El temor a la enfermedad y a la discapacidad
19 noviembre, 2020¡Vayan!
28 noviembre, 2020Como el relámpago sale del oriente
Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo I
Los cristianos están muy conscientes del significado histórico-redentor sin paralelo de la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión de Cristo. Estamos igualmente bien informados de Su victorioso derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia en Pentecostés. Sin embargo, muy pocos creyentes están apercibidos del significado del derramamiento de la santa ira de Cristo sobre Jerusalén en el año 70 d. C.
El Antiguo Testamento está repleto de signos y símbolos que prefiguran la obra de Cristo.
Aún así, los acontecimientos del año 70 d. C. ocupan un lugar importante en la profecía del Nuevo Testamento, sirviendo como una dramática consecuencia de la primera venida. El holocausto del año 70 d. C. aparece en varias profecías en el Evangelio de Lucas (Lc 13:32-35; 19:41-44; 21:20-24 y 23:28-31). Además, no solo es el tema de muchas de las parábolas del Señor (por ejemplo, Mt 21:33-45; 22:1-14), sino que es incluso la causa de Su triste lamento por Jerusalén (Mt 23:37). Y ese lamento introduce uno de Sus más largos discursos registrados, uno que inicialmente se centra en ese trágico año (Mt 24–25).
Consideremos el significado del año 70 d. C. en cuatro áreas:
Corrobora la autoridad de Cristo
La catástrofe del año 70 d. C. es el resultado de la palabra profética de Cristo, lo que corrobora Su autoridad mesiánica de una manera dramática. El año 70 d. C. demuestra que Su profecía no es solo una palabra verdadera de Dios (Dt 18:22) sino una palabra de juicio contra el pueblo de Dios.
La petición de los discípulos de una «señal» que marcara «la consumación de este siglo» (Mt 24:3) es lo que suscita el Discurso de los Olivos en Mateo 24 y 25. Hasta el 24:34, Jesús se enfoca en la destrucción de Jerusalén: la devastación de la ciudad santa y la conflagración de su santo templo se convierten en «la señal del Hijo del Hombre en el cielo» (v. 30, RV60). De modo que, cuando el holocausto del primer siglo estalla sobre Israel, definitivamente manifiesta la autoridad divina de Aquel que está ahora en el cielo (ver Mt 26:59-64; Lc 23:20-31).
Muchos cristianos no entienden el significado de la venida de Jesús sobre las nubes en Mateo 24:30 por dos razones. Primero, no están familiarizados con los pasajes apocalípticos del Antiguo Testamento en los que los juicios divinos se manifiestan con venida de nubes (Is 19:1). Segundo, pasan por alto las pistas interpretativas en Mateo 24: la mención de la destrucción del templo (v. 2), el enfoque en Judea (v. 16) y la proximidad temporal de todos los eventos entre los versículos 4 y 34 (v. 34). De hecho, Jesús advierte a los mismos hombres que lo juzgaban: «Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del cielo» (Mt 26:64b).
Ciertamente, así es como la Iglesia primitiva leía Mateo 24. Refiriéndose al año 70 d. C., Eusebio destaca «el pronóstico infalible de nuestro Salvador en el cual Él expuso proféticamente estas mismas cosas» (Historia eclesiástica, 3:7:1).
Concluye la antigua economía
El Antiguo Testamento está repleto de signos y símbolos que prefiguran la obra de Cristo. Sin embargo, la naturaleza misma de esa era tipológica exige que esta fuera un paso temporal hacia la plena conclusión redentora e histórica que Cristo propició , una etapa pasajera que avanza hacia un gran clímax. En efecto, la vitalidad del nuevo pacto no podía estar contenida en las restricciones del antiguo pacto de un pueblo étnico, una tierra geográfica y un templo tipológico, ya que «nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden» (Mt 9:17a).
