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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo II
«¿Qué quieres ser cuando seas grande?». Prácticamente todas las personas enfrentan esta pregunta en algún momento de su niñez.
Cuando yo era pequeño, las respuestas más comunes de los niños varones incluían «vaquero», «bombero» o «jugador de béisbol», sin embargo, pocos de nosotros terminamos siendo vaqueros, bomberos o jugadores de béisbol. En algún momento, cuando la persona deja la niñez, pasa por la adolescencia y entra en la adultez, la pregunta «¿quién soy?» se libera (al menos en parte) de la fantasía infantil y es respondida en términos más serios, términos que a menudo están determinados por los duros golpes de la realidad.

Lo que es cierto para niños y niñas suele también serlo para las instituciones. De la misma forma que los individuos buscan una identidad, así también lo hacen las organizaciones . La Iglesia no es la excepción. Durante el segundo siglo de la historia cristiana, la Iglesia estuvo ocupada respondiendo la pregunta «¿quiénes somos?». Fue un tiempo de amalgama, codificación y definición. En ese siglo, la Iglesia reflexionó sobre su autoridad suprema (la Escritura), su teología y su organización.
Muy frecuentemente las organizaciones, incluso las naciones, se ven forzadas a definirse con mayor claridad y precisión por sus competidores o enemigos. Eso fue lo que le ocurrió a la Iglesia. Los primeros apologistas cristianos, como Justino Mártir, se esmeraron por clarificar la naturaleza de la Iglesia y el cristianismo para contrarrestar las falsas concepciones difundidas por personas ajenas a la Iglesia como los paganos y los judíos. De forma similar, la doctrina «ortodoxa» fue forjada con el martillo de la herejía. En ese entonces, al igual que ahora, la mayoría de los herejes afirmaban ser defensores del cristianismo verdadero. Sus errores y tergiversaciones obligaron a la Iglesia a definir sus creencias con más claridad.
La Iglesia del siglo II hizo importantes avances para definir la vida eclesiástica y la práctica cristiana.
El año 2001 Hans Küng, el controvertido teólogo católico-romano, publicó un nuevo libro sobre la Iglesia. Este tenía el simple título de La Iglesia católica: breve historia universal. Küng observó un cambio decisivo en cuanto a la actividad y la autoconciencia de la Iglesia prístina del primer siglo y la «institucionalización» de la Iglesia en el segundo siglo. Él señala que, para responder a los gnósticos y otros herejes como Marción y Montano, la Iglesia estableció claros cánones o estándares con respecto a lo que es verdaderamente cristiano, dentro de los cuales tenemos:
- Un credo resumido que comúnmente se usaba en el bautismo. El primer credo bautismal fue la simple afirmación «Jesús es el Señor». Más tarde, esta fórmula fue expandida para incluir afirmaciones de fe en el Dios Todopoderoso y en Jesucristo, el Hijo de Dios nacido el Espíritu Santo. Los rudimentos de lo que llegó a conocerse como «el Símbolo» o el Credo Apostólico, fueron añadidos en este momento. Posteriormente, se agregaron más afirmaciones para formar la versión final del credo.
- El canon del Nuevo Testamento. La elaboración de la lista de los libros inspirados fue provocada en gran parte por el trabajo del hereje Marción, que produjo su propio Nuevo Testamento expurgado. A pesar de que el canon neotestamentario no fue finalizado sino hasta finales del siglo IV, casi todo estaba formalmente en su lugar para fines del siglo II.
- El oficio docente episcopal. Este oficio evolucionó a medida que la Iglesia se movía en dirección al episcopado monárquico. Se volvió común apelar a las enseñanzas de los obispos para resolver las controversias teológicas. Küng sostiene que este tercer estándar representó un giro con respecto a la Iglesia de la era apostólica, que estaba compuesta por comunidades libres sin un único episcopado ni presbiterio. Él considera que las comunidades apostólicas eran iglesias completas y bien equipadas, que no carecían de nada. Más adelante, las iglesias congregacionalistas (y muchos puritanos) apelarían a estas comunidades como representantes de la estructura original de la Iglesia.
A pesar de que en ciertos aspectos estos cambios históricos lo entristecen, Küng afirma: «No se puede ignorar el hecho de que con los tres estándares mencionados anteriormente, la Iglesia católica creó una estructura para la teología y la organización, y junto a ella, un orden interno muy sólido».
La apreciación de Küng no es muy diferente del análisis protestante. En el libro Historia de la Iglesia cristiana, Williston Walker señala: «Así, de la lucha contra el gnosticismo y el montanismo surgió la Iglesia católica, con su fuerte organización episcopal, estándar de credo y canon autoritario. Era muy diferente de la Iglesia apostólica, pero había preservado el cristianismo histórico y lo había resguardado durante una tremenda crisis».
Por cierto, Küng señala que los tres estándares establecidos por la Iglesia en el siglo II fueron atacados en eras posteriores. En el siglo XVI, la Reforma planteó dudas con respecto a la estructura episcopal de Roma. Luego, la Ilustración cuestionó tanto el canon de la Escritura como también la Regla de la fe del credo.
La Iglesia del siglo II también hizo importantes avances para definir la vida eclesiástica y la práctica cristiana. Durante los comienzos de la historia del cristianismo, la Iglesia hizo una distinción entre la proclamación (kerygma) y la instrucción (didache). La Iglesia apostólica era una iglesia misionera que iba más allá de las fronteras del judaísmo. Los gentiles eran alcanzados por la proclamación del evangelio en su forma básica. Se hacía énfasis en la persona y la obra de Cristo, en Su muerte y resurrección. Cuando los convertidos abrazaban a Cristo por medio de la fe, eran bautizados e ingresaban a la comunidad de la Iglesia. Luego, se les daba una instrucción más rigurosa en cuanto a la fe. Para este fin, en el siglo II se produjo un manual de orden eclesiástico conocido como Didaché o «La enseñanza de los doce apóstoles».
Este manual, descubierto apenas en 1873, provee reglas simples para las congregaciones locales, y aborda el bautismo, el aborto (que era considerado como asesinato), las limosnas, el ayuno, la Cena del Señor y otros asuntos. Establece un marcado contraste entre dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte. Muchas de las amonestaciones que se encuentran en él son citas textuales de las Escrituras del Nuevo Testamento.
La Didaché terminó siendo utilizada como herramienta catequística y también como una guía para la vida cristiana. Como tal, representa el primer código escrito posapostólico de moralidad cristiana. A pesar de que no forma parte del canon de la Escritura, ofrece valiosas perspectivas sobre la manera en que la Iglesia primitiva se veía a sí misma.
La Iglesia del siglo II desarrolló un fuerte sentido de identidad. Este proceso continuó hasta bien entrado el siglo III, cuando nuevas herejías y nuevos conflictos con el Estado produjeron incluso más desarrollo y nuevas estructuras en la Iglesia.