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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Gratitud.

“¡Mío! ¡Yo lo tenía primero!”. Soy padre de cuatro niños pequeños, así que estas palabras resuenan con regularidad en mi hogar. Mis hijos saben que entristecen el corazón de su padre cuando se hablan de esta manera. Saben que la Biblia les enseña a ser “amables unos con otros” (Ef 4:32). Y saben que “el amor… no es jactancioso, no es arrogante… no busca lo suyo” (1 Co 13:4-5). Así que ¿por qué les cuesta tanto vivir conforme a lo que saben?
Las palabras son pequeñas ventanas al corazón. Con bastante frecuencia, las palabras de mis hijos me llevan a reflexionar en mis propias actitudes hacia Dios. ¿Cómo se ven mi egoísmo y mi ingratitud a los ojos de Aquel que envió a Su Hijo unigénito para pagar por mi pecado? ¿Qué dice mi renuencia a dar libremente de mis tesoros terrenales acerca de mi amor (o falta de amor) por Aquel que me amó primero?
Hace poco, caminaba con un grupo de compañeros de ministerio en una ciudad concurrida. En la acera, recostado de un edificio, había un anciano sosteniendo un cartel que decía: “No tengo hogar, ¡ayúdenme, por favor!”. Al igual que los demás pastores en el grupo, evité hacer contacto visual y seguí caminando. Al mismo tiempo, me sentí intensamente culpable por no haberme detenido a reconocer la existencia (y la miseria) de otro ser humano creado a imagen de Dios.
La generosidad comienza en el corazón. Comienza cuando dejamos de lamentarnos por aquellas cosas a las cuales hemos renunciado y comenzamos a regocijarnos por todo lo que hemos ganado en Cristo.
“Dios ama al dador alegre” (2 Co 9:7). Al leer estas palabras de las Escrituras, ¿pensamos en lo que requieren de nosotros más que en lo que revelan acerca del corazón de Dios?
Observa con cuidado las dos primeras palabras: “Dios ama”. Dios es un Padre misericordioso y generoso con Sus hijos, a pesar de que somos indignos y pecadores. Él no necesita nada de nosotros. Él es el Creador de los confines de la tierra. Él creó las galaxias de la nada. No hay nada que tengamos que no venga del corazón paternal de Dios. De tal manera amó Dios al mundo que dio. Él nos dio a Su Hijo en la cruz. Él nos da Su Espíritu para conformar nuestro corazón al Suyo.
“Dios ama al dador alegre”. Pero nos engañamos a nosotros mismos si asumimos que Él nos ama porque somos dadores alegres por naturaleza. Más bien, Dios ama a pecadores impíos e ingratos como tú y como yo, y nos transforma en dadores alegres. Algo que hace solo por gracia, únicamente por medio de la fe en Cristo.
Entonces ¿qué significa ser un dador “alegre”? Significa ser un dador gozoso, un dador generoso. Significa no dar de mala gana ni por obligación (2 Co 9:7). Observa el contexto más amplio:
Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre. Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para vosotros, a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abundéis para toda buena obra… Y el que suministra semilla al sembrador y pan para su alimento, suplirá y multiplicará vuestra sementera y aumentará la siega de vuestra justicia; seréis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual por medio de nosotros produce acción de gracias a Dios (2 Co 9:7-8, 10-11).
Ser un dador alegre significa reconocer que Dios “suministra semilla al sembrador y pan para su alimento”, y que Él también es capaz, por medio de nuestra generosidad alegre, de enriquecernos espiritualmente, particularmente en la gracia del agradecimiento. Un dador alegre no solo es un dador generoso, sino que también es un dador agradecido. Un dador alegre está agradecido con Dios por el don de la salvación en Cristo Jesús. Un dador alegre está agradecido por cada oportunidad que Dios le da de participar en Su obra de llamar a pecadores al arrepentimiento y a la vida eterna. Un dador alegre sabe que no hay nada que tenga que no haya venido de la mano generosa de Dios, y quiere que toda su vida sea un coro incesante de alabanza y gratitud hacia el Padre por habernos dado a Su Hijo.
¿Eres un cristiano generoso? La generosidad comienza en el corazón. Comienza cuando dejamos de lamentarnos por aquellas cosas a las cuales hemos renunciado y comenzamos a regocijarnos por todo lo que hemos ganado en Cristo. Comienza cuando nuestro tesoro está en los cielos, y no en la tierra. Comienza cuando podemos decir, en cualquier circunstancia y con todo nuestro corazón: “¡Gracias a Dios por Su don inefable!” (2 Co 9:15).