¿Qué es el propiciatorio?
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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo X
A medida que llegaba el final del siglo X y el año 1000 se acercaba más y más, ¿cómo reaccionaban los cristianos? ¿Estaban convencidos de que el final estaba cerca? ¿Había miedo? ¿Esperanza? ¿Una mezcla de ambos? En el siglo XIX, los historiadores describieron una escena de gran aprensión y expectación a medida que se acercaba el año 1000, con poblaciones enteras aterrorizadas por la inminente llegada del día del juicio. Durante la mayor parte del siglo XX, el consenso entre los historiadores fue exactamente lo contrario. El año 1000, argumentaron, fue un año como cualquier otro y a la gente en aquel momento le era indiferente el próximo nuevo milenio, si es que acaso estaban conscientes de las fechas.
Más recientemente, varios historiadores han reevaluado la evidencia y concluyeron que los historiadores del siglo XIX estaban más cerca de la verdad. Richard Landes, de la Universidad de Boston, por ejemplo, ha concluido que «el año 1000 se destaca como un año de importancia escatológica sobresaliente para todos los estratos de la sociedad». Cita numerosos textos que apuntan a la importancia del año, incluida la evidencia de poblaciones enteras involucradas en actos de contrición.
En el año 950, Hermerio Adson, el abad del monasterio de Montier-en-Der, escribió un tratado sobre la llegada del anticristo para la reina Gerberga de Sajonia, hermana de Otón el Grande. Este trabajo se hizo cada vez más influyente en las siguientes décadas. A medida que se acercaba el año 1000, algunos vieron que eventos de aquel momento se alineaban con lo que Adson dijo que debía suceder antes de que llegara el anticristo. La aparición en 989 de lo que luego se conocería como el cometa Halley también alimentó las expectativas escatológicas. Otros desastres, eventos y presagios astronómicos también se consideraron evidencia de que el fin estaba cerca.
El año 1000 no fue la primera vez que los cristianos esperaron expectantes el fin del mundo, y ciertamente tampoco fue la última. Hipólito de Roma (170-236) creía que el final ocurriría alrededor del año 500. Sexto Julio Africano (c. 160-240) también enseñó que el final llegaría en el año 500 d. C., pero luego ajustó la fecha al año 800 d. C. El surgimiento del islam en el siglo VII alimentó numerosas especulaciones sobre los últimos tiempos. Siglos después, Joaquín de Fiore (c. 1135-1202) calculó el tiempo del fin y concluyó que llegaría en algún momento entre 1200 y 1260. Los taboritas, seguidores radicales de Jan Hus, fecharon el final para febrero de 1420.
En el siglo XVI, Martín Lutero expresó su creencia de que vivía en los últimos días y esperaba que el fin llegara en menos de cien años. Las expectativas apocalípticas se generalizaron en Inglaterra en el siglo XVII, alcanzando su punto máximo durante la época de la Guerra Civil Inglesa. El año 1666 despertó un particular interés porque combinaba los números 1000 y 666. Los siglos XVII y XVIII fueron testigos de varias predicciones sobre los últimos tiempos en Francia y en otros lugares del continente. En Norteamérica, Cotton Mather (1663-1728) se atrevió a establecer una fecha, prediciendo que el final llegaría en 1697. Más tarde cambió su fecha prevista a 1736. Luego cambió de opinión nuevamente, proponiendo 1716. Tanto Jonathan Edwards (1703-1758) como su nieto, Timothy Dwight (1752-1817), esperaban que el milenio de Apocalipsis 20 comenzara en el año 2000. William Miller (1782-1849) creó una enorme expectativa cuando predijo que la segunda venida de Cristo ocurriría en algún momento entre marzo de 1843 y marzo de 1844.
El surgimiento del dispensacionalismo en el siglo XIX dio un nuevo impulso a las especulaciones sobre los últimos días. A lo largo del siglo XX, hubo una letanía casi continua de predicciones de los tiempos finales, muchas de las cuales fueron hechas por dispensacionalistas. Algunos cristianos vieron la Primera Guerra Mundial como una señal del fin y después interpretaron la Segunda Guerra Mundial como una señal del fin. Desde la década de 1970, la especulación de los últimos tiempos ha estado en un punto crítico. Hal Lindsey dio a entender que el rapto ocurriría en 1988. Edgar Whisenant nos dio 88 Reasons Why the Rapture Will Be in 1988 [88 razones por las cuales el rapto será en 1988]. También publicó volúmenes de seguimiento prediciendo el rapto para 1989 y 1993. En 1992, Jack Van Impe predijo que el rapto ocurriría en el 2000. Harold Camping predijo que el final llegaría en 1994. Su falsa profecía no lo detuvo. Más adelante proclamaba que el final ocurriría en mayo de 2011.
Los candidatos al anticristo han sido casi tan numerosos como las fechas proyectadas para el fin del mundo. Entre aquellos que solo en el siglo XX fueron señalados como el anticristo estaban Franklin D. Roosevelt, Benito Mussolini, Adolfo Hitler, Iósef Stalin, John F. Kennedy, Henry Kissinger, el ayatolá Jomeiní, Ronald Reagan, Mijaíl Gorbachov y Yasir Arafat.
