los campos. Lo que le importaba a Dios era si el sacrificio era genuina y auténticamente una ofrenda de alabanza, de alabanza honesta, de una expresión de fe que incluye no solo una confianza en el Creador, sino un deseo de que el Creador sea exaltado y en una sola palabra, que sea honrado.
CORAM DEO
Hoy he utilizado una palabra que se ha convertido casi en un arcaísmo. Se ha vuelto casi obsoleta en el lenguaje humano y es la palabra «honor». Hace no mucho tiempo estuve en una conversación con unos hombres de negocios y estaban describiendo a uno de sus socios y uno de ellos dijo de su socio: «Fulano es un hombre honorable». Me dio un poco de gracia ese comentario porque dije: «La gente ya no habla así». Sin embargo, si ves en las Escrituras, la palabra «honor» se encuentra una y otra vez. En el Decálogo mismo, en los Diez Mandamientos mismos, tenemos la obligación fundacional de honrar a nuestra madre y a nuestro padre; el Nuevo Testamento nos manda repetidamente honrar al rey.
Hablamos del pastor que es digno de un doble honor en la vida de la iglesia, y sin embargo, con la desaparición de los sistemas monárquicos en la civilización occidental, que se establecían sobre la base del honor y la equidad en la sociedad de las culturas democráticas, la palabra básicamente ya no se usa. Pero el hecho de que debamos honrar a los reyes, a los padres, a los ministros o a quienquiera que estemos llamados a honrar, todo tiene su raíz primordial en nuestra obligación más fundamental como criaturas que es dar honor a Dios.