No provoquen a ira a sus hijos
22 noviembre, 2024La justa ira de Dios satisfecha
27 noviembre, 2024¿Juegas con fuego?
Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
¿Qué tal si llevaras un «diario de la ira»? La profesora en Calvin University, Rebecca DeYoung, comparte un ejercicio que asignó a sus estudiantes: registrar su ira durante una semana. Cada vez que te enojes, identifica la causa de tu enojo y clasifica la intensidad de esa ira en una escala del uno al cinco. Luego, deja a un lado el diario y regresa unas semanas más tarde para evaluar tus respuestas, desde una distancia segura de los eventos que las provocaron.
Podemos imaginar cuáles fueron los hallazgos generales. DeYoung los resume en Glittering Vices [Vicios brillantes], su libro sobre los siete pecados capitales y sus remedios:
A menudo, las reacciones que en su momento parecieron perfectamente justificadas y racionales, al mirarlas en retrospectiva, resultaron ser mezquinas y egoístas, y las situaciones que provocaron nuestra ira resultaron ser más triviales que genuinamente ofensivas.
Pero incluso, como estudiosa de las corrupciones humanas, DeYoung se sorprendió al llegar a esta conclusión: «el veredicto fue aún más duro de lo que anticipé: una cantidad insignificante de nuestra ira, si acaso alguna, se consideró como buena».
El apóstol Pablo probablemente no se habría sorprendido. Con «ira» y «enojo» encabezando su lista en Colosenses 3:8, indica sin reservas que debemos «[desechar] también todo esto». La ira estalla en nosotros, ya sea justa o injusta, ante alguna injusticia o maltrato percibido, ya sea hacia nosotros o hacia alguien a quien amamos. Como cristianos, deseamos ser «lentos para la ira» como nuestro Dios, pero no airarse no es una virtud. En los evangelios vemos al menos un estallido explícito de ira en el Cristo sin pecado —ira que, cabe destacar, Él luego desecha para sanar al hombre que tenía la mano seca (Mr 3:5)—. La ira surge de manera natural, incluso lentamente, en almas saludables. No necesitamos cultivar la ira; sin embargo, a medida que somos moldeados por la Palabra de Dios, Su pueblo y la oración, nuestra ira se encenderá menos en momentos inapropiados y será más proporcional.
La ira inspira acción. Proporciona una ráfaga de energía y combustible para buscar la corrección de un mal percibido. La chispa de la ira nos impulsa a pasar de la inacción y la pasividad a un esfuerzo justo para abordar el problema. Por supuesto, el peligro es que la ira apela a nuestra condición caída. Produce una sensación tan placentera que no queremos desecharla. Con demasiada facilidad, los pecadores alimentamos la llama y dejamos que su fuego comience a consumirnos.
En momentos como estos nos encontramos con Colosenses 3:8. Percibimos la injusticia, y esto llama nuestra atención. Por un breve momento detectamos la ira, pero ahora debe irse. ¿Pero cómo? En primer lugar, para desechar la ira, debemos expulsarla. Pablo empareja el dejar de hacer (Col 3:5-11) con el empezar a hacer (Col 3:12-17), y en medio de un conjunto de virtudes que sofocan la ira injusta, encontramos las combinaciones especiales de la paciencia (Col 3:12) y del perdón (Col 3:13).
En segundo lugar, esta paciencia hacia los demás, así como el perdón, crece en el terreno de una paz que reina en nuestros corazones en Cristo (Col 3:15). La paz reina. A medida que el Príncipe de paz habita en nosotros, extiende Su dominio sobre la ira injusta, la furia, la malicia, la calumnia y el lenguaje obsceno. Cada vez más, estos vicios son desterrados de Su reino de paz y son reemplazados con «compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col 3:12).
En tercer lugar, este reinado de paz no sucede porque sí; es plantado, alimentado y florece por el poder de Cristo, el cual entra tangiblemente en nuestras almas, a través de nuestros oídos, por Su Palabra. «Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes» (Col 3:16). Un alma rica en el evangelio, moldeada por la Escritura, engendra el reinado de paz que fomenta la paciencia y sus gracias acompañantes, las cuales echan afuera la ira injusta, y provocan que la ira justa se disipe rápidamente después de haber cumplido su trabajo.
Una vez que has desechado la ira, es importante confirmar con serenidad qué acción sin ira debes tomar de ser necesario. Podría ser conveniente abstenerse esta vez y observar si surgen otras instancias más adelante. O podría significar que ahora es el momento apropiado para realizar algún acto modesto. Este paso es crucial para que la ira justa no se convierta rápidamente en injusta. Lamentablemente, pocos pecadores, incluso cristianos, parecen ser capaces de hacer esto de manera constante: dar un paso humilde, inspirado por la ira, pero hacerlo sin ira.
Finalmente, actúa con calma y paciencia, sin ira. Al hacerlo, no solo cumplimos con el llamado de Pablo a desechar la ira en momentos determinados, sino que además nos convertimos, poco a poco y batalla tras batalla, en el tipo de personas, en Cristo, que han desechado la ira totalmente de sus vidas. Nos volvemos menos propensos a la ira injusta y extrañamente más propensos, podríamos decir, a la ira justa, aunque lentamente y con poca frecuencia, y listos para desecharla tras un estallido limitado pero útil.
Como cristianos, tanto en el presente como con el paso del tiempo, desechamos la ira como aquellos que imitan y se benefician del único hombre cuya ira nunca fue injusta, y que nunca se aferró demasiado tiempo a ningún estallido justo.