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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

Lex orandi, lex credendi: «la ley de la oración es la ley de la fe». Es una máxima que se originó en la Iglesia del siglo V. Esta frase concisa resalta el principio de que la adoración cristiana no solo refleja las creencias de la Iglesia sino que también les da forma. La naturaleza, el contenido y la forma de la adoración pública son importantes para el discipulado. Dado que la oración es un elemento principal de la adoración y que es fundamental para el caminar del creyente con Dios, es de vital importancia que comprendamos no solo cómo orar, sino a quién debemos orar. La respuesta a esta pregunta no solo guía nuestras oraciones de manera práctica, sino que refuerza la doctrina cristiana esencial y fomenta la verdadera piedad.
La oración bíblica debe ser dirigida al Padre, en el nombre del Hijo, por el poder habilitador del Espíritu Santo. Este patrón bíblico llama la atención sobre la naturaleza trinitaria de la redención (Ef 1:1-14) y subraya aspectos clave de la relación del creyente con Dios.
La oración bíblica debe ser dirigida al Padre, en el nombre del Hijo, por el poder habilitador del Espíritu Santo.
Primero, la oración normalmente debe dirigirse a Dios el Padre. Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre» (Mt 6:9). El Padre envió a Su Hijo al mundo para redimir a los pecadores y reconciliarnos con Él (Jn 3:16; 2 Co 5: 18-19). A través de la fe en Cristo, podemos clamar con valentía: “¡Abba! ¡Padre!” (Gál 4:6). El apóstol Pablo escribe: “porque por medio de Él [Jesús] los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2:18). Por lo tanto, como regla general, nuestras oraciones deben dirigirse al Padre.
Segundo, la oración debe ser ofrecida en el nombre de Jesucristo. “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1 Tim 2:5). Es solo a través de la fe en Cristo y Su sangre expiatoria que “tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo” y acercarnos a nuestro Padre celestial en oración (Heb 10:19-20). Jesús nos ordena orar «en Su nombre» porque en Él tenemos comunión con el Padre (Jn 14:6,14; 15:16).
Tercero, además de dirigirse a Dios el Padre en el nombre del Hijo, la oración debe ser » en todo tiempo en el Espíritu» (Ef 6:18; Jud 1:20). Wilhemus à Brakel afirma que «una verdadera oración procede del Espíritu Santo». Apartados del Espíritu, estamos espiritualmente muertos y no tenemos ni la capacidad ni el deseo de orar (Ef 2:1; Rom 8:7). El Espíritu, por lo tanto, alienta y da poder a la oración sincera (Rom 8:26).
No está mal, por supuesto, en ocasiones orar directamente a Jesús o al Espíritu Santo. Hacerlo así hasta enfatiza la personalidad divina de la segunda y la tercera personas de la santa Trinidad. Sin embargo, es el patrón de la Escritura que oramos a nuestro Padre, a través del Hijo, en el Espíritu. Este patrón bíblico acentúa los contornos ricos e instructivos del evangelio de la gracia.