Haced discípulos
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18 septiembre, 2018Bautizándolos
Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie «La Gran Comisión», publicada por la Tabletalk Magazine.
Creo que cuando las personas miran el bautismo, tienen una comprensión limitada de por qué Jesús ordenó que bauticemos a Sus discípulos. La mayoría de las personas probablemente asocian el agua con la limpieza, que es una conexión precisa dado el mensaje del profeta Ezequiel de que Dios rociaría agua sobre Su pueblo (Ez. 36:25). La limpieza del pecado, sin embargo, es solo un elemento en el significado e importancia del bautismo.
El mandamiento de Cristo de bautizar en última instancia descansa sobre Sus propias acciones.
En lugar de enfocarse en el individuo, Dios usa el agua en conexión con el contexto más amplio de la historia de la redención. A lo largo de la Escritura, el agua y el Espíritu aparecen en contextos que despliegan nuevas imágenes de la creación. El Espíritu Santo sobrevoló la creación (Gn. 1:2). Noé envió una paloma (la representación simbólica que el Nuevo Testamento le da al Espíritu) sobre las aguas del diluvio que habían disminuido (Gn. 8:8-12; Mt. 3:16). Cuando Israel fue bautizado en el Mar Rojo, Dios colocó Su Espíritu, al cual representó como un ave que revolotea, en medio de Israel (Ex. 14:21-22; Dt. 32:10-12; Is. 63:11-14; 1 Cor. 10:1-4).
Cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma (Mt. 3:16). Dios empleó agua junto con la obra del Espíritu para producir nuevas creaciones, ya sea la primera creación, la tierra recreada después del diluvio, la creación de Israel como nación o la piedra angular de la nueva creación a través de Jesús, el último Adán (1 Cor. 15:45).
Dios estaba enviando un mensaje de que, a fin de cuentas, haría de los nuevos cielos y la nueva tierra, una obra del Dios trino a través de la obra de Su Hijo por el agua y la obra del Espíritu Santo. Esta promesa aparece, por ejemplo, en el libro del profeta Joel: «Y sucederá que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne» (Jl. 2:28). Esta es la promesa que Juan tenía en mente cuando dijo a la multitud en el desierto: «Yo os bauticé con agua, pero Él os bautizará con el Espíritu Santo» (Mc. 1: 8). Y esta es la promesa que Cristo cumplió en Pentecostés.
Hay dos elementos notables que vinculan los eventos del Pentecostés con el mandato de bautizar que Cristo dio en Su Gran Comisión (Mt. 28:18-20). Primero, esto cumplió la profecía del Antiguo Testamento, como hemos notado. Pedro les dijo a las multitudes que los eventos que estaban presenciando eran un cumplimiento de la profecía de Joel de que Dios derramaría Su Espíritu sobre toda carne (Hch. 2:18-21). Esta es también la promesa de Juan acerca del bautismo del Espíritu Santo. El sermón de Pedro en Pentecostés confirma esto: «Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís» (Hch. 2:33). Cristo bautizó a la iglesia en el Espíritu Santo: Él comenzó el derramamiento del Espíritu sobre toda carne.
En segundo lugar, de acuerdo con Su mandato de bautizar a las naciones, observa que personas de muchas naciones, judíos y gentiles, se reunieron en Pentecostés (Hch. 2:9-11). Jesús estaba bautizando a toda carne, estaba bautizando las naciones con el Espíritu, y al hacer esto, los estaba trayendo a la nueva creación. Por lo tanto, cuando la iglesia bautiza a los discípulos de Cristo, le dice al mundo y al pueblo de Dios a través de la predicación del evangelio, tanto en palabras como en agua, que Cristo está derramando el Espíritu, limpiando a las personas de sus pecados, uniéndolos a Sí mismo, y trayéndolos a los nuevos cielos y la nueva tierra.
Por lo tanto, el mandamiento de Cristo de bautizar en última instancia descansa sobre Sus propias acciones: Su derramamiento del Espíritu sobre las naciones para unir a un pueblo a Sí mismo, para limpiar a Su novia de toda mancha y arruga para que pueda presentarla como santa y sin defecto (Ef. 5:25-27). Esto es lo que Pablo llamó el lavamiento de la regeneración y la renovación (Tit 3:5; ver Mt. 19:28).
Así que el bautismo predica un mensaje a través del agua, aunque este mensaje solo puede escucharse y ser eficaz cuando se une a la predicación de la Palabra. El agua sola no tiene poder para salvar o limpiar. Más bien, junto con la predicación de la Palabra, Dios a través del Espíritu salva y santifica. En el lenguaje teológico técnico, el bautismo es un medio de gracia.
Es por eso que debemos bautizar a los discípulos de Cristo; es el medio elegido por Dios para salvar y santificar a Su pueblo. Bautizamos porque, en las palabras del Catecismo Menor de Westminster, «es un sacramento, en el cual, el lavamiento con agua, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, significa y sella nuestra unión con Cristo, nuestra participación en los beneficios de la alianza de gracia y nuestro compromiso de ser del Señor» (P & R 94). Bautizamos, por lo tanto, en el nombre de la Trinidad porque Dios ha enviado a Su Hijo, quien ha derramado Su Espíritu, y Él está haciendo los nuevos cielos y la nueva tierra, nos está limpiando de nuestro pecado, y nos ha unido a Jesús, el último Adán, que está marcando el comienzo de la nueva creación, los nuevos cielos y la nueva tierra.
Este es un entendimiento profundo del bautismo y al cual todos debemos apegarnos, ya sea que recibamos el bautismo personalmente o lo observemos administrado a otros.