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Nota del editor: Este es el décimo primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El temor.

No soy la persona que mejor duerme. Cuando mi cabeza toca la almohada, es como si una campana de cena llamara a todas mis ansiedades: «¡Vengan a servirse!». Los plazos de entrega, las citas, las dificultades relacionales, las personas necesitadas, las responsabilidades del hogar y de la iglesia… todos ellos presionando y empujando para llegar primero a la fila. Estoy completamente de acuerdo con David Murray cuando dice: «Pocas cosas son tan teológicas como dormir. Muéstrame tu patrón de sueño y te mostraré tu teología, porque todos predicamos un sermón en y por la manera en que dormimos».
Muchos expertos en sueño dicen que si no puedes conciliar el sueño durante la primera hora, debes levantarte de la cama. Muchas noches he hecho esto obteniendo diversos resultados. Pero hay algo que me ha sucedido en más de una ocasión mientras intento escabullirme de nuevo en la cama, haciendo todo lo posible por no interrumpir el sueño de mi esposa: no puedo silenciar el crujido de mis rodillas. Es un fuerte chasquido involuntario que rompe el pacífico silencio de la noche, y que a menudo alerta a mi esposa de que vuelvo a la cama.
Tiendo a enojarme al ver que mi planificación cuidadosa y mis sigilosas habilidades ninja son frustradas por mi propio cuerpo. Sin embargo, el crujido de mi rodilla me señala un problema más profundo que la alteración del sueño. ¿Sabes lo que me dice? «John, te estás muriendo».
NUESTRAS TUMBAS MORTALES
No nos gusta hablar de la muerte, y eso es entendible. Todo ser humano sobre la faz de la tierra fue creado para tener una existencia perfecta e ininterrumpida. La muerte es antinatural para nosotros y surgió a causa de la rebelión de la humanidad contra nuestro Creador en el Edén. Por lo tanto, pensar en nuestro final es una realidad incómoda porque no es natural.
Las Escrituras nos dicen que en este momento somos almas eternas, pero nuestra mortalidad choca constantemente contra eso. También somos cuerpos. Ya sea que se trate de dolor en las articulaciones, falta de sueño, dolor crónico o el hecho de que todo esto sea una posibilidad real para nosotros, son verdades no deseadas para nuestras almas. Toda nuestra existencia en esta tierra es una paradoja andante: somos seres eternos que experimentaremos la muerte física.
Los hijos de Dios anhelan disfrutar de una existencia perfecta, en cuerpo y alma, en la presencia de nuestro Creador.
Nuestros cuerpos se desgastarán. Se están desgastando ahora mismo mientras lees esto. Prueba de ello son los lentes que algunos de ustedes usan; sus ojos tienen un tiempo de vida útil. La incapacidad para concentrarte en las oraciones de este artículo da testimonio de un cerebro cansado y agotado. Tal vez sea algún tipo de dolor crónico. Puede que también notes el desgaste de algún familiar o amigo a quien cuidas constantemente. Su necesidad continua te recuerda que fuimos hechos para otro lugar.
Más aleccionador aún es la sepultura de seres queridos, algo que ya habrás presenciado o que presenciarás. O ellos serán testigos de tu entierro. Esta es la realidad, no hay de otra. Y la incomodidad que sientes al leer sobre la muerte y la enfermedad es evidencia de que algo no está bien: «¡No se suponía que fuera así! Esto contradice la vida para la que fui creado».
LA TUMBA VACÍA
Las emociones y sensaciones de temor que experimentas al pensar en la enfermedad y la muerte que te sobrevendrán a ti o a tus seres queridos son, en cierto modo, naturales. Sabes que la separación de tu cuerpo no es como deberían ser las cosas. Anhelas reunirte con tu Creador, en cuerpo y alma. En pocas palabras, anhelas ir a casa, pero después de la muerte habrá cierta falta de plenitud en ti hasta que tu alma se reúna con tu cuerpo resucitado.
Los hijos de Dios anhelan disfrutar de una existencia perfecta, en cuerpo y alma, en la presencia de nuestro Creador. A diferencia de nosotros, Jesús tuvo una existencia perfecta con Dios y agregó una naturaleza humana a Su naturaleza divina para que pudiéramos ser redimidos.
Añadió una carne que podía sangrar. Entró a una existencia de enfermedad y tristeza. Cambió los alegres sonidos de los coros angelicales por gritos de injusticia, mentiras, chismes y engaños. Dejó a un lado la paz y la unidad para soportar discordia y división. Sintió el dolor de látigos, espinas, lanzas y clavos. Experimentó la falta de aliento, el paro de los latidos de Su corazón y el cierre de Sus ojos en la muerte.
El Creador se añadió creación a Sí mismo. El Rey se convirtió en siervo. El inocente fue declarado culpable. El Santo fue castigado como pecador en nuestro lugar.
El Hijo de Dios se vistió de carne humana. Y al hacer esto, asumió tus miedos, tus dolores, tus luchas, tus enfermedades, tus penas e incluso tu propia muerte. Sin embargo, llevó todo eso a la tumba y lo dejó allí tras levantarse glorificado en cuerpo y alma. Y al final Él glorificará a todo Su pueblo, tanto sus almas como sus cuerpos.