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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las bienaventuranzas
La misericordia es la generosidad, la ternura del corazón y la bondad del alma que nos mueve a aliviar los sufrimientos de los demás. Es una de las características que distinguen a los hijos de Dios, porque Dios mismo es «rico en misericordia» (Ef 2:4). Las Escrituras están llenas de descripciones de la misericordia de Dios, cuyas «misericordias… jamás terminan» (Lm 3:22). Él se reveló a Moisés como «el SEÑOR, Dios… abundante en misericordia y fidelidad» (Ex 34:6). La gracia de Dios es la bondad que Él muestra a personas que son culpables y merecen castigo, y Su misericordia es la bondad que muestra a los que sufren. Es similar a la piedad, y aquellos que son los «bienaventurados» de Dios se caracterizan por tener un corazón misericordioso hacia aquellos que sufren y necesitan alivio y consuelo.
¿De dónde surge un corazón misericordioso? Por naturaleza, nuestros corazones generalmente están absortos en sí mismos y endurecidos hacia los demás. Las necesidades de los que sufren no nos mueven naturalmente como deberían. Es cierto que algunos que no han experimentado la gracia salvadora de Dios sienten y expresan una especie de misericordia hacia los demás, pero hay un tipo de misericordia profunda y permanente que solo la conocen los corazones de los bienaventurados de Dios.
Si una vida está marcada por un corazón de misericordia profunda y permanente es porque esa persona ha experimentado la misericordia del nuevo nacimiento. Es «según su gran misericordia» que Dios «nos ha hecho nacer de nuevo» (1 Pe 1:3). La misericordia salvadora de Dios da a luz a un pueblo transformado que a su vez refleja esta misericordia hacia los demás. La misericordia engendra misericordia en los corazones del pueblo de Dios, quienes a su vez reflejan la obra sobrenatural de Dios en obras de misericordia hacia los demás.
Los hijos de Dios pueden cultivar y desarrollar un corazón misericordioso al reflexionar sobre las misericordias de Dios. Cuando los hijos de Dios reflexionamos sobre el estado de pecado y miseria en el que nacimos naturalmente como pecadores, Él nos hace humildes. Y mucho más cuando reflexionamos sobre las misericordias que Dios ha derramado sobre nosotros por medio de Cristo. Estábamos en un estado lamentable y Él se apiadó de nosotros. ¿No deberíamos hacer lo mismo con los demás? «Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6:36).
Aquellos que carecen de la misericordia de Dios en sus corazones no pueden esperar recibir la misericordia de Dios en el último día. Este es el punto de la parábola del siervo despiadado en Mateo 18:23-35. Después de negarse a mostrar misericordia a su consiervo, el siervo despiadado fue reprendido por su amo: «¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?» (v. 33). Experimentar la misericordia de Dios exige que le mostremos misericordia a los demás. Los que se caracterizan por ser despiadados demuestran que no han recibido la misericordia que viene de Cristo en el evangelio.
Aquellos que tienen corazones misericordiosos demuestran que han recibido la misericordia de Dios. Una vez que las personas experimentan la misericordia de Dios, esa misericordia permanece sobre ellos para siempre, y mostrarán que la tienen al ser misericordiosos con los demás. La promesa de misericordia futura —«ellos recibirán misericordia»— es un fundamento seguro para la bienaventuranza. ¿Qué mayor bendición podría haber que saber que la misericordia de Dios reposará sobre ti para siempre?
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.