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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Atributos de Dios mal entendidos
Los cristianos adoran al Dios verdadero, cuyo verdadero nombre es «YO SOY» (Éx 3:14). Algunos pueden considerar esto como un nombre superficial y limitado para Dios. Después de todo, ¿no podemos decir que todo lo que es real, desde los elefantes hasta los electrones, «es»? Entonces, ¿cómo es que el nombre «YO SOY» es un nombre peculiar y significativo para el Dios que adoramos y del que dependemos para la vida, el aliento y todas las cosas (Hch 17:25)? El contexto de la notable revelación del nombre de Dios a Moisés en Éxodo 3 es Su promesa de liberar a Israel de su esclavitud en Egipto. Moisés confiesa su propia insuficiencia para esta obra redentora (Éx 3:11). Y para asegurarle a Moisés y a los hijos de Israel que Él es perfectamente suficiente para esta salvación casi inimaginable, Dios se identifica con este nombre inusual. Este nombre indica la razón de la perfecta fidelidad de Dios.
Los teólogos han entendido desde hace mucho tiempo que este nombre señala la autosuficiencia incondicional de Dios y Su ilimitada plenitud de ser. Dios no le dice a Moisés «Yo soy esto» o «Yo soy aquello», sino simplemente «YO SOY EL QUE SOY». No especifica ni contrae Su acto de ser a nada en particular, divulgándonos así la verdad incomprensible de que Él simplemente es Su propio ser, Su propia razón de ser. Precisamente por eso podemos depender de Él totalmente y sin reservas, porque no depende de nada, ni siquiera de un acto de existencia, que sea realmente distinto de Él mismo. Si Dios fuera de alguna manera un ser dependiente, toda nuestra confianza en Él tendría que basarse en algo más fundamental en la realidad que Dios. Sin embargo, la Sagrada Escritura es abundantemente clara en cuanto a que no hay nada más básico y absoluto en ser que Dios. Él es Aquel de quien, por quien y para quien son todas las cosas (Ro 11:36). Podemos rastrear la explicación causal de todos los seres y eventos no divinos en última instancia hasta Dios mismo. Y si preguntamos: «¿Por qué Dios?», la respuesta es simplemente «Dios». Como el «YO SOY», Dios simplemente es el es en virtud del cual existe. Hablando con propiedad, Dios no «tiene» existencia, sino que «es» la existencia misma que subsiste, como han afirmado los teólogos cristianos ortodoxos a lo largo de los siglos. Su existencia contiene en sí misma toda la realidad que le atribuimos: Su sabiduría, Su poder, Su bondad, Su justicia, Su amor, Su verdad, etc. El ser de Dios debe considerarse como la plenitud infinita del ser y no como la noción despojada de un mero «estar ahí».
El sobrenombre dado a esta doctrina de la autosuficiencia independiente de Dios es aseidad. Es una adaptación del latín a se, que significa «de sí mismo» o «por sí mismo». Tal vez sea útil pensar en esto como la doctrina de la autosuficiencia de Dios. El teólogo reformado holandés Herman Bavinck dice que «cuando Dios se atribuye a Sí mismo esta aseidad en la Escritura, se da a conocer como ser absoluto, como el que es en un sentido absoluto». Bavinck añade: «Por esta perfección es a la vez esencial y absolutamente distinto de todas las criaturas». Las criaturas, por el mero hecho de ser criaturas, dependen de causas de su ser para existir, para poseer las naturalezas particulares que poseen, para operar como lo hacen, etc. Pero Dios no existe ni opera con tal dependencia de las causas. Él da a todos, pero no recibe de ninguno. Como Dios le pregunta a Job en Job 41:11: «¿Quién me ha dado algo para que Yo se lo restituya? Cuanto existe debajo de todo el cielo es Mío».
A veces pueden surgir malentendidos sobre la aseidad y la independencia de Dios. En primer lugar, hay que señalar que la aseidad no significa que Dios sea la causa de Sí mismo. Él es de o por Sí mismo en el sentido de que es la razón perfectamente adecuada de Su propia existencia, esencia y funcionamiento. Esto no es lo mismo que decir que Él se causa a Sí mismo. Como causa primera absoluta de todas las cosas creadas, Dios no debe contarse entre las cosas que son causadas. Si lo fuera, no sería la causa primera absoluta, pues algo le precedería en el ser. También hay que señalar que una cosa no puede ser la causa de sí misma en el sentido estricto, ya que causar es una operación que requiere la existencia del operador como condición previa necesaria. No se puede hacer si no se es.
