Enójense, pero no pequen
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24 noviembre, 2024No provoquen a ira a sus hijos
Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
¡Cuán buena y agradable es la risa en un hogar feliz! No es una risa de hilaridad o frivolidad, sino la risa de un hogar rebosante de amor y alegría. Bienaventurado es el que vive en tal lugar, donde hay una fragancia celestial allí.
Ningún padre cristiano con buen juicio querría criar hijos iracundos, pero algunos, sin darse cuenta, los llevan en esa dirección. Un hijo iracundo probablemente se convertirá en un adolescente iracundo, y un adolescente iracundo probablemente se convertirá en un adulto iracundo. Las personas así son conocidas por su temperamento volátil. Son como una bomba de tiempo a punto de estallar.
En las epístolas de Pablo a los efesios y a los colosenses, encontramos una «tabla sagrada de deberes del hogar» (Ef 5:22 – 6:9; Col 3:18 – 4:1), que ofrece instrucciones sucintas a cada miembro de un hogar típico del mundo romano. Parte de esas instrucciones van dirigidas específicamente a los padres (Ef 6:4; Col 3:21), pues ellos son los jefes de sus hogares designados por Dios, particularmente en lo que respecta a la disciplina y la instrucción de sus hijos. El enfoque es doble: lo que no se debe hacer y lo que sí se debe hacer.
Es evidente que los niños necesitan disciplina y corrección porque llegan al mundo como pecadores (ver Sal 51:5), y no tardan mucho en demostrar claramente esta realidad. Esta disciplina necesaria es una demostración de amor paternal (He 12:5-11). En Efesios 6:4, se da una advertencia a quienes imparten la disciplina: «Padres, no provoquen a ira a sus hijos». El pasaje paralelo en Colosenses 3:21 añade: «Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten». Quizás se menciona a los padres no solo porque son los jefes del hogar, sino también porque son más propensos a excesos en estos asuntos.
Existen varias maneras en que un padre puede provocar la ira de un niño. La primera es mostrando parcialidad o favoritismo. Parece que Jacob mostró esto hacia José, lo que alimentó el odio de sus hermanos mayores hacia él. Santiago dice claramente que «si muestran favoritismo, cometen pecado» (2:9). La segunda es siendo inconsistente. Ten cuidado de no tratar la misma infracción un día con mano dura y al siguiente con indulgencia. La tercera es siendo injustificadamente severo. Hay momentos en los que no se debe escatimar la vara, pero también hay otros ocasiones en que las palabras correctivas sabias son suficientes. Ten cuidado, cuando estés cansado o irritado por otros asuntos, de no descargar tus frustraciones en tus hijos al disciplinarlos. La cuarta es tener expectativas poco realistas. No reconocer que el niño puede no estar programado de la misma manera que su padre o que tal vez no comparta el mismo interés por un deporte o actividad ha llevado a muchos padres (en especial a los papás) a imponer presiones injustificadas sobre sus hijos, lo que resulta en frustración y enojo en ellos. La quinta es la negligencia. La relación fracturada entre David y su hijo Absalón no fue solo culpa de Absalón. Sin duda, la negligencia de David desempeñó un papel importante (ver 2 S 14:13, 28).
Ora y piensa antes de aplicar disciplina. Y recuerda las palabras de Pablo. Cuida de no provocar a tus hijos a la ira o al desaliento.
Es importante señalar que nunca ha habido un niño que no haya necesitado disciplina. Pero tampoco ha habido un padre perfecto que nunca haya cometido errores en este ámbito. Aunque «provocar» y «exasperar» son palabras diferentes, en griego sus construcciones sintácticas son las mismas, enfatizando la idea de detener una acción ya en progreso o prevenir que una acción se convierta en habitual. La disciplina consistente y correcta hacia los hijos no es tarea fácil. Requiere una sabiduría superior a la nuestra, pero Dios nos la ha proporcionado en Su Palabra. Charles Hodge escribió: «Un padre haría mejor en sembrar cizaña en un campo del cual espera obtener alimento para él y su familia, que por su propia mala conducta alimentar el mal en el corazón de su hijo».
Sin embargo, toda moneda tiene dos caras y esta situación no es la excepción. Por eso Pablo añade: «Críenlos en la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). La disciplina correcta debe ir acompañada de un discipulado constante. Nutre los corazones y almas de tus hijos con una doctrina sólida, y asegúrate de que su dieta espiritual sea consistente y bien equilibrada. William Hendriksen lo resumió muy bien: «El corazón mismo de la crianza cristiana es este: llevar el corazón del niño al corazón de su Salvador».
Que Dios nos ayude como padres a no provocar a ira a nuestros hijos, sino a proporcionar lo que promueva el verdadero gozo en nuestros hogares.