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Nota del editor: Este es el noveno capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVI
Los cristianos de hoy hablan con frecuencia de transformar la sociedad. Un ejemplo dramático de cómo una enseñanza teológica tuvo un impacto social revolucionario es la doctrina de la Reforma sobre la vocación. La sociedad de la Edad Media era muy estructurada, jerárquica y estática. Pero esto cambió, a partir del siglo XVI, como consecuencia, quizás involuntaria, de la doctrina de la vocación enseñada por Lutero.
LA DOCTRINA DE LA VOCACIÓN
Para Lutero, la vocación, palabra latina que significa «llamado», significaba mucho más que un trabajo o una profesión. La vocación es la doctrina de Lutero sobre la vida cristiana. Más aún, la vocación es la forma en la que Dios actúa a través de los seres humanos para gobernar Su creación y otorgar Sus dones.
Dios nos da el pan de cada día por medio de agricultores, molineros y panaderos. Crea y cuida la nueva vida por medio de los padres y las madres. Nos protege por medio de las autoridades legítimas. Anuncia Su Palabra y administra Sus sacramentos por medio de los pastores. La vocación, decía Lutero, es la «máscara de Dios», la manera en la que Él se esconde en las relaciones y tareas ordinarias de la vida humana.
Un texto clave para la vocación es 1 Corintios 7:17: «Fuera de esto, según el Señor ha asignado a cada uno, según Dios llamó a cada cual, así ande». El contexto inmediato de ese pasaje tiene que ver con el matrimonio. Nuestras familias, nuestra ciudadanía en una comunidad o sociedad particular, nuestras congregaciones y, sí, nuestros lugares de trabajo, son todas facetas de la vida a las que Dios nos ha asignado y llamado.
El propósito de todos nuestros llamados es amar y servir al prójimo que cada vocación trae a nuestras vidas (en el matrimonio, nuestro cónyuge; en la paternidad, nuestros hijos; en el trabajo, nuestros clientes; y así sucesivamente).
Somos salvos por la gracia sola por medio de la fe en la obra de Jesucristo. Pero entonces somos enviados a nuestros llamados para vivir esa fe. Dios no necesita nuestras buenas obras, decía Lutero, pensando en los esfuerzos elaborados para merecer la salvación aparte del don gratuito de Cristo, pero nuestro prójimo sí necesita nuestras buenas obras. Nuestra fe da fruto en el amor (Gá 5:6; 1 Ti 1:5), y esto ocurre en nuestras familias, nuestro trabajo, nuestras comunidades y nuestras congregaciones. En estas tareas, también llevamos nuestras cruces, pecamos y encontramos perdón, y crecemos en la fe y la santidad.
LOS ESTAMENTOS
La sociedad medieval se dividía en tres estamentos: el clero («los que oran»); la nobleza («los que luchan» o, en la práctica, «los que mandan»); y los plebeyos («los que trabajan»).
Se pensaba que el clero tenía una «vocación», un llamado distinto de Dios para seguir «la vida espiritual» al margen del mundo. Dedicarse por completo a la oración y a los ejercicios espirituales se consideraba de mucho mayor mérito que lo que se podía encontrar en los estados seculares. Entrar en una orden religiosa exigía los votos de celibato, pobreza y obediencia. Para Lutero, esta búsqueda de méritos no solo era un rechazo del evangelio, sino que tales votos repudiaban las mismas esferas de la vida —la familia, el trabajo y el gobierno— que Dios había establecido. Estas esferas, insistía, eran también vocaciones cristianas.
Lutero redefinió los estamentos como instituciones diseñadas por Dios para la vida terrenal. Estos son la iglesia, el estado y el hogar (la familia y su trabajo económico). Son paralelos a los estamentos medievales del clero, la nobleza y los plebeyos. Pero mientras que en la Edad Media se trataba de tres categorías sociales separadas, las que Lutero definió son esferas de la vida en las que todo cristiano habita y en las que todo cristiano tiene vocaciones.
Las distinciones sociales rígidas entre los tres estamentos —los que oraban, los que gobernaban y los que trabajaban— se desmoronaron. La vida de oración no es solo para una clase sacerdotal, sino para todos los creyentes. El Estado no es solo cosa de una élite gobernante, sino de todos sus ciudadanos. El hogar no es solo para los plebeyos. Todos, incluido el clero, pueden ser llamados al matrimonio y a la paternidad. Todos, incluida la nobleza, están llamados al trabajo productivo. Todos oran. Todos (eventualmente) gobiernan. Todos trabajan.
EL IMPACTO SOCIAL DE LA REFORMA
Otro nombre para la doctrina de la vocación es el sacerdocio de todos los creyentes. Dios llama a algunos cristianos a ser pastores, pero llama a otros cristianos a ejercer su real sacerdocio arando los campos, forjando el acero y creando negocios. Pero todos los sacerdotes —incluidos los campesinos y las sirvientas— necesitan tener acceso a la Palabra de Dios. Por eso, durante la Reforma, se abrieron escuelas y floreció la alfabetización.
Los plebeyos educados ascendieron en la escala social y acabaron gobernándose a sí mismos. Los trabajadores que amaban y servían a sus clientes con su trabajo encontraron el éxito económico. Mientras que Lutero se dirigía a una sociedad medieval tardía y estática, Calvino y más tarde los puritanos adaptaron la vocación al mundo moderno emergente. Hicieron énfasis en los llamados del lugar de trabajo y alentaron a los cristianos a abrazar las nuevas oportunidades a las que Dios los llamaba. Así, la Reforma trajo consigo una movilidad social sin precedentes.
Extrañamente, la doctrina de la vocación está hoy olvidada. ¿Qué aportaría a la sociedad actual un redescubrimiento de la vocación?