Los libros siguen saliendo de las imprentas. En el año 2000, John Hagee escribió De Daniel al día del juicio. Después de que el rapto no ocurriera en 1988 (cuarenta años después de la fundación del moderno estado de Israel en 1948), muchos dispensacionalistas revisaron sus cálculos y concluyeron que la Guerra de los Seis Días en junio de 1967 tenía mucha importancia. Sumando 40 (el supuesto tiempo de una «generación bíblica») a 1967, llegaron a una fecha en el 2007. Restando siete años para la tribulación, llegaron a una fecha para el rapto en el 2000. El 2000 vino y se fue, pero la especulación continuó. Van Impe publicó 2001: Al filo de la eternidad. Para no quedarse atrás, el pastor de la «Iglesia de Dios», Ronald Weinland, publicó 2008: Testigo final de Dios. Hay muchos, muchos más ejemplos de tales títulos, pero ya entiendes la idea.
Todo esto indica que, en un sentido, el año 1000 fue un año como cualquier otro año, pero no porque las personas fueran indiferentes a la escatología. Fue un año como cualquier otro año en el sentido de que los cristianos estaban viendo señales en los eventos del momento y haciendo cálculos para determinar el tiempo del fin. Este fenómeno, que Gary DeMar llama «la locura de los últimos días», ha estado con nosotros desde el principio. Muchos en las últimas décadas han dicho que el sida es una señal del inminente fin del mundo. Los europeos del siglo XIV pensaban que la peste negra era una señal del fin. Muchos en el siglo pasado concluyeron que la Primera Guerra Mundial o la Segunda Guerra Mundial eran una señal del inminente día del juicio. Los cristianos en los siglos anteriores pensaban lo mismo acerca de las guerras mayores que ellos vivieron. Cada generación ha visto sus propias guerras, terremotos, hambrunas, cometas y más, y concluyó que el final tenía que estar cerca. Nuestra generación no ha sido diferente.
¿Hay alguna lección que podamos extraer de la ansiedad por los últimos tiempos que ocurrió hacia fines del siglo X? ¿Hay algo que podamos aprender del establecimiento de fechas que comenzó antes del siglo X y que ha continuado sin cesar hasta nuestros días?
Primero, debemos recordar que Dios consumará la historia. Habrá un final para la historia. Jesús vendrá de nuevo. El hecho de que haya habido muchos fechadores incorrectos a lo largo de la historia de la Iglesia no significa que la historia no tendrá un fin. Lo que sí demuestra es lo precario que resulta el establecer fechas. A lo largo de dos mil años de historia de la Iglesia, han habido innumerables cristianos absolutamente convencidos de que habían leído de manera correcta las señales de los tiempos, y se equivocaron.
Segundo, debemos aprender que entrometernos en las cosas secretas de Dios, cosas que Dios ha elegido no revelar, es espiritualmente peligroso. Cuando los predicadores y los autores les dicen a sus lectores y feligreses que la Biblia dice claramente que Jesús regresará o que el rapto ocurrirá en una fecha determinada y no sucede, eso socava la confianza en la fiabilidad de las Escrituras. Si la gente está segura de que la Biblia, la Palabra de Dios, dice que X cosa sucederá en una fecha determinada y X cosa no sucede en esa fecha, la gente fácilmente concluye que la Biblia está en un error. Aquellos que ajustan repetidamente sus predicciones incorrectas no inspiran confianza en la fiabilidad de las Escrituras. Por el contrario, le dan municiones a los escépticos y a los no creyentes.
La próxima vez que entres a una librería cristiana y veas uno de estos libros, o la próxima vez que veas un anuncio en una revista o en la televisión o en Internet sobre uno de estos libros, tómate un momento para pensarlo antes de comprarlo. En lugar de gastar tu dinero y tiempo leyendo al último autor que afirma haber descubierto finalmente la fecha del fin, considera usar ese dinero y tiempo para algo mejor: servir a los demás en el nombre de Cristo. ¿Hay viudas solitarias en tu iglesia? Considera usar esos $15 dólares para comprar una comida para una de ellas y pasa el tiempo que hubieras gastado en el libro visitándolas. ¿Tu pastor vive de un ingreso de subsistencia? Considera usar el dinero para ayudarlo a él y a su familia. Considera una agencia misionera, un refugio para personas sin hogar o el fondo diaconal de tu congregación, o cómprale algunas flores a tu esposa. Cualquiera de estos sería un mejor uso del tiempo y el dinero.
Los apóstoles mismos fueron reprendidos por mirar al cielo en lugar de ocuparse en hacer la tarea frente a ellos (Hch 1:11). Nosotros también tenemos mucho que hacer como para estar desperdiciando un tiempo precioso especulando sobre algo que Dios eligió no revelar. Jesucristo vendrá nuevamente en el momento que el Padre elija. Hasta entonces, seamos hallados haciendo lo que Él nos ordenó hacer para que no nos avergoncemos en Su venida.