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14 mayo, 2025El Espíritu Santo

Este es el noveno y último artículo de la colección de artículos: Fundamentos doctrinales
Introducción
El Espíritu Santo es una de las tres personas de la Santa Trinidad, y es un ser personal y no una fuerza impersonal. Es igual en sustancia, poder y gloria a Dios Padre y a Dios Hijo. Cada persona de la Deidad posee una propiedad personal única. La propiedad personal del Espíritu, que es la tercera persona de la Deidad, es que «procede» del Padre y del Hijo. Dios Espíritu Santo funciona como el agente vivificador de la creación y de la nueva creación. El Espíritu es el agente principal de la revelación bíblica, la iluminación y la persuasión. También produce la convicción, la regeneración y la transformación de los corazones de los pecadores. En la economía de la redención, el Espíritu aplica la obra salvífica del Hijo a los corazones y las vidas de los elegidos. El Espíritu une a los creyentes con Cristo, impartiéndoles todos los beneficios de la persona y la obra de Cristo.
Explicación
La Biblia enseña que hay un solo Dios vivo y verdadero. Dios subsiste en tres personas distintas pero inseparables. Los miembros de la Deidad residen plenamente los unos en los otros, y juntos son el único Dios vivo y verdadero. Todos los miembros de la Deidad son de la misma esencia divina, y son, como afirma el Catecismo Menor de Westminster, «iguales en sustancia, iguales en poder y gloria». Los teólogos se han referido comúnmente al Espíritu Santo como la «tercera persona» de la Deidad. Esto no implica ninguna subordinación en cuanto a ser o autoridad; más bien, indica una distinción personal entre los tres miembros de la Deidad. «Procesión» o «espiración» es la propiedad personal del Espíritu que lo distingue del Padre y del Hijo. Las Escrituras se refieren al Espíritu con diversos nombres: «el Espíritu», «el Espíritu de Dios», «el Espíritu de Yahveh», «el Espíritu Santo», «el Espíritu de santidad» y «el Espíritu de Cristo» (Gn 1:2; Éx 31:3; Jue 3:10; Mt 1:18; Ro 1:4; Ef 4:30; 1 P 1:11).
En la Iglesia primitiva, los debates sobre el Espíritu Santo se centraban en la personalidad del Espíritu más que en Su deidad. Como explicó Herman Bavinck: «Con referencia a la segunda Persona, el punto crucial de la controversia fue casi siempre Su deidad ―hablando en general, Su personalidad no estaba en disputa―; en el caso del Espíritu Santo fue Su personalidad lo que principalmente desató la polémica. Si se reconocía Su personalidad, Su deidad le seguía naturalmente» (Reformed Dogmatics [Dogmática reformada], 2:311).
Las Escrituras enseñan la personalidad del Espíritu Santo de diversas maneras. El apóstol Pedro testificó de la personalidad y deidad del Espíritu Santo en su confrontación con Ananías, cuando dijo: «¿Por qué ha llenado Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo?… No has mentido a los hombres sino a Dios» (Hch 5:3-4). Esta es una evidencia clara de la deidad y personalidad del Espíritu. Cuando el apóstol Pablo pronunció su discurso de despedida ante los ancianos de la iglesia de Éfeso, les recordó que el Espíritu Santo los había nombrado personalmente supervisores de la iglesia de Dios (Hch 20:28). La personalidad del Espíritu también se revela en la forma en que el Nuevo Testamento atribuye al Espíritu la autoría del Antiguo Testamento. Citando el Salmo 110, Jesús dijo: «David en el Espíritu lo llama “Señor”, diciendo…» (Mt 22:43, énfasis añadido). El escritor de Hebreos señaló la autoría personal del Espíritu en el Salmo 95, al decir: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: “Si ustedes oyen hoy Su voz…» (He 3:7, énfasis añadido). Solo las personas hablan, así que estos versículos demuestran que el Espíritu es una persona divina que se comunica.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu se movía sobre las aguas del mundo recién creado y sin forma. Actuaba como agente inmanente de la creación, trayendo orden del caos y dando vida y belleza al mundo. El Salmo 104:30 habla del modo en que el Espíritu produce y sostiene la vida en el mundo creado: «Envías Tu Espíritu, son creados, / Y renuevas la superficie de la tierra». Del mismo modo, el Espíritu es el agente de vida, sustento y poder en la obra de la nueva creación. En la obra de la nueva creación, el Espíritu imparte todas las gracias de Dios a los redimidos. Herman Bavinck destaca la actividad del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento de la siguiente manera:
El Espíritu de Dios es el principio de toda vida y bienestar, de todos los dones y poderes en la esfera de la revelación: del valor (Jue 3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 1 S 11:6), de la fuerza física (Jue 14:6; 15:14), de la habilidad artística (Éx 28:3; 31:3-5; 35:31-35; 1 Cr 28:12-19), de capacidad para gobernar (Nm 11:17, 25; 1 S 16:13), de intelecto y sabiduría (Job 32:8; Is 11:2), de santidad y renovación (Sal 51:12; Is 63:10; cf. Gn 6:3; Neh 9:20; 1 S 10:6, 9), y de profecía y predicción (Nm 11:25, 29; 24:2-3; Mi 3:8; etc.) (Reformed dogmatics [Dogmática reformada], 2:263).