En segundo lugar, la aseidad divina no significa que Dios sea independiente de causas externas aunque exista de alguna manera en dependencia de causas internas. Algunos teólogos modernos afirman que la aseidad solo significa que Dios no depende de causas externas a Él, aunque dejan abierta la posibilidad de que esté compuesto de partes y que por tanto dependa de alguna manera de las partes que lo componen. Baste decir que si Dios estuviera compuesto de partes internas, seguiría necesitando algún agente externo que le diera unidad a esas partes, y así no se evitaría el problema de la dependencia externa. La aseidad significa que Dios es independiente de todas las causas, tanto de las internas (como partes) como de las externas (como compositor o causa eficiente).
Por último, podría preocupar que la aseidad divina impida de algún modo que Dios tenga una relación significativa e íntima con Sus criaturas. Si Dios es realmente independiente en todos los aspectos de Su ser y de Su vida, ¿no va a resultar eso en el dios distante del deísmo? Los cristianos no deberían pensar en Dios como algo remoto o distante de Sus criaturas. En Él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17:28). La aseidad significa que lo contrario no es así. Dios no vive, ni se mueve, ni tiene Su ser en o desde la criatura. Él está tan cerca de cada uno de nosotros como el mismo acto de ser por el que existimos porque Él es la causa inmediata de ese acto. Pero no está cerca de nosotros de tal manera que derive algo de nosotros. Es porque Él es «YO SOY», y por lo tanto un a se, que puede suministrarnos todo: existencia, esencia y actividad. Estas cosas nos son transmitidas desde la propia plenitud perfecta del ser de Dios. En lugar de alejar a Dios de nosotros, Su aseidad es la razón misma por la que puede estar tan cerca de nosotros en tan exquisita superabundancia y provisión. Está cerca de nosotros como dador, no como receptor.
La doctrina de la simplicidad divina suele ir unida a la aseidad de Dios. En un sentido, la simplicidad es solo un mecanismo para mantener la verdad de la aseidad e independencia de Dios. La doctrina afirma que Dios no tiene partes. Esta enseñanza se encuentra en los escritos de los padres de la iglesia, los escolásticos medievales y las primeras generaciones de teólogos protestantes. También está consagrada en varias de las confesiones reformadas más conocidas. Las cosas compuestas por partes dependen de sus partes para algún aspecto de su ser. Es más, las partes son realmente distintas de los conjuntos que las componen. Un volante no es un coche. Un pétalo no es una flor. La condición canina no es un perro. Un cuerpo material no es un hombre. Y así sucesivamente. Cada una de estas partes es necesaria para algún aspecto del ser del conjunto en el que está incorporada. Y aunque el todo compuesto es más grande en ser que cualquiera de sus partes, sin embargo, depende de sus partes para ser. Si Dios es la causa primera absoluta del ser, Aquel que es «YO SOY» en toda la riqueza existencial de ese nombre, entonces no puede existir como esos seres que dependen de las partes.
La simplicidad divina tiene profundas implicaciones teológicas. Significa que Dios no tiene Su existencia, esencia o atributos como componentes de los que deriva la unidad de Su ser. Más bien, simplemente Dios es Su existencia, esencia y atributos. Su unidad de ser no es la consecuencia de algo más fundamental que Él mismo. También significa que los atributos de Dios, aunque distintos en nuestras concepciones y en nuestro discurso sobre Dios, no existen en Dios como un conjunto de propiedades realmente distintas. El puritano John Owen escribe: «Los atributos de Dios, que solo parecen ser cosas distintas en la esencia de Dios, son todos esencialmente iguales entre sí, y cada uno es igual a la esencia de Dios mismo» (énfasis añadido). Esto significa que Dios es el amor por el que ama, la sabiduría por la que es sabio, el poder por el que es poderoso, etc. Y cada una de estas virtudes divinas no es sino la divinidad misma, la divinidad misma de Dios. La simplicidad divina no se limita a afirmar una armonía entre los atributos de Dios —lo que podría decirse de los atributos de los santos ángeles—, sino que afirma que cada atributo, aunque sea revelado y comprendido por nosotros de diversas maneras, no es otra cosa que el simple Dios mismo.
A pesar de todo el misterio que acompaña a las doctrinas de la aseidad y la simplicidad, debe quedar claro que Dios no sería Dios si no fuera perfectamente autosuficiente y no compuesto. Como no está compuesto de partes, no puede desintegrarse. Simplemente no existen partes para que Él pueda caer. Es porque Él es a se y simple que podemos descansar en Él y en Su Palabra completamente y sin reservas.