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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XV
De todos los siglos de la historia de la iglesia, el siglo XV es uno de los más lamentables. En el imaginario popular, es un puente entre el mundo medieval y el mundo de la Reforma, pero aunque pueda ser importante para el viaje, pocos se detienen a admirar un puente.
Necesitamos evitar esta perspectiva si queremos entender la transición entre la época medieval y la época de la Reforma. El siglo XV fue una época de destrucción y exploración. La expansión rápida del islam en África inicialmente trajo presión y luego destrucción a los reinos de Nubia, una expresión del cristianismo que se remonta a la expansión de la fe en el Imperio romano desde la segunda mitad del siglo IV y más allá. La fe cristiana local probablemente se remonta a principios del siglo IV, si no antes. La Iglesia etíope hasta el día de hoy data de la expansión de la fe del primer siglo, y si esto es cierto, haría de esta rama de la iglesia la única expresión precolonial existente de la fe en África. Sin embargo, esos siglos de testimonio cristiano fueron atacados con la expansión del Imperio árabe durante la Edad Media tardía, lo que causó presión sobre la iglesia y, finalmente, condujo al colapso del último reino nubio en 1504 y a la pérdida de nuestro recuerdo colectivo de esta valiosa rama africana en la herencia cristiana.
En el siglo XV, Colón «navegó el océano azul». Colón fue un marinero italiano que, por razones económicas y espirituales, quería encontrar un mejor camino hacia el Lejano Oriente. Colón no creía que el mundo fuera plano. Gracias a Aristóteles, Ptolomeo y Beda el Venerable, los que estaban bien educados sabían que el mundo era esférico, pero desconocían el número de tramos longitudinales que necesitaban atravesar para ir de Europa a Asia si se dirigían por el Atlántico. Si podían llegar allí rápidamente, entonces valía la pena intentar la exploración. En cambio, otros invirtieron dinero en rodear el extremo puntiagudo en el sur de África. Bartolomé Díaz logró dicho objetivo en 1488, a quien le gustaba llamar a la punta de África como el «cabo de las tormentas» (Cabo das tormenta) ya que había pocas esperanzas de navegar por sus mares sin perderlo todo.
En Oriente vivía un pueblo que todavía se llamaba a sí mismo «romano» y que se consideraba heredero del mundo que Constantino creó en el siglo IV. Eran los bizantinos, con su sede imperial en la ciudad de Constantinopla. La plaga de la guerra estaba a punto de poner fin a su estilo de vida.
En mayo de 1453, los ejércitos otomanos navegaron hacia el Bósforo y sitiaron la ciudad. Los bizantinos creían que tenían una posición defendible, pues los «muros de Teodosio» que rodeaban la ciudad figuraban entre los más impresionantes jamás construidos, resultando casi imposible un ataque frontal. Los bizantinos tenían buenas razones para ser optimistas. En una época de guerras y conquistas desenfrenadas, la ciudad de Constantinopla había caído solo una vez durante más de un milenio, caída que ocurrió a manos de los cristianos occidentales durante la Cuarta Cruzada en 1203. La ciudad imperial nunca había caído en manos de los infieles. No obstante, los barcos sitiadores trajeron consigo un conjunto de cañones masivos que, según un testigo presencial, podían arrojar un tiro de más de un cuarto de tonelada contra las fortificaciones. Después de seis semanas, la ciudad cayó ante la invasión junto con el cristianismo en Asia Menor, y los cristianos se convirtieron en una minoría perseguida. Santa Sofía, uno de los edificios eclesiásticos más grandes de la historia, se convirtió en mezquita, al tiempo que casi todos los principales intelectuales y eclesiásticos huyeron de la ciudad.
El siglo XV también fue una época de destrucción y renovación para los reyes e imperios europeos. Durante la primera mitad del siglo, los enemigos antiguos que fueron Francia e Inglaterra se enfrentaron en lo que llamamos la Guerra de los Cien Años. Esta fue una serie de escaramuzas por las tierras y los títulos en Europa. Inglaterra golpeó notablemente a Francia en la mayoría de estas guerras y, si no fuera por la intervención de una guerrera travesti que supuestamente experimentó visiones extáticas del plan de Dios para Francia, Inglaterra pudo haber tomado la mitad del continente europeo. Cuando apareció Juana de Arco, incluso sus lores franceses encontraron su apariencia cómica, pero estuvieron lo suficientemente desesperados como para enviar a Juana a la primera línea de combate para ver si podía avivar la moral de los soldados. Funcionó. En 1429, ella ayudó a levantar el sitio de Orleans (la sede tradicional de la coronación francesa) y cambió el rumbo de la guerra a favor de los franceses. Sus esfuerzos fueron recompensados con traición cuando los borgoñones en el sur de Francia la entregaron a los ingleses para ser quemada como bruja.