El Nuevo Testamento frecuentemente señala este cambio inminente en la administración pactual. Por ejemplo, Hebreos 8:13 declara: «Cuando Él dijo: «Un nuevo pacto», hizo anticuado al primero; y lo que se hace anticuado y envejece, está próximo a desaparecer». De hecho, el libro de Hebreos advierte a los judíos conversos que no se regresen al judaísmo, especialmente «al ver que el día [año 70 d. C.] se acerca» (Heb 10:25). Tal apostasía los regresaría a una copia material y a punto de desaparecer de la verdad, porque Cristo ha llevado al pueblo de Dios a «un mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos» (Heb 9:11; cp. 9:24). Dejando a un lado las estructuras del antiguo pacto, el año 70 d. C. asegura el esquema final del nuevo pacto.
Confirma el ministerio a los gentiles
La Iglesia primitiva estuvo tentada a descansar satisfecha en la misión judía (lo atestigua la experiencia de Pedro en Hechos 10-11). Con el creciente ministerio de Pablo, esto comienza a cambiar. Este importante cambio de enfoque de una misión judía palestina a una misión gentil mundial es finalmente sellada en el año 70 d. C.
Regresando a Mateo 24, vemos que a raíz de la destrucción del templo, Cristo enviará a Sus «mensajeros» (angeloi en griego, aquí son mensajeros humanos) «con una gran trompeta y reunirán a Sus escogidos de los cuatro vientos» (Mt 24:31a). Así que, en la caída de Jerusalén, el jubileo final (ver Lv 25), la salvación eterna, será declarada para todo el mundo. Ahora que las restricciones del antiguo pacto son eliminadas para siempre, el mundo se convierte en el campo de misión para la Iglesia.
Ciertamente, Pablo relaciona proféticamente el éxito final de la misión a los gentiles con la «caída» de Israel, es decir, su tropiezo con Cristo y la consecuente destrucción del año 70 d. C. Porque su caída es «riqueza para el mundo» y su fracaso es «riqueza para los gentiles» (Rom 11:12). En verdad, el «excluirlos a ellos es la reconciliación del mundo» (Rom 11:15a).
Nos confronta con Su severidad
El año 70 d. C. enfatiza la realidad, no solo de la bondad de Dios, sino también de Su severidad. Pablo advierte a los que se autodenominan el pueblo de Dios: «Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; severidad para con los que cayeron, pero para ti, bondad de Dios si permaneces en Su bondad; de lo contrario también tú serás cortado» (Rom 11:22).
La «severidad» que cae sobre los judíos en el año 70 d. C. muestra el juicio de Dios sobre su incredulidad y rebelión. Aunque Israel tenía una herencia gloriosa (Rom 9:3-5), aunque su «raíz es santa» (Rom 11:16), esta severidad ilustra trágicamente las consecuencias de fallar en una responsabilidad santa. Todos debemos aprender la lección aquí expuesta: «A todo el que se le haya dado mucho, mucho se demandará de él» (Lc 12:48b). El juicio de Israel en el año 70 d. C. enfatiza la impresionante obligación que resulta del llamamiento divino. Pero mientras Israel se marchita bajo el calor abrasador de la severa ira de Dios, los gentiles florecen en las frescas aguas de la buena misericordia de Dios (Rom 11:12,15; Hch 13:46-47). Tal es la bondad de Dios. No obstante, los gentiles también deben tomarse en serio la lección, «porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti te perdonará» (Rom 11:21).
El fantasma del año 70 d. C. persigue el registro del Nuevo Testamento (siendo profetizado frecuente y vigorosamente). Su ocurrencia impacta dramáticamente la historia del primer siglo (siendo uno de sus eventos más fechables y catastróficos) y confirma importantes verdades históricas y redentoras (la autoridad suprema de Cristo, la conclusión de la economía del antiguo pacto, la naturaleza universal del Evangelio y el juicio de Israel) e imparte importantes lecciones prácticas para nosotros (nuestro alto llamado conlleva obligaciones santas). Haríamos bien en aprender de los caminos de Dios entre los hombres.