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Espíritu es el agente de la revelación de Cristo sobre la base de Su persona y obra. El Espíritu es también el agente de la unión del creyente con Cristo. Los profetas del Antiguo Testamento predijeron el papel del Espíritu en la vida y el ministerio de Cristo (Is 11:2; 42:1; 61:1). También anticiparon la labor del Espíritu como agente de la aplicación de la obra salvadora de Cristo entre las naciones (Is 32:15; 44:3; Ez 36:26-27; 39:29; Jl 2:28-29; Zac 12:10).
Las Escrituras del Nuevo Testamento explican que el Espíritu Santo ayudó a Cristo a llevar a cabo la obra de la redención. El Espíritu actuó como agente de la concepción milagrosa de Jesús en el vientre de María; llenó a Cristo para Su santo crecimiento y desarrollo; capacitó a Cristo para realizar obras milagrosas; y guió a Cristo y le apoyó durante Sus tentaciones y sufrimientos. Además, por el Espíritu, Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios (He 9:14). El Espíritu fue el agente de la resurrección y glorificación de Cristo. Negar la obra del Espíritu en las obras milagrosas de Cristo equivale a blasfemar contra Dios.
Después de Su ascensión, Jesús envió el Espíritu a Su pueblo para que diera testimonio de Él en todo el mundo. Durante la era apostólica, el Espíritu obró dones extraordinarios en Su pueblo para atestiguar la llegada del reino de Dios. Esos dones cesaron con la clausura del canon. El Espíritu de Cristo da poder y eficacia al mensaje del evangelio predicado por aquellos a quienes Dios ha designado para llevar la buena nueva a un mundo perdido y que perece (1 P 1:11-12). Habiendo convencido a los elegidos del pecado y de su necesidad del Salvador, el Espíritu Santo los regenera, mora en ellos y se convierte en el sello de su herencia eterna. Los creyentes, al abrazar el pecado, pueden contristar y apagar al Espíritu. Sin embargo, el Espíritu santifica a los creyentes, guiándolos por caminos de santidad y produciendo esperanza, gozo y seguridad en sus almas.
Citas
Se habla [del Espíritu] como de una persona. El pronombre personal [demostrativo] «él» (ἐκεινος) se usa con referencia a Él (Jn 15:26; 16:13-14); se le llama «Paráclito» (παρακλητος, Jn 15:26; cf. 1 Jn 2:1); «otro Paráclito» (Jn 14:16), que habla de Sí mismo en primera persona (Hch 13:2). Se le atribuyen todo tipo de capacidades y actividades personales: escudriñar (1 Co 2:10-11), juzgar (Hch 15:28), oír (Jn 16:13), hablar (Hch 13:2; Ap 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 14:13; 22:17), querer (1 Co 12:11), enseñar (Jn 14:26), interceder (Ro 8:27), testificar (Jn 15:26), etc. Está coordinado con el Padre y el Hijo (Mt 28:19; 1 Co 12:4-6; 2 Co 13:13; Ap 1:4). Nada de esto es posible, pensamos, a menos que el Espíritu también sea verdaderamente Dios.
Herman Bavinck
Reformed Dogmatics [Dogmática reformada]
La Biblia es el libro del Espíritu Santo. Él participa no solo en la inspiración de las Escrituras, sino que también es testigo de su veracidad. Esto es lo que llamamos el «testimonio interno» del Espíritu Santo. En otras palabras, el Espíritu Santo proporciona un testimonio que tiene lugar dentro de nosotros: da testimonio a nuestros espíritus de que la Biblia es la Palabra de Dios. Así como el Espíritu da testimonio a nuestros espíritus de que somos hijos de Dios (Ro 8:16), nos asegura la verdad sagrada de Su Palabra.
R. C. Sproul
«El testimonio interno del Espíritu»
Revista Tabletalk
El resultado del obrar del Espíritu con la Palabra de Dios para iluminar y transformar nuestro pensamiento es el desarrollo de un instinto piadoso que opera de maneras a veces sorprendentes. La revelación de la Escritura se convierte, en un creyente bien instruido e iluminado por el Espíritu, en una parte tan importante de su modo de pensar que la voluntad de Dios a menudo parece ser instintiva e incluso inmediatamente clara, al igual que si una pieza musical está bien o mal tocada es inmediatamente obvio para un músico bien disciplinado. Es este tipo de ejercicio espiritual el que crea el discernimiento (ver He 5:11-14).
Sinclair B. Ferguson
«Espíritu de Luz»
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.