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Hasta los confines de la tierra
24 diciembre, 2022Contra los sofistas


Si hay alguien que está incluido en el salón de la fama de los educadores en la historia, ese es Sócrates. Sócrates es un gigante en la historia de la filosofía de la educación y su importancia y la de sus ideas no se limita solo a la historia antigua, sino también a la actual.
Sócrates era un hombre con pasión y con una preocupación profunda por la salvación. Él intentaba salvar la civilización griega. La razón por la que se preocupaba por salvarla es porque en su época había surgido una terrible crisis que era un peligro claro e inminente para la estabilidad de Grecia. Era una crisis educativa que surgió como resultado del sofismo.


Para entender esa crisis, tenemos que retroceder un poco. Tenemos que retroceder al siglo VI a. C., a los años iniciales de la ciencia de la filosofía occidental en la llamada época presocrática. Los primeros filósofos griegos no eran simples soñadores abstractos o pensadores especulativos, sino que eran a la vez los principales científicos de la época. Se preocupaban por responder las interrogantes en los campos de la biología, química, astronomía y física. A diferencia de nosotros, no hacían una distinción absoluta entre el estudio de la física y el de la metafísica, que es el estudio de las cosas que están por encima y más allá del ámbito de lo físico. Los filósofos presocráticos buscaban la realidad última, la que está detrás del mundo físico.
Sin embargo, se llegó a un punto muerto cuando los mejores pensadores, gente como Parménides y Heráclito, no se pusieron de acuerdo sobre lo que es la verdad última. Como resultado de ese impasse en la investigación filosófica y científica, surgió una nueva escuela de pensamiento en Atenas. Esta escuela de pensamiento abrazó el escepticismo, creyendo que si las mentes más grandes de la cultura no podían ponerse de acuerdo sobre lo que es la verdad máxima, entonces eso debía significar que ella estaba más allá del alcance del aprendizaje humano. La conclusión a la que llegó esta nueva escuela fue que no solo no podemos conocer la verdad última, sino que incluso buscarla es una misión absurda. El único conocimiento que podemos poseer es el de lo que podemos ver, saborear, oler, tocar y oír. Todo lo que podemos alcanzar es el conocimiento en este ámbito, el conocimiento del contexto inmediato en el que vivimos. No sabemos si hay verdades absolutas. Lo que realmente importa es la experiencia cotidiana de la vida, por lo que tenemos que desviar nuestra atención de esta búsqueda de la verdad última y dirigirla hacia la comprensión de la vida práctica. Así pues, la educación griega pasó de la búsqueda de la verdad por la verdad a la búsqueda de la técnica, la metodología y las formas en que se podían considerar las preocupaciones prácticas de la persona. El nombre de esta escuela de pensamiento fue el sofismo y sus adherentes fueron conocidos como los sofistas.
En el contexto de un debate moderno, es posible que hayas oído a una de las partes decir a la otra: «No haces más que recurrir a sofismas». Con esto, el bando acusador quiere decir que sus oponentes están utilizando un razonamiento superficial, desinformado y simplista, un razonamiento que no asciende a los principios superiores. La palabra sofistería se refiere a lo que sabemos sobre los sofistas, que hacían hincapié en la instrucción en retórica, que tiene que ver con la oratoria. Ahora bien, es perfectamente legítimo que la gente domine el vocabulario y el uso de las palabras correctamente presentadas en el discurso público. Pero recordemos que los sofistas creían que la verdad en sí misma es incognoscible, por lo que crearon una disyuntiva entre la prueba y la persuasión. La prueba implica la presentación de evidencias sólidas mediante un razonamiento convincente en el que las premisas se demuestran por sus conclusiones lógicas. La persuasión, en cambio, tiene que ver con la respuesta emocional. Una persona puede ser persuadida sin pensar realmente bien en lo expuesto. En otras palabras, en lugar de responder a argumentos cuidadosamente concebidos y construidos, la gente puede responder a formas hábiles de persuasión. Para los sofistas, no importaba si su discurso era verdadero. Lo que importaba era si funcionaba. ¿Persuadía el discurso? Si persuadía a la gente, no importaba si fuera cierto o no. El argumento no tenía que ser sólido mientras fuera convincente. Lamentablemente, esta filosofía perdura en gran parte de la publicidad y en el discurso político moderno.
Sócrates llegó a este ambiente y dijo que si el sofismo triunfaba en la cultura, sería el fin de la civilización porque este tipo de escepticismo y persuasión superficial arranca la vida del contexto de la verdad. Si no se puede discernir nada como verdadero, lo que se destruirá son las normas por las que la gente determina lo que es bueno y lo que es malo. Y si no podemos conocer el bien, decía Sócrates, la ética se desintegraría y la civilización volvería a la barbarie.
Cuando nuestro sistema educativo se rige por el escepticismo, estamos en la vía rápida hacia el suicidio de la civilización. Lo estamos viendo a nuestro alrededor, ya que mucha gente en nuestra cultura está comprometida con la filosofía del relativismo, que en principio no es diferente de los supuestos que los antiguos sofistas trajeron al ámbito de la educación. Este relativismo se refuerza en gran parte de nuestro sistema educativo, que ha sido moldeado por la filosofía del pragmatismo. El pragmatismo dice que no podemos saber nada de la verdad máxima, por lo que nuestra tarea es aprender lo que funciona. Eso es una vez más, sofismo.
La crisis a la que nos enfrentamos hoy es el renacimiento del escepticismo que alimentó el sofismo. Este escepticismo impulsa la educación, la ética, los negocios e incluso las decisiones políticas que emanan del gobierno. Y necesitamos un Sócrates que esté dispuesto a salir a la calle para involucrar a la gente en una discusión seria para revisar su pensamiento, para mostrarles que este enfoque hace imposible el conocimiento en sí mismo y solo puede terminar en la ignorancia.