En Inglaterra, la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487) concluyó cuando Enrique VII derrotó a Ricardo III en la Batalla de Bosworth, donde, según relata Shakespeare, Ricardo gritaba: «¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!», para escapar del golpe. En el ataque que mató a Ricardo, Enrique dio origen a la dinastía Tudor. Fue su hijo, Enrique VIII, quien pelearía con el papa por su primer matrimonio con Catalina de Aragón y quien crearía por su propio poder la Iglesia anglicana. Fue la nieta de Enrique VII, Isabel I, quien daría origen al contexto de la lucha entre conformistas y puritanos dentro de la Iglesia de Inglaterra.
En otras palabras, la situación política y social de Europa que nos resulta tan familiar en el mundo de la Reforma recién comenzaba a tomar forma en distintos aspectos justo antes de la Reforma.
Lo mismo podría decirse del estado intelectual de Europa. A medida que inició el siglo, el movimiento reformista de Jan Hus permitió la creación de una iglesia checa separada. Hus se basó en el texto de la Escritura para rechazar los cambios teológicos de la Iglesia católica medieval, aunque también el amor a su país le impulsó a buscar la independencia del Sacro Imperio Romano Germánico. El resultado fue la formación de la Iglesia husita, una iglesia que durante la Reforma fue sinónimo de herejía y con la cual Lutero se identificó abiertamente en el Debate de Leipzig en 1519, cuando afirmó: «Ja, ich bin hussite» («Sí, soy husita»). Para 1415, Hus había sido quemado por su reforma, y la facultad de Praga había huido de la universidad y formado su propia facultad de teología en la ciudad de Leipzig. El fervor del movimiento husita apenas había disminuido cuando comenzó la reforma de Lutero.
Sin embargo, Hus no fue el único teólogo en discrepar con el poder papal o con las innovaciones de la Iglesia medieval. También estuvo el Renacimiento, que era en parte críticas internas de la Iglesia medieval y en parte el florecimiento de nuevos conocimientos. La nueva tecnología ayudó a los humanistas en sus esfuerzos. Un empresario alemán llamado Johannes Gutenberg inventó un nuevo método para imprimir libros, conocido hoy como la imprenta de tipos móviles. No inventó la imprenta en sí, sino un método para mover letras en una cuadrícula para cada página, lo que redujo el gasto de crear un libro a una fracción del costo de imprimirlo en las imprentas anteriores. Antes, una Biblia impresa costaba tanto como una casa pequeña, pero ahora costaba el salario de una semana.
Al percibir la oportunidad de ampliar el aprendizaje y la alfabetización, los humanistas desencadenaron un torrente de escritos de teología, Biblia, estudios clásicos e historia. De todos los humanistas, Erasmo de Rotterdam fue su príncipe. Nacido en 1466 como el hijo ilegítimo de un sacerdote, Erasmo demostró tal habilidad en los idiomas y en la crítica textual, que lo impulsó al escenario como un eje del nuevo movimiento intelectual del Renacimiento. A lo largo de su vida, Erasmo aportó al mundo ediciones completas de las obras de los padres de la iglesia, así como numerosos tratados sobre temas teológicos. Por mucho, su obra más impactante fue el Nuevo Testamento griego, obra que admitió haber recopilado de manera descuidada de los textos bizantinos del siglo XII, con algunos pasajes agregados incorrectamente a la Biblia y omitiendo por completo seis versículos del libro de Apocalipsis. El Nuevo Testamento griego era como una Biblia interlineal moderna. En una columna estaba el texto griego y junto a él había una nueva traducción latina realizada por Erasmo. Esto no solo proveyó a los lectores el griego original, sino que también proporcionó una guía para ayudar a los estudiantes a determinar cómo traducir el griego a su idioma. No sorprende, entonces, que Lutero haya utilizado este texto como base para su Nuevo Testamento alemán, el cual tradujo después de su juicio en la Dieta de Worms.
A través de la destrucción y la exploración, el siglo XV hizo más que cerrar la brecha entre la era medieval y el mundo moderno; preparó el escenario para la Reforma.